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Corre, corre, conejito

Cielo de los Ángeles Manga Grajales Lic. en Lengua y Literatura Hispanoamericanas

Enel bosque todos viven en paz y armonía si nadie se mete con nadie. Porque así lo ha mandado la Madre Naturaleza quien mantiene en perfección el ciclo de la vida: si invades un territorio ocupado, prepárate para combatir cuerpo a cuerpo. Sin embargo, esta regla solo aplica para los más grandes. Tú, que eres un pequeño conejo que se la pasa recogiendo frutos, ¿qué crees que te pasará si te enfrentas a un imponente lobo gris?

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Tu madriguera se encuentra debajo de las raíces de un árbol que creció a las orillas de un barranco, no es el mejor lugar para construir un hogar, pero al menos tienes un espacio propio para vivir junto a tu familia. Todos los días tienes que salir a buscar comida, la comida que te brinda la Madre Naturaleza. Aunque, sabes bien que, cada vez que debes salir de tu madriguera, tienes que observar si no hay depredadores cerca, entonces puedes salir.

Un día sales y tu madre te dice que tengas cuidado, que te comportes como un conejito bueno, que no provoques a ningún otro animal, que seas cauteloso y te recomienda mucho que no entres al territorio de los lobos grises. Tú le respondes de mala gana: “Sí, mamá”, porque ya sabes lo que tienes que hacer y ya te cansó que lo repita un sinfín de veces.

Entonces te vas, teniendo las mismas precauciones de siempre, te escondes entre algunos matorrales, tu camuflaje te ayuda a pasar desapercibido, saltas y esquivas hojas secas y ramas sueltas, haces el menor ruido posible… pero hay algo fuera de lo usual: el bosque está tan silencioso, que puedes escuchar tus propios latidos. Al notar esto, bajas la guardia y continúas buscando comida, encuentras algunas semillas, más adelante encuentras florecillas amarillas y les arrancas los pétalos. Tampoco te olvidas de las deliciosas hojas verdes que a tu madre le gusta tanto. No te comes todo esto al instante, sino que lo guardas en una pequeña bolsa para llevarlo a la madriguera. Con eso crees que es suficiente, el resto de la familia puede que se encuentren otras cosas.

Estás a punto de regresar a la madriguera cuando sientes una mirada ajena acechándote por detrás. Sabes bien que no debes salir corriendo al momento, eso te lo enseñó muy bien tu madre, porque de lo contrario quien te está acechando te atrapará más rápido, así que mejor saltas tranquilamente hacia el monte enmarañado que, está demasiado crecido como para que el acechador no te encuentre fácilmente. Tu corazón empezó a latir más rápido y tu mente solo te dice: “Corre, corre, sigue corriendo hasta dejarlo muy atrás”.

Tu respiración está muy agitada y tus pequeñas patitas comenzaron a temblar. Hay demasiado monte que no encuentras la salida y ahora estás perdido, el peligro sigue detrás de ti porque puedes escuchar los pasos lentos y pesados que se acercan cada vez más a ti. Miras hacia tu izquierda, luego hacia tu derecha y finalmente hacia al frente. No sabes a dónde ir, no hay ninguna salida a la vista. Decides correr hacia tu derecha. Mala decisión.

Volteas de reojo si puedes alcanzar ver al acechador. No viste nada, pero chocas con algo duro como una roca. Sacudes la cabeza y te das cuenta que con lo que chocaste no solo era duro, sino que también tenía pelaje, un pelaje áspero y de color gris, además de ser gigantesco. La cosa con pelaje gris, duro y gigante, se retorció cuando chocaste con él y se levantó de inmediato. Rápidamente te diste cuenta de qué se trataba… o mejor dicho, quién. –Hola, pequeñín –te dice el lobo gris con una sonrisa petulante–. ¿Qué te trae por aquí?

–¿A poco no se ve tierno este lindo conejito?, ¿qué opina, jefe? –dice otro lobo con tono burlesco que aparece detrás de ti –, ¿qué le parece si lo comemos? –al oír esto, el miedo está em pezando a invadir todo tu cuerpecito de conejo. –Me parece una muy buena idea.

C.

—¿Qué haces aquí?

—Me busco.

Los dos lobos te miran con deseo y hambre, ambos se relamen los hocicos y lo único que se te ocurre hacer es correr. Huyes despavorido de esos monstruos grises corriendo lo más rápido posible. Tus patitas son demasiado cortas y sabes que no te vas a poder librar de esta, sin embargo haces el intento y sigues corriendo. Los lobos solo te miran correr y se ríen de ti. Unos cuantos pasos y una mordida en tu cuello fueron suficientes para alcanzarte y orinarte del terror en un instante.

Eres un conejo tonto. ¿Acaso no recuerdas que tu madre te dijo que no entraras al territorio de los lobos grises?, ¿acaso olvidaste las leyes que impuso la Madre Naturaleza? Ahora te toca sufrir y cumplir con tu parte. Entre los dos lobos te sujetan el cuerpo: uno en el cuello y el otro en tus patitas. No sabes si fueron los dientes que se insertaron con fuerza en tu cuello, o si fue el jaloneo en tus patitas hasta despegarlas del resto de tu cuerpo lo que te mató, solo sabes que estabas sufriendo y gritando de dolor mientras te torturaban con emoción. Tu cuerpo incompleto y magullado ahora está escondido en alguna parte del bosque, sin vida y no lo hallarán hasta que se den cuenta que tú ya no volviste a tu hogar.

Karla Itzel Mazariegos Ramírez

Lic. en Lengua y Literatura Hispanoamericanas

—¿A qué te refieres? Tú estás ahí, mírate.

—No, estoy perdido, mi alma no está, mis sentimientos se fueron, solo tengo al viento soplando a través de mí, como si fuera un espacio vacío en el cual pasa la vida, el otoño, la primavera, el invierno y todas las estaciones que puedas imaginar, todo pasa, pero nada siento.

—Que lamentable, ¡cuan miserable has de ser!

—¡Lo soy! Lo peor de todo es que nadie me mira, todos parecen ignorar el hueco enorme y negro que me ciñe el pecho, la sangre se desborda y ellos giran su rostro, como si nada pasara, como si el pesor constante no estuviera aplastando mis entrañas.

—¿Y por qué no buscas la felicidad?

—Porque la felicidad me aborrece.

—¿No será qué tú eres el que huye de ella?

—Yo la perseguí por mucho tiempo, seguí su sonrisa y sus ojos por un largo camino que me llevó a la miseria, fui un navegante sin rumbo, me quedé sin muelle, me hallé gritando en medio de la nada su nombre misterioso una y otra vez, jamás acudió a mí.

—¿Y qué hay del amor? Los seres humanos siempre sustituyen su felicidad por el amor.

—Eso es un truco, el amor sirve como un maquillaje a todas las cicatrices que llevamos, es como un parche que esconde nuestra verdadera tristeza, el vacío, pero cuando el amor se va, ¿qué nos queda?. ¡Nada! más que solo el mismo vacío y aún peor porque nos deja creyendo que necesitamos esconder esa marca, buscando más y más parches, pero no hay dos iguales en el mundo, al final terminas despedazado con trozos de parches por doquier sin que ninguno logre esconder los vacíos interminables.

—¿Quieres decir que el amor es… algo que nos inventamos para ocultar nuestras demás necesidades?

—El amor puede cubrir todas las penas, traumas, dolores, tristezas, pero cuando se va, te vuelves adicto a esa anestesia que tenías para sobrevivir, cuando se va te deja sin identidad, sin rumbo, a la deriva y sin una brújula.

—¿Entonces el hueco en tu pecho no se llenará jamás?

—No hace falta, solo necesito volver a ser yo, encontrarme entre todos estos pensamientos, este escombro que dejaron aquellas promesas y anhelos, si me encuentro podré seguir mi camino, si logro por fin hacerte callar, podré vivir.

—¿Qué pasa si no te hayas? ¿Si te pierdes en mí?

—Seguiré a la vida hasta mis últimos suspiros, entre este vacío y el susurro del miedo, así hasta desintegrarme, volveré una y otra vez a ti, pero clavaré mis uñas en lo más profundo para no perderme.

—Si la vida y el amor te parecen tan miserables, ¿qué hay de la muerte?

—La muerte podría ser una buena amiga, pero la muerte es fría, violenta y despiadada, tan despiadada que no se atreve a mirarte cuando más lo necesitas, ella te mira fijamente cuando tú la ignoras, es lo que te asecha y mientras tanto disfruta de la tormentosa existencia de los humanos.

—Me parece, amigo mío, que la muerte te ha dado el regalo de tener vida a través de ella, porque tus ojos ya no tienen brillo, tu sonrisa no es genuina, no puedo ni ver más allá de ti, creo que no tienes nada por lo cual deberías de seguir aferrándote a encontrar tu ser, dejar de luchar en tu mísera y mortal existencia sería tu escape.

—Y así terminamos todos —dijo C mirándose al espejo—. Solos, agonizando mientras cantamos, reímos, bailamos, besamos, acariciamos, escribimos; hablando tus crisis en un espejo, tomando una copa de vino, vomitando tus sentimientos sobre tu máquina de escribir, siendo tu propia voz interior, esa que te dice “no tienes nada, nada a lo cual aferrarte, estás solo, ya no eres el mismo de antes, el brillo en tus ojos ha desaparecido, tus sueños ahora sirven de burla para los que te conocen, ni siquiera el amor puede darte salvación.” —observó su reflejo una vez más y estrelló su mano contra el vidrio—. Sí, así terminamos todos, es una condena, lo sé, pero no es el final. La historia continua mientras tus pulmones tengan aire y tu corazón siga palpitando