Ignorando lo presente

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Ignorando lo presente Por Jesús Benítez El ser humano se siente especialmente atraído por todo aquello que desconoce y le induce a un proceso de cambios que, en el fondo, esperaba con entusiasmo. No hay nada más emotivo que vivir una catarsis o metamorfosis ansiada; resulta regenerador, placentero y liberador. Porque descubrir, innovar e incluso alterar el curso de los acontecimientos, supone un rejuvenecimiento, una motivación añadida que inyecta aire fresco a los pulmones. La monotonía, en cambio, es perjudicial, dañina, contagiosa, insípida, aldeana y sintomática de patologías irreversibles, pues desacredita el espíritu inquieto del individuo, lo anula o extingue. Si observamos el comportamiento de las hormigas, entenderemos mejor el increíble precio que hay que pagar en aquellas sociedades estrictas en sus obligaciones conductuales. En éstas, se establece un inamovible patrón de pautas o acciones: veremos cómo las hormiguitas deambulan al unísono, siguiendo líneas simétricas, definidas, marciales, nunca dispersas (peligro) y si se encuentran con otras que vienen de vuelta, están obligadas a detenerse una milésima de segundo para cruzar antenitas y transmitirse cierta información, o un saludo riguroso, de obligado compromiso. Así desarrollan toda su existencia: recolectando sin descanso y enterrándose después en vida, por ciclos. Y eso, si no mueren antes en el intento. Curioso y, a la vez, frustrante, amargo, triste. A decir verdad, no existen muchas diferencias entre las sociedades más organizadas del mundo animal y el humano. Quizás el segundo ha derivado en una trasgresión de las conductas en su cadena evolutiva, pero mantiene los esquemas que dieron origen y continuidad a todas las especies. Tal vez el hombre se distingue de otros seres vivos por su permanente tendencia autodestructiva, pero intenta aprender de los errores y a recomponer los daños causados. En el fondo, todos seguimos las líneas simétricas marcadas, obedeciendo al dictado unas reglas severas que no admiten discusión. La controversia se suscita cuando alguien pone en cuestión los modelos de comportamiento y la encorsetada obligatoriedad de cumplirlos al pie de la letra, sin cambiar ni una coma o punto, sin poder rectificar a los que marcan esas normas. www.jesusbenitez.com

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Aquel que navegue contracorriente, que se mueva en círculos no concéntricos al orden establecido, ignorando lo presente, es un ser llamado a abandonar el paraíso, estorba. Los excéntricos que rompen protocolos, no tienen cabida en un sistema de ritos y usanzas dogmáticas. Todo el que use fórmulas de expresión no acordes con la baja media intelectual, se granjea el desprecio, el insulto y el odio público, porque nadie desea analizar sus tesis, o por pura envidia, terquedad, embrutecimiento o celo. Si alguien osa poner en duda la ética de un tótem o dirigente de masas apoltronado, será repudiado hasta la estigmatización, por muchos argumentos irrefutables que esgrima. Aquellos que persigan obstinadamente la verdad, en detrimento de los que erigen su imperio en la mentira, tendrán la ingrata experiencia del acoso, o de ver peligrar su vida. Si nos atrevemos a manifestaciones sinceras, cuando la norma es el silencio o el ocultismo, seremos mal vistos o perseguidos. El simple hecho de vestir con ropa de verano en invierno, levantará sospechas y comentarios soeces, o algo peor. En suma, las rarezas o extravagancias, que en el fondo son sólo formas distintas de actuar, e incluso genialidades, siempre tienen sus horas y los amigos contados. Está claro que aquellos que disfrutan bajo la lluvia, cuando otros hacen acopio compulsivo de paraguas, tendrán una pésima consideración social, pero no hay nada más higiénico, física y mentalmente, que recibir la depuración natural, hídrica y gratuita de nuestro cuerpo sin prejuicios. Y ahora estamos en tiempo de lluvias… © Jesús Benítez – Noviembre de 2010 www.jesusbenitez.com

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El solitario… A veces, el duende sentía frío, se le erizaban los cabellos y salía de su guarida, contemplaba el entorno y se sentía observado. Del bolsillo sacaba un caramelo de fresa, lo saboreaba y pensaba: todos me miran, algunos se ríen y otros murmuran. Tengo la piel blanca, algunos de los que veo son oscuros, no sólo de piel, también de sentimientos, por eso mis cabellos apuntan peligrosamente al cielo, y no me preocupan, los quiero. Observar a los seres oscuros hace que mi cuerpo sienta calor, y creo que los que me ojean están empezando a sentir frío, se humillan y tal vez sea yo el culpable, volveré sudoroso a mi guarida y ellos seguirán sintiendo un frío perenne. © Jesús Benítez (Poema escrito en julio de 1987)

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