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Cómplices del embarazo infantil
Cada año, las estadísticas de niñas embarazadas que arroja el país nos recuerdan que estamos ante una nación de cómplices. Apenas en 2022, se registraron 3.386 embarazos en ecuatorianas de entre 10 y 14 años. Tanto la ley como el sentido común dictan que una niña de esa edad no está en capacidad de otorgar su consentimiento y que, por lo tanto, un caso de esa índole equivale a violación. Una niña embarazada constituye la evidencia inocultable de un delito, pero existe una gritante impunidad — la cantidad de presos por todo tipo de crímenes sexuales en el país apenas sobrepasa los 3.500— que se asienta en autoridades locales, personal del sistema educativo y comunidades que prefieren mirar a otro lado. En la mayoría de los casos, esta tragedia es además producto de incesto y de violencia sexual intrafamiliar prolongada que perviven por la tolerancia del entorno.
En el grupo adyacente la situación tampoco es halagüeña. Hay más de 50 mil adolescentes —de entre 14 y 18 años— embarazadas y 80% de estos casos son producto de abuso. Según las últimas cifras, 12% de las ecuatorianas de entre 10 y 19 años ha estado embarazada al menos una vez y más del 15% de nacimientos del país se deben a madres menores de edad.
Esto no va a cambiar mientras no se supere el machismo mal disfrazado de moralidad que sigue obstruyendo el desarrollo de la educación sexual en el país. Se requiere una enseñanza que enfatice la autonomía, el respeto, los límites y el consentimiento, en la que las niñas aprendan a reconocer y denunciar, para paliar esta situación que, al final de cuentas, conlleva una pérdida insalvable de vidas y potencial humano para el país.
El hambre
En pleno siglo XXI, una gran parte de la humanidad sufre hambre y millones de niños sufren de desnutrición crónica, porque sistemáticamente y en cada día se viola el derecho fundamental a la alimentación que hoy se ve afectado por las políticas sancionadoras de Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea a Rusia, debido a la guerra con Ucrania.
La crisis alimentaria mundial destruye el derecho más elemental para el ser humano: el derecho a no sufrir hambre y a estar bien alimentados. El hambre provoca este drama que no solo impide el desarrollo de las naciones, ya que “el difícil acceso a los alimentos trae consecuencias graves en la salud, la educación, el bienestar de madres y padres. Además, disminuye la capacidad del ser humano de ganarse el sustento diario”.
Se define a la crisis alimentaria como la dificultad seria y, en la mayor parte de las veces, insuperable, que tienen los seres humanos al acceso a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para satisfacer sus necesidades dietéticas y preferencias alimentarias para una vida activa y sana, de conformidad con una de las concepciones de la FAO.
El informe de la Red Mundial contra las Crisis Alimentarias plantea que tras la pandemia por la COVID-19, han surgido nuevas amenazas para los países más vulnerables en relación con el acceso a los alimentos. En 2022 había más 155 millones de personas que sufrían la crisis alimentaria.
Hoy serían unos 170 millones de seres humanos los que sufren de crisis alimentaria. Las causas actuales de la crisis serían las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia por la guerra en Ucrania que provocan el desabastecimiento de productos alimenticios y el deterioro y agravamiento de la crisis alimentaria que golpea a los más vulnerables: niños y ancianos.
un modelo de país en el que todos, independientemente de su color de piel, tuvieran los mismos derechos
Hoy, 18 de julio, se conmemora el Día Internacional de Mandela, una fecha que nos convoca a reflexionar sobre el potencial de cada ciudadano para generar grandes cambios a través de acciones sencillas y cotidianas Los valores de Mandela podrían inspirar a los candidatos en las próximas elecciones anticipadas. Aquí propongo algunas claves de su pensamiento: Liderazgo basado en la reconciliación: reconocer y abordar los conflictos latentes en una sociedad diversa y pluricultural como la nuestra, buscando la unidad y la resolución pacífica de diferencias. Compromiso con la justicia y los derechos humanos: con políticas y leyes justas e igualitarias, garantizando el respeto de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Empleo de la diplomacia y la negociación : buscar el diálogo y el consenso en la toma de decisiones, priorizando el bien- estar de todas las partes involucradas. Liderazgo ético: actuar con honestidad y transparencia, ejerciendo el poder de manera responsable. Empatía y compasión: demostrar una genuina preocupación por las necesidades y dificultades de los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables. Persistencia y resiliencia: afrontar los desafíos y adversidades con determinación, trabajando incansablemente por objetivos nobles y beneficiosos para la sociedad. Si bien algunas de estas acciones pueden desarrollarse con buenas intenciones, es indudable que se requerirá de grandes cualidades de la persona que aspira ser el próximo Presidente de Ecuador. Por tanto, debemos ir más allá del TikTok, los bailes y la chabacanería, e intentar evaluar con seriedad cuál de los candidatos podría poseer la capacidad y la bondad necesarias para gobernar. Está claro que la elección de un líder debe basarse en su experiencia, competencia, integridad y compasión, en lugar de meros aspectos de popularidad.