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SI LA FICCION TE DA MIEDO, LA REALIDAD PUEDE ATERRORIZARTE

YENNY SAMANTHA VARGAS ALVAREZ
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Joseph
Camino a la locura
Para ti, fan de la lectura, poeta y amigo de las historias de misterio, terror y suspenso, quien con un corazón frágil deja salir lo peor de sí mismo en secreto, aventurándose utópicamente en los palabreos de escritores llenos de tramas en su cerebro, para ti , aficionado del maquiavelismo ,este es tu libro, disfrútalo.
Me volví loco con tantos intervalos de horrible cordura
(Edgar Allan Poe)
Capítulo I
Joseph inicia
Dicen que el anhelo de la concepción habita sólo en los infantes de sexo mujeril. No obstante, siendo yo varón, desde pequeño había sentido el profundo anhelo de procrear un hijo.
Ese deseo, cada día más latente, tal vez fue fundado por una deplorable crianza, en donde la escasez económica iba acompañada de la melancolía y el abandono. Puesto que era hijo bastardo de alguno de tantos desconocidos a los cuales mi madre, por así decirlo, sirvió de meretriz.
Al pasar los años fui creciendo, y junto conmigo, el desprecio hacia la única persona que me mostró, hasta ese momento, lo que supuestamente era el amor.
Doña Bárbara, le decía yo, y recibía una bofetada al llamarla así, pero ni siquiera por temor mis labios la llamaban mamá.
Viví siempre en aislamiento, apartado de cualquier persona que, según ella, podría lastimarme. Sólo jugaba con un amigo llamado Joseph, quién, al igual que yo, tenía 8 años y con quien compartíamos tristezas, alegrías y hasta las más profundas y oscuras ambiciones.
En aquella época vivía en una casucha alejada del pueblo, obviamente gracias a Doña Bárbara, ya que consiguió esa morada al emparentar con un anciano alcohólico llamado Melquiades Flórez, quien falleció al poco tiempo de heredarle sus tierras. Quizás, el fatídico suceso ocurrió por causas naturales, por su longevidad, o tal vez por el simple hecho de que "mamá" le preparaba su avena mezclada con veneno para ratas.
En fin, esa casa estaba fabricada con madera, como a las carreras, ya que parecía un mal dibujo hecho por un infante. Su fachada era deprimente, tenía casi todo el techo y los bordes llenos de moho, el cual había podrido gran parte de la estructura, creando el acceso para desagradables roedores. En la entrada tenía dos pequeñas ventanas, al igual que en cada costado, siempre cerradas, pero con las cortinas abiertas de par en par. A pesar de ello, no permitían la ojeada del interior a simple vista por lo empañado de los vidrios.
Varios escalones desiguales me guiaban a la puerta principal, la cual se sellaba sólo con un cierre tipo alforja, de acero oxidado, tan largo como un dedo índice y tan ancho como una puntilla. Motivo que tenía sin cuidado a cualquier ladrón que pasaba ya que no les provocaba el más mínimo interés. Las tablas que formaban las paredes estaban puestas una encima de otra, dejando espacios en las uniones y solo constaba de una habitación que se dividía entre el dormitorio, la cocina y el baño con por conjunto de cortinas plásticas levemente rasgadas y viejas.
A pocos metros de allí, pasando por una pequeña arboleda desolada, se encontraba el Bunker, el lugar donde Joseph y yo nos refugiábamos y desde donde de lejos , a veces, veíamos pasar otros menores que se dirigían a estudiar y a jugar. No los necesitábamos, Joseph y yo nos divertíamos sin necesidad de nadie más. Así mismo, cada vez que había intentado jugar con otros niños, Doña Bárbara se enteraba, y me golpeaba recordándome que los demás solo deseaban hacerme daño. Entonces me hacía vestir con atuendos femeninos y salir de la morada para que todos se mofaran de mí.
Con Joseph era distinto, podía jugar horas, ella sólo se asomaba, me veía por la ventana y volvía a sus quehaceres.
Un día de tantos, de juego apacible, un niño se acercó a mí, tambaleándose de un lado a otro con aire burlón, alardeando su prosperidad y normalidad familiar y denigrando aún más mi vida. Entonces, como si fueran dos bolas de fuego ardiendo en sus ojos, Joseph se alejó de mí poco a poco, acercándose cada vez más al pequeño arlequín que nos incomodaba, quién solo pudo parpadear dos veces más, luego de que mi defensor le propinara repetidos golpes con una piedra justo en su cráneo.
Ahí quedó, boca arriba y con la mirada perdida, aquel cretino que irrumpió nuestra paz y el cual fue el causante de que Doña Bárbara y yo nos alejáramos del que hasta entonces fue mi hogar.
Ésta vez Doña Bárbara no se pronunció, no discutió ni me azotó, por primera vez la vi ensimismada, como si hubiese visto el peor de los engendros, o tal vez hubiere presenciado a un demonio tomar a su víctima y arrancarle la vida con sadismo.
No hubo camión de mudanza como suele usarse en un trasteo usual, simplemente empacamos lo que cabía en las maletas y tomamos el primer bus que pasó y que se dirigía a un lugar a cinco horas de distancia. A pesar de ser un trayecto largo, en comparación con nuestros viajes anteriores, no nos encaminábamos sin rumbo, Doña Bárbara sabía dónde llegar.
Capítulo II
Un nuevo comienzo
Llegamos a casa de tía Amelia, la hermana mayor de doña Bárbara, era una solterona de 45 años a quién los años le llegaron de golpe y se reunieron en su rostro, el cuál le hacía aparentar mucha más edad.
Nos recibió a regañadientes y nos instaló en un cobertizo abandonado de su propiedad, el cual estaba adornado con largas cortinas de telarañas y habitado por ratas casi tan grandes como las faras que veíamos desde el bunker, Joseph y yo.
Yo me sentía abrumado por el hedor que expelía el interior del lugar, mientras Doña Bárbara, abatida, se posó en sus rodillas y en un rincón del lugar se derrumbó, y rompió en un llanto casi eterno.
No se me estremeció ni un dedo, no sentí tristeza o pesar alguno por verla deprimida, únicamente la contemplé con asombro, ya que era la primera vez que veía a una fortaleza caer como si fuese de polvo. Ella, a quien siempre había temido, estaba derrotada.
No pasó mucho tiempo para ver a la misma Bárbara de siempre gritando “Santiagoooo”, que por cierto es mi nombre, a viva voz. Comenzaron las represalias en mi contra por aquel incidente de la piedra, usándome como el sirviente, jardinero y masajista de los hediondos pies de la tía Amelia, dándome constantes latigazos de motivación. Su misión era mantenerme ocupado, y así mismo, pagarle a la desagradable tía por su “caritativa colaboración”, la cual era extremadamente costosa, ya que no fue suficiente con el efectivo que llevaba doña Bárbara, fruto de la venta del anillo que con tanto esfuerzo le había comprado el señor Melquiades el día de sus nupcias y valía lo que equivale a 2 caballos, que fue lo que el anciano vendió para comprársela, lo único que tenía de valor.
Mi vida, cada vez más frustrante, estaba llegando al punto de colapsar. Los maltratos de doña Bárbara luego del lapso de su trance por el episodio de la muerte del arlequín, que duró 2 años, eran cada vez más fuertes. Con el pasar del tiempo, sus azotes perduraban en mi cuerpo como si fuesen grietas en una pared.
Un 26 de febrero, justo siete años después del hecho fatal, lo volví a ver. Joseph había regresado a mi vida.
Capítulo III
El regreso de Joseph
El demonio retorna
Como si un coro de ángeles entonara un canto agudo y una luz celestial lo iluminara, apareció ante mis ojos la única persona con quién hasta el momento había sentido afinidad, mi amigo de infancia, Joseph.
Sentí que por fin podía desmontar de mí toda esa carga emocional que había acumulado en tantos años. Lo miré. Y al verlo, noté que nada había cambiado, que a pesar de los años, seguía siendo el mismo amigo que dejé corriendo tras el bus para alcanzarme, cuando, con mi madre, huyendo del lugar, buscábamos los asientos libres dentro del automotor.
Hablamos. Lloré. Desahogué mis penas en Joseph, sintiendo por fin un aire de tranquilidad. Me relajé. Y pensar que el destino se burla de nosotros como si fuésemos pequeñas marionetas, justo antes de verle, había pensado en un macabro fin para mi tan desdichada vida.
En la conversación le comenté a mi allegado, lo agobiante que se estaba convirtiendo la situación y él decidió acabar con mis malestares.
Al atardecer, al abrigo de la oscuridad, volvió el demonio a consumir otra vida. Esa noche, Joseph se acercó al lecho de mi madre, y con una navaja que había hallado en el cobertizo, apuñaleó a doña Bárbara, una, otra, y otra vez. Sus ojos ardían y tenía plasmado en su rostro una excitación que no pudo evitar.
Mientras tanto, yo estaba en una esquina del cobertizo, observando esa escena tan macabra y sin poder hacer nada, ya que me encontraba en un estado de pánico extremo, tenía miedo, sentí escalofríos al ver lo inescrupuloso que podía ser mi confidente.
Las puñaladas fueron tan fuertes que la salpicadura alcanzó mi rostro, y la laguna de sangre que se creó, llegó a todos los rincones del lugar, empapando las sabanas de la cama de doña Bárbara, volviendo ese pequeño cobertizo, un lugar aterrador.
Pasaron horas, pero no lo noté. Sólo estaba aún perdido en el suceso, recordando una y otra vez, pensando en doña Bárbara. A pesar de que sentí, junto con un temor profundo, también un aire de alivio. No sabía si esa cruel mujer merecía ese final, y así mismo me detestaba por tener en mi mente lástima por aquella dama.
Salí de mi estado de shock por un grito agudo y ronco al mismo tiempo. Un alarido que me hizo estremecer. Un pequeño temblor me hizo reaccionar. Sólo corrí mí vista al lado izquierdo, a la entrada del lugar, en donde se hallaba tía Amelia. Estaba perpleja, su rostro se palideció casi instantáneamente al ingresar al aposento y observar el escenario.
Ella nunca entró al cobertizo desde que llegamos. Solamente fue a ver qué ocurría con nosotros, sus nuevos sirvientes, ya que las sabanas de su alcoba aún estaban destendidas y no había siquiera una taza de café preparado en la cocina.
Luego de llorar de horror, se abalanzó hacia mí, y golpeándome débilmente pero con todo su odio me gritaba ¡Asesino!. Cómo discutirle, cómo decirle, cómo explicarle que apareció en la tarde un amigo que nunca vio, el cual, por amistad conmigo decidió acabar con la vida de mi madre. Sonaba absurdo.
Callé y seguí el único consejo útil que me había dado en toda su vida, “lárgate antes de que llame a la policía”.
Capítulo IV
Por fin sale el sol
Con las manos vacías y una mochila a mi espalda, estaba yo, caminando sin rumbo y con el pantalón todavía chispeado de sangre. No supe más de Joseph, ni deseaba, en esos momentos, saber de él.
Pero por primera vez me sentí completamente libre, pensé para mí mismo, escogí el camino sin sentir un látigo en mi espalda. Aun así al comienzo fue extraño, ya que estaba acostumbrado a los azotes de doña Bárbara.
Dos días de camino me condujeron a un pequeño poblado, vi gente, pero nadie me hirió, no eran bestias salvajes que me iban a atacar, sólo me ignoraban y seguían su vida.
Me acerqué a una fuente de agua y tomé hasta saciarme, me enjuagué el rostro y las manos, obviamente pasé de ser desapercibido a provocar desprecio en algunos casos y lástima en otros. Tanto así, que no tardaron en comenzar a arrojarme monedas mientras estaba en un costado de la fuente, lo que me sirvió para comprar pan y sobrellevar la hambruna que me corroía.
Mientras comía me reflejé en la vitrina de la tienda y noté el rostro de un hombre despeinado y desarreglado, así que con las monedas que me quedaban, entré a la barbería ubicada a dos locales de la abarrotería y pasé de ser un indigente como la gente creía, a un joven, quién lo diría, bastante apuesto.
Lo único que pude agradecerle a doña Bárbara fue el hecho de haberme obligado a ser su todero, ya que no tardé en conseguir un empleo a pesar de no tener estudio alguno, con un hombre bastante amable llamado Edmundo Ortega.
El señor Edmundo, además de darme el empleo también me acogió en su morada, brindándome su amistad y confianza. Quizás por lástima. Tal vez vio en mí el rostro aventurero y juvenil que hacía tiempo había dejado de reflejar el espejo. O de pronto fue la ilusión de por fin poder ser padre, ya que él y doña Yolanda eran un matrimonio estéril.
Gracias al trabajo en la carpintería de don Edmundo, comencé a pagarme los estudios, luego de un día agotador llegaba a casa y la señora Yolanda me recibía con un caluroso saludo, acompañado de una bebida. En la mesa una deliciosa cena. Y junto a mi cama mi ropa limpia y doblada. Cada vez era mayor mi alegría. Esos fueron los mejores cuatro años de mi vida.
Capítulo V
El amor llegó a mi vida
Un domingo mientras paseaba por el parque la vi, sentada sobre el prado leyendo un libro estaba la mujer más hermosa que habían visto mis ojos, tenía su cabello largo y castaño claro el cual se ondeaba por la brisa del aire de forma celestial. Sintió que la observaban y levantó su rostro para ver quién era, mientras tanto yo, que la observaba tras unos arbustos por vergüenza me oculté de prisa cayéndome hacia atrás.
Ella lo notó y soltó el libro de afán para ir en mi rescate, y al verme en el prado con las piernas y las manos elevadas como una tortuga volteada sólo soltó un conjunto de risas que conmovió aún más mi corazón. Me tomó de la mano y me ayudó a elevarme.
Apenado por el suceso, me fui limpiando la ropa por los residuos de pasto que se adhirieron a mí, mientras ella con su dulce voz me dijo: ¿estás bien? Jajaja, hola, soy Clara. Sonrojado la miré y nervioso observé a los lados, salí corriendo y enseguida regrese a darle una flor que arranque del jardín. Sólo reía y me dijo, como si estuviese hablando con un niño,gracias, pero ¿no vas a decirme tu nombre?
Así, así fue como comenzó mi primera y única historia de amor, con una mezcla de humor y picardía.
Clara, hermosa y perfecta, amable, dulce, tierna y caritativa, y lo mejor de todo, mía.
No la dejé escapar, y una noche, luego de 6 meses de romance, llegué a su morada con mis zapatos relucientes, el pantalón caqui que me hacía ver más apuesto según ella, y una camisa blanca impecablemente planchada por las inmaculadas manos de doña Yolanda. Con el cabello ridículamente engomado y mis manos sudorosas de nervios toqué a su puerta y luego de darle sus heliconias favoritas, le pedí que se embarcara conmigo en el largo y hermoso camino del matrimonio.-pero, ¿me amarás al atardecer?- Me dijo ella con sus ojos ahogados en lágrimas de alegría,- te amaré hasta el atardecer mi cielo- le contesté,entonces sí-, sollozando de alegría me respondió.
Capítulo VI
Encuentro con Joseph
Siete meses después de la luna de miel mi hermosa Clara tenía en su vientre el resultado de nuestro desfogue de pasión y deseo, estaba en estado de preñez.
Las señoras del pueblo decían que por la forma de su barriga sería una niña, y a pesar de que nunca se equivocaban yo estaba seguro de que tendría mi tan anhelado varón.
El deseo de tener un hijo se convirtió en mi obsesión, y poco a poco la dulzura con mi amada Clara se fue desvaneciendo, ese bebé me hizo recordar al amigo que no había vuelto a ver, que no necesitaba pero que anhelaba, Joseph.
Tanta fue mi aberración con el hecho de que fuera un niño que me distancié de mis padres putativos por los molestos comentarios sobre el género del bebe.
Este motivo fue el inicio de mis problemas con Clara, así que una noche, discutimos tan fuerte que salí de la casa para no pelear más con ella y llegué a una taberna, ubicada a las afueras de otro pueblo aledaño, donde desahogando mis penas con alcohol decidí llamar a Joseph.
Al poco tiempo llegó, me dijo que estaba en un rincón de la taberna, porque le incomodaba el tumulto de gente. Me senté en su mesa, y le comenté que tendría un bebe, y si era varón lo llamaría como él.
Se alegró tanto, me felicitó y me dijo que deseaba conocer a la mujer que ganó mi corazón. En ese momento recordé el suceso con mi madre y decidí cambiar el tema de conversación evadiendo su comentario.
Justo en ese instante se acercó una prostituta a ofrecer su cariño esporádico por unas monedas, me generó profundo asco debido a que me recordó a doña Bárbara, Joseph la echó diciéndole que yo estaba comprometido, que me dejara en paz. Pero ella, tal vez necesitada o simplemente obstinada continuó ofreciéndoseme así que me negué molesto y con un tono altanero le pedí se retirara.
Joseph se marchó de la mesa un momento después de que la meretriz se distanciara de nosotros. Mientras estuve solo, saqué de mi billetera la foto de Clara lamentándome por la absurda discusión que yo mismo había comenzado. Cuando miré el reloj, habían pasado 15 minutos y no aparecía Joseph, así que pagué al mozo preguntando por mi colega, pero con tanto ajetreo de clientela en pleno fin de semana solo me contestó con gestos que no sabía.
Salí de la taberna a buscarlo, y al salir escuché un grito de dolor. Corrí adentrándome en el bosque y observé a Joseph cubriendo la boca de la mujer con un pañuelo, mientras estaba atada de pies y manos con retazos de su propia ropa, estaba golpeada, sangrando y con sus ojos me miraba pidiéndome auxilio.
Mi corazón palpitaba tan fuerte, tenía un nuevo ataque de pánico que solo se notaba por mi parpadeo constante. Sólo la vi, mientras con sus gestos suplicaba por su vida.
Joseph emocionado por la situación desenvainó su navaja, tan difícil de conseguir y de confundir, este cuchillo en particular era delgado pero de gran filo, tenía en su mango marcas de cruces de distintos tamaños de las cuales se degradaba una tonalidad rojiza, que semejaba la sangre, era color cobre envejecido y en una particular forma arqueada. Como olvidarla, la misma navaja que usó para matar a doña Bárbara. Aún la conservaba, y al verlo con la delicadeza con la que la usaba podría decirse que era su objeto más preciado, un trofeo.
La desenvainó con la exactitud y precisión con la que un esgrimista manipula su espada, ese acto tan lúgubre parecía arte en sus manos, y Joseph semejaba al director de una orquesta fúnebre, movía el puñal al sonar de su música.
Se le veía extasiado, mientras la realidad era otra, la mujer estaba apuñaleada en sus piernas, desde el muslo con un rasgado profundo que se extendía pasando por el rededor de la rodilla y finalizando en sus pantorrillas.
Los retazos que le quedaban de ropa estaban todos cubiertos de sangre, y su pecho, Oh Dios, su pecho estaba destruido completamente, tanto así que no se alcanzaba a distinguir del de un hombre, todos nos vemos iguales bajo esa capa de piel.
Aun así seguía viva, sus ojos saltaban de su rostro, se revolcaba de dolor y su vista no era elocuente.
Del sufrimiento se desmayó, así que perdió el interés de Joseph quién decidió degollarla para terminar con su pequeño juego.
Tampoco la ayudé, quizás en el fondo soy tan asesino como Joseph.
Sin que él me viera hui de la escena. Estupefacto, casi sin saliva tomé las llaves del auto, y sin más, me alejé del lugar con el temor de que él me siguiera, sentía que me asechaba, que me perseguía y que dañaría a Clara.
El camino de regreso fue más veloz que el de ida, entré a mi hogar y seguí directo a la ducha, donde me limpié la sangre que tenía esparcida en mi cuerpo sin razón alguna. No se quitaba, el agua parecía resbalar sobre ella sin limpiarla, las paredes del baño en mis parpadeos escurrían sangre, y temía cerrar los ojos porque sabía que ella estaría mirándome, de frente, con sus ojos salteados y su boca cubierta por un pañuelo.
Lloré de miedo, y mientras lo hacía me contraje apretando mis pantorrillas bajo la ducha, meciéndome con mi propio cuerpo mientras el agua lentamente desvanecía los recuerdos de ese acto.
Pocos días después recobré el sentido común, Cómo temerle a Joseph si fue la única persona que me defendió desde niños, a su forma. Luego de hablar con Clara me sentí más tranquilo, ella no merecía mi comportamiento. Arreglamos nuestros desacuerdos, lo bueno del amor es que lo perdona todo. No me preguntó nada sobre ese día, pero un sinsabor y melancolía quedaron reflejados en su rostro.
Capítulo VII
El nacimiento, La noticia esperada
Pasaron 30 días más, y llegó la noticia esperada por todos, pero llegó apresuradamente ya que se adelantó un mes a la fecha estipulada por el médico. ¡Vaya sorpresa, son mellizos!
La niña llamada Sara por el nombre de su abuela materna, y el niño Joseph, su nombre estaba más que decidido.
Entré a la pequeña sala de maternidad donde se hallaba Clara y los niños, el lugar estaba pintado con un tono azul celeste, y con un ventanal mediano al costado derecho de la cama, abierto, iluminando la habitación. En la cama, Clara alzando a Sarita en su regazo, y en la cuna, a un metro de distancia se hallaba Joseph.
Ingresé junto con don Edmundo, Doña Yolanda y los padres de Clara, todos se reunieron en derredor del lecho de Clara, obviando la existencia de mi niño.
Desde ese momento noté que la balanza se inclinaba en contra del pequeño Joseph.
A medida que crecían la convivencia fue peor, Clara se enfadaba porque yo no le prestaba la atención adecuada a Sara, mientras en silencio Joseph sufría la indiferencia de su madre. Nuestras discusiones cada vez más fuertes estaban afectando a los niños, mientras Sarita lloraba, Joseph se llenaba de resentimiento, y sus ojos expresaban un profundo odio, esa mirada ya la había visto antes, me rememoraba a alguien conocido, y me generaba cierto escalofrío el siquiera pensar que mi amado descendiente podía asemejar la personalidad de mi camarada psicópata.
Eran exageraciones, cómo una inocente criatura de sólo cinco años podía tener una mente sádica, imposible, eso pensaba yo, hasta que un día escuché que mi hija había perdido a Lili, su perrita, y al buscar a Joseph para que entrara a casa noté que estaba divirtiéndose con la mascota de una forma que, tal vez ninguno de nosotros jugaría. Le degolló la cabeza y estaba tratando de abrir con una piedra su interior.
Mi sudor era frío, estaba pálido, mientras envié a Joseph a que se adentrara a la casa enterré a Lili para que Sarita no viviera una mala experiencia al verla así.
Entré a casa y fui al cuarto a dormir, el arduo trabajo de crear de rapidez una improvisada fosa para el animal, sumado con el estrés generado por la desventura de confirmar mis sospechas sobre mi sucesor me tenían agotado.
La mañana siguiente desperté, busqué al pequeño Joseph, no había nadie en casa, mire en las habitaciones, aun nada, la oscuridad del sitio me generaba incertidumbre y solo oía el inquietante sonido de los escalones de madera de la escalera los cuales chirriaban a cada paso que daba, sentí miedo por tal silencio, siempre he temido a la soledad, lo oculto e inesperado puede ser más aterrador al afrontarlo solo ya que la imaginación puede separar esa delgada línea de la realidad a la fantasía creando monstruos de simples juegos de sombras, o escondiendo monstruos entre ellas, llevándonos a un camino del que tal vez nunca más regresemos.
Salí de la casa para buscarlo en sus alrededores pero mi búsqueda fue en vano, poco a poco, caminando me fui acercando a una pequeña arboleda desolada, me sentía desorientado ya que ignoraba su existencia, era muy similar al lugar donde mi confidente y yo jugábamos de niños, y los vi a los dos juntos, mi hijo y mi amigo, sentados en la tierra contemplando algo, la curiosidad me corroía, me acerqué más y sentí que mi corazón se estremeció al ver que el centro de su atención era mi hija sarita… ¡Oh Dios!
Mi niña estaba con la mirada pérdida, sin brillo en sus ojos, el alma ya escapada de su cuerpo, con su piel más blanca que de costumbre y su cuello desprendido levemente del resto de su cuerpo, tenía una gran y brusca incisión que iba desde el pecho hasta su vientre, con algunos de sus pequeños órganos ya extirpados, en las pequeñas manos de mi hijo, el cual, al igual que mi amigo tenía la boca enjuagada en sangre ajena.
Mi hijo sintió mi presencia y lentamente se volteó para verme, y con una voz gruesa, salida de las más oscuras cuevas del averno, me dice: -Papi, ¿quieres comer un poco? Y los dos Josephs sueltan una carcajada unísona y maquiavélica.
¡Oh cielos No! Tocándome el pecho exhalé de alivio, era sólo un sueño.
Pero aun así no podía tener paz, el incesante pensamiento de que mi niño podía acabar con la vida de Sarita me estaba agobiando.
Capítulo VIII
La despedida
Pocos días después decidí partir de la vida de Clara y Sarita en compañía del pequeño Joseph. Me despedí de las dos con un abrazo y un beso, y aunque llorando me decían que me quedara la decisión ya estaba tomada, quizás fue una de las pocas muestras de amor por Sarita.
Las amaba, nunca desearía alguna desventura para sus vidas, mi rosa y mi pimpollo, dos de mis tres tesoros.
Mientras iba en el carro lamentándome por lo cruel del destino y llorando por la vida que dejé atrás, Joseph iba tranquilo en el asiento trasero del vehículo, como si nada, sólo me miraba y me sonreía y con mis ojos llenos de lágrimas de impotencia sólo le contesté a su sonrisa.
No sabía a donde ir, no podía ir a casa de los Ortega porque quizás podrían sufrir algún infortunio ocasionado por mi hijo.
Tampoco podía alquilar un lugar ya que traía conmigo poco dinero, así que luego de deambular sin rumbo tomé el camino que me conducía al único lugar que sabía podría llegar, mi primer hogar, la casa de mi madre.
Llegamos a la morada, aun abandonada, pero parecía un pésimo arremedo de las casas de horror que se mostraban en las películas de terror que veía con Clara.
Llena de telarañas, humedad, polvo y los roedores que entre las sombras corrían de un lado a otro al sentir nuestra presencia.
Era el escenario que pensé solo volvería a ver en mis sueños, la podredumbre y oscuridad perseguían mi vida como si estuviesen ligadas a mí, con desgano miraba las cortinas que aún estaban colgadas separando los espacios, el viejo armario con los gabinetes y sus pequeñas puertas abiertos de par en par con uno que otro harapo en su interior. Cada rincón me recordaba el pasado, los azotes, los gritos, me sentía intranquilo y temeroso, me vi en un tercer plano contemplando a ese niño indefenso ser golpeado sádicamente por la mano de su madre y obligado a dormir en el suelo por no limpiar bien los dinteles de las ventanas. En cambio Joseph se veía atraído por el sitio, lo veía inquieto y lleno de adrenalina, como con ganas de saltar por todo el lugar y volverlo su sitio de juego, eso me hizo sentir aliviado, no le temía a mi niño, por el contrario, su compañía me ayudaba a superar el temor del pasado.
Aunque se adaptó rápidamente al sitio, me sorprendió que no preguntara por su madre, Joseph no tenía ningún apego emocional hacia Clara ni a sarita, aun así, en ocasiones traté de escudriñar sus sentimientos sacando a colación uno que otro comentario sobre ellas, pero lo que obtenía eran cambios de temperamento e irritabilidad en su comportamiento.
Además, el pequeño Joseph no era sociable, desde la ventana, a cierta distancia de la luz, lo atalayaba como buen vigilante. Le gustaba jugar siempre solo a pesar de que cerca de él pasaban el tiempo otros niños de su misma edad. Sólo los observaba y se alejaba sin el menor interés de departir con ellos, los escaneaba con sus ojos intimidantes, pero parecía importarles muy poco ya que lo ignoraban y seguían divirtiéndose en sus juegos.
Así pasaron dos años, y luego de celebrarle su cumpleaños número siete noté que mi hijo no era el pequeño chiquillo que corría de un lado a otro en la casa, ahora era un niño de aspecto taciturno, de mirada lánguida, lleno de agrura en su interior.
Ahora su ropa siempre era de tonalidad sombría y además de eso fumaba, me inquietaba que contaminara su cuerpo de nicotina teniendo tan poca edad, pero se resistía a acatar mis órdenes, y me retaba con su conducta.
El destino nuevamente jugó con nosotros, una noche estando fuera de casa recogiendo algunas tablas para restaurar una pared de nuestro lecho vi como el único lugar que teníamos para vivir ardía en llamas, corrí en búsqueda de Joseph y lo hallé en frente de la casa, estaba observando el incendio con su mirada perdida en el ardiente fuego.
Tal como llegamos nos alejamos de la casa, y manejando el auto decidí volver a mi verdadera morada, al lugar de donde quizás no debimos haber huido.
Capítulo IX
Camino a casa, Joseph pierde el control
Ansioso por ver a Clara y a Sarita encaminé nuestro rumbo a aquella vivienda familiar, decidimos tomar un viaje nocturno, debido a que no teníamos donde hospedarnos, mientras viajábamos estábamos escuchando la radio, quizás mi emoción fue tan grande por llegar al sitio que no me percaté de lo tenebrosa que se veía la noche, viajábamos por una vía solitaria, cuando la radio se entrecortó y perdió toda señal.
Por el inconveniente radial me desconecté de mis pensamientos, apagué la radio y miré por el retrovisor a mi hijo, estaba dormido abrigado con mi chaqueta, al retornar la vista al camino observé a mi amigo Joseph sonriéndome en medio del camino con su mirada maniática elevando la navaja en sus manos.
Por evadirlo perdí el control del vehículo desviándome a un lado de la vía, estaba de suerte, ya que no alcancé a chocar con un auto que estaba estacionado en ese lado de la carretera.
Enfadado bajé del vehículo a buscar a Joseph, pero él se echó a correr, quería que lo siguiera, comencé a perseguirlo y terminé perdido en el lugar debido a que estaba bastante oscuro, estaba inquietado por la situación cuando escuché ruidos, me asomé a ver si era Joseph pero sólo hallé a una pareja joven disfrutando de una calurosa escena, quizás los dueños del vehículo, pensé, estaban besándose, y mientras lo hacían, el varón animaba a la jovencita a tener un encuentro más erótico, ella se negaba pero aun así lo seducía con besos insinuantes, mientras lo hacía, el adolescente en pleno acto de calor tomó a la joven del cabello y comenzó a besarle el cuello mientras le tocaba los senos, ella intentó soltarse de su amante pero él le jaló su cabello con más fuerza y comenzó a introducir su mano entre la falda.
Esa escena, aunque un tanto violenta encendió un poco mi cuerpo debido a que hace tiempo no estaba con una mujer, el joven tenía toda la intención de ultrajar a su juvenil amiga, pero Joseph tenía otros planes para ellos.
Justo cuando el joven bajaba los pantis de la señorita Joseph se acercó por su espalda y lo noqueó con un martillo de orejas.
Ella dando gracias se vistió para disponerse a escapar, durante ese lapso, Joseph soltó el martillo y tomó una sierra eléctrica que tenía amontonada al lado de un neceser de carpintería el cual había alistado con detalle, mi amigo asesino la obligó a quedarse en el sitio, le dio su navaja favorita y amenazándola con aquella sierra eléctrica portable le ordenaba apuñalar a su acompañante.
Llorando la joven le suplicaba que no la intimidara, no le deseaba hacer daño al adolescente, pero Joseph no tenía ni un poco de compasión, sólo la golpeó con la sierra apagada y encendiéndola rápidamente le cortó los tobillos al joven para que no pudiera escapar con facilidad.
Debido al gran dolor el adolescente reaccionó y despertó, al abrir los ojos vio a la joven frente a él con la navaja, -si no es él eres tu- le decía Joseph a la jovencita.
Ella abrumada en llanto se negaba, entonces Joseph le explicó al joven que si alguno de los dos no resultaba acuchillado acabaría con sus miserables vidas, dotó al joven de un destornillador de pala y el adolescente no dudó en abalanzarse a atacarla reiteradamente en su estómago y su pecho, pero cómo era más complicado con el destornillador, le arrebató la navaja a la joven y la apuñaló continuas veces, Joseph intervino diciéndole al joven – Ey, solo era una puñalada,- y con cinismo agregó- éste tipo está demente- el joven, le replicó que hizo lo que Joseph deseaba, era justo que lo dejara irse, Joseph le dijo -está bien, vete, si puedes- cuando el joven se alejaba con la mayor velocidad que le permitían sus heridas, Joseph lentamente se aproximó a su cuerpo, el muchacho acobardado se arrastraba para huir pero Joseph lo haló de la cabellera guiándolo hasta la dama, la cual se levantó del suelo con languidez, el amante viéndola de pie le pedía auxilio, no obstante, ella observándolo fijamente se alejaba poco a poco, muerto de pánico el joven enseguida empezó a maldecirla, entretanto, con la sierra eléctrica Joseph lo cortó de frente en el torso con movimientos en zigzag.
La señorita aprovechó el escalofriante acto para escapar, y durante unos minutos se perdió de la vista de Joseph quién ojeando en la oscuridad alcanzó a avistar el movimiento de un arbusto, saltó a ella como quién juega a las escondidas y encuentra a los encubiertos, con un aire juguetón e infantil pero con su crueldad y perversión característica.
Con un grito de terror la muchacha se recostó poniendo sus manos en posición defensiva, pero no sirvió de nada, ya que Joseph le cortó sus manos como si fuesen pequeñas ramas, su grito era aturdidor, molesto, irritante, así que Joseph tomó engrapadora de madera liviana y la uso para sellar los labios de la mujer, los cuales se desfiguraron y se tornaron rojos por la sangre, aun así, las grapas cumplieron su objetivo, a pesar de que el joven merecía más una muerte más larga y cruel Joseph sentía un profundo placer al asesinar a una dama, tomó su navaja arqueada, y sin más, continuó apuñalando a la chica hasta que perdió el sentido y junto con el su último aliento de vida.
Fue desagradable, tenebroso, y por fin entendí que Joseph sabía que lo estaba avistando, yo era su público, su espectador pasivo el cual tenía la sensación de escuchar como tonada de fondo la sinfonía completa “nocturnos” de Chopin, siempre había sido, el que atalayaba en silencio, esta vez, antes de que me alejara del lugar interrumpió mi marcha diciéndome,- ¿te gustó?, quería implementar tus instrumentos de trabajo para que te sintieras orgulloso, pero no debes envanecerte amigo- sólo lo observé y callé, -¿qué pasa? ¿No te gustó? - en ese momento recordé mi destino, así que me comencé a alejar, pero Joseph se irritó, -¿acaso te crees mejor que yo Santiago? ¿Ya no te gusta nuestro juego? Estoy seguro que a mi homónimo le encantaría, él es igual a su tío Joseph.
Mi temor fue aumentando de forma alarmante, y más aún al escuchar como mi amigo se sentía indispensable en mi vida, seguía gritándome, diciéndome que era mi complemento, que si el no estaría, seguiría mi hijo su legado, pero mi vida estaba destinada a ellos.
Capitulo X
Debo acabar con el pequeño Joseph
Luego de desplazarme a toda marcha de la vista de Joseph volví al automóvil, mi hijo aún estaba pernoctando, encendí el carro y emprendí con más prisa al pequeño pueblo donde habitaba Clara.
Había despertado la ira del demonio. Ahora se había vuelto en mi contra.
Mientras conducía solo llegaban a mi mente distintos finales para mi absurda vida, todos ocasionados por las manos del sanguinario que un día llegó a llamarme amigo.
Sin darme cuenta comencé a conducir cada vez más veloz, con un parpadeó y una mirada intimidante mi hijo despertó de su sueño y sus ojos me observaron fijamente desde el retrovisor.
No pronunciaba palabra alguna, solo me amedrentaba con su inspección, su rostro aciago, lúgubre semejaba el rostro de los cuerpos sin vida de las victimas del asesino, pero se hallaba vivo, sin rastro de daño alguno, ese era ahora su aspecto. Sentía que ellos dos se enlazaban casi neuronalmente. Su reacción inmediata ante el desprecio hacia mi viejo amigo me hizo asegurarme de ello.
Él no estuvo allí, no vio nada, no escuchó nada, él dormía, no existía motivo alguno para su mirada de odio. Pasando por un abismo decidí caer junto con mi hijo al fondo del risco, nos volcaríamos y el auto explotaría, acabaría con una parte de un asesino, sería un héroe, haría descansar en paz todas esas almas que penan por culpa del psicópata.
A punto de caer entre en razón, no podía dañar a mi hijo, él era un niño, debía buscar ayuda para que lo tratara un especialista, el sólo presentaba un biorritmo acelerado producto de la separación de los padres, lo demás eran confusiones de mi cabeza infestada de pánico.
No obstante, mi miedo seguía latente, recóndito tras el volante de mi vehículo, temía a los seres que tanto justifiqué.
Capitulo XI
Llegamos a la morada de mi amada, la casa que un día fue nuestro hogar estaba vacía.
Aún el cerrojo respondía a la llave que se encontraba en mi posesión, pero lo único que continuaba en la vivienda eran las cortinas que me ilusionaron momentáneamente con el reencuentro familiar.
Mi estómago se agitó como resultado de la situación, la ansiedad invadió mi cuerpo, mis manos empezaron a temblar, el corazón acelero sus latidos y un gran ahogo dominó todo mi ser.
Me derrumbé al suelo y tirado en el piso lloré abrazando el paño de las cortinas que cayeron junto conmigo por el peso de mi cuerpo.
Mi acompañante me avistaba con respetable distancia, esa situación trajo a mi mente los recuerdos de doña Bárbara, reviví un acontecimiento de mi vida pero esta vez desde otro ángulo, entendí por fin su dolor, y comprendí que mi heredero era para mí un extraño, mientras yo ya no era de su agrado.
Luego de que pude calmar mi ansiedad, caminé hacia el parque donde conocí a Clara, para rememorar su rostro, cuanto anhelaba volver a percibir su aroma, frotar mi boca sobre sus dulces labios, besarla, abrazarla y no soltarla nunca.
Mientras la pensaba sentí traerla con el pensamiento, voltee mi vista hacia el lado derecho y allí estaba, tal como la primera vez, sentada sobre el prado leyendo un libro se hallaba la mujer más hermosa que había visto en mi vida, ahora con una que otra imperfección en su rostro producto de los años, pero más bella que nunca.
Corrí con una dicha incomparable, y por el afán me tropecé con una piedra que se atravesó en mi camino, ella al observar el suceso soltó el libro y corrió a mi rescate, al llegar a darme la mano para levantarme, la halé hacia mí, y la abracé fuertemente mientras rodábamos en el prado.
Fue un momento ameno, con ese abrazo notamos que el amor seguía latente y que a pesar de la distancia seguíamos guardando ese sentimiento tan maravilloso.
En ese lapso de tiempo olvidamos cual fue el motivo que nos separó. Justo después de ese pequeño y esporádico trance volvimos a ser los mismos que instantes atrás se reencontraron, con ternura me dijo que no deseaba volverse a alejar de mí, ella no era la única que sufría por la separación, sarita había sido víctima de la situación, y no era justo con ella, me dijo que sarita estaba vacacionando con sus abuelos maternos, pero siempre preguntaba por mí, así mismo le comenté que Joseph también necesitaba de los buenos consejos de una madre.
Inmediatamente después de mi comentario, fue inevitable notar su enfado debido a que frunció el ceño por una mezcla de enojo e impotencia, ¿cuál Joseph? Otra vez la imagen de tu amigo tortura nuestra existencia, aun te sigues excusando en fantasías, -clara, yo estoy hablando de Joseph, nuestro hijo- le refute; Joseph NO EXISTE-me contestó.
Esa frase se marcó en mi mente con un gran eco, mientras desde la distancia mi hijo lleno de furia al escuchar esas palabras de la voz de su madre con sin igual odio lanzó el cigarro que estaba fumando al suelo y clavó en su vientre una puñalada.
Capitulo XII
Maldito Joseph
Fue trágico y doloroso, Joseph había acabado con la vida de clara, había sido el cruel verdugo de su madre.
Pensándolo bien, no había notado su presencia hasta el instante que ella pronuncio esa frase tan abrumadora, en ese momento vi como mi hijo, que estaba ubicado a una distancia respetable fumando un cigarro con su ropa tenue y su otra mano en la chaqueta, tiró el cigarro al piso y se acercó como si estuviese encabezando una manada de bestias salvajes y la apuñaló con tanta fuerza que fue fatal.
Tomándola en mis brazos y tratando de obstruir la salida de la sangre, le dije que la amaría hasta el atardecer, la acompañé hasta su último suspiro, la amé tanto, sabía que ahora me estaría esperando en la senda camino al paraíso, pero, ¿será que yo podría acompañarla?
La gente comenzó a agolparse y aprovechando el tumulto, Joseph y yo nos alejamos del lugar para evitar que lo aprehendieran, le pregunté ¿por qué lo hizo?, porque no dominó su ira, solo me respondió con sarcasmo, -¿debía hacerlo?
De la nada apareció detrás de nosotros la figura del psicópata pronunciando: Ya te lo había dicho antes… somos iguales, al pequeño le gusta la sangre, ¡únete a la diversión o quédate callado y no estorbes!
Mi hijo sólo observaba a Joseph con una emoción que saltaba a la vista, en sus labios se reflejaba una sonrisa que pasaba de ser alegre a ser diabólica, su rostro lánguido se marcaba aún más y quizás fue por psicosis, pero al momento de verlos juntos el cielo se oscureció y un aire frío y sepulcral comenzó a cubrir mi cuerpo, sólo podía percibir el desagradable olor que expelen los claveles. Esa imagen se congeló en mi mente como si hubiese pausado el video de una película, toda mi vida la compartí con buitres.
Reaccioné al momento, mi sobresalto era incontrolable, separé a mi hijo de mi loco amigo diciéndole que nos dejara en paz e ignorando las rabietas de mi heredero por quedarse junto a su homónimo, nos alejamos en el auto y llegamos a un hotel.
Al estar enclaustrados en la habitación salí a la farmacia y compré las pastillas para dormir que hacían parte de mi vida, necesitaba descansar, mi insomnio me había acompañado por tanto tiempo que las facciones de mi rostro que un día fueron atractivas se habían perdido en las ojeras y el espejo sólo reflejaba un rostro demacrado y lúgubre.
Estando frente a mi reflejo pude notar que mi talla no era la misma, los pantalones se sostenían por la correa, a la cual le había aumentado su vida útil al crearle nuevos agujeros, sólo quedaban los bagazos de lo que un día fue un hombre.
En que me había convertido, no era nada, el castillo que fabriqué se dispersó con el soplido del viento, mi hermosa vida con clara fue un simple sueño que por un tiempo me alejo de la execrable realidad.
Ahora estaba sólo en el mundo acompañado de dos ángeles de la muerte, pero eso no era lo peor.
Capitulo XIII
Este es el infierno
Mientras pernoctaba, rememoré a mi dulce Clara. En principio estábamos los dos en una canoa, el lugar estaba cubierto por una espesa niebla que obstaculizaba la visión del resto del lugar. Lo único que podía observar era a mi bella amada ubicada al otro extremo de la barca justo en frente de mí. Los dos remábamos y éramos felices. De un momento a otro la embarcación se fragmentó en dos partes exactamente iguales, pero la única fracción que se hundió fue la de Clara.
En mis sueños trataba de salvarla pero fue inútil, ella se había hundido. En ese instante la niebla cubrió toda mi visibilidad, no podía ver nada. Palpando pude sentir a Clara, la acerqué a mí pero la pálida imagen de otro cuerpo femenino ya sin vida me asustó, me estremecí aún más al reconocer ese cadáver, era mi madre.
Justo entonces, la niebla fue desvaneciéndose poco a poco y flotando en ese lago aparecieron los cuerpos de todas las personas víctimas de los dos Joseph, todos tenían su mirada perdida y su iris era color gris bordeados con una leve tonalidad azul bien difuminada.
Tenía mucho miedo, trate de montarme en la punta de la canoa, pero entre más me alejaba de los cuerpos el pequeño pedazo de balza se hundía. Entré en pánico, fue en ese momento cuando los ojos de los cadáveres se voltearon en conjunto a verme, sus cuerpos se movían ya sin alma, como si el demonio de la venganza los hubiera poseído. Con sus cuerpos destruidos comenzaron a tocarme, sus uñas eran largas, atiborradas de hongos y filosas como cuchillos. Comenzaron a rasgarme, el dolor era angustiante pero mayor era el temor, gritaba pero era en vano, algo absorbía desde mi interior mis gritos, de sus heridas comenzaron a salir gusanos y cucarachas, y esos repugnantes insectos comenzaron a entrarse en mis heridas, era el fin, justo antes de morir en mis sueños pude avistar al viejo Joseph sentado en frente de mí contemplando la situación mientras reía, y, justo a su lado, a mi hijo.
Capitulo XIV
La ansiedad de perturba
Desperté, estaba ardiendo en fiebre, me levanté y me dirigí al baño a trasbocar, no pude resistir, el miedo invadió mi cuerpo a tal punto de enfermarlo, salí a comprar una pastilla pero me desmayé.
Mientras permanecía inconsciente recordé los últimos momentos compartidos con Clara, pero, un momento, “¿Joseph no existe?” ¿Por qué mi amada habría dicho tal cosa?, ¿acaso no sentía el más mínimo amor por su hijo? Imposible, Clara era la mujer más bondadosa y noble, ella no detestaría a nadie a tal punto de ignorar su existencia, y mucho menos a su hijo. Lo dijo con tanta firmeza, ¿y si en verdad Joseph no existiera?… no, eso es absurdo…Joseph... Joseph.
Pasadas dos horas desperté de mis inquietantes pensamientos, me encontraba recostado en la cama de un hospital. Alguien debió haberme traído, pensé. Justamente me hallaba en el lugar donde Clara tuvo su parto, aproveché la soledad de mi habitación para quitarme el catéter que me transmitía suero y de inmediato me acerqué a la recepción para averiguar la verdad sobre el nacimiento de nuestro hijo y sacarme de la cabeza esa absurda idea que deambuló en mis alucinaciones.
La recepcionista me guio con una enfermera, quien buscó en la historia clínica de Clara. 23 de Abril de 2006, madre, la señora clara liria Álvarez medina, padre, el señor Santiago López Buendía, hija, la niña Sara Inés López Álvarez. Señor López, no hay forma de error alguno, ese día solo hubo un parto, no fueron mellizos, ustedes tuvieron solo una hija, pero mi pregunta es la siguiente, ¿si usted tenía una duda tan grave, porque no se cercioró antes? Esas fueron las palabras de la enfermera.
Oh dios oh dios, entonces ¿con quién viví estos años? ¿quién me seguía día y noche? ahora sé porque no socializaba con nadie, pero, entonces, ¿quién le hizo daño a Lili? Y peor aún, ¿quién asesinó a Clara?
Tan sólo dos horas antes estuve con él… ¿Quién es en realidad?¿Qué quiere de mí?
Atónito miraba de un lado a otro con mi vista totalmente perdida en los recuerdos… Como si se rebobinara una película, vinieron a mí infinidad de sucesos. No entendía que estaba sucediendo, él estuvo allí siempre. Era como mi sombra, ¿cómo podría ser irreal?. Ya entiendo, ¡maldito Joseph!
No contento con asesinar a los demás y abrumarme de desasosiego, buscó ayuda de magia negra para volver mi vida un infierno. -Existen muchas historias sobre lo poderosa y espeluznante que es la magia negra, pero nunca imaginé que llegará a tal límite- pensé yo. Contemporáneamente, al hospital llegaron unos policías a hablar con la recepcionista y de lejos ella me señaló, yo los veía pero no sabía lo que ocurría, para mí era todo tan extraño.
-¿Es usted el señor Santiago López?- me preguntaron
-si señor soy yo- exclamé
-Queda arrestado por la muerte de la señora Clara Liria Álvarez.
-¿Acaso yo fui el que maté a mi madre? ¿el día de la taberna fui yo quien asesinó a esa ramera?¿dañé a Lili? ¿Estuve solo mientras acabe con la vida de los jóvenes del camino?, y lo más doloroso, ¿yo asesiné a Clara?-estas preguntas saturaban mi mente, no podía razonar
-¿Qué dicen? ¿Asesinarla? Yo la amaba, no podría hacer algo así… suéltenme.
¿Cómo alguien puede disfrutar al destruir una vida?
Todos me observan como si fuera un asesino, me miran con repugnancia, desprecio y temor, pero sé que en el fondo se burlan de mí.
-Esto es una conspiración… alguien me quiere destruir-
Entre más trataba de defenderme los policías más me trataban mal, sus comentarios eran sarcásticos y difamadores. Mi desesperación me llevó a un colapso nervioso, mientras me llevaban en la patrulla sentí que mi corazón latía a una gran velocidad, comencé a sentirme ahogado y me desmayé nuevamente.
Al abrir los ojos me encontraba recluido en una celda, con nada más que mi ropa. No tenía en mi posesión ni siquiera mis documentos de identidad, incluso me habían despojado del anillo de matrimonio.
Reaccioné y comencé a clamar mi libertad. - no fui yo, fue Joseph, yo no le haría daño a nadie, fue Joseph-gritaba a viva voz.
¿Cómo no podían verlo?
Mientras lloraba llegó un abogado a tomar mi caso, me hizo las preguntas de rutina y yo contesté a cabalidad sus inquietudes. Fue tan irritante ese coloquio, mientras le contaba mi versión, él solo escribía en una agenda y me insistía con que dijera la verdad, amedrentándome con que existían pruebas.
-¿Pruebas de qué? las únicas pruebas que pueden tener es de mi inocencia, yo no asesiné a nadie, a menos que… claro, me están culpando porque yo estuve en los lugares de los hechos y no fui tan meticuloso como Joseph…fueron una serie de infortunios. Sé que suena absurdo pero yo no lo hice, aunque se quién lo hizo: fue Joseph-.