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Transporte y centralización de fuerzas
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»Espantados, corrieron en tumulto á refugiarse en una iglesia próxima, y fué prodigio nunca visto el aparecer en el cielo una luz vivísima en forma de cruz, que vino á imprimirse en los vestidos de todos ellos.»
En Inglaterra, en el siglo XVII, refería el Obispo de Ely, que cierto día de verano, mientras que el pueblo asistía á los oficios divinos en la catedral de Wells, se oyeron dos ó tres truenos espantosos, y multitud de personas se encontraron con cruces impresas sobre sus propios cuerpos.
Refiere asimismo el P. Kircher (á mediados del siglo XVII) que una erupción del Vesubio produjo un efecto análogo sobre numerosas personas.
Á fines de este siglo XVII cayó un rayo sobre la iglesia de San Salvador de Lagny, é imprimió en la sabanilla del altar las palabras de la consagración, tomadas de la cartulina en que se hallaba el Canon de la Misa, exceptuando las palabras esenciales y sagradas.
El suceso se atribuyó á milagro, y tuvo que acudir á Lagny el sabio P. Lamy, benedictino, el cual explicó en lo posible el fenómeno físico; y explicó, sobre todo, con admirable perspicacia el por qué se habían impreso en la sabanilla del altar unas palabras y otras no. Es que las palabras sagradas estaban escritas con tinta roja que contenían gran cantidad de vermellón: era, realmente, cuestión de ma-
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yor ó menor transparencia de cuerpos esencialmente opacos.
Así pudiéramos citar multitud de casos: árboles cuya imagen se imprime en el pecho de un hombre por la acción del rayo; paisajes que se reproducen en la carne muscular de unos cuantos carneros; cruces de rosario que desaparecen y se graban sobre la piel del que lo lleva; mujeres en cuyos bra:os aparecen dibujadas flores próximas; un niño que sube á coger un nido á un árbol, y estando arriba, el rayo le pinta por manera maravillosa el nido y los pájaros en el pecho; la imagen entera de una persona dibujada en negro sobre una pared pintada de cal; una niña de un colegio de Burdeos, en cuyo cuello se graba un reloj de oro con su cadena, desapareciendo el reloj y la cadena para siempre.
Y agreguemos á todo esto, como ejemplo de imágenes espontáneas, las noticias que hace más de cincuenta años daban Humboldt y Mosser sobre rayos oscuros y sobre imágenes por contacto.
«Nada es nuevo bajo el sol»—se ha dicho—, y puede agregarse que ni siquiera es nueva la luz que no se ve.

T O D A V ÍA LA DIRECCIÓN DE LOS GLOBOS
Gran problema en que está empeñado el genio de los inventores, sin que hasta ahora se haya encontrado la solución.
Gran problema, repetimos, que el siglo XIX pretendía resolver, y en que todavía se empeña al llegar á sus postrimerías. ¡Buena despedida hubiera sido! Pero le queda poco tiempo, y no es fácil que en dos años, residuo de la centuria, lo consiga.
Las célebres experiencias de los dos capitanes franceses, realizadas hace pocos años, despertaron, en verdad, grandes esperanzas.
Y es que, en rigor, se resolvió el problema: el globo trazó una curva cerrada varias veces, y volvió contra el viento al punto de partida. Pero la fuerza era muy pequeña, y sólo en tiempos de calma, ó

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con vientos de poca intensidad, se pudo conseguir tal fin.
Desde aquella fecha acudieron inventores de gran valia á los aeroplanos, pero sin conseguir ningún resultado transcendental. Experiencias en pequeña escala, intentos fracasados, sistemas que se lanzan al espacio sin aeronauta que los dirija, estudios curiosos, pero nada más que curiosos.
Recientemente se ha reproducido el interés por este magno problema, y con el exclusivo objeto de resolverlo se ha formado una gran Sociedad. Con este motivo se han recordado en los periódicos ensayos muy curiosos y que son, en efecto, dignos de recordarse.
Los inventores primitivos pretendían dar dirección á los globos por medio de velas, pero el sistema era absurdo en sí mismo, mientras no se acudiese á otras combinaciones; porque colocado un globo en una corriente aérea, que se cubra ó no se cubra de velamen, la corriente se lo llevará consigo.
No es este caso el de una embarcación que flota en las aguas del mar. Para las naves existe un punto de apoyo, mejor dicho, un punto de resistencia; y combinando la resistencia del agua contra el casco del buque, con la acción del viento sobre las velas y con la inclinación de éstas, se puede hacer que la embarcación camine por diferentes puntos. Es un problema de mecánica elemental.

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Pero en el espacio, en el seno de una comente, .¿dónde está el punto de resistencia?
Todo cuanto rodea al globo camina en la misma dirección, llevándose al globo consigo.
Las velas mayores ó menores, podrán hacer girar al sistema alrededor de su centro de gravedad; pero una vez colocado en cierta posición de equilibrio relativo, con el viento se irá en la dirección que este lleve. ¿Significa esto que el problema sea imposible en teoría? Bien al contrario: en teoría está resuelto, pero no por medio de velas.
Si existiera un motor de poco peso y de gran potencia, por ejemplo, que con un kilo de peso pudiera desarrollar 100 caballos durante diez horas, con 10 kilos tendríamos 1.000 caballos disponibles; y aplicando la fuerza motriz á una hélice, marcharía el globo en la dirección que se quisiera darle.
Podrían existir todavía dificultades prácticas; pero éstas serían de orden relativamente inferior.
El problema está reducido á tener fuerza suficiente para comunicar, por una hélice, al sistema una velocidad superior á la del viento que se pretenda dominar. Hay que ganar velocidad sobre el viento, y con la que se gane, caminaremos en la dirección que nos plazca.
Pero ¿dónde están esos motores de gran potencia y de poco peso?

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Las máquinas de vapor, las máquinas de gas, las- de petróleo y análogas; los acumuladores, las pilas, pesan enormemente. Y para elevar un gran peso sería- preciso dar al globo dimensiones extraordinarias, con lo cual la resistencia del aire, ó si se quiere la acción del viento contrario, sería superior á las fuerzas del ■ motor.
Algunos de estos sistemas se han empleado en experiencias memorables, pero los resultados siempre lian sido mezquinos. Y sin embargo, ¡cuántas combi-' naciones ingeniosísimas!
Recordemos algunas, dignas ciertamente de recuerdo.
No pudiendo encontrar punto de resistencia en el espacio, quisieron algunos inventores encontrar resistencia en el suelo, ó en el mar, si sobre los abismos del mar caminaba el globo. Y para ello suspendían al globo una cuerda ó maroma que llegando al suelo ó llegando al mar, y rozando contra la costra sólida ó contra la superficie líquida, oponía una resistencia mayor ó menor, en cuyo caso y teóricamente se consideraba que era eficaz el empleo de las velas.
En cierta modo, esto era dar al globo una especie de quilla en forma de cola. Y por extraño que el sistema parezca, algunos resultados dignos de consideración se obtuvieron.
Dícese que en ocasiones basta se logró una desviación de 70 grados respecto á la dirección del vien-

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io; y aunque mucho nos parece, que se obtuvieron desviaciones de 30 grados parece ser que es cosa averiguada.
Otros inventores, inspirados siempre por la misma idea, buscaron por velas inferiores puntos de resistencia en otras capas distintas de la que el globo atravesaba, y en que la corriente aérea era otra de la que impulsaba el velamen superior.
Siempre la idea era la de dar una especie de quilla artificial al globo, realizar en lo posible las condiciones en que los buques caminan; en éstos, un punto de resistencia en el agua, -una fuerza motriz sobre las velas; en los globos una potencia motriz sobre las velas mismas, una fuerza resistente en que apoyarse, para conseguir la desviación, ya en las capas atmosféricas inferiores, ya sobre el suelo ó sobre el agua.
Y este invento de los cables ó colas de los globos sugiere otra nueva idea, pero totalmente distinta de aquella que veníamos explicando.
En uno de nuestros precedentes artículos dimos cuenta de un proyecto atrevidísimo que varias revistas y varios periódicos atribuyen á Tesla.
Proyecto inmenso, aunque hasta el presente proyecto fantástico, á saber: el de transportar la fuerza motriz—por grande que ésta sea, centenares ó miles ele caballos de vapor—á centenares ó miles de kilómetros de la estación central en que la fuerza se crea.

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El insigne físico supone, que llevando una corriente eléctrica alternativa de gran frecuencia y de altísima potencial á cierta altura de la atmósfera, esta corriente podrá alcanzar por sí misma la capa atmosférica de mínima resistencia, y por ella, como por un inmenso cable conductor, podrá correr hasta la estación de llegada, si ésta manda á la atmósfera y también á gran altura un conductor que recoja dicha comente.
Ya apuntamos algunas de las dudas, dudas formidables, que semejante invención inspira á todos los electricistas prácticos; ya anunciamos las tremendas objeciones que á la invención de Tesla pueden hacerse. Y dijimos que á no venir amparada dicha invención por un hombre tan ilustre como el del electricista húngaro, hubiera podido pasar por una novela más del género de las de Julio Yerne.
Pero, por hoy, no es ésta la cuestión que nos ocupa.
Admitimos, por un momento, que la invención de Tesla es un hecho: y decimos que en tal hipótesis, el problema de la navegación aérea estará resuelto ó poco le faltará para llegar á la solución definitiva.
En efecto: supongamos una estación central en que por una máquina motriz, por ejemplo, por una máquina de vapor y uno ó varios dinamos, se engendra una corriente eléctrica de centenares ó miles de caballos de fuerza, y que por un cable y un globo se

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lleva esta corriente á suficiente altura para que, verificándose la hipótesis de Tesla—si es que tal hipótesis puede verificarse—dicha corriente continúe subiendo hasta la capa de mínima resistencia.
Imaginemos, por otra parte, un globo á gran altura; en la barquilla del globo un dinamo, y pendiente de la barquilla un alambre ó cable que llegue hasta el suelo.
Pues si todo esto pudiera ser una realidad; si el transporte de fuerza motriz sin necesidad de hilos fuese un hecho, ¿qué dificultad habría en considerar al globo como la estación de llegada?
La corriente eléctrica, después de llegar á la capa de mínima resistencia, por ella correría y bajaría hasta el globo, y pondría en movimiento la dinamo y podría hacer girar una hélice con la energía de 100, ó 200 ó 1.000 caballos de fuerza, dando al globo la dirección que el timón determinase, y venciendo la resistencia de la atmósfera y la de casi todas las corrientes atmosféricas.
Por último, cerrando el circuito, la corriente bajaría hasta el suelo por el cable, y por la costra sólida, que es un buen conductor, llegaría hasta la estación de partida, después de haber recorrido un im menso cuadrilátero en que el lado móvil iría caminando, por decirlo así, con el globo mismo.
El problema de la navegación aérea quedaría resuelto de este modo.

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Pero nótese que hablamos en forma condicional. Quedaría resuelto, decimos, suponiendo que la invención de Tesla fuese algo más que un hermoso sueño científico de la imaginación.
Todo lo comprenderíamos en la solución que acabamos de indicar: la estación central, creando miles de caballos de fuerza; el cable, unido á un globo cautivo y llevando la corriente á cuatro ó seis kilómetros de altura; la capa de mínima resistencia en las regiones de la atmósfera; y allá lejos, el globo del problema, con su dinamo y su cola arrastrando por el suelo; por último, la tierra, tierra ó agua, importa poco, sustituyendo al cable de regreso. Todo esto, volvemos á repetirlo, por enorme, por colosal que sea, puede comprenderse; tenemos fe científica bastante para creer en estas grandezas. Pero ¿cómo la corriente eléctrica atraviesa en sentido vertical por dos veces, una subiendo y otra bajando, las capas atmosféricas que encuentra hasta llegar á la de mínima resistencia?
Esto es lo que, dicho con toda la lealtad, no comprendemos y hasta nos parece imposible.
Chispas eléctricas con la potencial de millón y medio de voltios, tiene poco más de un metro de alcance de un conductor á otro. Pues ¿cómo han de atravesar kilómetros de altura?
Y cuenta que cerramos los ojos respecto á lo que fia de suceder en la capa de mínima resistencia,
