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Rut y Noemí
Editora

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Hubo un tiempo de hambre en Israel. Por eso, una mujer israelita llamada Noemí se fue con su esposo y sus dos hijos a vivir a la tierra de Moab. Después, el esposo de Noemí se murió. Sus hijos se casaron con dos moabitas: Rut y Orpá. Pero fue triste que con el tiempo los hijos de Noemí también murieron. Cuando Noemí oyó que ya no había hambre en Israel, decidió regresar a su país. Rut y Orpá se fueron con ella.


A medida que las tres viudas avanzan por el camino, a Noemí le ronda otra preocupación por la cabeza. Está pensando en las dos jóvenes que la acompañan y que tanto amor le han dado a ella y a sus hijos. No quiere que sufran más. Está convencida de que no tendrá nada que ofrecerles si lo dejan todo para ir con ella a Belén.

Noemí no puede contenerse más y les suplica:
“Ustedes han sido buenas esposas y buenas nueras. Me gustaría que se casaran de nuevo. Vuelvan a su casa en Moab”.

Pero Noemí no da el brazo a torcer. Trata de hacerles entender que no podrá hacer mucho por ellas en Israel, pues no tiene esposo que la cuide, ni hijos con los que las jóvenes puedan casarse. Además, no cree que esta situación vaya a cambiar. Incluso reconoce que le angustia mucho no poder cuidar de ellas.

Orpá enseguida lo ve claro: le conviene quedarse en Moab, donde la esperan su madre y sus demás parientes. Así que, con mucha tristeza, besa a su suegra y da media vuelta.




Pero Rut le dijo:
“No te dejaré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”.

El amor que Rut siente por Noemí es tan grande, leal e inquebrantable que está decidida a nunca apartarse de su lado, no importa adónde vaya. Solo la muerte podría separarlas. Rut está lista para formar parte del pueblo de Noemí y dejar atrás todo lo que conoce en Moab, incluidos sus dioses. A diferencia de Orpá, ella desea de corazón servir al Dios de Noemí, Jehová. Por fin las dos viudas llegan a Belén. La emoción que causa el regreso de Noemí parece indicar que ella y su familia habían sido bastante conocidas en esta pequeña ciudad. Las mujeres la observan detenidamente y se preguntan: “¿Es esta Noemí?”. Sin duda, los años tan difíciles que vivió en Moab la han cambiado mucho y han dejado huella en su aspecto. Suegra y nuera se adaptan poco a poco a la vida de Belén, y Rut piensa en cómo va a cuidar de sí misma y de Noemí. Se ha enterado de que la Ley que Jehová entregó a Israel incluye la rebusca, una bondadosa medida para ayudar a los pobres. Durante la temporada de la cosecha pueden entrar en los campos para ir recolectando lo que los segadores dejan atrás. También pueden recoger lo que ha crecido en las orillas y esquinas de los terrenos de cultivo. Ha llegado el tiempo de cosechar la cebada (alrededor del mes de abril según nuestro calendario). Rut sale a los campos en busca de alguien que le permita trabajar. Por casualidad, acaba en las tierras de un rico terrateniente llamado Boaz, quien resulta ser pariente de Elimélec, el difunto esposo de Noemí. Aunque Rut tiene el derecho de entrar a rebuscar, no lo da por sentado y le pide permiso al joven capataz de los segadores. Él se lo concede, y ella se pone a trabajar de inmediato.
Les dijo a sus trabajadores que dejaran un poco más de grano en su campo para que Rut lo recogiera. Mientras los cosechadores cortan la cebada con sus hoces de pedernal, Rut va detrás. Se agacha para recoger lo que se les cae, ata las espigas y las lleva a un lugar donde después pueda sacar el grano. Es una labor lenta y agotadora, pero Rut no se distrae y solo se detiene para secarse el sudor de la frente y comer algo “en la casa”, que posiblemente sea un refugio para que los trabajadores descansen a la sombra.


Boaz es un hombre entrado en años, de admirable fe y profundo amor a Dios. Al ver a Rut, se interesa por su bienestar y la trata con cariño, como un padre a una hija.

De hecho, la llama “hija mía” y le aconseja que siga espigando en sus campos y se mantenga cerca de las jóvenes que trabajan para él, a fin de que ninguno de los segadores la moleste. Además, se asegura de que no le falte comida a la hora del almuerzo. Pero, ante todo, la felicita y la anima.
Cuando Rut termina de desgranar las espigas y recoger los granos, ve que la cebada pesa mucho, así que, para cargarla, puede que la amontone encima de una pieza de tela y se la coloque sobre la cabeza. Cuando emprende el camino hacia Belén, ya está anocheciendo.


Noemí se alegra cuando llega su querida nuera y quizás hasta suelta un grito de sorpresa al ver el pesado fardo de cebada. Rut también trae lo que le sobró de la comida que Boaz ofreció a los trabajadores, y con eso cenan las dos. Noemí le pregunta: “¿Dónde espigaste hoy, y dónde trabajaste? Llegue a ser bendito el que se fijó en ti”. Al ver todo lo que la joven ha traído, Noemí se da cuenta de que alguien se ha fijado en ella y la ha tratado con amabilidad.
Las dos se ponen a hablar, y Rut le cuenta a Noemí lo bueno que ha sido Boaz con ella.

Cuando Rut mencionó a Boaz por primera vez, Noemí le dijo: “Boaz es un familiar de mi esposo. Sigue trabajando en su campo con las otras muchachas. Allí estarás tranquila”. En ese tiempo, si un hombre moría y no tenía hijos, un familiar se podía casar con la viuda.

Entonces Noemí pasa a explicarle su plan a Rut. Rut siguió trabajando en el campo de Boaz hasta que terminó la cosecha. Boaz se dio cuenta de que Rut era una mujer excelente y muy trabajadora.
Procurando no ser vista, Rut observa cómo los hombres van terminando su trabajo. Hoy han juntado una gran cantidad de cereal. Boaz, que ha estado supervisando las tareas, ahora se dispone a cenar y, ya satisfecho, se acuesta al lado del montón de grano. Al parecer, esa era una costumbre en aquella época para proteger de ladrones y otros maleantes la preciada cosecha. Cuando Rut ve que Boaz se acuesta, sabe que ha llegado la hora de llevar a cabo el plan de Noemí.

Con el corazón latiendo a mil, Rut se le acerca silenciosa y, al comprobar que está profundamente dormido, sigue las instrucciones de su suegra: le destapa los pies, se acuesta allí y espera. Espera y espera, mientras el tiempo va pasando lentamente. ¡A Rut debe parecerle toda una eternidad! Entonces, a medianoche, Boaz empieza a moverse. Temblando de frío, se incorpora, probablemente para cubrirse de nuevo los pies. Pero nota que hay alguien. ¡Vaya sorpresa!

“¿Quién eres?”, pregunta Boaz. La joven responde, tal vez con voz temblorosa: “Soy Rut tu esclava, y tienes que extender tu falda sobre tu esclava, porque tú eres un recomprador”. Boaz, con un tono dulce y tranquilizador, le dice: “Bendita seas de Jehová, hija mía. No tengas miedo. Todo lo que dices lo haré para ti, porque toda persona en la puerta de mi pueblo se da cuenta de que eres una mujer excelente”. Boaz declara que él será el recomprador: comprará todo lo que le pertenecía a Elimélec y se casará con Rut.

Así que Boaz se casó con Rut. Tuvieron un hijo y le pusieron por nombre Obed. Años después, Obed fue el abuelo del rey David. Las amigas de Noemí estaban contentísimas. Le decían: “Primero, Jehová te dio a Rut, que se ha portado muy bien contigo. Y ahora tienes un nieto. Alabemos a Jehová por eso”.

¿Qué enseñanza te deja la historia de Rut y Noemí?
Si demuestras amor leal como hizo Rut y sigues su ejemplo al ser una persona humilde, trabajadora y agradecida, tu fe también inspirará a los demás. La vida de estas dos mujeres nos recuerda que Dios está muy pendiente de quienes le sirven lealmente con su pueblo, y que bendice los esfuerzos de quienes trabajan con afán para mantener a su familia, aunque sea en labores humildes. La historia de Boaz, Rut y Noemí es prueba de que Jehová siempre recompensa a sus siervos fieles.