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Valdorba / Orbaibar
El Decamerón, los vascos y la canción Baldorba
(PARTE I)
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Juan Antonio Urbeltz.
Mari Jose Ruiz
A priori parece disparatado que tengan algo que ver Bocaccio, su obra El Decamerón y el poema Baldorba. Sin embargo, Juan Antonio Urbeltz, autor de la letra escrita en 1978 y popularizada 30 años después por Benito Lertxundi mediante su álbum Hitaz Oroit, nos da las claves en este relato escrito en primera persona, dirigido a su mujer Marian, ya fallecida.
El libreto de 22 páginas, debidamente autorizado en el registro de la propiedad intelectual con el título “Conversaciones con Marian, del amor de un adolescente octogenario”, ha sido muy resumido y, dada su extensión, Merindad lo va a publicar en dos artículos por considerarlo de interés para Tafalla, la Valdorba y la Zona Media. Esta es la primera parte:
Los vascos y El Decamerón
“… Esta canción es uno de los temas que más ha calado en el repertorio de cantos tradicionales vascos. El poema, junto con la referencia al escondido mundo de la geografía navarra que le da vida, tiene un origen que a la mayoría de nuestra gente le resulta desconocido, algo lógico salvo yo y mi familia que conocemos el avatar del que han salido estos versos.

Portada del Decamerón.
En el invierno de 1977 mi esposa y yo estábamos leyendo El Decamerón, libro que el florentino escribió en el confinamiento al que le obligo el espantoso contagio de la peste negra. Aquellos años conocíamos de El Decamerón la película, estrenada a comienzos de los años 70 por Pier Paolo Pasolini, con música de Ennio Morricone. Guardo en la memoria el momento de aquel maravilloso hallazgo. Sin desconocer la naturaleza fabulosa, fantástica de la narración, aquel feliz suceso del invierno de 1977 hizo que en la Semana Santa de 1978 hiciéramos una excursión a Valdorba con la intención de corroborar una primera intuición: si podía haber alguna cercanía entre esa pequeña zona de Nabarra y los dos lugares –el par de topónimos: Berlizon y Bengodi- que figuran en el cuento narrado por el florentino. Poco antes de apagar la luz para dormir llamaste mi atención para mostrarme la regocijante página en la que Bocaccio iniciaba su relato (el tercer cuento de la octava jornada) donde hablaba de nosotros, los vascos, y de dos lugares: Berlinzon y Bengodi, con un argumento enmarcado en una especie de comedia bufa, una pícara broma historiada en la iglesia florentina de San Juan, con el punto de mira puesto en un pintor llamado Calandrino, persona muy simple, crédula y un tanto estrafalaria, que pasaba gran parte de su tiempo con otros dos pintores, Bruno y Buffamalco….
En el alborozado relato contexto del relato, la alusión a nosotros colocaba a nuestra tierra como un país feraz, bendecido por el cielo, una especie de Jauja o como se dice en italiano “paesse della cuccagna”. Era aquel, el ubérrimo país de los vascos, un lugar donde las cepas se ataban con longanizas, donde, además, por increíble que parezca, había montañas de queso parmesano con el que los vascos hacíamos macarrones, que luego cocíamos en caldo de capones. El relato también da cuenta de que por nuestra tierra corría un arroyo de vino pardillo –y lo más maravilloso de todo- Maso de Saggio hizo creer a Calandrino que en Berlinzón y el país de Bengodi, lugares situados en nuestro montuoso territorio, se encontraban unas piedras oscuras –piedras heliotrópicas- que tenían la virtud de hacer invisible a quien se hiciera con una. El caso es que Calandrino hizo partícipes de la maravillosa noticia a Bruno y Buffamalco y les expuso un magnífico plan: podrían convertirse en los hombres más ricos de Florencia, ya que al ser ellos invisibles, los puestos de los cambistas florentinos repletos de monedas de plata los tendrían al alcance de la mano.
Los amigos, conscientes de la broma urdida por Masso le siguieron la corriente. Decidieron ir al Mugnone el domingo siguiente e hicieron creer al incauto Calandrino que él había descubierto una piedra heliotrópica, pues estando uno y otro muy cerca de él por su conversación simulaban no verlo. Así comenzaron a preguntarse dónde estaría Calandrino, a quien tenían al lado, y que habían visto momentos antes. Enfadados, al considerarse burlados, poniendo por delante ingeniosas excusas, comenzaron a lanzar contra él todo tipo de cantos rodados.
Calandrino, dolorido por las piedras que le habían llovido, creyendo a pies juntillas que ya era un ser inmaterial, no dejaba de echar piedras al coleto, piedras que llevó a casa. En el camino de vuelta, los centinelas de la puerta de San Gallo, prevenidos de antemano, lo dejaron pasar sin decirle nada, al igual que unos vecinos con los que se cruzó, que tampoco le saludaron, lo que vino a
Giovanni Boccaccio

reafirmarle en su invisibilidad. Pero al llegar a casa, su mujer Teresa, desde lo alto de la escalera le montó un alboroto porque además de venir cargado de piedras hacía tiempo que había pasado la hora de la comida. El hombre se dio cuenta al instante de que para su mujer no era invisible de modo que ofendido por el contratiempo, la novedad de la situación lo llevó a hacerla culpable de todo, moliéndola a palos a la pobre mujer.
Los amigos que le habían seguido hasta casa simulando que llegaban entonces, oyeron al enfurecido marido y llamándole Calandrino salió a la ventana y les invitó a subir: Vieron la sala llena de piedras y la pobre Teresa despeinada, tirada en el suelo y llorando desconsoladamente. Bruno y Buffamalco aparentaron un enfado regular con el comportamiento de Calandrino por lo que dejaron de tomarle el pelo. Calandrino lleno de ira intentó en algún momento volver a pegar a su mujer pero los amigos no lo permitieron y consiguieron reconciliar al chasqueado Calandrino con su mujer. Los dos amigos salieron de la casa que quedó llena de piedras. Esta es la resumida historia de los “vascos” en El Decamerón”.
Continuará... EL AUTOR
Juan Antonio Urbeltz (Iruña, 1940) es antropólogo y folklorista. Reside en San Sebastián. En 1958 ingresó en el grupo de danza Goizaldi, pasando en 1966 a Argia, grupo con el que ha investigando la coreografía, instrumentos y trajes tradicionales. Desde 1988 dirigió la sociedad Ikerfolk (apoyada por la Diputación Foral de Gipuzkoa) donde se desarrolla también una importante labor de investigación del folklore vasco.
Colaborador en numerosas publicaciones con artículos sobre cultura y danzas tradicionales vascas, dirigió la elaboración de un Atlas coreográfico vasco y es autor de un buen número de libros. Ha recibido varios premios y reconocimientos internacionales entre los que destacamos: Primer Gran Premio Internacional de Danza de Middlesbrough (Inglaterra, 1968); el Grand Collier d'Argent y Distinction Chorégraphique en Dijon (France, 1970); el Prix International de Danse à Charleroi (Belgique, 1973); el Premio Internacional en Llagollen (Gales, 1974) y el Premio Europa a la Cultura Popular de la Fundación Alfred Toepfer de Hambourg (Allemagne, 1998). Desde 1987 el minucioso trabajo de recogida de material se ha plasmado en espectáculos de danza que hunden sus raíces en la tradición y aportan nuevas apuestas coreográficas: Irradaka, Zortziko (1988), Muriska (1989), Alakiketan (1991), Kondharian (1997) y Pas de basque (2002).

