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La edad de la aborrecencia
Soy una de tantas madres que lidia con los repentinos cambios de humor de sus hijos. En casa tenemos tres especímenes que van de los 11 a los 13 años. Hay días en que son receptivos, cariñosos, conversadores. Pero, otros, son callados, aburridos, emproblemados.
En un momento se sienten seguros y capaces de escalar la montaña más alta; horas después la vida se torna en una montaña empinada. Escoger qué ropa ponerse, qué peinado llevar, qué película mirar en la televisión, a qué amiga invitar a casa, a qué jugar entre hermanos, todo es cuesta arriba. Incluso las tareas más sencillas se les escapan. Lavarse los dientes después de comer, atarse los cordones de los zapatos, pasarse un cepillo por el pelo.
Los años de la adolescencia son complejos. Para ellos, porque están bajo un proceso de cambio hormonal, neuronal y físico. Y para nosotras, porque nos cuesta aceptar que ese niño obediente, predecible, atento y considerado se va reemplazando por un alienígena egoísta y despreocupado. Lo que debemos comprender es que el comportamiento irracional e inmaduro de los chicos, no puede justificarse bajo la premisa de “es que es la adolescencia”.
Entre los cientos de libros sobre educación y psicología que se han escrito, recomiendo ‘The Teenage Brain’, de la neurocientífica Frances E. Jensen y ‘Tormenta cerebral’ de Daniel J. Siegel. Ambos estudios coinciden en que entre los 12 y los 24 años ocurren cambios cerebrales importantes y desafiantes. Si madres y padres entendemos ese proceso, podremos ayudar a nuestros hijos a tomar riesgos, a ser autosuficientes y conectar con otras personas.
Por lo tanto, más allá de atormentarnos por la “aborrecencia”, es nuestro deber prepararnos para guiarlos, apoyarlos, pero también establecer límites a su comportamiento volátil.
Ahora podemos entender lo que nuestros padres no pudieron.
JAIME LÓPEZ
A las puertas de la votación
Sinos duele tener un país fallido como muchos referentes y articulistas lo definen, frente a la próxima votación, es necesario sentarnos frente a un espejo, reflexionar profundamente sin engañarnos sobre lo que tenemos que pensar antes de votar y creer firmemente en que todavía podemos