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P. Jaime Ortiz Santacruz
+ Bogotá, 20 de febrero de 2020
Jaime nació en Pasto (Nariño) el 29 de junio de 1945. Fue hijo de don Juan Bautista Ortiz y doña Irene Santacruz, quienes tuvieron otros ocho hijos. Realizó sus estudios de primaria y bachillerato en el Colegio San Francisco Javier de su ciudad natal. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de La Ceja el 26 de agosto de 1966 y emitió los votos del bienio el 7 de diciembre de 1968. Pasó luego, para la etapa del Juniorado, a Bogotá en 1969 y al Colegio San Bartolomé la Merced (1970). Después fue enviado a Magisterio (1971-1972) en el Colegio San Ignacio y regresaría a Bogotá para los estudios de Filosofía de 1973 a 1974; allí mismo hizo la Teología durante el trienio subsiguiente, al tiempo que adelantaba estudios de Licenciatura en educación en la Javeriana. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de diciembre de 1977 en Pasto, y dos años después, en 1979, hizo la Tercera Probación en Medellín. Emitió los últimos votos el 15 de agosto de 1984. Falleció en Bogotá, el 20 de febrero de 2020.
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Semblanza del P. Jaime Ortiz, SJ
Por P. Fernando Mendoza, SJ
Tuve la oportunidad de conocer, con cierta profundidad, la región Nariñense y, concretamente, la ciudad de Pasto, lugar de nacimiento de nuestro querido Jaime Pedro Pablo. Precisamente, sus nombres nos traen a la memoria dos hombres santos, llenos de fogosidad y empuje apostólico, como también lo tuvo, con sus debidas proporciones, nuestro querido compañero Jaime, quien nació un día de fiesta de los santos Pedro y Pablo.
Mi experiencia en el sur me dio la oportunidad de conocer gente amigable, sencilla,
muy inteligente y de gran calidez humana. Esto mismo percibí en Jaime en los años en que empezamos a compartir la vida durante nuestra época de formación en la Filosofía. Vivimos un año en el sector norte del edificio de Chapinero – donde funcionaba el Filosofado – y, para el segundo año, compartimos la vivencia de las pequeñas comunidades en el barrio Doce de Octubre. Allí vivíamos los estudiantes de filosofía en tres pequeñas casas; Jaime pertenecía a la subcomunidad de los “busetos”, por cuanto frente a la casa se estacionaban los pequeños buses que iniciaban su recorrido urbano desde este sector. Jaime era el hombre alegre, simpático y tranquilo de la subcomunidad. Ya desde entonces, se interesaba por los asuntos relativos a la educación, área en la que se preparó, posteriormente, en los Estados Unidos.
Hicimos la Teología juntos, cuando todavía las clases se impartían en Chapinero; compartimos el cuarto piso del ala sur del edificio. Una ayuda que debíamos brindarle a Jaime era despertarlo temprano para que asistiera a las clases, pues desde aquella época comenzaba a girar su reloj interior: trabajaba mejor de noche y no le era fácil iniciar el día temprano. Este cambio de horario se fue acentuando con los colegios en los que se desempeñó, muy competentemente, como director o prefecto de estudios. Dentro del ámbito comunitario, especialmente durante períodos de formación, Jaime fue para el grupo una persona muy apreciada. Se destacaba por su alegría y su actitud bromista con sus compañeros; quizás por este motivo lo llamábamos cariñosamente “el Mico Ortiz”, cosa que aceptaba complacido. Más aún, con Jaime se podía bromear con los famosos “chistes pastusos” que él mismo contaba o celebraba.
Esa misma actitud cercana, alegre y jocosa, también era característica en sus relaciones con las personas de los colegios, especialmente con los estudiantes. Sin embargo, ese modo de ser contrastaba con otra faceta que, poco a poco, fue manifestándose en sus relaciones interpersonales, donde aparecía el Padre serio, intelectual y directivo que, no pocas veces, generó cierta dificultad de trato. Sus horas de descanso “nocturno” se fueron cambiando más acentuadamente por horas de descanso “diurnas”, por lo cual era necesario adaptar reuniones, citas, entre otras cosas, a partir de muy avanzada la mañana. Estas limitaciones no impidieron que Jaime se fuera destacando como un buen director de estudios, amante de la pedagogía ignaciana y gran impulsor de toda propuesta educativa a partir del Paradigma Pedagógico Ignaciano, que se implementó en todas nuestras obras educativas y que Jaime apoyó decididamente.
La mayor parte de su vida apostólica la desarrolló en los colegios y, concretamente, como director o prefecto de estudios en el Colegio San Ignacio de Medellín, en el San Bartolomé La Merced de Bogotá, en el San José de Barranquilla y, finalmente, en el San Luis Gonzaga de Manizales. Este amplio recorrido por los colegios hizo que, en su momento, se destacara como un buen referente – por su conocimiento y experiencia prolongada – en las frecuentes reu-
niones de homólogos de nuestros colegios en el área académica. Luego de toda esta experiencia educativa, fue destinado a la Universidad Javeriana en donde colaboró, no solamente en el aspecto académico, sino también en el área de pastoral. Quizás otros jesuitas y compañeros apostólicos puedan dar testimonio más objetivo de este período de su vida, pues no estuve tan cercano a él por esos años de su servicio universitario.
En los últimos años de su vida, la salud de Jaime se fue deteriorando, especialmente en lo que se refiere a su salud mental. Somos conscientes de las ayudas que se le ofrecieron para que pudiera tener un proceso más tranquilo en sus relaciones interpersonales, pues poco a poco se manifestaba algo más irritable. Debíamos ayudarle a que llevara la vida con la tensión normal de lo que la vida apostólica y comunitaria exige, y a que controlara sus reacciones impacientes frente a las relaciones interpersonales de nuestra vida. Tuve la oportunidad, durante el último destino que le dio el Provincial para colaborar en el Colegio Mayor de San Bartolomé, donde yo era rector y superior, de ayudarle en este aspecto un poco difícil de su vida.
No obstante, aún al pertenecer a la comunidad de la Enfermería, donde velaron por su salud, Jaime gozó de libertad de movimiento y, por eso, ya desde antes de vivir en la enfermería de la Provincia, desarrolló una labor muy bonita de ayuda en algunas parroquias de Bogotá. Su estado de salud no le impidió prestar una valiosa colaboración en la Parroquia de Lourdes, donde fue acogido por un párroco que le abrió las puertas para que pudiera celebrar la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Cuando dicho párroco fue destinado a la Parroquia de Torcoroma, Jaime siguió colaborando en esa nueva parroquia, siempre los fines de semana. Hacer memoria de este hecho me remonta al Santo Cura de Ars quien, a pesar de sus limitaciones humanas, pudo desarrollar un apostolado fecundo y santificador. Jaime vivió, guardadas las proporciones, una experiencia similar, más allá de sus propias limitaciones físicas, y pudo vivir y morir en la Compañía de Jesús que siempre amó desde que la conoció en su niñez, como alumno del prestigioso Colegio San Francisco Javier de Pasto, donde realizó sus estudios primarios y secundarios. El Señor, sin duda, lo ha acogido con cariño, pues Jaime supo ser fiel al llamado que le hizo a la Compañía de Jesús y, ahora, a su compañía definitiva en la Casa de nuestro Padre Dios.
Referencia: Jesuitas Colombia, marzo-abril de 2020, pg. 16-19.