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Ante la crítica situación de consumo de drogas, tomemos una oportunidad

proliferado, modificando los cursos de agua. Por tanto, contamos con otros factores que dificultan comparar la extensión de las zonas inundadas con años anteriores.

En el ámbito social, desde el 2008 la sequía provocó un cambio en nuestra percepción del riesgo, nos olvidamos de las grandes inundaciones. El boom de las parcelaciones incentivó la construcción de viviendas en los espacios fluviales, sumado a ello, desde los años 2019-2020, se han incrementado el número de viviendas vulnerables en áreas de inundación; ambos casos representan un problema cuando los ríos recuperan su espacio.

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La nueva población residente posee una percepción del riesgo poco acorde al espacio que habitan, pues la memoria de eventos pasados no existe o es débil, lo que dificulta los procesos de evacuación o incluso puede afectar la adopción de medidas para disminuir el riesgo. El problema se incrementa en áreas rurales donde la planificación del territorio es deficiente o inexistente, quedando relegada a los planes de emergencia comunales. En efecto, las zonificaciones que regulan áreas con riesgo de inundación aplican a sectores urbanos mediante los Planes Reguladores, pese a ello, aún existen problemas de subestimación de las zonas de inundación o derechamente el peligro de inundación no es incorporado adecuadamente en los instrumentos.

¿Estamos entonces ante el retorno de las grandes inundaciones? Es una pregunta que aún no podemos responder. Pero las condiciones climáticas y los cambios ambientales experimentados por los ríos, nos llaman a la prevención y al monitoreo de dichos eventos, cuando el invierno recién comienza.

Hay primeros lugares que jamás querríamos tener, pero lamentablemente las cifras sobre consumo de drogas en niños y adolescentes chilenos me enrostran otra cosa. Y digo “me enrostran” porque es un tema del que todos debemos hacernos cargo. Durante años hemos estado perdiendo a nuestros niños y adolescentes en manos de sustancias como la marihuana, cocaína, pasta base y tranquilizantes sin receta, y cada vez más en el uso de las llamadas drogas químicas. Las cifras son elocuentes. Según datos de la Cicad OEA, nuestros escolares son los primeros de América en consumo de estas drogas desde hace varios años. Pero, además, las estadísticas nacionales publicadas por Senda indican que el uso de estas mismas drogas es mayor en los estudiantes entre octavo básico y cuarto medio que en el resto de la población del país. Los escolares consumen más que el promedio de los adultos y la edad de inicio es alrededor de los 14 años. Este problema venía al alza desde las primeras encuestas en 1994, pero en la última década esta tendencia tuvo un brusco aumento. ¿Qué nos pasó? Debates de legalización, mensajes ambiguos sobre los daños, asociación con logros, fantasías y sensaciones inmediatas, líderes de opinión, canciones y teleseries que incorporan el consumo... Todos estos mensajes dirigidos a los adultos han impactado en la percepción de riesgo entre los adolescentes. A esto se suma el acceso cada vez más fácil a las sustancias psicoactivas debido a un narcotráfico que ve en los chilenos un mercado atractivo y en los adolescentes un grupo vulnerable. Simplemente se ha normalizado el consumo, y las autoridades durante años no han sabido reconocer la gravedad del problema.

Pero tenemos una ventana de oportunidad: debido a la pandemia, la última medición mostró una cierta disminución en el consumo de drogas entre los escolares y un aumento en la percepción de riesgo, al igual que ocurrió en otras partes del mundo. En el contexto de “encierro”, las razones parecen evidentes: difícil acceso a las drogas, menos fiestas, mayor cercanía familiar y menos exposición a mensajes ambiguos. No sabremos hasta la próxima encuesta si el menor consumo se mantendrá después de la crisis sanitaria o si volveremos a las cifras previas a la pandemia. Pero está claro que un mayor contacto con padres y personas significativas que retomen su papel de influencia, actividades recreativas estructuradas y mensajes claros sin ambigüedades son factores protectores efectivos que debemos fortalecer. Además, es crucial iniciar el trabajo de prevención en las primeras etapas escolares, priorizando la educación socioemocional. Todo esto, en conjunto, hará que los adolescentes estén mejor preparados para enfrentar un problema que es más complejo y de mucho más largo aliento de resolver: impedir el acceso a las drogas y la disminución de la oferta.

Los conceptos vertidos en esta página corresponden a autores, siendo ellos de su exclusiva responsabilidad.

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