2 minute read

Oedipus Landin Eldridge

todo momento, Marina estaba rodeada de adoradoras. Pero un día cuando Belén había salido al baño y caminaba de regreso al aula, se topó con Marina a solas. Ella estaba fumando un cigarro, apoyándose en el balcón del segundo piso mirando hacia el patio. Volteó la cabeza cuando le escuchó a Belén acercarse. “¿Querés uno?” Dos meses después, se encontraron vagando por el bosque selvático. Marina tarareaba una chacarera mientras andaban entre los árboles musgosos. De vez en cuando, Belén se paraba para examinar una flor o un insecto. Cuando ya habían penetrado la jungla muy profunda, llegaron a un claro entre los árboles.

Era la hora del crepúsculo y ya estaban saliendo las luciérnagas. Unos senderos serpentinos conducían hacia el centro, donde había una cama con baldaquino envuelta con telas de color lavanda. Parecía encantado el lugar, como si estuvieran en un sueño. Marina la tomó de la mano y la guio hacia la cama, empujándolo ligeramente hasta que estuvo recostada en el colchón. Tan suave era que Belén se hundía un poquito. Marina se quitó el solero que llevaba, y así en su ropa interior se subió encima del cuerpo ansioso de Belén. Simplemente le montó. El croar amable de las ranas cosquilleó a sus oídos mientras Marina se inclinaba hacia adelante para besarle. Sus labios se partieron ligeramente y Belén conoció su lengua curiosa. Sabía a frambuesa y un dejo de limón. Belén la envolvió en sus brazos, acercándosela a su pecho, esforzándose para contener su sonrisa para poder seguir besándola. Una neblina ascendió del suelo cálido, abrazándolas suavemente y dejando un rastro de rocío en la espalda de Marina, en los brazos de Belén, en la cama que les apoyaba. De pronto apareció una corona de amapolas en la cabeza de Marina, como para reconocer su majestad. Belén, sorprendida, cerró los ojos, soltándole a Marina, los frotó para quitar la alucinación. Abriéndolos de nuevo, vio no más su cabello resplandeciente. Belén le pasó los dedos por su melena y después por sus hombros, así bajando su espalda con los puntos de sus dedos. Qué prometedora se veía la Marina, como un membrillo aún envuelto en su cáscara, esperando a que la pelara para llevarla a su boca.

Advertisement

Así era la introducción de Belén a los placeres de la carne, y aunque habían pasado casi 12 años, de vez en cuando aún le cruzó la mente ese momento tan mágico como inesperado. Belén abrió la heladera y sacó la jarra de limonada. Vertiéndola en un vaso, Belén se preguntaba dónde se encontraría Marina en este momento. La imaginó en París, tomando un café en una mesita en la acera, viendo a los residentes elegantes mientras se pasaban con sus caniches presumidos por las calles angostas de la ciudad del amor. De pronto sonó el timbre, interrumpiendo su fantasía y casi haciéndola dejar caer su vaso de limonada. Lo dejó en el mostrador y se apuraba hacia la puerta de entrada. ¿Quién podría ser? Belén no anticipaba visitantes. Llegó a la puerta y la abrió curiosamente. Lo que vio momentáneamente la paralizó. Esa mujer rubia que se paraba en su umbral no era otra que Marina de los Santos Cabrera.

Landin Eldridge

Oedipus