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P. José Vicente Sánchez Torres

+ Medellín, 24 de diciembre de 2019

José Vicente ingresó en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo el 18 de septiembre de 1938 e hizo los votos del bienio el 27 de septiembre dos años más tarde. Allí mismo realizó el Juniorado de 1941 a 1943, para luego ir a Chapinero donde hizo la Filosofía entre 1944 y 1947. Durante el bienio siguiente realizó la etapa de Magisterio en el Colegio San Ignacio de Medellín, y regresó a Bogotá para estudiar la Teología (1951-1954). Fue ordenado sacerdote el 3 de diciembre de 1953 y realizó la Tercera Probación en Santa Rosa en 1955. Se incorporó definitivamente a la Compañía el 15 de agosto de 1970.

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Semblanza del P. José Vicente Sánchez, SJ

Por P. Joaquín Pachón, SJ

Nació en Socha (Boyacá) el 1 de abril de 1923. Hijo de Froilán Sánchez Calderón y María Luisa Torres Soler. Sus hermanos: Fausto Eugenio, fallecido en 1948 (quemado en un avión de la FAC) y María Elisa viuda de Hidalgo, residente en Alicante (España), con su hija María Antonia viuda de León. Estuvo por tres momentos en Barrancabermeja: nueve años, desde el 16 de diciembre de 1955; cinco años, desde el 14 de agosto de 1975; veintitrés años, desde el 10 de diciembre de 1991. En total, 37 años de presencia, en la que fue párroco del Sagrado Corazón entre 1958 y 1965 (primera vez), y entre 1975 y 1980 (segunda vez). Colaboró como vicario parroquial entre los años 1991 y 2015, cuando partió para la Casa Pedro Arrupe, en Medellín, según fue su deseo.

Fue un jesuita que vivió entregado al seguimiento de Jesús con gran radicalidad. Los votos fueron para él la posibilidad de parecerse más a Jesús. En cuanto a la pobre-

za, su testimonio fue claro. Así lo demostró con su manera de vestir y en la ropa que tenía. Su equipaje fue un maletín de mano donde llevaba toda su ropa y las cosas de aseo. No recibía regalos de ropa porque decía que él lo tenía todo y lo que necesitara, siempre la comunidad jesuita lo proveía. Siempre lo vieron con su ropa limpia y bien presentado. Su mejor consigna era servir, especialmente, a los pobres y ancianos. Todos los sábados les entregaba una ayuda económica a unos 200 ancianos. Comenzó dándoles $500 y luego pasó a $1000. En diciembre les obsequiaba a cada uno una ancheta, un almanaque y una tarjeta de navidad. Para comprar todo esto recibía algunas donaciones de amigos. Era muy organizado en todo; para repartir estos obsequios, les entregaba con anterioridad un ficho a cada uno.

Se distinguió por su puntualidad y el cumplimiento de sus horarios. Todos los días él mismo abría el templo y se sentaba a confesar quince minutos antes de la misa de 6:30 de la mañana, que él mismo celebró todos los años que vivió en Barrancabermeja. Después del desayuno se ponía a leer alguna revista o periódico que lo actualizara en noticias. Religiosamente abría el despacho parroquial a las nueve de la mañana y atendía personalmente las diferentes solicitudes de los fieles. Cerraba a las once, pero si alguien necesitaba alguna atención especial, lo citaba a esa hora. Después de almuerzo dormía la siesta y a las tres de la tarde volvía a abrir el despacho hasta las cinco. Permanecía un tiempo más, terminando las tareas que quedaran pendientes; luego cenaba y después veía las noticias por televisión. Hacia las nueve se retiraba a descansar en su cuarto.

En las actividades de comunidad, como eucaristías, reuniones, retiros, salidas, participaba con mucho interés y prontitud. Para las vacaciones comunitarias prefería quedarse cuidando la casa porque para él era más importante la parroquia. Si acaso iba dos o tres días a Bucaramanga para descansar un poco. Con el padre Ignacio Rosero, SJ y el apoyo de los vecinos, construyeron el templo y la casa parroquial de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, en el barrio Palmira de Barrancabermeja. Desde los años noventa iba los domingos al barrio El Paraíso, en la Comuna siete, a celebrar la Eucaristía a las nueve de la mañana. No le gustaba ir en taxi para no gastar tanto dinero. Al principio celebraba en el parque del barrio, pero hacia el año 2000 emprendió la misión de construir la capilla que consagró a “Cristo Rey”. Siempre, al final de la Eucaristía, les repartía dulces a los niños. A los adultos que le pedían les decía que ya estaban muy grandes para pedir dulces.

Fue muy generoso con los pobres y necesitados. Un hecho que corrobora esta actitud fue que a la muerte del padre Alberto Moreno, SJ ocurrida en la Casa Arrupe de Medellín, le regaló cien mil pesos a la sacristana de la parroquia para que pudiera estar en las exequias, pues ella lo quiso mucho y no contaba con ese dinero para ir. También fue muy estricto con la puntualidad para los bautizos. Si la familia no llegaba a tiempo, los dejaba para otro día. Sus compañeros dicen que la ilusión de José Vicente era

llegar a los veinticinco mil bautizados. Parece que realizó entre veintidós mil y veintitrés mil bautizos.

Su salud fue siempre muy buena. Se alimentaba bien y su comida preferida era el pescado (bagre o bocachico), que acompañaba con una cerveza. También le gustaba mucho el mango “de chupa” o mango de azúcar. Comía mucho jengibre pues decía que esto lo libraba de las gripas que era lo único que en ocasiones lo aquejaba. No le gustaba tomar remedios y prefería todo lo que fuera natural para aliviarse. Su interés por mantener el reloj de la parroquia funcionando bien, lo hacía subir a la torre para darle cuerda. Una vez se cayó y le aconsejaron que no siguiera subiendo para evitar otra caída. El hermoso rosetón que tiene la fachada del templo, lo construyó con la venta de empanadas.

En las celebraciones del miércoles de ceniza, él mismo se ponía la cruz en la frente. Pero ya en los últimos años le pedía a algún feligrés que lo hiciera. En las eucaristías explicaba la Palabra con mucha sencillez y claridad, producto de la preparación que para ello hacía. Fue lo suficientemente humilde para reconocer que los jóvenes estaban bien formados y sabían más que él y, por tanto, había que darles paso a ellos. En el mes de febrero de 2015, monseñor Camilo Castrellón, obispo de Barrancabermeja, condecoró a José Vicente y le agradeció, en nombre de esa iglesia particular, todo el servicio que prestó durante todos estos años en la Parroquia del Sagrado Corazón.

Al principio quería que lo enterraran en Barranca, pero después que llegó a la Casa Arrupe se sintió muy bien, porque se encontró con sus antiguos compañeros como el padre Gonzalo Ortiz, SJ. En enero del año 2015, José Vicente renovó su deseo para que procedieran según su última voluntad: “En caso de enfermedad grave o accidente, ruego a la Comunidad que me den los sacramentos oportunamente; que no se me prolongue artificialmente la vida; que no sea sometido a intervenciones quirúrgicas, cuando no exista seguridad de mejoramiento para poder ser útil; que no se hagan gastos impropios de un pobre.”

Referencia: Jesuitas Colombia, enero-febrero de 2020, pg. 20-23.

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