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El arroz y los verdaderos jefes de la burocracia
Aestas alturas, los desafíos que enfrenta el Gobierno no son ya solo problema de Guillermo Lasso, sino también de quien sea que aspire a hacerse con el poder en las elecciones que se avecinan. Si el próximo Gobierno piensa que la debacle de la corta gestión del mandatario actual se debe únicamente a él y sus ministros, entrará intentando tapar el sol con un dedo. Como en toda inmensa organización jerárquica, el funcionamiento del Estado también depende de sus mandos medios —dueños de una descomunal capacidad de agilizar o entorpecer todo—; fue allí donde el régimen de Lasso cosechó su más estrepitoso fracaso.
La Asamblea tenía un claro mandato del correísmo y otros partidos de bloquear toda iniciativa del Ejecutivo. Sin embargo, esa orden no se limitaba solo al Legislativo, sino que alcanzó también a los ministerios y demás estructuras del Estado. Sin un Ejecutivo eficiente, quien termina mandando no es solo el correísmo y su cooptación del Estado, sino distintos intereses económicos, políticos y delincuenciales. El mejor ejemplo de ello es lo que está sucediendo con el arroz.
La pugna con los arroceros fue la primera que debió enfrentar el régimen actual. Sin embargo, todos los supuestos acuerdos y mecanismos que se estipularon desde entonces para sobrellevar la situación, no pudieron ser puestos en práctica por falta de eficiencia administrativa. El caos resultante –con controles de precios, cuotas de importación, especulación, paralizaciones y demás mecanismos propios de estados primitivos— beneficia a intereses oscuros. Desde ya, los candidatos deben tener claro qué harán para destrabar esa burocracia que sirve a intereses oscuros.
EDUARDO F. NARANJO C.
eduardofnaranjoc@gmail.com
Festival de cuentos
El público parece agotado del escenario político. Cualquiera que tenga un dinerillo o ‘donantes’ puede entrar al ruedo sin rubor alguno y con cierto ingenio contar fábulas a los parsimoniosos ciudadanos obligados por ley a contribuir con su voto al sainete electoral que conduce a destino incierto y tumultuoso a este país.
En este round aparecen todo tipo de ‘salvadores’; unos desean la Presidencia y otros cómodos la Asamblea. Como se requiere inversión hay apostadores metiendo sus cartas para que un afín llegue al poder.
Candidatos de todas las especies y ningún estadista que sirva a la sociedad, pero sí quienes ven la política como ‘negocio’. Grupos económicos incluidos, adinerados libaneses promueven a Otto. Otros que gracias a la ‘política’ lograron millones promueven un mercenario piloso, en tanto algunos vuelven con furia para ver si lo logran. Varios abandonan su nicho partidario inicial, para ir a cuenta fabricando ‘partidos’.
Unos vienen de viejas vertientes políticas y ofrecen cosas que nunca cumplirán. También hay ‘fabricados’ en base a información recibida de diversas fuentes que, ofrecen venganza a los votantes crédulos y otros se consideran herederos del populismo.
Sin conocer la estructura del Estado y sus procesos, postularse es riesgoso, pero qué importa, si habrá recompensa. Dirigir un país implica tener idea de la economía, de los problemas sociales, del funcionamiento burocrático, cómo recaudar impuestos no pagados, atender deficiencias de seguridad y ofrecer planes concretos para el control de las mafias, saber cómo mejorar la educación en calidad y alcance, cómo atender la salud y vivienda de forma óptima, etc. Con ‘planes de 20 páginas’, ¿cómo creer que estos oportunistas servirán para salvar el país? El mejor ejemplo es el ricacho banquero. El elector debe analizar quiénes están detrás del telón y con qué intenciones.