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Leshi, el guardián del bosque (David Fernández

Nació en 1975 en Harsewinkel, Alemania. Es diplomado universitario por la universidad de Granada y actualmente trabaja y reside en Almería, aunque siempre que es posible vuelve a la ciudad que considera su hogar, Granada. Se considera seguidor incondicional de la novela de terror y de la música hard roc

LESHI. EL GUARDIÁN DEL BOSQUE

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Yuri, de cincuenta años de edad, caminaba arrastrando sus pies entre aquellos enormes abedules nevados con el pesado saco que contenía el cuerpo sin vida de la que una vez fue la pequeña y alegre Natacha Petrova. Su existencia y consciencia de la misma se habían interrumpido para siempre a la corta edad de cuatro años a manos del ya conocido por la prensa como “El Monstruo de Rostov”.

Yuri se había prometido a sí mismo no volverlo a hacer. Miles habían sido las veces que se había fustigado y torturado en privado por todos sus horrendos crímenes, pero la sed de sangre del animal que habitaba dentro de su piel era más poderosa que todo su arrepentimiento. Las cicatrices de su carne hablaban de un ser atormentado y consciente de la náusea y la sinrazón de sus actos, pero, de una forma o de otra, siempre volvía a matar. Yuri había servido como policía de la Agencia Federal y sabía que si lo atrapaban no habría salvación para él. En innumerables ocasiones,

cuando aún servía en el cuerpo, había tenido que manipular pruebas y modificar los escenarios de los crímenes para encubrir los delitos de grandes oligarcas y personas influyentes de las mafias del este. Pero él no era nadie. Solo una persona enferma, asesino de niños inocentes. Con él no habría piedad. Cuando ya se vio en lo más profundo del bosque de abedules, descargó el saco de su hombro y lo depositó sobre el suelo. Entre dos árboles vio un claro cubierto de nieve idóneo para albergar el cuerpo de la pequeña Natacha. No haría falta escarbar mucho. Con que retirase un poco de nieve, depositase el cuerpo en el suelo y lo volviese a cubrir sería suficiente. Probablemente, nadie pasaría por allí durante todo el invierno y, además, raro era el día que no nevaba copiosamente. Y si no, le daba igual. Yuri, o lo que es lo mismo, “El Monstruo de Rostov”, se sentía ya muy cansado. Tal vez deseaba en lo más profundo de

sí mismo ser descubierto y ajusticiado de una vez. Tras retirar la nieve, abrió el saco y el cadáver rígido y blanquecino cayó al suelo con un sonido sordo. Yuri se fijó por un instante en la pequeña como antes no lo había hecho. Ni cuando su vida se escapaba de entre sus manos. Natacha vestía un sencillo mono azul infantil con una mariposa bordada bajo el cual se apreciaba un grueso jersey de color rojo. En sus pies tenía unos calcetines de lana, también de color rojo, y unos zapatos muy desgastados por el uso de color azul oscuro. Yuri concluyó que aquella niña muerta era hija de una familia humilde y trabajadora, que seguramente en esos momentos buscaban con angustia y dolor a su pequeña, a la que nunca jamás volverían a ver. Al pensar en ello, Yuri volvió a sentir aquella horrible náusea. Entonces, cuando se disponía a colocar el cuerpo de la niña en el claro, One Stop 33

escuchó una risa infantil que provenía del bosque. Se giró pero no vio a nadie. Pensando que habían sido imaginaciones suyas, se giró de nuevo dispuesto a coger el cadáver de Natacha, pero entonces esta comenzó a reír con cierta malicia mientras sus ojos aún seguían semicerrados, como los de una muñeca que se ha caído al suelo. Yuri dio un respingo y soltó un alarido parecido al de un lobo herido. Una bandada de pájaros negros huyó despavorida de la copa de los árboles. Entonces, presa del pánico, cuando miró a su rededor, comprobó que tanto Natacha como él estaban rodeados por un coro de niños agarrados de las manos, que los observaban fijamente en silencio. «¿De dónde han salido todos esos niños?», pensó aterrado. Yuri quiso decirles algo en un primer

momento pero solo balbuceó unos torpes sonidos guturales. Los niños rieron al unísono mientras seguían agarrados por sus manos. —¿Sabes que me llamo Natacha y que me encantan los gatos? —dijo la niña muerta incorporándose con un escalofriante crujir de huesos. Yuri, entonces, lloró por primera vez en mucho tiempo, aunque seguía sin decir nada. —También me gusta mucho cuando mi papá me lleva a hombros mientras me canta en voz alta Cheburashka —seguía diciendo la pequeña mientras se acercaba en cámara lenta a su asesino. Yuri retrocedía presa del pánico y ahogado por su amargo llanto. No quería que aquel cadáver viviente lo tocase. Sabía que sería algo que no podría superar. —¡Aléjate de mí, por favor! Pero la niña seguía acercándose a él con sus ojos entreabiertos. Yuri corrió hasta un extremo del corro de niños y pudo comprobar con horror que, como Natacha, todos estaban muy pálidos y con los ojos semicerrados. Todos eran niños muertos. —¡Dejadme salir! —rogó, arrodillándose frente a ellos—. ¡Por favor! 34 One Stop

Los niños rieron de nuevo. —No pueden dejarte salir —dijo Natacha que seguía acercándose lentamente hacia él—. No hasta que venga Leshi, el guardián del bosque. Yuri entonces se estremeció. Conocía la leyenda del guardián del bosque pero pensaba, al igual que todos, que tan solo se trataba de folklore soviético. Nada real. Aunque a juzgar por todo lo que estaba viendo ya, podría esperarse cualquier cosa. También su final. Ese ansiado final que en lo más profundo de sí ansiaba aunque se negaba a creerlo. Volvió a llorar con amargura. —He sido policía —dijo en un torpe intento de redimirse—. También he hecho cosas buenas. Estoy enfermo. No soy malvado —dijo murmurando mientras lloraba, sin creer ni él mismo en lo que estaba diciendo. Los niños del corro volvieron a reírse estrepitosamente. Entonces, el cadáver de Natacha lo agarró del brazo y él sintió como su corazón se detenía. —Tranquilo, todo habrá terminado pronto —dijo la pequeña con voz de ultratumba—. Leshi ya está aquí. Entonces, un monstruoso rugido, que parecía provenir del mismo infierno, parecía corroborar las palabras de la pequeña muerta. Yuri miró a lo lejos y pudo ver, por un instante, como un gigante barbudo de cinco metros o más desprovisto de ropas se acercaba a él arrancando árboles a su paso y lanzándolos por los aires. En sus enormes ojos rojos podía observarse el fuego de la ira y de la venganza infinitos. Yuri cerró los suyos y justamente como la niña le había dicho, todo acabó pronto. FIN

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