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P. José Antonio Ángel Sierra

+ Medellín, 25 de junio de 2017

José Antonio nació el 25 de abril de 1940 en Pereira, en el hogar de don Jorge Ángel y doña Mariela Sierra, quienes tuvieron otros cuatro hijos: Raúl, Gustavo, Jorge y María Mercedes. Realizó su primaria en el Colegio San Juan Berchmans y el bachillerato en el Colegio San Ignacio de Medellín y en la Apostólica de Villa Gonzaga. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de La Ceja el 7 de diciembre de 1956; fue enviado después a Santa Rosa para hacer el Juniorado (1959-1961), y luego en Chapinero cursó la Filosofía entre 1962 y 1965. El Magisterio lo llevó a cabo en Manizales y Pasto durante los dos siguientes años, y regresó a Chapinero para adelantar los estudios de Teología, que terminó en 1971. Fue ordenado sacerdote el 7 de diciembre de 1970; durante los siguientes años trabajó en Medellín en el Colegio San Ignacio como espiritual y en el CESDE como ayudante. Realizó la Tercera Probación en esta misma ciudad en 1976 y emitió los últimos votos el 20 de abril de 1981. Su trabajo apostólico se desarrolló fundamentalmente en los Colegios San Bartolomé La Merced, San Ignacio, San Luis Gonzaga y sobre todo en el San Juan Berchmans, como profesor de catequesis y asesor espiritual.

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“Toño” era un sacerdote entregado a servir a la gente, con gran espíritu de fe

Por Álvaro Vélez Escobar, SJ

Con “Toño” fuimos muy cercanos y buenos amigos desde novicios; me llevaba un año de Compañía, y fuimos compañeros de estudios hasta terminar la Filosofía, cuando nos separamos para el Magisterio; el primer año lo hizo en el Colegio San Luis Gonzaga de Manizales y para el segundo fue enviado a Pasto, donde compartimos experiencias en el Colegio San Francisco Javier. Él hizo la Teología en Chapinero y luego volvimos a compartir juntos la Ter-

cera Probación. En nuestra vida apostólica compartimos comunidad y trabajo en los Colegios San Ignacio y Berchmans a lo largo de varios años.

“Toño” se distinguió siempre por ser una persona muy servicial, dispuesta a meter el hombro sin arredrarse ante las dificultades, colaborador en asuntos comunitarios, disponible para lo que se necesitara. Un hombre sencillo, sin darse ninguna clase de ínfulas y sin aparecer. Bastante acelerado y con un dinamismo incansable: no podía permanecer estático y tenía que estar haciendo algo. Su fuerte no fue propiamente lo académico y por eso los estudios del juniorado y la filosofía le costaron no poco. Por lo que hace a su vida religiosa, “Toño” era un hombre bueno, fiel a su oración diaria, a la celebración Eucarística y al rezo del Breviario. Era un sacerdote entregado a servir a la gente, con gran espíritu de fe.

Desde sus años de Apostólica se aficionó a la fotografía, aleccionado por un maestrillo fotógrafo; precisamente fue él quien tomó las fotografías en mi ordenación sacerdotal. Estando en Chapinero se hizo amigo de don Julio Nocua, el conductor del bus, y aprendió elementos básicos de mecánica automotriz, lo que siendo sacerdote se tradujo en que le gustaba mucho manejar los buses escolares y se ofrecía cuando se ausentaba algún conductor.

Gozaba de muy buena salud y era muy deportista. Gran aficionado a la bicicleta, participó en varias competencias para personas mayores como los Clásicos de El Colombiano. En el velódromo de Medellín, impuso el récord mundial de la hora en bicicleta para ciclistas sacerdotes. El escultismo fue otra de sus pasiones: cuando era apostólico fue jefe de la Tropa Scout de Villa Gonzaga, posteriormente ya como sacerdote, fue varios años capellán del Grupo Scout en nuestros colegios. Otra afición fue escalar varios picos del Parque de los Nevados en diferentes oportunidades. Un apostolado al que le puso mucho cariño fue la catequesis. En los años 70 apoyó las catequesis del P. Rafael Vallserra, “Evangelio Comunicado”, en unión con una religiosa salesiana. A partir de los años 90 apoyó, tanto en Cali como luego en Manizales, los programas FAS (Formación y Acción Social).

Homilía en las exequias del P. José Antonio Ángel Sierra, SJ (apartes)

Por P. Álvaro Restrepo, SJ

Para el Toño amigo y compañero el colegio era su vida y su ilusión. Cuando entró en la fase terminal de su dura enfermedad repetía estas palabras: “quiero morir aquí, en el Colegio de San Ignacio”. Todos los estamentos encontraban en Toño un amigo y un consejero siempre atento a sus necesidades y requerimientos. Las colaboradoras y empleadas hallaron un compañero. Toño se interesaba en lo que estaban haciendo: en el arreglo de una máquina, en la pintura de unas paredes, en el trasteo de unas sillas… Creaba por doquier amistades. En nuestros almuerzos comunitarios gozaba

haciéndonos partícipes de todas las novedades en el plantel.

El Toño sacerdote estuvo siempre listo para celebrar las Eucaristías que le pidieran, preparaba cuidadosamente sus homilías acudiendo si era preciso a comentarios de biblistas. Se ofrecía gustoso a colaborar en una parroquia si le quedaba algún tiempo disponible. El Toño jesuita sabía que estamos llamados a “amar y servir”. Fue para todos, un ejemplo auténtico de servicialidad. No hacía distinción entre personas, tiempo y lugar. Todo lo que alguno necesitara él se afanaba por procurarlo sin importarle el día o la noche. En su encuentro diario con el Señor en la capillita de la comunidad, oraba, hacía el examen del día y la lectura espiritual.

Toño el apóstol tuvo preferencia por los jóvenes y la educación. Además, su gran capacidad en el manejo de los medios audiovisuales – video y fotografía – fueron para él la ocasión de ayudar a los demás. Se entregó de corazón a la Tropa Scout, donde acompañó varios campamentos. Fue gran deportista, aficionado al ciclismo. Una forma más de evangelizar con su palabra y de fortalecer la amistad.

Referencia: Noticias de Provincia, N° 6, junio de 2017, pg. 12-15.

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