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La fotografía como obra de Arte

Por Lieya Ortega

Actualmente la fotografía está considerada como un arte más, esto es, la cámara fotográfica al igual que el pincel y el lienzo se ha convertido en una herramienta imprescindible para que muchos artistas expresen sus emociones. Pero al igual que la mayoría del arte contemporáneo en la fotografía la idea que se vende es incluso más importante que la propia obra. Es decir, que la idea de la obra prevalece sobre sus aspectos formales.

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Así, la fotografía artística más allá de su belleza nos hace cuestionarnos y plantearnos una serie de preguntas. Sino lo consigue sólo será una hermosa imagen más, que será relegada a ser únicamente observada y olvidada, como algunas de las imágenes que imperan en este mundo cuya democratización de la fotografía ha creado una sociedad acostumbrada a ver, pero no a fijarse en las imágenes que están a nuestro alrededor.

La fotografía es hoy el arte. Y como el arte, libre. El artista construye imágenes lentas que se oponen a la estética de la instantánea. […] La fotografía pasa a ser el soporte donde el autor expresa su discurso y no el objeto de adoración por sus gamas de grises y otros alardes técnicos o compositivos Es decir, en la fotografía como todo arte el concepto y la coherencia del discurso toma una importancia relevante a la hora de realizar la fotografía, de crearla. 10

Podríamos decir que está visión de la fotografía como arte viene heredada de la década de los 60 cuando los artistas parecían más preocupados por el concepto y la idea que en la propia materialización de la obra.

Por ejemplo, hay artistas que hacen uso de la fotografía para expresar sus emociones. Muchas de está fotografías a lo mejor no son muy brillantes ni estética ni técnicamente, pero tienen un concepto muy potente, tal es la fuerza en la idea que hay detrás del trabajo que consigue eclipsar las carencias estéticas de la imagen. Por otro lado nos encontramos imágenes realizadas por fotógrafos artísticos que son de tal belleza que se convierten en arte por si solas, por su hermosura y su perfecta realización a la hora de tomar la foto.

Pero seamos realistas, una fotografía artística sólo será aquella que cumpla los dos requisitos, aquella que puede ser evaluada tanto por su realización como por el concepto que quiere transmitirnos.

La fotografía como instrumento de trabajo

John Baldessari, el arte de la apropiación

Como podemos ver en el vídeo que abre el post, Baldessari es el artista de la apropiación de imágenes, mezclando en sus trabajos fotografías propias con aquellas imágenes procedente de diversas fuentes, como las extraídas de los medios de comunicación. Baldessari consigue, mediante este collage de imágenes, dotar a las fotografías de un nuevo significado, en algún caso ayudado por los textos que inserta en sus obras, creando de esta manera, un metalenguaje dentro de la obra. Podríamos decir que nos propone a través de su trabajo una nueva forma de ver el mundo, un mundo complejo y fragmentado.

El austriaco Arnulf Rainer, comenzó su obra más característica influenciado por las ideas del automatismo surrealista, movimiento pictórico que apelaba a la supresión del control racional en la composición de la obra, dejando al artista libertad total para crear. Así Rainer, bajo estas ideas comenzó a finales de los 60 a intervenir sus histriónicos autoretratos de fotomatón con tachones, garabatos y pinturas. En estas intervenciones, que continúa aun en día trabajando en ellas, juega con el doble sentido acentua-

do muchas veces por el título, así como con la idea de la muerte. Esto es, el artista sufre una doble inmolación, por un lado el retrato de fotomatón es amordazado en un gesto de dolor, de cierta violencia que produce temor, y por el otro lado es inmolado por el hecho de marcar, de manipular la superficie de la imagen y transgredir, de esa manera, las modernas teorías sobre que es el arte y que es la fotografía.

La fotografía como obra de arte en sí misma

Jan Dibbets, el Land Art como excusa de una bella imagen

Jan Dibbets es un artista holandés muy reconocido, sobretodo, en Francia gracias a su proyecto Hommage Arago entre otros trabajos realizados en París. La obra de Dibbets tiende al arte más conceptual y efímero como el Land Art, no obstante estos proyectos son una excusa para realizar la fotografía deseada.

Es decir, para Dibbets la fotografía es la obra de arte y no es la herramienta que sirve para documentar su trabajo efímero, sino que es al revés. Por tanto, sus arduos proyectos y sus performance se convierten en una intervención puramente visual, relegando de esta manera a la propia performance e intervenciones paisajistas a mero instrumento para poder captar la imagen fotográfica ideal.

Jeff Wall conocido fotógrafo por sus bellas imágenes planificadas y escenificadas como si se tratará de un fotograma de alguna película, pertenece a un grupo de fotógrafos surgidos en Vancouvert que se acercaban a una fotografía más documental, sin perder su aura artística. Así, Wall es uno de esos artistas en cuya imagen la importancia reside en su hermosura y no tanto en su concepto.

No obstante, a pesar de su negación a seguir con la moda del arte conceptual, el minimalismo o la reapropiación, entre otros movimientos vanguardistas, se le ha considerado como uno de los padres del fotoconceptualismo debido a la teatralización de sus imágenes tan pensadas compositivamente.

En Resumen Seguramente hay mucho más fotógrafos que ilustren mejor estos ejemplos, pero personalmente los cuatro mencionados me interesan por su forma de trabajar y por el contexto en que surgieron, cuando la fotografía y el arte empezarón a mezclarse y a unirse.

Así pues, espero que puedas encontrar todo este tema muy interesante y pronto puedas hacer una aportación y contar tu versión sobre lo que puede o no, ser la fotografía artística.

¿Se ha vuelto casi imposible realizar fotografía callejera?

Por Fernando Sánchez

La noticia saltó hace tiempo en las redes sociales. Un fotógrafo publicó una imagen de su cara ensangrentada y de su cámara destrozada. Según parece estaba haciendo fotos un día de agosto en el carnaval de Nothing Hill y encontró a una pareja besándose. Les hizo fotos y la respuesta fue muy violenta. Math Roberts se quedó sin cámara y con uno de los mayores sustos de su vida por hacer una fotografía.

Los tiempos han cambiado. El fotógrafo urbano ya no es bien recibido en la cultura occidental. Ahora que todos llevamos una cámara nos hemos convertido en sospechosos habituales. Ya no podemos trabajar donde queramos. Los gobiernos cada vez ponen leyes más estrictas y los fotógrafos no gustamos en muchos lugares. La sociedad es otra y más desde que hemos entrado en los tiempos de la pandemia. Antes un fotógrafo documentaba la realidad; ahora es un voyeur que se enriquece a nuestra costa y que hace fotos para saber qué perversiones ocultas. Ya no cuenta historias, sino que seguro que almacena todo en discos duros para aprovecharse de la gente que encuentra por la calle o para apoyar a su partido político. Así que parece que cada vez será más frecuente encontrarnos en la misma situación que Math Roberts. La justicia implacable caerá sobre nosotros.No tenemos derecho alguno a fotografiar a la gente que pasea por la calle. Ni siquiera si estamos en medio de una fiesta pública. Los fotógrafos nos hemos convertido en malditos.

¿Es tan negra la realidad fotográfica?

El derecho a la intimidad y el derecho a la imagen han irrumpido con fuerza en las sociedades occidentales. No podemos fotografiar a nadie sin su consentimiento. Se acabaron los argénticos días de vino y rosas. Lo nuestro será una aberración del pasado que recordarán con vergüenza por lo que nuestros antepasados llegaron a hacer con algo tan hiriente como una cámara de fotos. Si queremos fotografiar a una persona, sin riesgo alguno, tendremos que llevar un formulario para que lo firme y nos autorice utilizar su imagen. O mejor aún, ir siempre con un amigo, familiar o modelo para contar cómo es la calle pero actuando, a la manera de algunos fotógrafos clásicos. Hace dos veranos fui a la playa (qué buenos tiempos cuando se podía viajar), al Mediterráneo y al Cantábrico. Y lo pasé mal con la cámara. No me sentí cómodo y casi no pude sacarla. Ni siquiera para fotografiar a mi familia. Tenía miedo de que alguien se sintiera molesto y montara un escándalo. Ya no es un mundo para fotógrafos.

En uno de los pueblos en los que estuvimos vimos el girasol más grande de nuestras vidas. Asomaba desde un patio a la calle. Era de noche y comenté con mi mujer las ganas que tenía de fotografiarlo al día siguiente. Por la mañana ya no estaba. Siempre he creído que el señor que estaba paseando era el dueño de la casa y no le gustó que un fotógrafo rondase su tesoro vegetal. No parecemos gente de fiar. Ya me han dicho que pensar así es arcaico y que no lleva a ninguna parte. Que si creo que soy un privilegiado y que quién me creo que soy para fotografiar a quién quiera. No soy nadie y a nadie obligo.

Pero me encanta reflejar cómo es la vida en la calle y me gusta pensar que en el futuro mi familia, o más gente, podrá conocer cómo éramos realmente cuando salíamos a pasear, cuál era la moda o los peinados que triunfaban. Y si puedo contarlo con mis fotos seré feliz. Me gusta, es mi profesión.

La historia de la fotografía sin gente

La historia de la fotografía es la historia de la gente. El increíble valor antropológico de la fotografía. Desde la primera imagen callejera, en la que se ve a un caba-

llero atendido por un limpiabotas en la calle hasta la actualidad, congelar con un disparo a la gente nos ha permitido conocer más de nosotros mismos. Sería difícil comprender cómo fue la Gran Depresión sin la Farm Security. Imposible conocer los años después de la guerra sin las imágenes de los fotógrafos humanistas. Nunca recordaríamos las fiestas tradicionales sin Cristina García Rodero... Es el comienzo de una lista que puede ser interminable.

Es la mejor forma de conocernos, de saber cómo fuimos. No sonreímos siempre como hacemos en las redes sociales. Nunca en la historia se había visto tanto a la gente de la calle. A ti y a mi. Durante siglos solo podíamos ver a los que creían tener la sangre azul o a los señalados por la divinidad. Y la fotografía rompió con esta injusticia. Todos somos dignos de ser recordados.

Creo que ya lo hemos comentado aquí. En una exposición reciente sobre el bicentenario del museo del Prado podíamos ver cómo eran los visitantes del museo desde su inauguración hasta los años 80. No hay fotografía alguna de los años recientes. No sabemos si íbamos con pantalones rotos, con gafas de ‘Matrix’ o llevábamos móviles pesados. Es algo que se ha perdido. Conocemos más de los visitantes de los años 50 que los de hace diez años.

El problema de la fotografía callejera

Todavía no conozco a ningún fotógrafo millonario por trabajar ocho horas diarias con la cámara al hombro para buscar una expresión. No es una especialidad con la que te hagas rico. Así que no lo hacemos por dinero, nos movemos por pasión. Y es verdad que unos pocos han hecho el mal y se han aprovechado de las personas retratadas. No merecemos pagar justos por pecadores. Me niego a pensar que somos una amenaza. Solo contamos historias. Con una mera herramienta. Y el pecado más grande que podemos cometer es equivocarnos de contexto. No me gustaría encontrar una foto de mi familia en una revista de ultraderecha con un pie de página señalando cómo se divierten las familias arias. Pero no me importaría verla en un libro de Navia o en un periódico en el que se ilustre cómo se divierten los madrileños. Eso es lo que cambia las cosas y lo que debería preocupar a la sociedad. No prohibir y culpabilizar por sistema. Todos tenemos derecho a nuestra imagen. Hemos pasado del blanco al negro. Y es un tema delicado. Lo sé.

Pero no entiendo la doble moral. En el mundo occidental no debemos osar levantar la cámara. En el oriental muchas veces te buscan para ser fotografiados. Y mucha gente viaja y retrata sin problema a los habitantes del tercer mundo. Eso sí. Y a la gente que duerme en la calle.

Nadie se acuerda de los derechos de imagen cuando vemos a los niños pobres con títulos intensos. Ni de los que posan por una perra gorda en los templos budistas con paraguas que nunca llevarían. Hay quien utiliza estas imágenes como trofeo, incluso lo disfrazan de denuncia.

No todos somos así. Afortunadamente hay más fotógrafos que solo quieren contar una historia que los que buscan alabanzas. Muchos huyen de esa teatralización y buscan con la fotografía su propia forma de ver las cosas. Y todo esto debe suceder sin aprovecharse de nadie.

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