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Estoy bien
from LOBBY MAGAZINE # 16
by lobbymagweb
UNA ANÉCDOTA ESCRITA POR :
FABIANA OCANDO
VIVIDA Y DOCUMENTADA POR:
CAROLINA LARA Y FABIANA OCANDO

Si bien nuestros amuletos fueron 7 botellas de vino, 2 muñecos y 2 libros de mandalas, este no representa el kit de principiantes para agarrar tu auto y darle la vuelta a nuestra isla. ¿Qué nos hace pensar que podemos llamar a este país “nuestro”? Tal vez, solo nos falte la cédula dominicana pero cómo nos fascina la bachata y el merengue. Nos deleitamos con una Presidente justo en su punto de hielo, abrazamos la informalidad jocosa y, a veces, las reglas “circunstancialmente” omitidas. Nos saltamos algunas formalidades con los amet, llegamos tarde cuando “el asunto no es tan serio” y, sobre todo, disfrutamos beber agua de coco bajo la sombra de una palmera.
Pero no somos solo buscadoras de momentos espontáneos, somos buscadoras de caminos, y República Dominicana nos obsequió, a través de sus autopistas y trochas, paisajes paradisíacos que evocaban sensa ciones variadas Desde las zonas áridas que recordaban a nuestros ex amores, hasta las zonas exuberantes que avivan nuestras ganas de ser completamente felices o, incluso abrir un perfil en Bumble.

Nuestra primera parada fue en Santo Domingo; inicialmente por razones ejecutivas y resultó ser la fiesta de inauguración de nuestra ruta #estamosbien. Si bien en el pasado he afirmado que Santo Domingo tiene escasos encantos urbanos, esa noche, los astros se alinearon para brindarnos los mejores bares, una música excelente y personajes que nos hicieron sentir que estábamos en el lugar correcto. Bailamos hasta que nuestros pies dijeron “basta”, visitamos un bar donde, por alguna razón, no nos permitieron la entrada, ya fuera por nuestro alboroto o por los tenis que llevábamos. Ter minamos en otro bar del que tuvimos que salir corriendo en nuestro relato...
Caro recuerda cada detalle de esa noche, pero yo estoy algo confundida sobre cómo llegamos a casa !Vaya fiesta! La fiesta que buscábamos en Cabarete y no encontramos, pero esa es una anécdota para más adelante.
Dicen que “al que madruga, Dios le ayuda”, así que decidimos partir a las 5:00 de la mañana rumbo a Barahona, con un pequeño desvío para visitar las salinas de Baní.

Encantadoras casitas que me recordaron a mi pueblo natal: Coro, en Venezuela, con sus curiosas rejillas ornamentadas, una pequeña marquesina con mecedoras y un jardín que se enteraba de la llegada de camiones de plátanos o el paso de los carritos de helados.
Apenas se levantaba el sol cuando ya estábamos en la península de Las Calderas, se fundan los tonos rosados de la salina junto a los naranjas del cielo, decorado con flamencos, molinos de vientos y toda la tosca parafernalia que se necesita para refinar la sal. El día anterior, con una resaca que apenas nos sostenía, logramos conseguir en el supermercado 4 latas de Díablitos. No me voy a detener a explicar qué es Diablitos, googléelo No pudimos resistirnos más a enfrentarnos a esos sándwiches en pan que revivían la infancia. Con 6 botellas de vino, palomitas, nueces y los restos de una ensalada César que no volveríamos a mirar durante el resto del viaje nos sentíamos las chicas más afortunadas de toda la isla. Un amanecer como de algodón de azúcar, montañas de sal que parece nieve, espectadoras y paparazzis de 2 salineros afanados en su labor.

Tras 2 horas de recorrido, un playlist de reguetón y varios puestos de mango y plátano, alcanzamos nuestra tercera parada: Barahona. Un pueblo en lo alto de un pequeño risco que bordea gran parte de la costa sudoeste del país. Pero entremos en algo más poético: aquí, el mar hace eco del Caribe, la marea recolecta millones de piedrecitas redondas que nos transportaban al interior de un palo de lluvia. El sonido del mar se amplificaba.
Observamos que todos por ahí llevaban consigo la piedra preciosa Larimar, una verdadera joya local. Entre las recomendaciones “excursionísticas”, no podíamos dejar de lado la caminata por el Sendero de la Virgen hasta llegar a LA PLAZA. Volvería a esta zona solo para visitar las minas de Larimar Aconsejo hacerlo con guías locales; nuestra experiencia tratando de subir con el coche nos llevó a bailar en medio de la carretera mientras el motor se enfriaba (insertar canción de Karol G aquí). Hospedadas frente al mar, hicimos yoga saludando al sol y bailamos bachata con el camarero del restaurant, quien fue nuestra única víctima disponible.
Yoga, ataques de risa, munchies y bailes llenaron nuestros días. Incontables molinos de viento, una vista sobre el mar de película, flamingos y un extraño paisaje en blanco y negro nos dieron la bienvenida al paraíso de aguas cristalinas, sí, solo de eso. Por suerte, también había WIFI.
A menudo, cuando se habla del “paraíso” en las películas, uno se imagina un oasis cristalino, con palmeras y sin calor. Pero aquí, no había palmeras y hacía calor tampoco había mucha gente. ¿Un rápido vistazo a Bumble? Just in case.
Gracias a que antes del viaje habíamos planificado nuestras finanzas, nos hospedamos en una casita tipo safari con ducha al aire libre, bajo la luz de la luna y un espacio tan amplio y vacío que podíamos escuchar las conversaciones de la vecina. ¡Salud! ¡Cuarta botella de vino! CHINCHÍN. La cuenta llegó, incluso en el paraíso debes pagar el descorche. Aviones de aquí para allá perturbaban la paz de los bivaques en los cujíes. Un momento oportuno para este viaje: millones de mariposas por todos lados alardeando de su metamorfosis, al igual que nosotras, pero con Instagram y libros de mandalas.
La quinta botella la abrimos a escondidas para no pagar descorche, pero antes de esto, fuimos de excursión a la espectacular Bahía de Las Águilas, que, para aquellos obsesionados con los datos geográficos, lleva ese nombre por su forma de pico y alas en toda la costa del Parque Nacional Jaragua. Para estas cosas, la suerte y la astucia se aliaron a nuestro favor. Nos encanta ser turistas, pero no demasiado. Nunca compren la excursión en el hotel, salgan a caminar y pregunten. Así fue como encontramos a estos guías fantásticos, de origen italiano, pero conocedores y defensores apasionados de esta zona virgen. No se perdieron ni un detalle de su historia y conocen cada rincón a la perfección. Vimos tortugas, rayas y una cantidad ABSURDA de peces de todos los colores. Necesitamos más personas como Valentina y Michele en el mundo, dispuestas a cuidar, aprender y mostrar las razones por las que debemos proteger este mundo.

Justamente recomendado por los italianos, no podíamos perdernos Pedernales. Con la esperanza de conseguir un buen picapollo para el desayuno y el Mercado de la Frontera con Haití, salimos con nuestra peor apariencia “para no parecer turistas”. Este último objetivo fue tan fallido como los dos primeros. Sin embargo, lo que encontramos fue un delicioso pan de mantequilla, pacas, prestige y Barbancourt, un ron que nadie se atrevió a probar por si acaso era clerén, así pues, hoy las botellas forman parte de la decoración. ¿Listas para 9 horas de carretera y dolor de rodilla? SIEMPRE. En nuestro camino a Puerto Plata, hicimos dos paradas: la Playa el Quemaito y luego un delicioso sancocho y greca. Nadie podría entender la emoción de dos chicas al descubrir que la habitación, ubicada entre las calles coloniales de Puerto Plata, encendía luces de colores, tenía cisnes hechos con toallas, jabón primor, jacuzzis en la terraza y un recepcionista increíblemente entusiasta. Era el lugar perfecto... si lo que necesitábamos era dormir. Nos motivaba el teletrabajo, el agua de coco y el chicharrón.
Música en la plaza, una calle rosada, sombrillas de colores caminar 20 cuadras para llegar al mejor chicharrón de la ciudad (según los lugareños, no TripAdvisor), acompañado por una fría vestida de novia, por supuesto. Pulseras con la esperanza de encontrar a nuestro príncipe azul, porque también tenemos un lado cursi. Y una última recomendación antes de partir a Cabarete: HELADO DE UVA DE PLAYA. No preguntes, pruébalo y ya. Gracias, Luisito.