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Guarda tu lengua

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Guarda tu lengua

Guarda tu lengua

Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hechos 2:8‑11).

Confundiendo nuestras palabras Dios separó a las gentes en Babel para estorbar el mal. Bendiciendo nuestras palabras Dios acercó a los pueblos en Pentecostés para edificar su Iglesia. Pero, así como Dios usa las palabras para nuestro bien, el diablo también las quiere usar para nuestro mal. Recordemos que después de que Dios instruyera a Adán, también la serpiente se acercó a Eva para tentarla con otras palabras. Palabras extrañas. Satanás es el padre de mentira, el destructor de la comu‑ nicación. Satanás quiere estorbar el bien, y fomentar el mal. Desde que la serpiente abrió la boca en el Edén, seguimos todos enzarzados en una guerra de las palabras y tenemos el reto de escoger a qué bando nos unimos.

A través de las palabras la serpiente del Edén engañó a Eva. A través de las palabras Eva ofreció la fruta prohi‑ bida a Adán. A través de las palabras quisieron ambos quitarse la culpa de encima cuando Dios les preguntó.

A través de sus palabras destructivas el diablo logró sembrar incomprensión, traer frustración, derrotismo, vergüenza, tristeza, soledad. Hubo mentira por parte de la serpiente; hubo pecado por parte de Eva; hubo desobediencia por parte de Adán; hubo temor por parte de todos. Las palabras de Dios habían construido una hermosa unidad en el Edén, y ahora las palabras del diablo habían destruido esa unidad. La unidad con Dios y la unidad matrimonial se rompió por culpa del pecado y la desobediencia.

Pero Dios, en su bondad y sabiduría, trae a nuestras vidas palabras redimidas que son capaces de edificar de nuevo. Podemos volver a construir lo que está roto, con el poder de Dios. En la carta de Pablo a los Efe‑ sios encontramos una hermosa descripción de la comu nicación santa que Dios quiere traer a nuestras vidas:

«Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:25‑32).

Te invito a asumir el reto. En esta guerra de las palabras, únete al bando de Dios. Aún puedes abando ‑ nar las palabras que destruyen para reemplazarlas por palabras que construyen. Dejar las palabras de hieren por las palabras que sanan. El pasaje que hemos leído en Efesios trata de la unidad espiritual en la iglesia: «un Señor, una fe, un bautismo» (v.5), resaltando que para poder guardar esa unidad hemos de caminar en el Espíritu, y no en los deseos de la carne. Hemos de dejar las cosas viejas y practicar las nuevas: «Despojaos del viejo

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