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Todos somos continuistas y todos somos cesacionistas
Sabiduría y poder
estaríamos pecando, tal como lo indica la siguiente exhortación de Pablo:
«La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado» (Rom. 14:22‑23).
El apóstol Pablo enseña que todos debemos de informar nuestra con‑ ciencia con convicciones profundas y que debemos actuar conforme a ella para no pecar. El tema de los dones es uno de estos temas que requieren de una profunda convicción personal donde cada creyente le rendirá cuenta a Dios de su convicción. Ningún creyente puede decir que alguien no está siendo bíblico cuando dice que los dones continúan porque hay suficiente información bíblica que apoya esta posición doctrinal. De la misma forma, los continuistas pueden obser‑ var cómo un cesacionista arriba a su convicción doctrinal ayudado por la teología histórica. Lo que ambos necesitan es llegar a tener convicciones profundas que les permitan entregar con claridad su posición al que tiene una convicción distinta.
Lo que estoy tratando decir es que hay temas donde podemos percibir que otros creyentes están arribando a convicciones diferentes, pero a pesar de la diferencia se puede observar que están siendo res‑ ponsables en el manejo de la Palabra de verdad (2Tim.2:15). Si este fuera el caso, entonces en esos temas no deberíamos menospreciar a los que difieren de nosotros. Desde mi perspectiva, el tema de la continuidad de los dones es uno de estos temas en donde deberíamos tener convicciones profundas, pero también deberíamos reconocer que otros creyentes pueden tener perspectivas diferentes. Pero tal diferencia de perspectiva no hace que ellos sean menos creyentes o que no merezcan nuestro respeto como hermanos en Cristo.
Quisiera presentarles varios ejemplos que faciliten el entendi‑ miento de este tema. Por ejemplo, en la escatología hay una gran variedad de posiciones. Yo me considero amilenial, he estudiado el
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tema a profundidad y he llegado a esa convicción en mi consciencia. Pero también soy consciente de que otros creyentes son premilenia‑ les, y respeto a aquellos que han llegado a esa convicción a través de un profundo estudio de la Palabra. Lo mismo puedo decir con respecto al tema del bautismo. Yo soy credo‑bautista, pero he seguido el argumento de mis hermanos presbiterianos que los ha llevado a la convicción del bautismo de infantes. No estoy de acuerdo con esa práctica, pero entiendo su argumento, lo respeto y pienso que ellos son tan creyentes como yo.
El problema, una vez más, es que hemos hecho de esta cultura de extremos nuestra batalla principal. Algunos organizan conferen‑ cias solo para atacar a los hermanos con los que difieren en temas con conclusiones diferentes. No es igual una conferencia en donde el tema es la defensa del verdadero evangelio, a una conferencia dedicada a criticar a los hermanos continuistas porque creen que los dones no han cesado y que siguen en operación. El hecho de que algunos abusen y usen de manera incorrecta los dones, no nos da la libertad para concluir que los que tienen una convicción continuista no son creyentes o son cristianos de segunda o tercera categoría. De la misma forma, los continuista no deben participar de foros cuyo propósito es criticar a todos los cesacionistas solo porque hay algunos que matan el mover del Espíritu. El hecho de que haya personas que son híper-cesacionistas no quiere decir que todos los cesacionistas son fríos y que no dependen del poder del Espíritu santo en sus vidas.
Como lo dije anteriormente, el establecer nuestra identidad a tra‑ vés de etiquetas nos hace sentir seguros. Algunos se consideran continuistas en la línea de Piper, Grudem y Núñez. Otros se perciben en el lado opuesto porque son cesacionistas de la línea de MacArthur, Fergurson y Michelén. Yo considero que se trata de un error dejar que sean pastores famosos los que definan nuestra interpretación de las Escrituras y que nos sintamos seguros solo por el hecho de per‑ cibir que, de alguna manera, nos hemos unido a su clan. El problema radica en que, sin darnos cuenta, nos terminamos aislando de otros, y desde ese supuesto lugar seguro, como la guarida de un francotirador, es fácil atacar a otras personas.
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No me costaría nada decir que todos los cesacionistas son fríos si es que no hubiera interactuado con Greg Travis, uno de los miem‑ bros del concilio de Coalición por el Evangelio, y no hubiera visto su pasión por ver el obrar del Espíritu Santo en su vida y ministerio. Sería muy fácil decir que los continuistas son unos desordenados si es que no hubiera conocido a pastores e iglesias que anhelan ver los dones operando con fidelidad en sus congregaciones y que ese anhelo ferviente va acompañado de un estudio profundo de las Escrituras.
Yo deseo proponer que nos definamos claramente en nuestras consciencias, que tengamos convicciones profundas y sólidas, pero que también veamos que, si dejamos los extremismos, todos seremos continuistas y todos seremos cesacionistas. Lo que quiero decir con esto es que todos tenemos posiciones que hablan de aspectos de la vida cristiana que han cesado de operar luego de la era apostólica y todos tenemos aspectos que continúan operando aun hoy en día. Yo soy cesacionista firme, por ejemplo, en cuanto al canon. Yo creo que el canon de las Escrituras está cerrado y no hay ninguna revelación adicional que pueda añadirse al mismo. Que todo movimiento o cono‑ cimiento que provenga de fuentes fuera del canon será solamente de provecho si es que están de acuerdo con la enseñanza presentada en los únicos sesenta y seis libros que componen la Biblia.
Debido a mi convicción de que el canon está cerrado, no creo que el ministerio apostólico continúa de forma similar al de la Iglesia del primer siglo. Pienso que pastores pueden ejercer funciones similares a la que fungieron los apóstoles, pero solo en el sentido de cuidar de otros pastores, apoyar obras pioneras de plantación y servir o dar apoyo a varias iglesias. Muchas denominaciones llaman «obis‑ pos» a los pastores que ejercen este tipo de papel supervisor. Sin embargo, la función apostólica de edificar el fundamento teológico y el canon Escritural de la Iglesia ha cesado luego de la muerte de los apóstoles.
Por otro lado, todos somos continuistas debido a que creemos que Dios todavía hace milagros. Sé que podemos diferenciarnos por el grado, forma y metodología con respecto a los milagros o las intervenciones sobrenaturales de Dios, pero la verdad es que no he
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conocido ningún creyente que no haya tenido un familiar cercano enfermo que no haya traído la petición a Dios para que Dios inter‑ venga y sane a su ser querido. Algunos podrían creen que Dios les da a ciertos creyentes el don de orar por personas y que el Señor los utiliza para sanar más personas que un creyente sin este don. Otros pueden creer que ya Dios no sana por ningún medio que con‑ tenga intervención de un humano, ni por imposición de manos, o por oración de los ancianos. Pero lo que si creemos todos es que Dios continúa sanando a personas. En ese sentido, todos podemos decir que somos continuistas.
Como ya les he dicho, mi deseo no es basar este libro solo en anécdotas o experiencias, pero hay algunas que merecen ser conta‑ das. Kathy y yo nos casamos en el año 1999, ambos éramos jóvenes profesionales y decidimos esperar unos años antes de tener un bebé. Nuestra mayor motivación para esperar era el poder llegar a tener una situación financiera que permitiera que Kathy pudiera quedarse en la casa para criar a los niños. No voy a negar que en esos primeros años de matrimonio sin hijos disfrutamos mucho del tiempo juntos. Cerca de nuestro quinto aniversario de matrimonio decidimos comenzar de forma intencional a buscar que Kathy quedara embarazada. Los meses pasaban y ya nos comenzábamos a preocupar que Kathy no quedara embarazada. Decidimos ir al doctor y luego de varias pruebas nos confirmaron que Kathy no podía concebir debido a una condición médica. Comenzamos a ver diferentes alternativas médicas para que ella pudiera quedar embarazada, pero por razones de consciencia y por temor a las consecuencias de algunos de los tratamientos, no usamos ningún tratamiento con fármacos.
El doctor sugirió que cambiáramos la dieta de Kathy porque podía en estos casos ayudar a que ella quedara embarazada. Pero paso un tiempo considerable y el resultado era el mismo, Kathy no quedaba embarazada. Esos meses y años que pasamos sin poder concebir fueron muy difíciles. Nosotros nos concentramos en glorificar a Dios en medio de la prueba. Nuestros tiempos devocionales, nuestras ora‑ ciones se concentraban en pedirle a Dios que pudiéramos estar satis‑ fechos en Él y que nuestro gozo no estuviera definido por el regalo
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de tener un hijo, sino que nuestro gozo fuera solo Él. El salmo 73 se convirtió en un bálsamo para nuestras almas:
«¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre» (Sal. 73:25‑26).
Al recordar este tiempo tan difícil, todavía en nuestras vidas pode‑ mos ver la gracia de Dios al enseñarnos por medio de esa prueba a amarle más y estar más satisfechos en Él. Saber que Cristo murió para que pudiéramos tener comunión con Él nos dejaba saber que esa comunión es más importante que el poder tener comunión con nuestros propios hijos.
Pasaron más de dos años caminando por esa difícil prueba. Toda‑ vía recuerdo cuando Kathy se me acercó un día y me dijo: «Joselo, hemos estado orando para glorificar a Dios en medio de esta situa‑ ción, creo que Dios nos está ayudando a poder hacerlo. Pero creo que debemos de orar para que Dios nos dé un hijo». En ese momento me di cuenta de mi falta de fe al no confiar en que Dios todavía es sobe‑ rano y puede hacer como a Él le plazca (Sal. 115:3). Comenzamos a orar más específicamente y en obediencia a la enseñanza de Santiago, un anciano de la iglesia oró para que su vientre fuera abierto.
«¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancia‑ nos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor» (Sant. 5:14).
Sin ninguna otra explicación, luego de que los ancianos oraron, espe‑ cíficamente en el próximo ciclo mensual de mi esposa, nuestro hijo Joey fue concebido. Todavía mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en la misericordia de Dios al concedernos nuestra petición. Nosotros sabemos que no merecíamos este regalo, lo que en realidad mere‑ cemos es el infierno, pero Dios en Su misericordia nos ha dado el
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mayor regalo al recibir la salvación por medio de Su Hijo Jesucristo. Sabíamos que no merecíamos que Dios nos concediera esa petición, pero eso no cambia el hecho de que Dios nos invita a traer nuestras peticiones ante Él.
«Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante ora‑ ción y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios» (Fil. 4:6).
Kathy y yo estábamos afanados porque no podíamos concebir y en la Biblia encontramos el llamado de Dios a traer nuestras peticiones delante de Él. Las presentamos con acción de gracias, no deman‑ dando, no atando o declarando, sino con acción de gracias porque es algo que nunca mereceremos. Eso no significa que vamos dando gracias anticipadas por lo que va a suceder. Damos gracias porque ya Dios nos ha dado lo mejor, el perdón de nuestros pecados, lo que nos permite ir ante Él cuándo estamos ansiosos para derramar nuestros corazones y presentar nuestras peticiones. No conozco ningún cre‑ yente que no tenga una petición en algún momento de su vida. Esto quiere decir que todavía creemos que Dios puede sanar a enfermos y que de alguna forma continúan los milagros. Todos somos conti‑ nuistas, todos somos cesacionistas.
Un tema que voy a tocar varias veces en este libro es que hemos olvidado los dones menos «extraordinarios». Soy consciente de que la controversia sobre la continuidad de los dones gira alrededor de aquellos dones que parecieran ser más milagrosos o sobrenaturales como profecía, lenguas o sanidad. Pero en medio de tal controversia, todos nos hemos olvidados de ser continuistas con el resto de los dones. Todos debemos ser continuistas al ver que solo por el poder del Espíritu Santo podemos ser generosos, enseñar, servir, ser mise‑ ricordiosos o administrar. El problema de las etiquetas extremas nos ha hecho poner en segundo plano los dones que todos juntos debe‑ ríamos abrazar y celebrar porque es el mismo Espíritu Santo quien está continuamente trabajando de forma sobrenatural en formas que parecen ordinarias.
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Poniendo a un lado los dones que pudieran ser controversiales, tranquilamente todos podemos identificarnos como continuistas en el sentido de que entendemos que se trata de un milagro sobrenatural el hecho de que existan personas que sirvan empoderadas por el Espíritu Santo. Hemos olvidados que todos los dones son sobrenaturales al ser impartidos por el Espíritu Santo y que todos debemos cultivar‑ los para el beneficio y edificación del cuerpo de Cristo. Uno de los efectos más nocivos de la controversia en este tema es el abandono de la dependencia al Espíritu Santo (por ambas partes) en dones como los de servicio, generosidad, enseñanza y todos los dones a los que etiquetamos simplemente como «ordinarios». Sin embargo, en esencia, todos son milagrosos y muestran el cuidado directo de Dios para con Su Iglesia por medio de dones impartidos por el mismo Dios para que sean usados para el beneficio del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, celebremos la continuidad de los dones con los cuales podemos estar de acuerdo.
Un argumento que he escuchado en muchos respetados amigos cesacionistas es que creen que todos los dones sobrenaturales han cesado, pero que Dios es soberano y hace lo que le place. Entiendo el argumento porque en cierta forma están diciendo que los abu‑ sos que vemos con los dones ciertamente no son bíblicos, pero no existen argumentos bíblicos para decir que todos los dones cesaron. Por consiguiente, entienden que Dios todavía puede manifestarse en la forma en que Él lo desee. Ese argumento afirma el continuismo bíblico, aunque también señala con claridad que todo desorden o abuso de los dones no debe ser permitido en la Iglesia. Pero a pesar de lo anterior, debemos de estar abiertos a la posibilidad de que Dios se manifieste de formas que ya ha prescrito en Su propia revelación para la edificación de la Iglesia.
Pero también tengo que afirmar que todos deberíamos ser cesacio‑ nistas porque toda práctica de los dones que se aparten de las normas bíblicas no debe ser respaldada. Podemos afirmar que los abusos de los dones deben cesar porque nunca debe permitirse en la Iglesia lo que la biblia no autoriza. Todos los creyentes debemos de unirnos y no permitir que la práctica de dones sea usada para elevar a ciertos
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creyentes por sobre otros, para manipular emociones, o que esas pseudo‑experiencias sobrenaturales erosionen u ocupen el lugar que solo debe tener la supremacía de las Escrituras. En esto todos los creyentes debemos de ser cesacionistas.
Considero muy importante que todos los creyentes abracemos la idea de que estamos en un rango medio entre las convicciones cesacionistas y continuistas. Si somos sinceros y honestos, tenemos que afirmar que nadie puede decir que tiene la totalidad del enten‑ dimiento de cómo se deben practicar los dones en la Iglesia actual. Por un lado, podemos caer en los abusos de hacer de los dones sobre‑ naturales lo más importante en la Iglesia y una marca distintiva de espiritualidad. Por otro lado, podemos negar tanto el trabajo sobrena‑ tural de Dios que impedimos que el Espíritu Santo trabaje en nuestras vidas e iglesias. Por eso este es un tema en el cual es imperativo que desarrollemos convicciones personales y congregacionales, pero tam‑ bién debemos mantener una perspectiva humilde donde entendamos que otros creyentes e iglesias pueden, con clara conciencia, diferir y tener practicas diferentes.
Sé que algunos me pondrán el sello de «ecuménico». Déjenme ser claro, no estoy hablando de poner en juego la doctrina de la Trinidad, la deidad de Cristo, la justificación por fe u otras doctrinas cardinales del cristianismo. El negociar con estas doctrinas es la diferencia entre ser ortodoxo y ser hereje. Un aspecto importante del ser protestante es la realidad de que no somos como la iglesia católica en donde todos debemos de estar de acuerdo con el 100 % de todos sus dog‑ mas. Como reformados estamos abiertos a ser convencidos por la Palabra de Dios y así seguir reformando nuestras convicciones. Esto nos permite reconocer que existen diferentes creyentes que pueden tener diferentes convicciones en estos temas. Sin embargo, el pro‑ blema de no entender que todos somos cesacionistas y continuistas es que podemos caer en el grave error de señalar como no creyentes a personas que realmente son salvas.
Solo debemos mirar la 1 Corintios para ver que el apóstol Pablo podía reconocer como verdaderos creyentes a los miembros de igle‑ sias con serios problemas. Esta carta es escrita a una congregación
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que tenía problemas morales y teológicos. Uno de sus principales problemas era el sectarismo causado por el abuso de los dones espi‑ rituales. Vemos esto cuando ellos se identifican con diferentes líderes y creaban un cristianismo exclusivo (1 Cor. 1:12; 3:1‑9). Pablo les escribió: «Porque cuando cada uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: yo de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?» (1 Cor. 3:4). En la Iglesia moderna no estamos lejos de esto cuando algunos dicen yo soy de MacArthur, yo soy de Piper, yo soy del «verdadero» refor‑ mado o pentecostal. Creamos sectas y divisiones por un tema que no debería causarlo en lo absoluto.
Lo interesante es que, en el tiempo de los corintios, los que eran más hábiles con el uso de los dones espirituales crearon una «casta» superior en la Iglesia, esa era la marca de espiritualidad. En el día de hoy, algunos hacen lo contrario, mientras menos tocan lo subje‑ tivo y sobrenatural más espiritual son y se tiende a menospreciar a verdaderos creyentes porque no son tan intelectuales como ellos. Por el contrario, Pablo tuvo conocimiento de los serios problemas de la iglesia de Corinto, pero nunca los trató como si no fueran sus her‑ manos en Cristo. En el primer capítulo de la carta, Pablo claramente los anima como hermanos en la fe y corrige en amor sus prácticas erróneas. Es un poco irónico pensar que, en medio de la controversia de los dones espirituales, se ha olvidado que una de las porciones más hermosas que habla del amor en la Biblia, justo está en medio de pasajes que hablan de los dones (1Cor.13). Pablo nos dice en esa sección que poco importa tener dones si es que no se tiene amor. De la misma forma, poco importa tener la mejor teología si carecemos de amor. Poco importa tener la mejor liturgia, o solamente usar los instrumentos musicales «espirituales» y no tengo amor. Si pudiéra‑ mos ver que todos somos cesacionistas y todos somos continuistas podremos cultivar el amor los unos por los otros porque tenemos aquello que nos une a Cristo.
«Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de la profecía, y entendiera
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todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy» (1 Cor. 13:1‑2).
Podríamos también leer la carta a los Gálatas y ver el trato duro que Pablo le da a esta iglesia porque tenía apariencia de piedad, pero habían olvidado tener comunión con otros hermanos. Ellos basaron su espiritualidad en el cumplimiento de reglas y rechazaban a otros creyentes que no se ajustaban a estas reglas. Cuando le decimos a hermanos con los que diferimos en el tema de los dones que ellos no son salvos, quizás no se lo decimos textualmente, pero lo insinuamos con algunos comentarios sarcásticos, chistes de mal gusto y burlas sobre sus prácticas. Al hacerlo así, estamos actuando como Pedro y debemos ser corregidos a tiempo como lo hizo Pablo. Así como abusar de los dones es reprensible, también lo es una conducta que pinta a creyentes como no creyentes y el no estar dispuesto a partir el pan con ellos para marcarlos como que no son hermanos.
Cuidémonos de no caer en el error de la iglesia de Galacia:
«¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado?Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vais a terminar ahora por la carne? ¿Habéis padecido tantas cosas en vano? ¡Si es que en realidad fue en vano!Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?» (Gál. 3:1‑5).
Algunos dicen, directa o indirectamente, que su pneumatología correcta (doctrina del Espíritu Santo) sobre los dones es un requisito para la salvación. Es evidente que Pablo no lo consideraba de esta forma. Por el contrario, él trató como hermanos a los miembros de la iglesia de Corinto. Pero a la iglesia de Galacia le habló fuerte‑ mente porque su conducta de separación era contraria a la unidad
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del evangelio. Tu piedad no te salva, tus grados del seminario no te salvan, tu conocimiento perfecto de teología sistemática no te salva, ¡SOLO CRISTO SALVA! Arrepintámonos de nuestra arrogancia de separar hermanos que son verdadero hermanos por un orgullo espiritual en un tema que no lo amerita. Todos debemos de tener convicciones profundas, pero todos debemos de dar espacio para que otros tengan las suyas. La realidad es que todos somos continuistas y todos somos cesacionistas.
Se me dificulta mucho poder relacionarme con algunos que, en persona, se comportan de forma cordial, pero en las redes sociales se transforman y lanzan duros ataques contra todo continuista. Tam‑ bién es difícil tratar a otros que se han auto proclamado «apóstoles» de la defensa de la correcta doctrina de los dones espirituales y por eso viven atacando a las personas carismáticas. El problema con esta actitud beligerante es que muchas veces sus comentarios no son cuidadosos e incluyen a todos en una misma categoría extrema. Les repito que yo estoy de acuerdo con que hay personas que abusan de los dones, que los practican erróneamente. Sé que hay personas que se identifican con el movimiento carismático que son realmente here‑ jes. Pero si simplemente ponemos comentarios sumamente generales sin tener el cuidado de que podrían comunicar que todo continuista cae en la categoría de hereje es irresponsable. Sería lo mismo que decir que todo reformado es un híper‑calvinista o todo cesacionista en un «escogido congelado» (frozen chosen).
El problema principal con hacer del tema de los dones un grito de batalla personal tanto del lado continuista como del cesacionista es que podemos tender a olvidar o dejar de lado el predicar la belleza de Cristo. Yo vivo en los Estados Unidos donde mucha de la población hispana es inmigrante y muchos de ellos trabajan toda la semana fuertemente en la agricultura, construcción y jardinería. Nadie quiere estar en una iglesia donde lo único que se hace es criticar a los que se consideran falsos maestros y las prédicas son sobre desenmascarar los lobos. Por supuesto, debemos identificar a los lobos vestidos de ovejas a través de la enseñanza y la predicación en nuestras con‑ gregaciones. Pero si predicamos de forma expositiva, lo haremos
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en textos que claramente apuntan a esa realidad. Pero aun cuando estemos enfatizando lo malo, no debemos olvidar de señalar a lo que todo pasaje de la Escritura apunta: la belleza de nuestro Redentor Jesucristo. Los dones espirituales son importantes, pero no deben ser el enfoque central de ningún ministerio, ya sea para promoverlos o atacarlos. Nuestro enfoque central y primordial es predicar a Cristo, Su persona y Su obra, el evangelio de nuestra salvación.
«Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimo‑ nio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabi‑ duría, pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor. 2:1‑2).
Cuando recordamos que todos somos de alguna manera cesacionistas y continuistas no olvidemos que todo verdadero creyente es parte de un mismo pueblo. Recordemos que ese pueblo fue comprado a precio de sangre, y recordemos que nuestro enfoque primordial y central es mostrar a Cristo y a este resucitado.
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Unidad dentro de la diferencia
Hace unos años tuve el privilegio de grabar un video4 junto al pastor Salvador Gómez Dickson sobre el tema del continuismo y cesacionismo. Los que conocen mi postura y la de Salvador saben que ambos estamos en lados opuestos del entendimiento en cuanto a la prevalencia de los dones extraordinarios en nuestros días. Durante la grabación pudimos exponer brevemente nuestras posiciones sobre el tema. Mi mayor temor durante la grabación no radicaba en que no pudiera exponer bien mi posición como continuista y mucho menos en que no ganase este supuesto debate, sino que durante la discusión se percibiera cierta hostilidad entre ambos con relación a este tema. Pero la gracia de Dios se hizo evidente y al ver este video5 se pudo apreciar a dos hermanos en la fe que se aman, respetan y afirman la obra de Dios en el otro mientras conversaban sobre un tema en el cual difieren de forma respetuosa y amable.
De todos los artículos que he publicado en la página de Coalición por el Evangelio y de todos los videos que he grabado, este es el que más muestras de ánimo me ha hecho recibir. Durante mis viajes, o cuando estoy visitando iglesias, con frecuencia hay personas que me hacen comentarios favorables sobre el video. La mayoría de ellos
4Uno de los pastores de la Iglesia bíblica del Señor Jesucristo en Santo Domingo, República Dominicana. 5https://www.coalicionporelevangelio.org/video/dones‑del‑espiritu‑continuismo ‑vs‑cesacionismo/
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no me agradecen por mi elocuencia, por mi majestuoso dominio del tema o por defender nuestra postura, sino por reflejar el amor de Cristo junto con un hermano en la fe, mientras discutíamos un tema en el que no concordábamos. El poder mostrar una unidad que es superior a nuestras diferencias, el reconocer que ambos hemos sido salvados por gracia, el reafirmar con humildad que ambos entende‑ mos que somos pecadores y que tenemos al mismo redentor, hizo que podamos mantenernos verdaderamente unidos a pesar de nuestras diferencias.
Aunque mi deseo al escribir este libro es poder presentar una defensa bíblica del continuismo (vamos a verlo más adelante en el libro), mi mayor deseo es poder presentar el evangelio y mostrar cómo hermanos que podemos tener diferencias en lo secundario, sabemos que estamos bien unidos en lo primario. Quisiera enfatizar con la mayor firmeza posible que los creyentes tenemos que apren‑ der que es posible tener convicciones bíblicas en las que podemos diferir, pero que eso no quita que somos hermanos y estamos unidos de forma indiscutible porque Cristo murió por nosotros sin distinción alguna. Lo que determina si soy un cristiano no es mi entendimiento de los dones, sino mi entendimiento y confianza en el evangelio.
Sé que algunos cesacionistas pueden tener muy en cuenta los abu‑ sos de algunos continuistas y pueden considerar que esos abusos socaban el evangelio. Pero mi súplica es que no midan a todos los continuistas con la misma vara solo porque hay algunos que abu‑ san. De la misma forma, puedo pensar en algunos continuistas que identifican a los cesacionistas como aquellos que están en lugares donde el Espíritu Santo es blasfemado al no depender de Él. Quisiera comunicarles a mis hermanos continuistas que piensan así, que no incluyan a todos los cesacionistas solo por algunos que obstaculizan el obrar de Dios. El problema en ambos casos es que hemos permitido que los extremistas sean los que controlen la discusión con respecto a este tema. ¿Cómo poder identificar a un extremista? Desde mi perspectiva, son aquellos en los que el cesacionismo o el continuismo se ha con‑ vertido en su evangelio. Todas sus conversaciones giran alrededor de
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