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El devorador de mentes

Víctor Abel Mijangos López Lic. en Comunicación

Teencontré en la estación de trenes. Tenía tanto tiempo sin verte que mi mente se tomó unos momentos para juntar los trozos de cristal de tu recuerdo, armarlos y ver si coincidían con lo que estaba viendo. Lo eras. El tiempo, incalculable, hizo su magia en ti: los adornos de tu figura eran todos distintos, pero el brillo de tu rostro al contemplar con admiración los trenes pasar seguía siendo el mismo. Podrías haber cambiado todo, pero seguiría reconociéndote en tu mirada que observa la belleza mundana.

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Te vi, no ibas sola. Alguien te acompañaba tomándote de la mano, la misma que tantas veces apreté con fuerza cuando cruzábamos el espacio en busca de nuevos planetas. Éramos polvos de estrellas en el viaje y nuestros cuerpos se materializaban cuando habitábamos un nuevo sitio. Nos cuidamos de las bestias arrogantes que se abalanzaban contra nosotros para convertirnos en alimento de sus enormes fauces o en esclavos de sus poblados. Huimos de todos esos monstruos y a veces llegábamos con alivio a tierras desoladas, donde nos quedábamos durante tiempos desconocidos. A veces me pregunto qué tan viejos nos hicimos en esos lares donde un minuto en la Tierra podría significar un año en Alconia. No lo sabrás, pero ahí te esperé por décadas pensando que quizá volverías al único planeta que juramos hacer hogar cuando nos cansáramos de tanto viaje inter espacial.

Ganamos todas las batallas, menos la última. Los chicos del espacio ya nos habían advertido de aquel devorador de mentes que reinaba las llanuras de La Verdad: Oblivion. Y pese a todo decidimos cruzarlas sabiendo que la victoria nos daría la eternidad de nuestro lazo; si lo conseguíamos, seríamos parte del cosmos, volaríamos en el infinito de las motas de ma- gia que sobrevuelan las galaxias. Subestimamos demasiado la gravedad de las llanuras, que nos hacían caer cada poco, teniendo casi que arrastrarnos sobre un suelo que despedía un olor de gases tóxicos. El viento nos alejaba constantemente; teníamos que hacer grandes esfuerzos para reencontrarnos en el camino y traspasar el hábitat del dios cósmico.

Solté tu mano como jamás lo había hecho, el peso de tu presencia me inclinaba al vacío. Me viste fijamente tratando de mantenerte firme en el suelo rocoso de las llanuras; mientras veías Mi Verdad un atisbo de duda saltó en tus facciones. Ahí supe que, aunque todavía nos faltaran millas por recorrer, no lo lograríamos.

Llegamos a las fosas donde reposaba Oblivion; te pedí la mano para huir lo antes posible, pero no me viste. Te grité. Volteaste un poco la cabeza. Me sonreíste con tristeza y despido; susurraste una disculpa sin voz. Y seguiste viendo las fosas, esperando. Oblivion salió, eterno, divino, infinito. Temblabas, pero no te moviste un ápice. Corrí, no pude evitarlo. Quizá debí haberme quedado, dejar que las fauces de la bestia nos devoraran a ambos. Pero tuve miedo, y me fui creyendo que más tarde podría recuperarte. Volví a las llanuras tiempo después, pero no estabas por ningún lado. Al final, regresé a la Vía Láctea, a esta estación donde todos los días te buscaba entre las miles de caras sin significado. En ocasiones creía verte, pero solo era un parecido a medias.

Ayer te encontré. Lo tenía todo planeado. Nos veríamos fijamente y en esa mirada quizá buscaríamos un punto de fuga en la distancia emocional. Te contaría sobre nuestras aventuras, cuando fuimos viajeros espaciales duran- te milenios cósmicos; todas las veces que mis partículas de polvo se unieron con las tuyas, todos los soles que vimos y las nubes en que dormimos, las lunas en donde exploré hasta tus formas más adversas que me incitaban a una belleza incierta, en la oscuridad de tus vacíos donde siempre lograba encontrar alguna rendija de luz. Te hablaría de Andrómeda y todas las galaxias que conocimos y explotaron con tu ausencia. Te lo diría todo, que fuimos más allá de lo conocido, que jugueteamos en lo divino, que reímos en lo absurdo, y quizá entonces recordarías y podríamos retornar nuestro viaje, aceptar la eventualidad y envejecer en Alconia. Pero no lo hice. Desde la lejanía supe que realmente querías tomar ese tren, que había algo esperándote en el destino. Te vi partir. Y yo me quedé en la estación. Mañana volveré a las llanuras de La Verdad. Solo espero que el devorador de mentes todavía quiera recibirme en sus fauces.