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P. Alfred Johannes Welker
+ Alemania, 30 de diciembre de 2015
El P. Welker nació Forchheim (Alemania) el 14 de abril de 1939, en el hogar de Friedrich y Adelguade Welker; tuvo tres hermanos: Georg, Rosa y Josef. Ingresó a la Compañía de Jesús el 2 de mayo de 1965 y emitió los votos del bienio el 13 de mayo de 1967. Fue ordenado sacerdote el 8 de marzo de 1964; posteriormente hizo la Tercera Probación en Buga en 1981, y emitió los últimos votos el 30 de diciembre de 1986 en Cali. En Alemania trabajó con jóvenes en Regensberg (1974-1980) y en Nuruberg (1974-1980). Desde 1982 consagró por entero su vida pastoral a la población afrodescendiente del Distrito de Aguablanca de la ciudad de Cali. Falleció en Alemania, el 30 de diciembre de 2015.
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El Padre Alfredo luchó por la familia de aquí, y es que todo ser humano deberíamos luchar por la familia. Él era un negro más en nuestra comunidad.
María Guerrero, (Habitante de Aguablanca)
Semblanza del P. Welker
Por P. Roberto Caro, SJ
Finalizado el año 1996 el P. José Adolfo González, Provincial entonces, me encargó estudiar la posibilidad de integrar al plan apostólico de la Provincia la silenciosa y sacrificada obra que el P. Alfred Welker venía realizando en el sector de “El Retiro”
del Distrito de Aguablanca en la ciudad de Cali. Aquella fue la oportunidad de tener el primer contacto directo con la extraordinaria personalidad de Alfredo, un carismático jesuita alemán que llegó a identificarse totalmente con la peculiar personalidad de la comunidad afro emigrante de las inhóspitas regiones de las costas pacíficas en busca de un mejor vivir en la capital del Valle. Cautivado por el carácter sufrido y festivo de aquellas familias que comenzaban a construir su hábitat propio de invasión en ese apartado rincón a orillas del río Cauca y de sus caños de desagüe, carente de todo servicio público e ignorado por completo por las autoridades locales – fruto de sus correrías apostólicas de la Tercera Probación realizada en Buga en 1981 – obtiene de sus Superiores religiosos en Alemania y con la aceptación del P. Álvaro Restrepo, Provincial de Colombia, el permiso de volver a Colombia para que, como operario adscrito a la comunidad del Colegio Berchmans de Cali, ayude en una Parroquia de este sector de la ciudad.
La rutina del trabajo parroquial, por una parte, y las dramáticas condiciones de vida de los invasores de “El Retiro”, por otra, desbordaron los límites de su compromiso inicial y le llevaron a integrarse por completo en la vida de esa comunidad naciente, compartiendo su vida en los ranchos, su precaria alimentación y su rudo trabajo para construir viviendas, abrir calles, instalar las cuerdas piratas para la electricidad y responder a las sencillas y – a veces – pintorescas necesidades espirituales de sus gentes. Con el paso de los años, va tomando relevancia la importancia de responder también al progreso integral de las personas necesitadas de un ambiente de familia, de educación, de posibilidades de trabajo, de proyectos de vida… y Alfredo viaja a Alemania una y otra vez para crear – entre sus familiares, conocidos y amigos – una red de donantes que le permitan dar respuesta a estas necesidades básicas de su comunidad.
La Procura de Misiones de las Provincias Jesuitas de Alemania asume la responsabilidad de la recolección de dichos fondos y su manejo fiscal para su envío a Colombia. El Obispo de Cali, Pedro Rubiano, respalda con cariño estas iniciativas y con el apoyo de la Fundación Carvajal, de la FES y de otras instituciones civiles logra la constitución de una entidad jurídica – “Corporación El Señor de los Milagros” – para hacer posible el manejo de dichos dineros de acuerdo con las normas legales del país. La Alcaldía local, consciente de la importancia de este esfuerzo para el desarrollo de Aguablanca, pasa por alto muchas de las exigencias fiscales vigentes y la Arquidiócesis de Cali erige formalmente la Parroquia “El Señor de los Milagros”, nombrando a Alfredo como su primer Párroco.
Aparece así, en medio de la precariedad de la zona, un amplio programa de progreso social que va construyendo edificaciones funcionales – la estética no forma parte de su concepto cultural – que hacen posible el cuidado de la primera infancia, la atención en salud del sector – atendida por un equipo de médicos alemanes –, la implementación de un rudimentario comedor comu-
nal, la prestación de los servicios religiosos simultáneamente con el dormitorio para ancianos mendicantes y la educación de numerosas aulas escolares para el funcionamiento del colegio que, progresivamente, cubre la totalidad de 11 años del plan educativo oficial. La dinámica del Centro facilita la creación de una fuente de trabajo estable para las personas adultas de la comunidad – principalmente mujeres cabeza de familia –, así no se puedan cumplir las normas laborales vigentes en cuanto a salario mínimo, prestaciones sociales y contribuciones parafiscales.
Después de quince años de ímprobo trabajo, se cumple el sueño de un Alfredo radicalmente comprometido con su comunidad afro, identificado con su cultura de lo inmediato – del día a día –, solidario hasta el extremo con el drama existencial de su barrio y partícipe de su forma de vivir, afectivamente centrado en su gente y condicionado totalmente en sus decisiones vitales por el sufrimiento del hermano compañero de vida. Esta hermosa y, al mismo tiempo, compleja realidad es la que plantea a Isaías Duarte, Obispo de Cali, y a José Adolfo González, Provincial de Colombia, la gran pregunta: ¿Cuál será su futuro, cuando falte la inspiración, el empuje y el compromiso total de Alfredo? La respuesta, elaborada en un profundo discernimiento espiritual, es conformar una Comunidad de Jesuitas que integre a Alfredo dentro del compromiso apostólico de la Provincia, que le dé futuro institucional a su obra de promoción social dentro del marco legal del país y que le dé claridad a la presencia de la Compañía dentro del compromiso parroquial de la iglesia arquidiocesana de Cali.
En enero de 1997 se da inicio a esta respuesta responsable con el futuro de la obra formidable realizada por Alfredo durante años: Gonzalo Amaya y mi persona fuimos recibidos triunfantemente por Alfredo y su comunidad del Señor de los Milagros en una festiva e interminable ceremonia e instalados confortablemente en la residencia de la Comunidad, en el segundo piso del edificio de servicios de salud, preparada con cariño y cuidado por el P. Oscar Mejía, Rector del Colegio Berchmans, y el P. Javier González, Ministro de la Comunidad de la Javeriana. Poco después llegó a acompañarnos Misael Meza, en su tiempo de Magisterio, y Enrique Delgado (Kike), el año siguiente. Vida comunitaria en clave apostólica en la que frecuentemente participaba Alfredo con su alegría y jovialidad innata – robándole espacios a lo que siempre fue su entorno vital: su comunidad – principalmente en los espacios en que celebrábamos los cumpleaños o nos encontrábamos con las otras comunidades jesuitas de Cali.
Responsable de la reestructuración administrativa de la obra, admiré profundamente la cooperación leal que tuve de Alfredo para organizar la contabilidad de acuerdo con las exigencias fiscales, para el manejo de los dineros a través de los bancos, para la organización de los contratos laborales de los profesores, para la clarificación de la nómina y su pago puntual, actividades que durante muchos años había realizado
personalmente Alfredo, sin sujeción a norma alguna externa y sin mayor necesidad de rendir cuentas. Asumió, igualmente, el difícil proceso para cambiar la razón de la personería jurídica de la obra para convertirla de Corporación a una Fundación sin ánimo de lucro, con dirección colectiva bajo la autoridad institucional de la Arquidiócesis de Cali y de la Compañía – proceso que finalmente no llegó a término – cuando él fue siempre la última y definitiva palabra en su obra social.
Con nuestra llegada, el señor Obispo nombró Párroco al P. Gonzalo Amaya, con quien iniciamos la construcción del nuevo templo para la Parroquia que con la ayuda económica de Adveniat y de dos arquitectos javerianos vinculados profesionalmente con la Javeriana de Cali para la elaboración de los planos y la interventoría gratuita de la construcción, hizo posible cumplir el propósito de darle autonomía a la Parroquia, como obra de la arquidiócesis, independiente de la obra social. Alfredo colaboró generoso en las actividades de la Parroquia, así no estuviera de acuerdo con el tipo de construcción realizado. Tres años de hermosa vida comunitaria, de trabajo parroquial intenso y de estructuración institucional cuidadosa que enriqueció nuestra vida personal con una experiencia única, significó un progreso y consolidación significativa de la obra social de la Corporación y – creo – contribuyó al bienestar personal y espiritual de Alfredo.
Desafortunadamente, llegó un momento – terminado el año 1999 – en que se presentó un punto de quiebre en que el proceso que se venía haciendo planteó un dilema irreductible entre la institucionalidad y el carisma. Los caminos inescrutables de Dios se inclinaron por el carisma: el P. Horacio Arango nos comunicó la decisión provincial de terminar nuestra colaboración con la obra social, de entregar la Parroquia a la Arquidiócesis y de clausurar nuestra Comunidad de El Retiro… Gonzalo iría a Villa Javier, Kike comenzaría su Teología y yo me haría cargo de la Parroquia de Terrón Colorado en Cali. Tengo la impresión de que quienes participamos de esta maravillosa experiencia seguimos sintiéndonos muy cercanos a Alfredo y su obra y que él – en lo íntimo de su corazón – siguió compartiendo nuestros caminos.
Referencia: Noticias de Provincia, N° 1, enero 2016, pg. 5-7.