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SALUD

VACUNARSE:

Una Tarea Por El Bien Común

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Justamente nuestra nueva realidad coloca otra vez en tela de juicio el eterno debate de la eficiencia o no de las vacunas para el ser humano. En los últimos años se ha instaurado la moda o la convicción de que vacunarse resulta peligroso, y muchas personas, sobre todo niños, han dejado de hacerlo. Esta tendencia está provocando que empecemos a retroceder en nuestra batalla contra algunas enfermedades ya desterradas, como es el caso del sarampión, que está regresando cada vez en más casos en Estados Unidos y España. La razón de este cambio de actitud hacia las vacunas se debe a un mito popular extraordinariamente difundido. El origen del mito se debe a un estudio del doctor Andrew Wakefield sobre la asociación de la vacuna triple vírica con el autismo. Este estudio, no obstante, falseó datos y fue retirado por la revista que lo publicó, The Lancet, y se desmontó tras un estudio con 1,3 millones de niños. Sin embargo, muchos son los colectivos que continúan dando crédito al estudio de Wakefield.

La vacunación es una forma sencilla, inocua y eficaz de protegernos contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ellas. Las vacunas activan las defensas naturales del organismo para que aprendan a resistir a infecciones específicas, y fortalecen el sistema inmunitario.

Nuestro sistema inmunitario está diseñado para recordar. Tras la administración de una o más dosis de una vacuna contra una enfermedad concreta, quedamos protegidos contra ella, normalmente durante años,

décadas o incluso para toda la vida. Por eso las vacunas son tan eficaces: en vez de tratar una enfermedad cuando esta aparece, evitan que nos enfermemos. Las vacunas adiestran y preparan las defensas naturales del organismo, el sistema inmunitario, para que reconozcan y combatan virus y bacterias. Si después de la vacunación el organismo se viera expuesto a esos agentes patógenos, estaría preparado para destruirlos rápidamente y, de ese modo, evitaría la enfermedad.

Cuando nos vacunamos, no solo nos protegemos a nosotros mismos, sino también a quienes nos rodean. A algunas personas, por ejemplo, las que padecen enfermedades graves, se les desaconseja vacunarse contra determinadas enfermedades; por lo tanto, la protección de esas personas depende de que los demás nos vacunemos y ayudemos a reducir la propagación de tales enfermedades. Como todos los medicamentos, las vacunas pueden causar efectos secundarios leves, como por ejemplo, fiebre baja, dolor o enrojecimiento en el lugar de inyección, que desaparecen espontáneamente a los pocos días. Todas las vacunas autorizadas son sometidas a pruebas rigurosas a lo largo de las distintas fases de los ensayos clínicos, y siguen siendo evaluadas con regularidad tras su comercialización. Además, los científicos hacen un seguimiento constante de la información procedente de diversas fuentes en busca de indicios de que causen efectos adversos. La vacunación es una externalidad positiva, pues no sólo genera un beneficio personal, sino que también representa una protección al conjunto de la población frente a posibles contagios. De la misma forma, el hecho de no vacunarse es una externalidad negativa, pues podría acelerar la propagación de enfermedades que están bajo control. Otra razón poderosa para vacunarse incide en la economía, pues la falta de vacunación incrementa muchos costos sociales como el pago de medicamentos, sueldos al personal médicos, ausencias laborales o escolares, así como el cuidado del enfermo. Por ejemplo, la erradicación mundial de la viruela costó 100 millones de dólares a lo largo de 10 años hasta 1977, lo que ahorró a Estados Unidos 1,300 millones al año exclusivamente en costes de tratamiento y prevención. Las vacunas salvan millones de vidas cada año y constituyen como una de las más seguras y efectivas intervenciones en salud pública y brindan beneficios sobre el control y la prevención de multitud de enfermedades. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, las vacunas nos protegen de 26 enfermedades y salvan casi 3 millones de vidas al año; e incluso asegura que, si se aumentaran las tasas mundiales de inmunización, podrían salvarse 1,5 millones de personas más al año. Cada año 116 millones de niños reciben las vacunas básicas, frente a 19,4 millones que no las reciben.

La vacunación nos protege contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ellas.