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7. Antropología histórica, etnohistoria y antropología de archivo

La idea difusionista de área cultural y la aplicación del comparativismo proyectó sobre el archivo folk la metodología geográfica y cartográfica que la lingüística había incorporado a sus trabajos (Jules Guilléron, en Francia; Fritz Krüger, en Alemania; A. Griera, en Cataluña). Así como los lingüistas han publicado el Atlas lingüístico –afirma Bautista Roca–, los folkloristas deberían publicar un Atlas de la cultura popular, en el que figurasen las variantes folklóricas de cada pueblo (Calvo, 1991: 114-115), cosa que habían hecho, como hemos comprobado antes, los representantes del archivo deárea. El contenido de un archivo folk debía incluir las producciones culturales de un pueblo quequedaron al margen de la cultura oficial (Carreras, 1921), sólo lacultura espiritual de un pueblo (Hoyos, 1947), únicamente lo folk-literario (Dorson, 1959, Leach, 1972), todas las manifestaciones de la creación popular (CarvalhoNeto, 1965). A partir de la década de los setenta los antropólogos rompen el tradicional divorcio entre lo etnográficoy lo folklórico, porqueconsideran ambos factores idénticos, aunque pertenecientes a sociedades exóticas y endóticas respectivamente. En consecuencia, varía la concepción del archivo folk, aunque el problema de fondo continúa: ¿El archivo se reduce a un mero coleccionismo o a una revitalización de una tradición? Algunos folkloristas europeos afirman que se trata de la identificación y recogida de materiales tradicionales para su recreación posterior ( Dundes, 1965).

6.3. El archivo histórico

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Si el archivo folk y el archivo de área nacieron en el ochocientos de y para la antropología, el archivo histórico surge también en el siglo XIX con el objeto de ordenar y clasificar los antiguos depósitos documentales y ofrecer a la historia una base fundamental (Sickel, 1858; Giry, 1894; Bartoloni, 1954). En este sentido ha dicho Barraclough que “el historiador descansa en el archivero para las fuentes” (Barraclough,en Freedman,1981,vol.II:528).Hoy, sin embargo,dadoel granvolumen de información, el antiguo problema de la preservación de las fuentes documentales ha sido substituido por el de la llamada “distribución” (kassation) o eliminación de duplicados y, sobre todo, por la decisión crítica respecto de lo que debe o no debe conservarse y, en consecuencia, menor demanda de las ciencias auxiliares (paleografía y diplomática, por ejemplo) de la archivística y un mayor interés de la historia por la modernidad. Además, el interés de la archivística por reconstruir los “fondos” y garantizar una historia documental ha sido desviado por la presión de una historia cuantitativa que exige al archivo a considerar como intrínsecamente no significativa aquella documentación inapreciable para fines estadísticos Pese ala nuevatransformación delarchivo histórico y desusnuevas técnicas, el conocimiento científico del pasado se fundamenta en el testimonio conservado, sea cual sea el sistema y el método de acceso. Schelenberg hadicho que los testimonios conservados tienen un doble valor, el que deriva de la misión que el documento debía cumplir en la sociedad que le vio nacer y el que adquiere como fundamento de una historia documental. En este caso el archivo histórico no es un depósito de antigüedades dignas de ser preservadas, sino un fondo documental utilizable por la archivística y parala historia. Ello supone: En primer lugar, la definición archivística de las “fuentes documentales”como reflejo de relaciones políticas, administrativas, públicas o privadas, y de las “fuentes diplomáticas” o testimonios escritos de naturaleza jurídica, destinados a procurar fe y fuerza probatoria al documento (Paoli, 1942: 18). El archivo históricoresponde así a ciertas exigencias conceptuales. Un mismo hecho social puede que- dar reflejado documentalmente como narración que deja constancia de un hecho y testimonio de futuro; como reflejo de una situación sin ninguna funcionalidad de futuro, aunque con ciertas posibilidades para una reconstrucción histórica; como contenido de carácter jurídico, garantía de unos derechos y prueba histórica de los mismos. El carácter probatorio de un documento, juntamente con la crítica del mismo, constituye, en segundo lugar, no sólo un factor primordial de reconstrucción histórica, sino también de estructuración antropológica. El documento de archivo es un escritoquejustifica y pruebaun hecho. Lapruebadocumentales distinta, sin embargo, de la prueba por inspección u observación. Esta es inmediata, aquella constatatoria. Pero la pruebapor inspección seconvierte en documentalen la medida en que se refleja en un documento y se somete a las normas de las ciencias documentales y de archivo. Tal sucede, por ejemplo, en las actas notariales y en los reconocimientos judiciales; pero también en las observaciones etnográficas consignadas en los diarios de campo y las tradiciones orales recogidas en las compilaciones folk. En este sentido el archivo de área o etnográfico y el archivo folk adquiere una dimen- sión histórica no exigida en su origen (Trías Mercant, 2002). La pruebadocumental requiere un método crítico-hermenéutico al objeto de establecer la autenticidad del documento, su origen, transmisión y fijación del texto, garantías de la testimonialidad histórica y de la semántica cultural. Por último, la tradición documental o los diversos modos de transmisión y la variada fortuna de los documentos en el decurso del tiempo. El documento no sólo relata una historia, sino además tiene historia, circunstancia que también ha de ser examinada. El conocimiento de la historia del documento marca críticamente el grado de relación y de cercanía de un texto con su original y las interpolaciones y transformaciones que sehan introducido en las copias. Ello comporta atender adiferentescontextosculturalesysociales. Ello nos retrotraeaaquella epistemología propia del archivo, caracterizada por Levi-Strauss.

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7. Antropología histórica, etnohistoria y antropología de archivo.

En la década de 1950 se había gestado una conciencia de aproximación de la antropología y de la historia (Raymond Firth, 1951; Fred Eggan, 1954), al revisar aquellas teorías que años atrás consideran la importancia antropológica del cambio social(Mair,1938;Wilson y Hunter,1939).Enel periodode los setenta,desdemetodologíasdistintas, seconsolida el matrimonio entreantropologíaehistoria (Vansina, 1961 y su traducción inglesa por Wright, 1965; Evans-Pritchard, 1961; Sturtevand, 1966), considerando con Leach en su Rethinking anthropology (1961) que muchos antropólogos abandonan los intentos de hacer generalizaciones comparativas y, en su lugar, han empezado aescribir historias detalladas de pueblos concretos. Pese a esa tendencia de aproximación, todavía en 1972, Lewis, al recoger las ponencias de la Conferencia anual de la Asociación de Antropólogos Sociales del Commonwelth (1966) sobre el análisis empírico de los procesos diacrónicos de sociedades concretas, no llega a superar los tics de la antropología de campo.. Escribe:Mientras “el historiador dialoga preferentemente con los documentos [que] se han conservado como testimonio para la posteridad [...], el antropólogo obtiene la mayoría de sus datos primordiales a base de la observación e investigación directa y personal, [fijándose] más en una perspectiva del presente que del pasado” (Lewis,1972:11).Al analizar las ponenciascompiladas,Lewisestablece variasposturas diferentes: La de aquellos que usan la antropología como fuente complementaria, como valoración adicional y como instrumento auxiliar de la historia. En esta línea cabe recordar el artículo de Morton-Williams sobre ”la penetración fulani en Nupe y Yoruba en el siglo XIX”. Este autor se muestra cauto en aceptar conceptos y proce-dimientos socio-antropológicos en el estudio de la relación entre análisis estructuraly proceso histórico, porque, si bien el concepto de estructura permite a los antropó-logos unir sus fuerzas con los historiadores, la concepción del tiempo los separa. La noción de “tiempo presente” del historiador no coincide con la de “presente etno- gráfico” del antropólogo. Éste, al hacer un análisis sincrónico estructural, “se abs- trae, hasta donde le es posible, de cualquier cambio que el sistema estructuralpuedasufrir” (Morton-Williams, en Lewis, 1972: 41-42) Otra postura defiende el compromiso de la antropología con la historia. E. Ardener, después de criticar aquellos antropólogos que subestiman la tradición documental, apuesta por ella, independientemente de las hipótesis relativas a otros aspectos testimoniales. Más favorable se muestra aun E. R. Cregeen cuando confiesa su deuda con las fuentes documentales (Ardener y Cregeen, en Lewis, 1972: 193 y 242-243). Una tercera apuesta seinclinaa favor delacomprensión mutua entre laantropología y la historia, aceptando una inequívoca flexibilidad en describir las instituciones desde el aspecto de su forma antropológica-estructural y las relaciones entre ellas en términos históricos (Smith, en Lewis, 1972:43) También el propio Lewis toma partido y, aunque reconoce las recíprocas aportaciones de la antropología y de la historia, al final desequilibra la balanza a favor de ésta y acusa a los antropólogos de negligentes y faltos de sensibilidad respecto al uso del material histórico y resalta los aportes de la historia: La necesidad de la antropología de sumergirse en el pasado con el fin de dilucidar la dimensión de las instituciones sociales. El carácter decisivo de los datos históricos para expli- car antropológicamente los procesos estructurales de una sociedad. El compromiso con el desarrollo histórico para ilustrar la estructura social del presente. La presen- cia ineludible de la historia respecto a la validez de las suposiciones estructurales y de los mecanismos sociales que urgen a la antropología. Al final concluye Lrewis que “el valor de la historia para la antropología radica en que por su propia natura- leza y debido al material de hechos que revela, resulta imposible sostener por más tiempo el antiguo punto de vista que consideraba las instituciones como algo exis- tente sólo paramantener la identidad delas estructuras particulares” (Lewis, 1972:30). La discusión no hacedido terreno y aparecen nuevospuntosde vista. Heusch, por ejemplo, afirma queuna delas propiedades antropológicas dela historia es la de matizar la humanidad en conjuntos culturales distintos y compararsistemassociales vecinos. Decide, desde este punto de vista, liquidar el corte epistemológico entre una antropología dinámica, solidaria de la dimensión histórica de los fenómenos humanos, y una antropología estática, descriptiva de los sistemas sociales, al margen de la historia (Heusch, 1993:254 y 255). El debate sobre las fronteras entre antropología e historia ha llevado a fijar una tierra neutral en la que ambas ciencias coinciden sin identificarse. En este sen- tido se ha hablado de antropología histórica, de etnohistoria y de antropología de archivo en una vaga complicación y confusión de criterios epistemológicos. Ha lle-gado el momento, no obstante, deestablecer diferencias.

82 7.1. La antropología histórica

Intentar aclarar el concepto de antropología histórica supone enfrentarse inmediatamente a dos posiciones diferentes. Una hace coincidir muy sutilmente la antropología histórica y la historia étnica con el fin de diferenciarlas de la etnohistoria. Si ésta es una ciencia, aquéllas son una ideología afín a los nacionalismos. La historia étnica busca reconstruir el pasado, bien a base de la literatura legendaria y mítica de un pueblo (J. Juaristi, 1987) o bien a base de conjugar documentación archivística y leyenda (Trías Mercant, 1994). La otra posición considera la antropología histórica desde dentro de la historia científica. Las dificultades, sin embargo, subsisten tanto del lado de la metodología como del lado de la epistemología. Para unos el problema no llega a superarse, porque la antropología maneja metodológicamente los datoshistóricos distintamentecomo lo hahecho desdesiempre la historia (Barraclough, 1981: 354) y porque epistemológicamente la historia

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