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Deseos de casa

Se cierne el dolor como signo

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No es tanto nuestro trato con el cielo que nuestro mortal destino haya de apagar el sidéreo fulgor.

En Ensayos (II) de Montaigne

Cuando se habla de un escritor y más específicamente de su obra, amerita cierto detenimiento para lograr ver en perspectiva lo que ese autor ha escrito. Me pasa con Juan Martins, un intelectual que se ha hecho en su formación de a poco, con persistencia, constancia y sobre todo con disciplina casi que enfermiza. Quiero decir con esto que él, Juan, quienes lo conocemos, hemos tenido la oportunidad de compartir desde los tiempos de estudios de pregrado (1985) la experiencia como actores del grupo de teatro de la universidad pedagógica, hasta la fecha. Un hombre apasionado que se ha dejado ver en el campo de la gestión cultural representando el líder de un movimiento que reunió un gran número de jóvenes de aquel entonces con la agrupación independiente Estival Teatro. Si bien es cierto, que hoy día no están en el camino de la actuación de manera directa, siempre estarán relacionados con el ámbito artístico: eso, en definitiva, quedará en el ADN de hombres y mujeres que vieron en el teatro una manera diferente de apreciar la vida. En esa etapa se entendió que el enfoque para Martins ha sido el estudio, indagación, viajes, tertulias; más la búsqueda decidida con infinidad de lecturas.

Seguro estamos que, el ejercicio de la escritura es inobjetable como una verdad tan cierta como la soledad, la muerte y el furor por lo utópico del vocablo. Martins se va descubrimiento en sus obras dramatúrgicas, en sus montajes y en la crítica teatral como un punto de encuentro con la teoría; unido al quehacer del teatro venezolano, latinoamericano y del mundo. Luego, en ese ponderar; con una gran variedad de experiencias y transcurrido el tiempo, surge Ediciones Estival como otra forma de manifestación por el hecho intelectual. En este caso, obedece el criterio que, aunque más sosegado en apariencia y no menos intenso en su ejecución, siempre será el de permanecer en el ámbito de las criaturas de la palabra.

Dicho esto, Juan Martins ha sido una especie de criatura extraña, me refiero con esta expresión a aquello donde se fundamenta el origen por la búsqueda de las respuestas más allá de lo examinado, emparentado con las artes plásticas estudia la historia y el semblante de las formas donde no está lo dicho per se. Es en la sombra y en la fragilidad donde él se detiene para luego volver a empezar de cero. Aunque parezca contradictorio es así: siempre es un nuevo comenzar desde otro abecedario que está por erigirse.

La facultad de la escritura va tomada de la mano con la temeridad. Un aturdimiento acompañado de una búsqueda que se sostiene con el uso del vocablo, pues se edifica desde el sentimiento y la contemplación para

descubrirse en aquella imagen, la del poema. Es el canto desde Deseos de casa de Juan Martins (Ediciones Estival, Colección El Divino Narciso N° 9, 2023) lo que nos ocupa porque el poema es un acontecimiento reservado para lo insólito. La casa siempre será un arcano para cimentar una historia. Para los lectores también será una posibilidad de encontrarse con imágenes, giros y voces que insinúen una tibiez o una perturbación. Este libro vio luz por primera vez en el año de 1995 en su colección Cantos Iniciales N° 15 con la Editorial La Liebre Libre bajo la responsabilidad del poeta Harry Almela como editor. Un poemario para detenerse, luego saborearlo a plenitud y abrir la cerradura del deseo en Piedra en piedra/ sellamos las venas. Han pasado años desde entonces, igual queda intacta la búsqueda de unas habitaciones figuradas en la memoria de la voz poética de Martins. Figuraciones para perpetuar al poema con sus sigilos entre vientos, nacimientos y muros ignorados.

En Deseos de casa concurre la balada al instante de la gruta que se levanta desde el desasosiego de la soledad regocijada en la pasión de lo pronunciado. Poemas de la brevedad y del instante, tanto como imágenes fugaces en la memoria de quien lo escribe, lo padece y lo lee en un ademán como el susurro en la habitación para que el recuerdo atine en la quietud: El recuerdo vive/ en su soledad/ te preocupa/ el balcón/ que besa su polvo.

Los espacios en el otro dan cuenta en la disposición de las paredes, en el olvido y en el tedio del llanto. Decir «casa», «memoria» y «ruina», con sus variantes, es una

constante. Entonces, buscamos en aquellos lugares del tiempo lo inasible, y, como lo he dicho al comienzo, la temeridad emparentada con la alucinación, va acompañada de esa voz poética que no entiende de corazas ni cómo fue, ni cómo ha sido la palabra, sólo se confiesa la esencia de una emoción entre brisa, sueños y devaneos. ¿Cómo olvidar lo que ha sido? con sudores, ausencias y dolores para deleitarse en las precariedades de los afectos y no porque estén ausentes, no, es otro enigma que abunda en el recuerdo. No obstante, se sobrepasa la conexión amatoria para apuntar hacia un ideal del objeto entrañable que gravita en la soledad, creo que, es lo que se puede acercar a la libertad. Esta sensación se aproxima a la desnudez del alma de esta voz que, sin contener absolutamente nada, marca una existencia desde la emoción de las imágenes poéticas. Como afirma Octavio Paz en La llama doble, es el descubrirse porque lo que importa es que el lector lo abrigue al leer el poema. A esta consideración, nos atrevemos y agregamos, que el lector aprecie el furor en la piel: EN TUS LABIOS/ Sólo las rendijas/ cuentan los años / En este asiento/ donde los restos/ se disponen a la tristeza.

El desgarro del cuerpo sin ropajes en Deseos de casa viene con la representación de combinaciones entre: «despedida/despertar», «recuerdo/dolor», luego el mar como nacimiento y ausencias porque después de todo acontece el amanecer con sus ancestros. Detalle no menos importante en la voz poética de Martins. La casa lo representa todo. En ella se concentra la posteridad del sentimiento. El vínculo esencial va con la transformación ligado a lo nombrado con la palabra sentida que surte un efecto devastador en el abandono de sus ha-

bitantes. Aunque estos ocupantes se mantengan en un supuesto espacio compartido, se siembra un pálpito de lo inefable: la soledad del otro reflejada en el aquel. Los otros se acompañan en su silencio. La casa, el recinto necesario, con olores a esencias, aquellos que se originan desde las sensaciones impulsadas por la ruina de alientos y la caída sin proezas donde la huella abruma para que el abatimiento ocupe el espacio que le corresponde. Así, la voz poética se desnuda para entregarnos su soledad.

Unido a la totalidad del sentir se evocan los cuerpos en esa casa: La casa figurada. Cuerpos en destierro en el mismo espacio terrenal-físico, aun así, se reconocen desolados en su circunstancia: lugar de ignorados/ cuando te dejan/ del tiempo atrás/ por ahora/ insistiendo en buscarte.

Búsqueda que se concentra en el desgaste de la piel. Grietas en vigilia, el poeta lo advierte en su encuentro con las dolencias apreciadas por los sentidos. Después de todo, el sidéreo fulgor se alcanza por la presencia de la metáfora que apela a un ritmo sobrecogido por la enunciación del vocablo. A partir de acá el poema se sustenta en su morada: infinitud de la imagen. Porque es la prolongación de un cuadro que se funde en el juego de las sensaciones sin límites: CON LA DESPEDIDA/ en la memoria/ ni la fastuosidad/ cubre los años de la cerradura.

La obstinación centrada en la búsqueda de ese cortejo como continuidad de lo sobrecogido por la palabra puesta en la elevación del alma. El vocablo llora en su

conexión con el camino en comunión con lo deseado, aferrado a la persistencia del dolor. La voz poética manifiesta su interioridad en vestigios, guarda consigo el habla sensual del residuo abierto a la posibilidad del destello entrañable por lo vivido y añorado. Por aquello que fue o no pudo ser. Todo para decir del poema en Deseos de casa. No obstante la casa, aquella que vemos en su construcción denotativa, se comporta en la memoria de una manera diferente a la otra casa, luego de separarnos de ella. Adquiere otra verdad, que podría oscilar entre el destierro-huida, la ausencia del incienso vivo, la desesperanza y por qué no, la verdad del olvido donde queda la reminiscencia de lo habido: el recuerdo de lo padecido. Después de todo, la casa se mantendrá en nosotros con el reposo del resplandor del patio y con el gesto amatorio de los caracoles murmurando la partida de la sombra.

José Ygnacio Ochoa

con la despedida en la memoria ni la fastuosidad cubre los años de la cerradura

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