
4 minute read
CARTA POSTUMA AL MAESTRO ANTONIO PUJIA
Carta póstuma al Maestro Antonio Pujia
Querido Antonio
Advertisement
Quiero contarte desde el principio todo lo que sentí al conocerte.
Quiero que sepas palmo a palmo lo que generaste en mí al permitirme entrar en tu mundo, conocer parte de tus anhelos, de tus sentimientos, de tu humor.
Quiero que sepas la huella que dejaste en mí.
Corría el año 2009 cuando un día te vi en la parada de un colectivo por Av. Rivadavia y Nazca.
Como no nos conocíamos personalmente, sentí un poco de vergüenza de saludarte y en los dos o tres metros siguientes dudé entre seguir de largo o volver sobre mis pasos.
Volví.
Y esa decisión fue la que inició nuestra historia.
Me brindaste un afectuoso saludo y yo unas breves palabras para contarte quien era y que estaba organizando un homenaje a mi Maestro fallecido tres años atrás.
Osvaldo Attila había sido alumno tuyo en la Escuela de Arte Manuel Belgrano, me contaste.
Nos despedimos ya con una alegría implícita por un próximo encuentro donde me contarías tus anécdotas con él.
Cada conversación que empezamos a tener me fue acercando a lo que te emocionaba, porque casi con voz quebrada me dijiste una y otra vez que nunca viste semejante homenaje a un Maestro reuniendo cuarenta discípulas/os para agradecer su legado. Valorar y difundir su obra y darle continuidad no sólo desde nuestro trabajo artístico y la docencia que ejercemos sino desde el reconocimiento a su enorme generosidad.
Y ahora entiendo que esta emoción era un eje en tu vida.
Las enseñanzas que te dejaron tus Maestros fue el faro que marcó tu camino y esa humildad te condujo a un eterno reconocimiento hacia aquellos enormes artistas.
Viniste a todas y cada una de las inauguraciones que realizamos en aquel homenaje a tu agradecido alumno, para quien fuiste mentor y promotor de su primera muestra de dibujos en una importante galería de aquella época.
El homenaje duró dos años en donde realizamos seis muestras en distintos Museos nacionales y provinciales. Allí estuviste acompañándonos siempre.
Y mientras, comenzamos a hablarnos por teléfono casi todos los días y a vernos muy seguido. Así empecé a encontrarme con tus pensamientos, sentimientos y anécdotas.
Me invitaste a tu taller.
Ahhh! La primera vez que entré allí. Cómo explicarte.
Me llevaste por las primeras salas donde había trabajos, moldes, fotos de tus Maestros. Allí estaban Rogelio Yrurtia, Alberto Lagos, José Fioravanti, Troiano Troiani, Alfredo Bigatti.
Estaba en tu escritorio una gran fotografía de Carlos Alonso y vos de la época en que exponían juntos
un dibujo de Osvaldo Attila enmarcado, fotos, cuadernos, el altarcito de uno de tus amados Maestros.

Llegamos a la enorme y luminosa sala de trabajo con todos tus materiales, herramientas, obras en curso, tu música clásica siempre
presente desde la radio que te acompañaba cotidianamente, la luz bañando cada tarea a la manera de los talleres renacentistas como supiste construir con el ventanal que le permitía entrar a 45º
¡Qué asombro producían en mí cada uno de tus relatos, de tus cuidados detalles, de tu armonía al hablar, de tu risa siempre dispuesta!
Allí quedamos un rato conversando de algunas de estas cosas y me convidaste tu habitual té de regaliz, que tomé por primera vez.
Pero todavía no terminaba el recorrido. Quedaba lo más impactante para una primera visita a tu espacio.
A esta altura yo ya caminaba a cinco centímetros del suelo, pero cuando pasamos a la última sala, creo que perdí por completo la noción de mi peso corporal.
Entrar en el espacio donde se encontraba gran parte de tu obra fue toparme con tu alma entera, tu vibración única y personal, tus años de trabajo e inspiración, tu conexión con el mundo humano y el divino, como inexplicablemente logran los grandes artistas.
Fue una experiencia en donde desaparecieron el tiempo y el espacio ordinarios, parecía que nada más existía y que estaba en otra parte del acontecer.
La sala con tu obra era como un templo.
Me quedé sin palabras.
Respiré profundo.
Creo que empezamos a sellar una amistad entre Maestro y, no puedo decir que discípula porque no soy escultora, pero sí aprendiz de tus enseñanzas éticas y receptora de tu historia.
Cada conversación se convirtió en una lección de nuestra historia nacional del arte, de los artistas que nos antecedieron y dejaron su enseñanza.
Así es que Maestros, arte, anécdotas, risas, emociones, y té de regaliz fueron alimentando todo lo que compartimos en cada encuentro.
Mi manera de agradecerte tanta confianza y afecto, querido Antonio, y para no extrañarte tanto, es contar algo de nuestras charlas para compartir tu legado, que sé que es lo que más te gustaría que haga.
Con todo mi amor y reconocimiento,
Marina.