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IESS: la reforma llegará tarde o temprano
La propuesta de la comisión para la reforma del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) —en la que tanta esperanza tenía puesta el Gobierno y que tomó seis meses de trabajo de expertos de gran calibre— ha nacido muerta.
La baja popularidad del Gobierno saliente y el auge de promesas, típico de campaña, hacen que la clase política rehuya este momento la discusión de un tema tan incómodo. Nadie defiende el valioso trabajo de la comisión de las injustas etiquetas —ideológicas y subjetivas— que le confieren y, de esa manera, el país pierde la oportunidad de enfrentar un problema urgente.
La crisis del IESS, que ya está en curso, no se resuelve aumentando la masa de afiliados; eso es simplemente aumentar el volumen del problema, como creer que se puede evitar el hundimiento de un barco mal diseñado incrementando su tamaño. por la Paz, los movimientos indígenas declararon el cese de las movilizaciones y comenzaron a regresar gradualmente a sus territorios. También suspendieron cualquier acción que pudiera afectar la paz y el orden público. De su parte, el Gobierno Nacional tomó decisiones importantes, como fortalecer el control de precios de los productos de primera necesidad, declarar una emergencia en el sector de la salud, condonar deudas de hasta $3000 del Banco del Estado del Ecuador, imple - mentar medidas compensatorias para el sector agrícola, duplicar el presupuesto de la educación intercultural bilingüe y aumentar a $55 el Bono de Desarrollo Humano.
El sistema de seguridad social está diseñado en función de una realidad de crecimiento poblacional y económico que ya no existe.
En 1950, por ejemplo, Ecuador tenía una tasa de natalidad cuatro veces mayor, una esperanza de vida 25 años menor y los sueldos variaban muy poco a lo largo de la vida laboral. El IESS ha sobrevivido porque, desde entonces, la población se quintuplicó y el país vivió tres booms económicos —en los 50, los 70 y a inicios de este siglo— gracias a ciclos mundiales de crecimiento. Sin embargo, hoy somos un país con un número creciente de jubilados —que viven cada vez más—, con cada vez menos jóvenes, con diferencias inmensas de salarios y con escasas perspectivas de crecimiento. Mantener el sistema actual resulta aritméticamente imposible.
Suele afirmarse que el Ecuador es un país inmensamente rico, pero también es un país de extrema pobreza padecida por un 18% de personas, cifra que se multiplica en las zonas rurales hasta alcanzar un 71%, lo que significa que, uno de cada cuatro de ecuatorianos vive en condiciones de pobreza, según las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos.
Juan Pablo Álvarez sostenía que la pobreza por ingresos a nivel nacional en el Ecuador, en diciembre de 2022, se ubicó en 25,2%, mientras que la pobreza urbana es de 17,8%, y la pobreza en el área rural es de 41%. Estos datos surgen del último relevamiento del Instituto Nacional de Estadística y Censos del Ecuador. Las cifras demuestran las injusticias y profundas desigualdades socioeconómicas que padece el país.
Quizá, lo más grave sea la situación real de los niños, puesto que se afirma que “la desnutrición crónica infantil afecta al 27,2% de los niños menores de 2 años en Ecuador. Esta problemática repercute en la productividad del país y tiene un impacto a lo largo de la vida de las personas”. ¿Qué futuro tiene el país con estas realidades persistentes a lo largo de los años?
La pandemia afectó, en particular, a los hogares que viven en situación de pobreza-miseria, puesto que ocho de cada diez hogares con niños, vieron reducidos sus ingresos, porque muchos padres fueron despedidos de sus trabajos. En definitiva, la pandemia fue el pretexto para aumentar la pobrezamiseria que impide acceder a alimentos nutritivos, según una encuesta de Unicef.
“La pandemia nos ha hecho retroceder. La pobreza, la desigualdad y el desempleo han aumentado a un ritmo sin precedentes en América Latina y el Caribe” y, particularmente, en Ecuador, según afirmaba la Directora Regional de Unicef, Jean Goughedn, en su visita.
A propósito de la fecha, el exministro de Gobierno, Francisco Jiménez, ha sorprendido con la publicación de su obra ‘De la calle a las mesas’, un libro que recoge con mirada íntima los entretelones de la sala de crisis instalada en Carondelet frente a las protestas de junio. Durante mi gestión en el
Ministerio de Gobierno, tuve la oportunidad de participar y presenciar varios de los momentos descritos por el exministro.
Algunas de estas experiencias incluyeron momentos de gran intensidad, como ser evacuada de la Basílica del Voto Nacional con la ayuda de un custodio de seguridad en moto; enfrentar obstáculos constantes para salir del Centro Histórico; y, ajustar una y otra vez el texto del acta durante la reunión final que fue televisada. En palabras del exministro, fue “lo más cercano a vivir una guerra”.
Un año después y con la perspectiva necesaria que solo el tiempo brinda, puedo afirmar que la suscripción del Acta por la Paz constituye un hito en el proceso de reconciliación nacional que nuestro país necesita. La creación de las Mesas de Diálogo y la interacción de los Ministros de Estado con las organizaciones sociales marcaron una nueva forma de hacer política. Tengo la certeza que el diálogo es el camino para “reconstruir ese tejido social descompuesto”, así que no se deben tomar atajos.