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Benito Prieto Coussent. Un pintor y la redención de los demonios interiores

Segunda parte: Padul, los años de creación

En los años cuarenta Benito reside en Padul, ha contraído matrimonio con Antoñita, la regente de la Botica de Arriba y en su estudio del número 41 de la Calle Dr. Rejón Delgado se consagra a explorar la turbación de su alma con un afán apasionado, como queriendo dejar salir los horrores que le atormentan, así comienza una serie de cristos crucificados cargados de patetismo y desgarro. Escandalizaron hasta tal punto a las jerarquías eclesiásticas locales que casi se vio sometido a un auto de fe, el párroco de El Padul abogaba por la destrucción del cuadro y “la salvación del alma del pintor”; fue incluso llamado ante un tribunal de teólogos, presidido por el cardenal D. Agustín Parrado García, para explicarse sobre aquel desgarbado Salvador de cuerpo contrahecho y rasgos tan humanizados como desprovistos de cualquier atisbo celestial… Todavía falta- ban unos años para entrar en la década de los 60 y con ella una renovación en la iconografía que haría que entonces sí se pusieran de moda los Santos de rasgos rotos y castigados y se cambiaran sotanas por pantalones vaqueros. Benito, como la mayoría de los pintores de su generación, había tenido una sólida e impecable formación y es que hereda una larga tradición de pintura que a niveles académicos llegó a las más altas cumbres en sus predecesores. El siglo XIX fue una época prodigiosa para un país ya de por sí prodigioso en pintura como lo es España, la estela que dejaron desde Fortuny a Sorolla, pasando por Eduardo Rosales, Antonio Gisbert, Ignacio Pinazo, Ramón Casas, -es interminable la lista-, se prolongó hasta el siglo XX con epígonos tan brillantes de esa tradición realista, naturalista y romántica como José Moreno Carbonero que fue precisamente uno de los maestros de Benito Prieto. De la grandeza de la obra de Moreno Carbonero da buena cuenta una joya que posee el museo de Bellas Artes de Granada, se encuentra allí en depósito pues pertenece a la colección del museo de El Prado: “la conversión del Duque de Gandía”, impresionante lienzo de enormes dimensiones realizado tras ser becado en Roma y que la ciudad de Granada tiene ahora el privilegio de poder mostrar.

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La obra de Benito es partícipe de su momento, se aleja de los convencionalismos conservadores de otros pintores coetáneos que no dan ese salto al vacío quedándose en la frívola representación de una realidad barnizada, meramente decorativa. Benito, con su pulcro dominio de la forma abandona los idealizados y aristocráticos escenarios para escarbar donde parece que ya no queda ni un soplo de humanidad, lugares del universo que parecen ajenos a la presencia divina y es allí donde formula sus insondables preguntas con la angustia del que ve su cuerpo desmoronarse poco a poco sin saber si su sacrificio ha servido para algo, “El padre Damián de Molokai”(1970) conservado en la iglesia de Sta. María de la Alhambra es una grandilocuente muestra de ello y colofón en cuanto a idea- rio estético, un mundo descarnado y representado con pasmoso y minucioso detalle que es un referente para toda una generación de pintores, es fácil encontrar paralelos con la obra del afamado y consagrado internacionalmente Antonio

López sin ir más lejos. A la par de ese vuelco tan personal en su pintura fue reclamado por una innumerable clientela, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Vallejo Nájera, Ignacio Barraquer, Gregorio Marañón, Francisco Javier

Sánchez Cantón, Juan Ossorio Morales, Antonio Bienvenida o El Cordobés, todos ellos personalidades de primera línea en esos años. La obra póstuma del pintor, inacabada, fue el retrato de Don Manuel Fraga, encargo oficial del que fuera presidente de la Junta de Galicia.

Y Padul, esa por entonces pequeña localidad fue el refugio donde Benito Prieto encontró el silencio y el espacio para sumergirse en la creación estética. Sirva este breve texto como reconocimiento a su intensa y magnífica obra pictórica que no debe permanecer en el olvido y merece recuperar el espacio que le corresponde.

IV BENDICIÓN (poemario SIGLO XXI)

El Maestro se acercó al discípulo

Y le comentó todas las estrellas están en ti

Tú eres parte del universo,

El discípulo le sonrió y dijo

El camino por el que se puede hollar

No es el camino

El Maestro añadió al comentario

El sendero del filo de la navaja

Es el camino invisible de la conciencia.

De repente amainó el viento

Las hojas de los árboles resplandecían

Se acercaba en un lento vaivén

El señor Maitreya

El fin del mundo se acerca dijeron unos

La luz resplandecía en su rostro

Y con su mano crística bendijo

A todos los seres

El deseo del bodhisatva

Es que todos los seres sean felices

Vivamos felices con todos los seres.

Entonces el discípulo preguntó al Maestro

¿Por qué hay aflicción en mundo?

El Maestro le contestó,

En el mundo sólo hay vacío y materia

Son los pensamientos los que construyen

Un universo de fantasía egrégores del ego

Apostilló el Maestro

Dejarás de temer si dejares de esperar

El aliento sideral del éter del universo

Penetró en el rostro y el alma del discípulo

Algo estaba cambiando

El camino iniciático había comenzado

Entonces el discípulo le pregunta al Maestro ¿qué he de hacer para hollar el sendero?

El Maestro responde nada, Camina paso a paso en silencio

Siente tu alma como una pluma en tu ser Siente tu corazón como un molino de amor Siente tu mente como un águila soñadora

Expande tu conciencia en eones de segundos

Libérate de toda aflicción

Ese es el comienzo y el primer paso… No olvides que un viaje de mil Lis

Empieza con el primer paso.

Entonces el discípulo sonrió y vio

Que tras de sí la presencia del Maestro se había desvanecido.

Eduardo Ortega

Antonio José Medina

Aún recuerdo con cierta nostalgia como hace ya bastantes años, mi tía Amalia Peregrina, en su casa de las “cuatro esquinas”, preparaba con esmero y cariño cuando se acercaba el Viernes Santo, la imagen de Cristo Yacente colocándola sobre unas andas y dejaba caer suavemente sobre ella una gasa larga y transparente que la cubría por completo. Era todo muy ceremonioso y con un enorme respeto. Los niños mirábamos aquello un poco extrañados por el ambiente sombrío que se conformaba en la habitación pero el ir y venir de personas que visitaban el espacio de recogimiento nos hacía pensar en que se vivían unos días importantes. Desde aquellos años de la infancia hasta hoy, mucho ha llovido y ha escampado. Días de sol y días nublados. Siempre en movimiento.

Hoy el cortejo que conforma la Cofradía del Cristo Yacente y los pasos vivientes parte desde de la casa de Rosa de Paulino en la calle Angosta. Es digno de mencionar el cuidado y cariño que se presta en la casa así como por todos los vecinos de la calle que se suman a todos los preparativos. La salida y recorrido por la calle Angosta con el cuerpo de soldados romanos rindiendo honores y saludando al paso del Cristo con sus porteadores los “Nicodemos” precediendo a la Virgen María y las tres Marías es una imagen sobrecogedora y emocionante.

Entrando un poco más en el detalle de los pasos vivientes sería en primer lugar “La Verónica”, una mujer ejemplo

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