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¡Dios busca hombres de verdad!

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza

(1 Ti. 4:12).

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Sobre el ejemplo de Timoteo para nosotros hoy.

Todos buscamos modelos de conducta. Aunque no queramos, nos dejamos influir por el ejemplo de otras personas. O sucede de forma bastante consciente, por ejemplo, cuando los jóvenes se visten como sus ídolos. Nuestra sobrina quiere esquiar como Lara Gut-Behrami...

otro quiere tener éxito como...

el siguiente quiere conducir un automóvil como...

un cristiano quiere conocer la Biblia como...

el pastor fulano quiere saber predicar como...

Pablo le dijo a Timoteo, su compañero de misión y de trabajo desde hacía mucho tiempo, que fuera un ejemplo para los creyentes. A menudo, un buen ejemplo puede ser más eficaz que un buen consejo superficial, aunque sea bienintencionado. Quizá hemos escuchado alguna vez esta desafiante crítica: “¿Para qué educas a tus hijos, si de todos modos hacen lo que ven que haces?”

Ser un ejemplo

Timoteo fue exhortado a ser un ejemplo para seguir, un buen ejemplo y no uno malo. Se necesita a alguien a quien uno pueda recurrir para su propio beneficio o avance.

“Ejemplo” es la traducción de la palabra griega typos utilizada por Pablo. En español es muy común hablar de un “tipo”. En este punto me gustaría llenar la expresión con su significado bíblico tal y como Pablo lo entendió. En este sentido: Dios busca ejemplos correctos, o simplemente: ¡tipos correctos!

El término “ejemplo” puede asustarnos. Conocemos nuestros propios defectos e insuficiencias y sabemos que no somos los candidatos ideales para ir por la vida como cristianos ejemplares o modelos de conducta. Las ideas y expectativas asociadas a la idea de ser un buen ejemplo pueden desanimarnos...

Dios no busca modelos perfectos y supremos, sino personas que configuren su vida cotidiana de tal modo que muestren de diversas maneras el amor, el perdón y la fidelidad del Señor. Esto ocurre, por ejemplo, admitiendo nuestras faltas, confesándolas, trabajando en nuestras imperfecciones y sirviendo a Su causa con toda nuestra vida.

Cuando Pablo llama a Timoteo para que sea un ejemplo, no es porque vea en él al candidato ideal, con una educación o una historia de vida ideales. Más bien, Pablo reconoce en Timoteo el poder transformador del Evangelio y sabe que vive con Jesús. Timoteo es un ejemplo de cómo Dios puede moldear a cada persona para que llegue a ser un ejemplo correcto, un “tipo” correcto, independientemente de su propia historia.

En Hechos 7:44, Esteban habla de que Dios ordenó a Moisés que hiciera la tienda del testimonio (el Tabernáculo) según el modelo o ejemplo (“tipo”) que Dios le había mostrado en el Cielo. En el Cielo está el “prototipo”, en la Tierra Moisés realizó la copia terrenal.

Qué sencillo habría sido si Jesús hubiera creado primero un discípulo como prototipo, como ejemplo, y luego lo hubiera copiado o producido en serie. Pero con nosotros, los humanos, no funciona como con un producto. Jesús formó a sus doce discípulos durante tres años de tal manera que actuaran como sus representantes y seguidores, como modelos a seguir. Sabemos que después de tres años no se “graduaron” de esta escuela particular de discipulado como seres humanos perfectos e intachables. Sin embargo, ¡se han convertido en ejemplos para nosotros!

Jesús llama a las personas deformadas e imperfectas por el pecado, las redime de una vida sin Dios y comienza algo nuevo en cada una de ellas. Solo con esto ya nos convertimos todos en modelos de conducta: somos ejemplos que demuestran la gracia y la grandeza de Dios; somos portadores de esperanza y criaturas preciosas a las que se les permitió convertirse en hijos benditos de Dios mediante la redención experimentada.

Jesucristo es el “ejemplo” perfecto Él podía decir: “Porque ejemplo os he dado… ” ( Jn. 13:15). Podemos guiarnos por su comportamiento ejemplar.

Cuanto más decididamente nos orientamos, como hijos de Dios, hacia el ejemplo perfecto, Jesús, que transmite el mensaje verdadero y, por tanto, más importante que hay, más tiene lugar en nosotros otro proceso misterioso: lentamente encontramos el camino de regreso a la imagen original, la imagen de Dios Creador. Debemos ser modelos en este mundo y apuntar cada vez más a la imagen según la cual fuimos creados originalmente: a Dios mismo (Génesis 1:26-27; 5:1; 9:6).

Se trata de un reto enorme. Pablo escribió a los Efesios: “...despojaos del viejo hombre (…) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidadde la verdad” (Ef. 4:22-24).

Timoteo debía ser un typos moldeado por el Evangelio, que viviera de tal manera que otros pudieran tomarlo como ejemplo e imitarlo.

Timoteo como persona

Nacido y criado en la colonia romana de Listra, ciudad de la región de Licaonia (hoy Anatolia Central, Turquía), Timoteo formaba parte de una familia “impura”, ya que, según el canon judío, el matrimonio de sus padres no podía reconocerse como válido. De hecho, Timoteo era hijo de un griego y una judía creyente (Hechos 16:1). El hijo de tal unión era considerado, por una parte, un israelita que debía circuncidarse y, por otra, un “bastardo” que, en consecuencia, era despreciado. Timoteo no estaba circuncidado, lo que demuestra que su madre judía no había logrado convencer de ello a su marido gentil. Podemos suponer, empero, que su madre lo llevaba consigo cuando iba a la sinagoga.

¿Cómo crees que consideraban a Timoteo sus conocidos? Era diferente, no como sus compañeros griegos. Desde el punto de vista de la comunidad judía de Listra, el matrimonio de la madre judía de Timoteo con un hombre que no compartía la misma fe en Dios equivalía a una traición a las tradiciones judías. Por esta razón, tal vez ella podría haber sido considerada “la oveja negra” de la familia, objeto de chismes e incluso un escándalo para los judíos.

¡Qué familia, qué problemas!

Timoteo tuvo que aprender pronto a convivir con la diversidad de culturas y costumbres religiosas.

Pablo señala otro detalle sobre Timoteo cuando le escribe: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23). Timoteo no gozaba de buena salud y probablemente era muy sensible. Pablo también vio llorar a Timoteo cuando estaba triste (2 Timoteo 1:4). Y cuando el apóstol le llamó era aún muy joven. ¿Demasiado joven para un ministerio así? “Nadie desprecie tu juventud... ” , le escribió Pablo. Estar de viaje con el apóstol significaba que carecía de una vida estable y bien estructurada, y sus debilidades se hicieron visibles.

Su origen multicultural fue sin duda formativo: creció en una guarnición romana, de padre griego y madre judía. Su abuela Loida y su madre Eunice son descritas como mujeres con una fe genuina (2 Timoteo 1:5). Parece que Timoteo había recibido todo el afecto que necesita un niño y una buena educación, y parte de esa educación consistía en familiarizarse con las historias del Antiguo Testamento. Timoteo las conocía desde niño (2 Timoteo 3:15-16). ¡Qué privilegio y qué hermosa tarea para una madre y una abuela contarle a un niño el contenido de la Biblia! Sin embargo, todo esto no quita que Timoteo creciera en circunstancias difíciles.

Las circunstancias de la conversión de Timoteo

En su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé llegaron a Listra hacia el año 45. Vivía allí un hombre que tenía los pies paralizados de nacimiento. Cuando escuchó el Evangelio y creyó en Jesús, experimentó la sanación física. En respuesta, los griegos, que en aquella época creían que los dioses lo controlaban y movían todo, dijeron: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” (Hch. 14:11). Empezaron a ver en Pablo y Bernabé a los dioses Hermes (lat. Mercurio) y Zeus (lat. Júpiter).

El sacerdote del templo de Júpiter organizó una fiesta en honor a ellos y preparó toros para sacrificar a estos dioses “encarnados”, lo que Pablo y Bernabé apenas pudieron impedir. Ellos proclamaron a los griegos la necesidad de volverse de la idolatría al Dios vivo y verdadero, el que hizo los cielos, la Tierra, el mar y todo lo que hay en ellos (v.15). En esta situación, llegaron judíos de Antioquía e Iconio que consiguieron persuadir a la multitud con argumentos inventados y falsos, y la incitaron a apedrear a Pablo. El pueblo lo apedreó hasta que lo creyó muerto (v.19). Pero Pablo sobrevivió y consiguió continuar el viaje misionero con Bernabé.

La conversión de Timoteo tuvo lugar en estas circunstancias. Y así, la primera lección que aprendió Timoteo fue que un discípulo de Cristo se enfrentará al sufrimiento. Un creyente no puede esperar una vida exclusivamente color de rosa, en la que termina cada jornada de trabajo cómodamente instalado en su sofá con su bebida fría al lado.

En su viaje de regreso, Pablo y Bernabé se detuvieron de nuevo en Listra. Explicaron a los creyentes otras verdades del Evangelio y les exhortaron a perseverar en la fe. Confirmaron que hacía falta afrontar también el sufrimiento para entrar en el Reino de Dios. Los apóstoles permanecieron en la región hasta que pudieron nombrar ancianos capaces para las iglesias locales. Luego partieron hacia Jerusalén. Timoteo se quedó en Listra, trabajando en la naciente iglesia local.

La carrera “ministerial” de Timoteo

Después del Concilio, que se celebró en Jerusalén, Pablo visitó las iglesias que habían surgido en su primer viaje, entre ellas también la de Listra. Habían pasado casi cinco años desde la primera visita a la ciudad. Cuando Pablo conoció a Timoteo, le dijeron que este joven tenía un buen testimonio (Hechos 16:2).

Estaba claro que Timoteo no había perdido el tiempo. Tras su conversión, se había sumergido en las verdades del Evangelio, ministraba en las iglesias y había dado pasos importantes para su propio crecimiento. Y esto lo notaron los demás creyentes que rodeaban a Timoteo. Daban buen testimonio de él: era un typos, un ejemplo de verdad para los demás.

Así que Pablo decidió incluirlo en su equipo. A Timoteo se le dio una muy buena oportunidad de “hacer carrera” en el Reino de Dios. “Salió” de su entorno, su ciudad provincial, y pudo conocer el mundo. Pablo era una persona extraordinaria que le proporcionaría experiencias extraordinarias. ¡Todo el mundo se fijaría en él al lado del gran apóstol! Incluso podría presumir de ello en los círculos cristianos… sin embargo, esto no ocurrió. Desde el momento en que Timoteo se fue con Pablo, fue como si desapareciera. Incluso durante un tiempo se dejó de mencionarlo. Timoteo había pasado a formar parte del equipo, pero sin disfrutar de visibilidad. El equipo visitó y evangelizó distintas regiones de Asia Menor antes de llegar a Grecia. Se fundaron las iglesias de Filipos y Tesalónica y los nuevos creyentes se unieron a Pablo y Silas (Hechos 17:4). ¿Y Timoteo? Ni siquiera se lo menciona.

Solo cuando Pablo siguió viaje nos enteramos de que, además de Silas, mencionado en primer lugar, Timoteo también se quedó en Berea (Hechos 17:14). ¿Pobre de Timoteo? Probablemente fue él quien se encargó de abastecer al equipo, trabajando con sus propias manos (Hechos 18:5), mientras los demás estaban en las plazas, entrando en las sinagogas... Timoteo sirvió fielmente en un segundo plano; estaba haciendo un ministerio oculto, ayudando al equipo. Y, sin embargo, al hacerlo, participó directamente en la difusión del Evangelio en las ciudades del Imperio romano de la época.

Era una forma especial de aprender, observar y ocupar su lugar sin rebelarse. El propio Pablo fue su modelo en esto. Servir junto al apóstol resultó ser un entrenamiento diario en el discipulado, donde Timoteo podía aprender lecciones y nutrir y profundizar su relación personal con Jesús y esto de ninguna manera bajo circunstancias fáciles.

Años más tarde, durante el tercer viaje misionero, Timoteo acompañó a Pablo, y el apóstol lo llamó su ayudante (Hechos 19:22). Envió a Timoteo desde Éfeso a Macedonia, junto con Erasto, para animar a los creyentes de las iglesias que se habían establecido en los años anteriores. Parece como si Timoteo, al cabo de los años, hubiera ascendido visiblemente de ser “compañero de viaje” a “colaborador”. Como dijo Pablo: “…porque él hace la obra del Señor así como yo” (1 Co. 16:10).

El testimonio de Pablo sobre Timoteo

Timoteo había madurado, había adquirido experiencia y se había convertido en un igual para Pablo. Los muchos años a la sombra del gran apóstol, los años de formación, mostraban sus frutos.

En Filipenses vemos que Timoteo estaba con Pablo en Roma. Le ayudó y estuvo al lado del apóstol en su primer encarcelamiento (Filipenses 1:1). Pablo tenía ahora el deseo de enviar a Timoteo a Filipos para animar a la iglesia. Declaró que no tenía a nadie tan sincero como aquel. Porque, a diferencia de Timoteo, todos buscaban “lo suyo” y no lo que es para el Reino de Dios (Filipenses 2:19-21). “Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (v. 22).

Pablo instó a los filipenses a acoger a Timoteo como es debido. Al hacerlo, demostró su gran estima y su plena confianza en él.

Recomendaciones a Timoteo

El experimentado apóstol hizo varias recomendaciones a Timoteo.

Primero, de carácter ministerial: Timoteo debía estar alerta porque vendrían falsos maestros y engañadores. La gente se apartaría de la verdad y se volvería hacia enseñanzas engañosas (1 Timoteo 4:1-3; 2 Timoteo 3:1-5). Hoy, por ejemplo, en los círculos cristianos secularizados cuestionan cada vez más los conceptos morales cristianos que tuvieron validez universal durante dos milenios.

En segundo lugar, de carácter pastoral: Timoteo debía continuar, perseverar, cumplir fielmente su ministerio y llevar a cabo su encargo (2 Timoteo 4:5).

Tercero, de carácter personal: Timoteo debía visitarlo (2 Timoteo 4:9). Pablo necesitaba su presencia. Debía llevarle el manto, los libros... (2 Timoteo 4:13). Timoteo se había convertido para Pablo en la persona en la que le gustaba confiar. La estrecha y larga colaboración no había provocado ninguna separación. Juntos habían superado muchos obstáculos y situaciones muy difíciles y a menudo peligrosas. Esto los había unido.

Pablo y Timoteo trabajaron juntos en el mismo equipo durante casi veinte años. Veinte años de vida y ministerio juntos. Y Pablo no era un typos fácil, ¡era un modelo desafiante! Era radical en un sentido sano, totalmente entregado a Dios. Tenerlo como modelo y ejemplo directo debió, sin duda, significar para Timoteo sentirse insuficiente y recordarle sus propias limitaciones.

Pablo no ató a Timoteo a sí mismo, sino que le dio amplia libertad para llevar a cabo diversas tareas, cada vez más por su cuenta, animándolo a confiar directamente en Jesús. Pablo fue un ejemplo para él en esto. Timoteo era discípulo de Jesús y no del gran apóstol Pablo. Tomemos como ejemplo a los discípulos comprometidos y consagrados, pero no nos hagamos discípulos de los hombres, sino permanezcamos siendo discípulos de Cristo.

Pablo quería que Timoteo creciera espiritualmente y, en carácter, que fuera fuerte, independiente de la opinión humana, con una fe poderosa y personal, profundamente arraigada en Cristo y en su Palabra. La tradición cristiana registra que Timoteo vivió hasta el año 97 d.C. y fue anciano en la iglesia de Éfeso.

No ponemos a Timoteo en un pedestal como persona. Era “solo” un instrumento de Dios en un proyecto muy grande. Dios lo salvó, lo eligió y lo utilizó, como quiere hacer con cada uno de nosotros (cf. 2 Timoteo 2:2). Si eres un hijo de Dios, ¡sé un ejemplo, un typos de verdad!

Ser un ejemplo atrae “imitadores”, imitadores que te “copian”. En este sentido: multiplícate. Sigue sirviendo al Señor, incluso después de décadas de servicio. Ponte a disposición de Dios o renueva tu disponibilidad. ¿Hay alguna persona para la que puedas asumir el papel de mentor (como hizo Pablo con Timoteo)? ¿Puedes pasar tu vara a otra persona? Ya sea de forma visible, en público o más discretamente, mantente en tu sitio. Persevera y cumple fielmente tu ministerio en el Reino de Dios.

Sé un modelo a seguir.

PAOLO MINDER