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Ambato de fiesta y con la cabeza en alto

Cuando Ambato se levantaba de las cenizas del brutal terremoto que la estremeció el 5 de agosto de 1949, no lo hizo con lamentos ni súplicas. Lo hizo con la fuerza y determinación que hoy muestra su gente y que ha sido un ejemplo nacional.

La Fiesta de la Fruta y de las Flores, lejos de ser un evento farandulero ni un invento del márketing, nació del ímpetu de industriales y agrónomos que buscaban reabrir mercados locales y nacionales con una gran feria que duró 15 días. Se acompañó de la elección de la primera Reina de Ambato, Maruja Cobo, a sus 18 años. Habrá aquellos que la miren con el ojo crítico de quienes castigan “las estructuras del patriarcado”, pero poco saben de la historia que entrelaza la dignidad y la fuerza de la mujer ambateña que, desde aquel 1951, ponía lo suyo para terminar de reconstruir a su familia y a su comunidad.

De los más de 18 millones de ecuatorianos, a muchos la vida nos ha librado de una catástrofe como aquel terremoto que sufrieron nuestros hermanos de Manabí y Esmeraldas, también en algunas zonas de la Amazonía. No por eso dejamos de reconocer la fuerza que se necesita, como ser humano que perdió seres queridos, bienes materiales y, quizá, el trabajo de toda una vida, para levantarse y volver a reconstruirlo todo, con creces.

‘Florecemos para el mundo’, el lema que adorna a la Fiesta este año, inspira; porque Ambato no lo hace solo por ella, como vemos en algunas otras urbes, sino que brilla con tal lucidez y orgullo, que a su paso genera prosperidad y luz para quienes se dejan seducir por sus bellezas, sus delicias y su capacidad productiva.

Saludamos a Ambato, gran ciudad a la que acompañamos e informamos, con respeto, valentía y compromiso, desde hace 30 años.

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO rosaliaa@uio.telconet.net

Hablar de las pequeñas cosas

Parecería que, en medio de las urgencias de la vida, de la lucha por los espacios de poder, por las algarabías de las que la vida está inundada, nos olvidamos de lo verdaderamente importante que generalmente está representado por las que denominamos ‘pequeñas cosas’.

Esas pequeñas cosas que le dan sabor a la vida, que la vuelven trascendente, que son parte fundamental de las familias, de las amistades, de las personas que tenemos en nuestro entorno. En este sentido vale la pena reflexionar por ejemplo sobre el valor del diálogo, la necesidad de conversar, de hacer que el espacio común de la mesa donde nos servimos los alimentos se vea libre de la contaminación de los elementos tecnológicos, para que podamos enterarnos de lo que sienten, de lo que hacen los demás.

Parecen cosas simples, pero en realidad son trascendentes, tienen que ver con la capacidad de diálogo y de mutua comprensión, con solución a problemas y controversias, con un mundo más llevadero y solidario.

También es importante aprender a escuchar, no solamente pensar en que lo que uno dice es válido y tiene trascendencia, sino saber asimilar las diferencias, llegar a acuerdos, comprender las situaciones de los otros, ponernos en sus zapatos, en suma.

El diálogo vincula, hace más llevaderos los problemas y aporta a soluciones. Muchas veces las palabras no dichas, la atención no prestada, desencadena conflictos y malos momentos.

Por ello recomiendo prestar atención a los detalles, a lo que puede hacer amable la vida, a lo que llena de emociones los corazones y nos empuja a seguir viviendo, trabajando, siendo solidarios, respetuosos y considerados.

deberemos pagar lo que se desvía en coimas, desfalcos, negociados, gratificaciones, sobreprecios y más formas de corrupción; nuestros impuestos serán los encargados de cubrir estas anomalías.

Todos tenemos la obligación de darle sentido a nuestra existencia, basados en los valores morales, éticos y espirituales que como seres humanos tenemos y, que, de alguna manera han sido cuestionados por el Estado de propaganda que hemos vivido en los últimos años, pretendido desmerecer el valor de la vida humana p or la viveza criolla de quienes disfrutan del dinero mal habido dentro y fuera del país. Kant ya lo manifestó hace mucho tiempo: “si bien todas las cosas tienen su valía, el ser humano tiene su dignidad y razón por la cual nunca debería ser tratado como un medio, sino como un fin en sí mismo”.

Un nuevo proceso electoral está cerca y debemos decidir sobre nuestra existencia. Los valores morales, la dignidad y el honor de las personas están en juego; seguimos como antes o cambiamos el futuro. Hay que identificar y sepultar en las urnas a quienes han hecho de la corrupción su modo de vida, a los codiciosos que juegan con la vida de la gente. Planes, programas y proyectos fracasan por la incapacidad intelectual que domina el instinto populista, cuyos rezagos aún se conservan en la administración pública. La sensatez nos permite recordar el vergonzoso pasado de quienes destruyeron el país y, no volver a confiar en quienes dicen tener la solución para todo porque jamás les importa el bienestar de la parroquia, la ciudad, la provincia y el país. Debemos recordar siempre que el honor y la dignidad no tienen precio, pero el socialismo lo ha tarifado, tampoco se puede perder la esperanza y la posibilidad de hacer escuchar nuestra voz ante la injusticia para contrarrestar la presencia de algunos individuos que no merecen otra oportunidad. Nuestro voto decide el futuro.

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