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EL ESTADO DE LA CUESTIÓN: UNA ESCUELA SIN CREATIVIDAD

La palabra creatividad se emplea con tanta frecuencia en el ámbito escolar que parece haberse quedado vacía de contenido. En la actualidad, se asemeja más a una palabra comodín, muy apropiada para los manuales de estilo y buenas prácticas, que a un término que implique una «acción real por construir una escuela creativa».

El alumnado con el que trabajamos, estudiantes del grado de Infantil y Primaria en una Facultad de Formación de Profesorado y futuros profesores, también recurre, al igual que los manuales, a la palabra creatividad cuando se le consulta sobre la educación artística, de tal forma que a la pregunta de «¿para qué sirve la educación artística?», la respuesta automática es: «para fomentar la creatividad».

Hasta aquí todo parecería ir bien. Parecería. Cuando se lleva a la práctica, este castillo de palabras se viene abajo.

Una de las características de la educación artística, cualquiera que sea su disciplina ‒artes visuales, teatro, danza, música, creación literaria…‒, es que la práctica y la teoría confluyen en un proceso creativo. En las experiencias que realizamos en el aula de la Facultad se deja de lado la teoría como un simple enunciado y se conecta con el hacer. Cuando esto ocurre, funcionan como