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¿Por qué discutimos por los libros de texto gratuitos?
from 30-07-2023
by cronica
Los libros de texto gratuitos son tan importantes en la vida de los mexicanos, que, cada vez que se anuncia una transformación de sus contenidos se generan discusiones encendidas donde se mezclan ambiciones muy pragmáticas, proyectos de nación, propuestas pedagógicas y nobles propósitos. No falta razón para discutir. Todavía, en la era del internet y las redes sociales, sigue siendo uno de los pilares de la educación mexicana.
Bertha Hernández historiaenvivomx@gmail.com
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Desde 1833, cuando el presidente Antonio López de Santa Anna lo dejó a cargo de la presidencia, el médico liberal Valentín Gómez Farías habló de la necesidad de materiales de estudio producidos por el Estado mexicano, para darle, hasta a los más pobres, la oportunidad de instruirse. A lo largo del siglo XIX, aquel sueño no pasó de los buenos propósitos. Una tradición familiar de los descendientes de Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, afirma que él persuadió a un gobernador, hace siglo y medio, pa- ra obsequiar materiales de estudio. La anécdota, de la que no hay elementos de prueba, no sería más que un suceso bienintencionado pero aislado.
La verdad es que, como una política pública consolidada, el libro de texto gratuito mexicano es un fenómeno del siglo XX, y las discusiones en torno a él son una muestra de las diversidades ideológicas que en torno a la educación existen, y que se hacen visibles cuando el Estado, en su papel de promotor educativo, toma decisiones respecto a contenidos, planes y programas de estudio.
Con toda seguridad, Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública del sexenio de Adolfo López Mateos (19581964) jamás se imaginó el alcance del proyecto que logró concretar en 1959: la creación de una entidad gubernamental, responsable de editar, producir y distribuir materiales de estudio, libros, concretamente, para los alumnos de primaria, en ese entonces, el único nivel educativo obligatorio en México.
Hace 64 años, fue una hazaña edi- torial planear y producir 17 millones de libros, para estudiantes de primero a cuarto grado de primaria. Nunca antes se había hecho un tiraje, de nada, de ese tamaño. Hasta antes de la pandemia de COVID-19 la cifra de libros que se producía anualmente para los estudiantes de preescolar, primaria y secundaria, se acercaba a los 200 millones de ejemplares.
El mecanismo que hace llegar a esos libros a la mayor parte de los hogares del país se fue afinando a lo largo de esos sesenta y cuatro años transcurridos. Ya hubiera querido José Vasconcelos disponer de esa estructura logística que hoy existe, para poner a circular sus “libros verdes” de clásicos, o sus ejemplares de la célebre revista El Maestro. De esa capacidad de llegar a muchos rincones de México, deviene la importancia, práctica y simbólica del libro de texto gratuito.
Porque las buenas intenciones han sido constantes, pero sólo la modernidad que llegó con el siglo XX permitió que ese sueño de dar acceso a la educación a todos los mexicanos, al garantizar materiales de estudio, se volviera algo con mucho de realidad.

LOS ORÍGENES ACCIDENTADOS
No fue sencillo instrumentar la producción del libro de texto gratuito, que, hay que decirlo, no fue el primer intento relevante del Estado de producir materiales educativos. Vasconcelos reimprimió los libros de historia de Justo Sierra, sin importarle mucho su origen porfiriano, pero jamás alcanzó ni el tiraje ni la distribución indispensables para abatir el analfabetismo de sus días de secretario de Educación Pública, que se estima en 80% de los mexicanos de 1921. Consciente de las limitaciones de los primeros años de la SEP, Vasconcelos se aplicó a hacer de su revista El Maestro, un pequeño compendio de muchos conocimientos, tanto humanísticos como prácticos, que a través de los profesores llegaran al salón de clases.
El gobierno mexicano produjo pequeños libros de lecturas, a lo largo de las décadas que siguieron, en un intento por proporcionar un material que en algo sirviera a los escolares. Esa era la misión de la Comisión Editora Popular creada en el gobierno de Lázaro Cárdenas, en los años 30 del siglo pasado.
Jaime Torres Bodet, joven colaborador de Vasconcelos en 1921, y que fue titular de la SEP, por primera vez, en la segunda mitad del sexenio de Manuel Ávila Camacho, no tuvo tiempo de promover el libro de texto gratuito en esos años, pero sí logró instrumentar una importante campaña alfabetizadora, para la cual se produjeron miles de cartillas para aprender a leer y escribir. Pero ninguna de aquellas publicaciones estatales era, en realidad, un libro de trabajo cotidiano. No abarcaba todas las asignaturas que los alumnos de primaria debían estudiar.
En cambio, surgió un importante mercado de libros de texto editados por empresas privadas, que estaban a la venta, previa revisión y aprobación de la SEP. Ese mecanismo operó durante muchos años, y el costo de los libros era uno de los muchos factores que propiciaba la deserción escolar. No eran pocos los que abandonaban la educación primaria porque no podían pagar los materiales necesarios para el estudio.
En el sexenio de Adolfo Ruiz Corti- nes hubo fuertes tensiones entre la industria editorial y el gobierno federal: los libros de texto eran caros, decía la SEP. Discutieron todo el sexenio, y en los últimos meses, los editores privados estaban amenazados: el gobierno sopesaba la idea de convertirse en editor, si no reducían los precios. Incluso, existió una Comisión Proabaratamiento de Libros de Texto, que nada logró y, en cambio, heredó al siguiente gobierno una relación poco cordial con los editores. Aquel gobierno se terminó sin que se llegara a acuerdos. Por eso, cuando Torres Bodet llegó a la SEP por segunda ocasión, en 1958, y percibió el escaso margen de maniobra que le habían dejado, vio la oportunidad de “realizar un sueño de juventud”, como escribió en sus memorias, al tiempo que resolvía el conflicto.
El libro de texto gratuito, en el discurso de los gobiernos posrevolucionarios, equivalía a cumplir la promesa de la educación gratuita; si había materiales de estudio, nadie tendría por qué abandonar la primaria. Un complemento de aquella naciente política pública, en 1959, fue la creación de los desayunos escolares.
Los primeros libros de texto gratuitos se produjeron en imprentas de periódicos e historietas. En los talleres de Novaro, una editorial ya desaparecida y dedicada a la producción de historietas, se imprimieron esos ejemplares. Martín Luis Guzmán, presidente fundador de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (derecha) entregó los materiales al presidente Adolfo López Mateos (centro) y al secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet (izquierda).
“FUEGO GRANEADO”
Así definió Torres Bodet a las intensas críticas que desató la decisión del gobierno mexicano de convertirse en editor, productor y distribuidor de libros de texto. Se necesitaba dinero y voluntad política, y en 1959 existieron ambas cosas, indispensables para crear la Co- misión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), que nació como un organismo con amplísimas facultades, para cumplir el encargo de principio a fin.
Cuando, en enero de 1960, el primer director de la Conaliteg, el escritor y periodista Martín Luis Guzmán entregó, al pie de una rotativa, el primer ejemplar del libro de texto gratuito para el primer año de primaria, al presidente López Mateos, ya habían transcurrido algunos meses de intensas críticas, provenientes de sectores de derecha católica, recelosos de los contenidos que podrían tener esos libros, y de editores de libros de texto, que veían cómo el mercado en el que operaban desde hacía años, se les escapaba de las manos.

¿Eso era todo? No. Los niveles de la discusión en torno al libro de texto tienen desde entonces, varios niveles. No son pasiones de una temporada, porque el libro de texto gratuito mexicano se consolidó y se volvió un programa transexenal. Por duras que sean las crisis -y vaya que las ha habido- que hacen tambalearse a la economía nacional, jamás ha pasado por la cabeza de los gobernantes no considerar el presupuesto para producir esos libros que permiten estudiar a muchos escolares de nivel básico.
El gran tema de fondo en las primeras polémicas por el libro de texto gratuito residió en el “quién tiene derecho a educar” y qué conocimientos transmite. Ese fue el factor que provocó la queja de los grupos conservadores de derecha católica, que, en un entorno de fuerte anticomunismo reflejado en numerosos gestos de la vida cotidiana, quiso descalificar los libros, acusándolos de “comunistas”, en una época en que eso podía ser muy mal visto en algunos ámbitos de la vida pública.
Desde entonces, cada reforma educativa, cada nuevo proyecto pedagógico, se refleja en los libros de texto gratuitos. Naturalmente, reflejan las metas educativas de un gobierno y el modelo de ciudadanos y ciudadanas que pretende formar. De esos dos elementos se derivan todos los cuestionamientos, críticas y descalificaciones formulados a las diversas generaciones de libros que se han producido desde 1959. Hay quien se ha quejado y armado un escándalo público por una ilustración. Las acusaciones de “comunismo” renacen cada tanto. Paradoja: buena parte de las quejas contra los libros de texto gratuitos provienen de personas que no hojean uno de esos materiales desde que estaban en primaria