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Editorial | Seudofelicidad

Es estremecedor lo que narra la Biblia en Levítico 10:1: los dos hijos del sacerdote Aarón ofrecieron fuego extraño delante de Dios, una ofrenda que Él no había ordenado. En consecuencia, murieron consumidos por el fuego del Señor:

Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová.

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¿Por qué sufrieron este duro juicio? Los sacerdotes debían tomar fuego del altar, de la llama que el Señor mismo había encendido y que ardía allí sin apagarse (Levítico 9:24; 6:12- 13; 16:12). Sin embargo, optaron por utilizar su propio fuego, un seudofuego que probablemente ellos mismos habían encendido.

El altar es una imagen del Gólgota, donde el fuego de Dios ardió para salvación de los hombres. El que piensa que puede acercarse al Padre menospreciando el Gólgota y creyendo que es justo a causa de sus propias obras, está muy equivocado y corre un gran peligro de perder la vida eterna.

Por todos lados se nos ofrece una seudofelicidad creada por el hombre. Hace unas semanas me llamó la atención un título en la portada de una revista, donde decía: “Guía para la felicidad”. El autor de este artículo sostiene que es posible aprender a ser feliz, dando para esto consejos de todo tipo. Veamos algunos de ellos:

Haga cada día su cama –si todo va mal durante el día, por lo menos habrá logrado hacer una cosa de manera correcta–. ¿Realmente esto me traerá felicidad? Baile en la cocina con su música favorita. ¿Y si no tengo ganas de bailar? ¿Y si se amontonan los platos sucios sobre la mesada? ¿Y si los niños se portan mal o un problema me atormenta?

Deténgase una y otra vez, escuche su respiración y observe a una persona u objeto.

Bastaría entonces con respirar hondo y admirar un lindo auto para que por arte de magia sea yo feliz… ¿es en serio?

Me pregunto si todo esto no será tan solo un “fuego extraño”, una efímera seudofelicidad. El hombre, en vez de buscar la felicidad en el Gólgota y la tumba vacía, acude por esta a lugares extraños.

Entre los consejos de este artículo se encuentra uno que podría llegar a aceptar: “Observe a una persona”. Sin embargo, debe tratarse de la persona indicada: ¡Jesucristo! Para muchos esto sonará desubicado, a otros les parecerá ridículo, pero lejos está de ser así para quienes lo conocieron. Es cierto que la verdadera felicidad tiene un Nombre, y se encuentra en la Persona de Jesucristo.

La felicidad no consiste en experimentar grandes sentimientos extáticos –los cristianos también sufren dolor y tristeza–, sino en la certeza de una vida nueva, aquí y ahora, y para la eternidad. Es por eso que está escrito: “¡Qué felices son aquellos a los que Dios perdona de todo lo malo que han hecho!” (Ro. 4:8; TLA).

Con el pecado original perdimos, entre otras cosas, la felicidad–la única forma de recuperarla es venciendo y eliminado esta caída. Esto es lo que Jesucristo hizo por medio de Su muerte y resurrección.

Hay un dicho que se le atribuye a Blaise Pascal, un famoso científico, pensador y fiel cristiano: “La felicidad no está fuera de nosotros, ni dentro de nosotros, sino en Dios, y cuando lo hemos encontrado, está en todas partes”.

Por eso es que me gustaría a mí también terminar con un consejo: una buena literatura con un enfoque cristocéntrico también es útil para encontrar el camino a la felicidad. Lee en esta edición el artículo de René Malgo sobre el mismo tema.

Cordialmente en Cristo,

Norbert Lieth