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Entre vecinos

Ainicios de 2004, en Buenos Aires, el entonces embajador ecuatoriano Germánico Molina protagonizó un incidente bochornoso. Haciendo uso de su vehículo diplomático, recogió al general Guillermo Suárez Mason de su domicilio y lo llevó a una fiesta que un grupo de amigos organizó por su cumpleaños. El problema era que Suárez se encontraba en arresto domiciliario, sentenciado por desaparición de personas y secuestro de niños, entre otros cargos; había sido uno de los principales líderes de la despiadada represión conducida por la Junta Militar argentina a finales de los setenta. De no haber sido por el Embajador ecuatoriano, jamás hubiese podido abandonar el arresto domiciliario.

Al prestarse para ello, Molina —exoficial de Policía— incurrió en un delito por el que incluso enfrentó un juicio dos años después, cuando el Gobierno al que sirvió ya había sido derrocado y Suárez Mason ya estaba muerto. En aquel entonces, el escándalo exigió unas justas disculpas oficiales por parte de la Embajada ecuatoriana y el retiro inmediato del Embajador.

E n aquel entonces, con el kirchnerismo apenas naciendo en Argentina y Ecuador sumergido en lo más cercano al liberalismo que ha tenido en este siglo, no era difícil encontrar voces en ambos países que juzgaban a los represores ‘perseguidos políticos’ o ‘víctimas de persecución’. Sin embargo, la diplomacia ecuatoriana tuvo la delicadeza de reconocer que, cuando se está en territorio ajeno, se debe respetar la soberanía y no inmiscuirse en la pugna política local. México, Venezuela y ahora Argentina; el Gobierno Nacional debe recordar cuán poca consideración le tienen algunas naciones que dicen ser nuestras ‘hermanas’.

Migraciones y refugiados

Elser humano se ha movido siempre sobre la faz de la Tierra; hay pruebas suficientes desde el nomadismo primitivo. Pero también sabemos cómo, a lo largo de la historia, las personas han tenido que movilizarse para evitar las guerras, los conflictos, la violencia.

En los tiempos actuales el fenómeno se acentúa; basta mirar a los millones de personas que la situación económica, social y política de Venezuela ha arrojado fuera de sus fronteras nacionales y los ha puesto a caminar dentro de la América Latina, e incluso fuera del continente. Los problemas en Siria o en Afganistán ponen en jaque a los países vecinos e inundan las carreteras de escenas de desesperación y de muerte.

La guerra de Ucrania ha puesto otra vez a Europa en una muy difícil situación, frente al éxodo de los ucranianos que huyen de la terrible situación a la que se ve abocado el país.

Además de las dolorosas situaciones, muchos de ellos tienen que enfrentar el accionar de mafias que los explotan, que abusan de la necesidad de las personas y se ven obligados a pagar cuantiosas sumas por los traslados, como ocurre también, por desgracia, con nuestros compatriotas en manos de coyoteros sin escrúpulos que medran frente a las circunstancias de ansias por mejorar que mueven a muchos de quienes se autoexilian y dejan el país.

Los Estados están en la obligación de proteger a sus ciudadanos, por lo que las bandas de miserables que se dedican al tráfico humano deben ser perseguidas y sancionar a los delincuentes que, muchas de las veces, actúan frontalmente y con impunidad, inclusive promocionando sus servicios en redes sociales.

Cuando escuchábamos la sentencia “el hombre lobo del hombre” acuñada por Thomas Hobbes en su obra ‘Leviatán’, pensábamos que podía ser una exageración, pero se cumple a cabalidad cuando conocemos de este tipo de acciones que inclusive desembocan muchas veces en la muerte de otras personas.

pasará mañana. Pensar en el porvenir y planificar la vida para vivir el futuro les parece innecesario e ilógico, creen que lo importante es vivir cada día sin preocuparse por nada. El pensamiento colectivista piensa en la sociedad, la comunidad y la masa, en relación con la individualidad del hombre, es decir con su personalidad o su existencia como persona.

La masa no admite la individualidad del distintivo humano; por ello, no los acepta como personas. Las oprimen, les quitan la libertad y piensan que todos son iguales. La multitud busca la igualdad en lo más impersonal posible, donde la fraternidad se convierte en un instinto impersonal. Los síntomas neuróticos de muchos políticos los lleva a pensar de un modo colectivista, donde se tiene miedo de aceptar las responsabilidades individuales, contradiciendo los compromisos personales. Si alguien se introduce en la masa, se hunde en ella y renuncia a sí mismo como persona. La multitud es impersonal porque solo las personas tienen libertad y responsabilidad. El fanatismo tiene relación con el colectivismo. Fanático es quien pasa por alto a las personas, porque no admite un modo de pensar diferente al suyo; no tiene una opinión propia, por lo que se vuelve peligroso. Asambleístas, dirigentes políticos y fogosos charlatanes se aprovechan con facilidad de la opinión pública. Hitler decía: “Qué suerte para los gobernantes que las personas no piensen, sino que prefieran que les den pensando” y, refiriéndose a la política, siempre supo manifestar que es un juego en el que están permitidos todos los trucos.

Las personas no pueden ser degradadas o consideradas simples objetos para conseguir un fin; lamentable, esto sucede con los políticos ecuatorianos, que no se detienen en utilizar todos los modos posibles para alcanzar sus fines. Es necesario humanizar la política y no convertirla en una epidemia psíquica; la higiene mental de los políticos es una necesidad urgente en el país.

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