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Viento Y luz

Año XI | N°145 | Mayo
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Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla´, Pero sus discípulos no sabían que era él.
Juan 21:4
Trato de imaginarme la tremenda desesperación de los discípulos después del Viernes Santo. Cuánta esperanza habían tenido de que con Jesús todo cambiaría. Cómo habían disfrutado de los momentos en que Jesús les enseñaba sobre el reino de Dios. Cuántas hermosas experiencias habían vivido con él, cuánto amor habían sentido a su lado. Parecía increíble que solo fuera a quedar el dulce recuerdo de los pocos años compartidos y la tremenda amargura por lo que se le había hecho sufrir a Jesús.
Trato de imaginarme cuán grande habrá sido el deseo de los discípulos de que Jesús vuelva con ellos, de que lo sucedido el Viernes Santo se revierta y que todo comience de nuevo. ¿No es una reacción también por nosotros bien conocida que cuando algo terrible sucede sentimos en lo más profundo de nuestros corazones la esperanza de que no sea cierto, de que alguien venga a decirnos que fue una equivocación, que todo recomenzará? Tanto pensamos en lo sucedido, tanto esperamos que vuelva el pasado que no estamos abiertos para lo nuevo que puede brindarnos el presente. Así también los discípulos: cuando Jesús por fin se les aparece -cosa que tanto habían esperado no lo reconocen. No lo reconocen porque, de tanto esperar que el pasado se repita, no logran percibir el cambio que se ha producido. Es el mismo Jesús que vuelve a ellos, pero con apariencia transformada. Así también para nosotros: si estamos abiertos y dispuestos a buscarlo, lo podremos encontrar en cualquier lugar de nuestro entorno, a veces incluso donde y como menos lo esperamos