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Origen de las ciudades desde la prehistoria hasta el siglo XV
Sustentabilidad Ambiental
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Alberto Cedeño Valdiviezo
Depto. Tecnología y Producción, CyAD, UAM-X
Palabras clave: historia, arquitectura, bioclimatismo, urbanismo, diseño bioambiental, confort.
Keywords: history, architecture, bioclimatism, urbanism, bio-environmental design, comfort.
Resumen: En el presente trabajo se revisan los posibles avances históricos que diferentes culturas, desde la prehistoria hasta fnales del siglo xv, han alcanzado en la arquitectura y el urbanismo bioclimáticos, con el objeto de entender por qué algunas de estas culturas alcanzaron condiciones de confort en sus viviendas y una mejor comprensión del medio ambiente, que otras no lograron.
Abstract: In the present work we review the historical advances that different cultures, from prehistory to the end of the ffteenth century, made in bioclimatic architecture and urbanism, in order to understand why some of these cultures, but not others, were able to create comfortable housing and achieve a better understanding of the environment.
Imagen tomada de Pixabay bajo la licencia de CC0
Introducción
¿Qué es lo que hoy llamamos arquitectura bioclimática, tan de moda en las aulas universitarias ante los graves problemas que hoy presenta nuestro planeta? El término comenzó a utilizarse a mediados de los años cincuenta, cuando los hermanos Olgyay (1998), en su texto Arquitectura y clima, proponen una arquitectura diferente a la convencional para crear un vínculo entre la vida, el clima y el diseño.
Para diseñar bioclimáticamente, es necesario utilizar los elementos favorables del clima con el fn de satisfacer las exigencias del confort térmico, lo que requiere comprender y manejar las condiciones ambientales para ser utilizadas en las construcciones y sus entornos. Se necesita hacer un estudio del clima para lograr condiciones de confort en los espacios habitados, el uso de fuentes no convencionales o alternativas de energía, seleccionar adecuadamente los materiales de construcción y diseñar nuevas morfologías en los edifcios para el aprovechamiento de los recursos naturales como el viento.
También se utiliza el urbanismo bioclimático que, a diferencia del urbanismo o la planeación tradicional, “debe adecuar los trazados urbanos a las condiciones singulares del clima y del territorio, entendiendo que cada situación geográfca debe generar un urbanismo característico y diferenciado con respecto a otros lugares” (Higueras, 2006: 15).
Para analizar una ciudad histórica desde el punto de vista del urbanismo bioclimático, lo primero que propone Esther Higueras (2006) es diferenciar entre los dos tipos de trazados reguladores: el orden orgánico y el orden geométrico. El orden orgánico es aquél que presenta similitudes con el reino de la naturaleza y es determinado conforme a las laderas o cimas montañosas; por tanto, sus estructuras urbanas apenas aparecen jerarquizadas y disponen de pocos espacios públicos, a excepción del centro religioso o político; en éste la presencia de vegetación es muy escasa. Este orden aparece en los primeros asentamientos humanos como Stonehenge, las ciudades sumerias y las ciudades medievales árabes, cristianas o hispanomusulmanas (Higueras, 2006).
El orden geométrico se caracteriza por el trazado de una retícula, generalmente rectangular, con una clara intención de predominio y de orden, alejado de las estructuras naturales del entorno. Normalmente se emplazan sobre terreno llano; cuando

FiguRA 1. El orden orgánico surge en las ciudades más antiguas de la humanidad como Stonehenge, las ciudades sumerias, en las ciudades de la edad de bronce, y sobretodo, en las medievales, tanto árabes como cristianas, ya que este orden era más adecuados para defenderse en caso de una invasión. Figura de la plaza de la ciudad medieval de San
Gimignano, Italia. Fuente: foto del autor.

FiguRA 2. Las ciudades griegas, romanas y las posteriores ciudades latinoamericanas obedecen al orden geométrico.
Imagen de la ciudad de Corintio, en
Grecia. Fuente: foto del autor.
existen accidentes del terreno, la retícula los ignora para convertirse en un nuevo orden sobre el territorio. Las primeras ciudades conocidas con esta retícula fueron las egipcias, posteriormente destacaron las del Estado griego como Delfos, Mileto, Pérgamo, así como las romanas, las hispanoamericanas, las renacentistas y las barrocas, la ciudad neoclásica y los ensanches decimonónicos. El paradigma de la ciudad geométrica lo representa Mileto, “cuyo trazado incluso llegó a conocerse como trazado hipodámico, por su artífce Hipodamos de Mileto” (Higueras, 2006: 32).
Las ciudades-culturas que serán abordadas en este trabajo se describen en el cuadro siguiente:
Epoca histórica Tipo de asentamiento Prehistoria Antigüedad Ciudades mesopotámicas
Ciudades egipcias Ciudades griegas Ciudades romanas Época medieval Ciudades europeas Ciudades mediorientales y nordafricanas tardorromanas Ciudades americanas prehispánicas Renacimiento Ciudades europeas Ciudades hispanoamericanas
La Prehistoria
Para el ser humano prehistórico la lucha contra el clima fue, después del problema de la alimentación, el impulsor del desarrollo de los ingenios técnicos (Serra y Coch, 2005). Originalmente, habitó cavernas que le permitieron un desarrollo refnado de la pintura mural, en la que reproducía principalmente el mundo animal (Rudofsky, 2000). La vida del ser humano se fue haciendo cada vez más sedentaria como consecuencia de la domesticación de los animales; sin embargo, el gusto por las cavernas persistió a lo largo de los siglos en algunas regiones cálidas como Capadocia, donde los conos de toba son tan fácilmente excavables y aún hoy gozan de admiradores (Rudofsky, 2000). Aun cuando el gusto místico por las cavernas continuó, el hombre de Cromagnon comenzó con los sistemas de control ambiental primarios como el uso de las pieles de animales, también construyó los primeros refugios elementales: las chozas, y con el descubrimiento del fuego dispuso de un nuevo sistema de control ambiental (Serra y Coch, 2005). “A medida que evolucionaba el refugio se acumulan experiencias que, con ingenio, se diversifcan para afrontar los retos de la gran variedad de climas” (Olgyay, 1998: 3). Es evidente que la preocupación por el clima se encontraba inherentemente unida a la solución de los problemas de confort y protección, es así como se tienen resultados con expresiones constructivas con fuerte carácter regional.
Desde su primera aparición hasta la llegada del Neolítico, el ser humano subsistió de la recolección de bayas, frutos, raíces y nueces; más tarde se alimentó de animales terrestres y de la pesca. Este tipo de economía imponía un límite al índice de población que estaba en relación con las condiciones climáticas y geológicas (Morris, 1984).
Nuestros antepasados cazadores-recolectores de hace unos 10 000 años trabajaban de tres a cuatro horas diarias, consumiendo con ello sólo energía muscular y térmica, debido a la combustión de leña para el fuego. Eran muy efcientes en el uso de la energía; por ejemplo, para la caza del ciervo con lanza ganaban siete calorías al consumirlos por cada caloría gastada al cazarlos. El uso posterior de la flecha y el arco elevó esta relación en una proporción de 9:1; con la agricultura, ésta se elevó a 50:1, debido a la irrigación; un gran récord, si se piensa que hoy en día la relación se ha invertido de 1:10. Fue la agricultura la que dio vida al primer sistema social y al prototipo de lo que posteriormente constituiría la

FiguRA 3. Casas excavadas en la roca aún ocupadas por habitantes de Capadocia,
Turquía. Fuente: foto del autor.
ciudad. Esto también signifcó un incremento en el consumo de esa energía muscular y térmica, ya que era necesaria para construir viviendas, arar, transportarse, cocinar, calentarse y para hacer los arreos de trabajo, sin olvidar que en el inicio era la energía solar la que orientaba los ciclos agrícolas (Butera, 2014). El mismo Victor Olgyay argumenta que “la vida del hombre primitivo estaba sujeta al ciclo solar, y muchos grupos rendían honores a la salida de este astro benefcioso orientando sus edifcios más importantes hacia sus rayos”. Posteriormente, el ser humano se interesó más por sus efectos terapéuticos y psicológicos. Agrega que incluso Vitrubio, en su libro De Arquitectura, “reconoce el emplazamiento salubre como el principal atributo de una ciudad, y proporciona diversas reglas para una correcta distribución” (Olgyay, 1998: 53).
La antigüedad
En el paso de la Prehistoria a la Antigüedad, horizonte dividido por el descubrimiento de la escritura, surgieron los poblados y posteriormente las ciudades, donde se promovieron defensas contra los fenómenos naturales como la lluvia o el viento (Serra y Coch, 2005). Al fnalizar el último periodo glacial, alrededor del año 7 000 a. C., y con sus consecuentes cambios climáticos, surgieron las condiciones favorables para la revolución agrícola, que inicialmente se desarrollaron al sur y al este del Mediterráneo, más específcamente en el Cercano y Medio Oriente, en los valles próximos a los ríos Tigris y Éufrates (Morris, 1984). Las ciudades mesopotámicas fueron cuna de la civilización agrícola, donde se desarrolló y mejoró la agricultura; con el tiempo ésta fue descendiendo gradualmente a los valles del Tigris y del Éufrates, una vez que se secaban los depósitos aluviales y se mejoraba la técnica de regadío (Morris, 1984).
El clima cálido-seco terminó caracterizándose por fuertes temperaturas y saltos térmicos entre el día y la noche, además de la escasez de madera como alternativa térmica; entonces se buscó un material con la máxima inercia térmica y la conservación del frescor durante el día, y con la sufciente humedad durante la noche; por ello, optaron por hacer los muros de fango mezclado con cañas, circundando las construcciones con pequeñas extensiones irregulares de terreno cultivable, así se fueron conformando pequeñas villas establecidas cerca de los cursos de agua o de estanques, donde se podían capturar pájaros o peces. Hay graneros comunales hechos de hojas de cañas entretejidas, enterrados para protegerlos de la intemperie y de los animales (Serra y Coch, 2005 y Butera, 2014).
Estas villas no contaban con más de 50 familias, cada una con su granero y su hogar, donde el humo escapaba por un hueco en el techo. Se cocinaba al interior del granero, negro por la ceniza; y aunque esto impermeabilizaba el techo, al mismo tiempo que alejaba a los insectos, no obstante, dañaba la salud. El material de construcción era el más disponible y trabajable de acuerdo con cada lugar. Las viviendas no estaban hechas para que sus habitantes pasaran mucho tiempo dentro de ellas, dado que la vida se desarrollaba mayormente en el exterior. La vivienda sólo servía para protegerse de la lluvia y para dormir; como las ventanas no tenían vidrio de protección, “en invierno era necesario escoger entre estar afuera con el frío, o al interior en la obscuridad con sólo una pequeña lámpara de aceite, o si el fuego era encendido, con humo y con puertas y ventanas cerradas” (Butera, 2014: 17,18).
En tanto, en las viviendas de las clases altas se construían claustros interiores que constituían un espacio abierto en el que se pasaba la mayor parte del tiempo. Un ejemplo de esto se da en la ciudad de Ur: en este lugar, las viviendas eran construidas con ladrillos y se abrían orientadas a un claustro interior
en el que existían balcones de madera (Serra y Coch, 2005 y Butera, 2014).
En las ciudades mesopotámicas, los muros hechos de ladrillos crudos o cocidos (en los edifcios más importantes) eran impermeabilizados con chapopote mezclado con cal. Desde entonces esta región ha sido rica en chapopote, que brota espontáneamente en muchos lugares; el petróleo crudo no era utilizado por su naturaleza inflamable (Butera, 2014).
En los primeros asentamientos, fueron muchas las ciudades que se desarrollaron siguiendo criterios que los urbanistas de hoy deberían seguir; la base principal consistía en una retícula, rigurosamente ortogonal, orientada norte-sur y oriente-poniente, lo que Higueras (2006) llama el orden geométrico. En Mesopotamia, durante la hegemonía de los Akkad (cerca de 2000 años a. C.), las ciudades tenían conductos de descarga para los desechos domésticos y para el agua de lluvia; en Eshnunna, los baños y sus respectivas tazas eran dispuestos a lo largo de un muro exterior del edifcio para permitir la fluidez del agua y depositar los desechos en un colector de drenaje que se extendía a lo largo de la calle; los baños tenían el piso de ladrillo recubierto de chapopote y las tazas se hacían como un asiento revestido de chapopote. En Mohenjo-Daro, en Ur y Lagash, las excavaciones arqueológicas han revelado calles cuidadas, estructura urbana regular, cuartos de baño, letrinas en todas las casas, tubos de tierra cocida y, a lo largo de las calles, canales en mampostería para recoger los desechos, además de conductos para el agua de lluvia (Butera, 2014).
En Shibam (Yemen, siglos IV-V a. C.), su planimetría fue pensada para recoger los desechos orgánicos humanos que posteriormente se usaban como abono; cada habitación estaba dotada de gabinetes que descargaban al exterior, diferenciando la orina de los excrementos, los cuales eran recolectados mediante conductos adosados a la fachada que daban a calles secundarias perimetrales; ahí el excremento era depositado en cestos, donde se secaba rápidamente gracias al clima cálido y seco, para después ser usado en el campo como fertilizante. Esta separación se lograba gracias a la estructura del gabinete o taza, con dos compartimientos: el de adelante recogía los líquidos y el posterior los sólidos, como sucede en los baños secos de hoy. Las terrazas eran utilizadas para recolectar agua de lluvia y transportarla a cisternas ubicadas bajo las casas. El aprovisionamiento de agua representaba un problema muy delicado: en las ciudades más importantes, ésta era transportada desde lugares lejanos y se distribuía en fuentes, que constituían lugares muy importantes de interacción social. Desgraciadamente, estos ejemplos no estaban destinados ni a durar ni a ser replicados (Butera, 2014).
La civilización egipcia tuvo características climáticas similares, por tanto, su vivienda estaba constituida por una sola habitación de planta rectangular, con techo de hojarasca sostenido por palos y recubierto de barro. Existía un acceso pequeño que se complementaba con una pequeña ventana en el lado opuesto, lo cual garantizaba una ventilación cruzada. Es en la arquitectura de estilo o de mayor jerarquía donde aparecen los dobles techos con el uso de gres cerámico sobre losas graníticas (Serra y Coch, 2005).
Las ciudades griegas del VI y V siglos a. C. nada tenían que ver con las evolucionadas ciudades mesopotámicas, ya que en éstas no había letrinas en las casas ni baños públicos ni sistemas para la distribución del agua; los excrementos eran arrojados a la calle, por tanto las epidemias eran frecuentes (Butera, 2014).
El clima influyó de manera determinante y positiva en la vida cotidiana, que solía ser suave y estable durante todo el año. Esto estimuló una actitud vital orientada al aire libre y a la vida comunitaria, lo que a su vez fomentó el desarrollo de la democra-
cia (Morris, 1984). Como el griego pasaba la mayor parte del día en lugares públicos, era menor la necesidad de un ambiente doméstico cerrado, aunque sí procuraban dotarlo de habitaciones confortables y amplios patios (Serra y Coch, 2005). Las viviendas, a diferencia de los edifcios cívicos, no eran más que estructuras rudimentarias, ubicadas al azar en barrios de crecimiento orgánico o rígidamente organizadas según las alineaciones de una retícula básica (Morris, 1979). La arquitectura doméstica griega se inspiró en la cabaña neolítica y en la de la Edad de Bronce (de forma circular, ovoidal y rectangular), que constaba de una vivienda que carece de atrio, pero tenía separaciones internas de tipo genérico. A diferencia de la egipcia o mesopotámica, en la vivienda griega se aumentaba la proporción de huecos y se construyeron techos con terraza, permitiendo una mayor comunicación con el exterior: viviendas abiertas física y simbólicamente al Sol, lo que las convierte en un elemento positivo de la vida del ser humano; incluso Hipócrates señaló la necesidad de orientar las fachadas de las viviendas hacia el sur en la polis ideal. En la vida comunitaria de la polis griega, por un lado, se generaron espacios exteriores adecuados con múltiples pórticos que protegían de los rayos solares; plazas a modo de salones, de manera que, gracias al clima templado, los principales templos carecían prácticamente de espacio interior; por el otro, los constructores de templos griegos fueron los primeros en mostrar preocupación por la acústica de las salas (Serra y Coch, 2005).
Como ya se mencionó, en el libro VI de la obra De architectura, Vitrubio comenta la importancia de la localización y la orientación de los inmuebles: argumentó que en los edifcios privados bien dispuestos deberían reflejarse desde el principio los aspectos y los climas con los cuales se habrá de construir, por tanto, eran diferentes las construcciones de Egipto de aquellas que se realizaran en España (Butera, 2014).
De la vivienda romana tenemos excelentes ejemplos en Pompeya y Herculano: la casa unifamiliar o domus, vigente desde el siglo IV a. C. hasta el I d. C., contó con una corona de servicios en torno a un eje originado por espacios rígidamente calibrados y encadenados entre sí, por tanto, los espacios destinados a la vida privada se distribuían al lado de una serie de espacios de la vida cultural y social de la familia. Estos espacios se extendieron casi totalmente a cubierto (atrium) o al aire libre ( peristilium). El compluvium fue un espacio abierto al

FiguRA 4. Las ciudades griegas dieron un paso atrás al olvidarse del bioclimatismo alcanzado por las ciudades mesopotámicas, sin embargo la acústica alcanzada por sus teatros es notable. Imagen del teatro de Siracusa en Sicilia, Italia. Fuente: foto del autor.
centro en correspondencia con una gran alberca, o impluvium, que recogía el agua de lluvia y la llevaba a una cisterna, que no era de gran utilidad en virtud de que el acueducto garantizaba la distribución del precioso líquido. En medio estaba el tablinum, que era el espacio más sagrado de la familia, rico en sillas y bancos, así como camas triclinares, en los que cada mañana se recibía a las visitas. Sobre el peristilio, un rico jardín rodeado de un elegante porticado, se encontraban numerosas habitaciones como el comedor, los cubículos de la siesta, las cocinas, las letrinas y las termas privadas (Butera, 2014; Carpiceci, 1977).
El patio era fundamental, desde el punto de vista climático, en toda la vivienda mediterránea y desde luego en la vivienda romana, ya que disipaba el calor y creaba zonas sombreadas durante el día y acumulación de aire fresco durante la noche, aunque poco apropiado para zonas muy húmedas, sobre todo en invierno, ya que se creaban focos de humedad dentro del edifcio (Serra y Coch, 2005).
En Roma, debido a la aglomeración, se crearon edifcios de varios niveles (insulae), cuya construcción fue posible gracias al empleo del cemento y a que eran sostenidos por pilares de piedra, creándose con ello la vivienda plurifamiliar, comunicada por distintas escaleras de acceso. Estas viviendas llegaron a formar conjuntos realmente complejos con zonas públicas y patios porticados con arcadas, que iban mucho más allá del atrio o del peristilo. En esta ciudad el concepto climático y el ambiental pasaban a un segundo término, ya que la prioridad era la especulación inmobiliaria y el aprovechamiento del terreno (Serra y Coch, 2005).
Las numerosas y poco profundas alcantarillas de conducción de aguas residuales y los colectores de superfcie construidos para drenar los pantanos, así como el magnífco sistema de acueductos elevados y sus correspondientes depósitos de agua potable, supusieron para Roma obstáculos en su desarrollo urbanístico posterior. El recorrido de la Cloaca Máxima, el primero de los grandes colectores de aguas residuales, en su mayor parte se encontraba a nivel del suelo o muy próximo a la superfcie, al igual que la mayoría de estas cloacas. Este sistema drenaba las partes más bajas de la ciudad, además de las aguas residuales y de las letrinas públicas situadas a lo largo de la calzada, pero no se hizo ningún esfuerzo por conectarlo con las letrinas privadas de los apartamentos de las plantas superiores. Esta red frenó la renovación urbana a gran escala (Morris, 1984).
FiguRA 5. Pórtico con pilastras marmóreas de la Casa de Julia Feliz en la ciudad romana de Pompeya. Fuente: foto del autor.

En cuanto al sistema de calefacción, en todos los países del Mediterráneo su uso fue limitado a las casas de los más adinerados, y se basaba en la utilización de braceros. El método de calefacción más sofsticado y más confortable de la época era el ipocausto, una especie de calefacción centralizada que desarrollaron los romanos para calentar los locales de las termas públicas y de los baños privados; ésta podía ser de dos tipos: por medio de canales o por medio de pilastras. En el primer tipo, el humo de la combustión que se originaba en un local subterráneo era conducido a través de un canal bajo el piso hasta el centro del ambiente que se deseaba calentar; de ahí se irradiaba a cuatro canales en los ángulos de la estancia, donde el humo pasaba en conductos que corrían en la base de los muros para posteriormente escapar por unas chimeneas. Las críticas fueron que los muros y pisos podían estar demasiado calientes y se requería una gran cantidad de leña y tiempo para que el calor llegase a todos los rincones de la construcción (Butera, 2014).
La época medieval
Después de la caída del Imperio Romano en el siglo V, la vida urbana casi desapareció, reanimándose hasta comienzos del siglo X, cuando la estabilidad política y el resurgimiento del comercio dieron nueva vida a antiguas fundaciones romanas, convirtiendo los burgos en poblaciones orientadas al comercio e iniciaron un lento proceso por el cual algunas aldeas se transformaron en ciudades (Morris, 1984).
Los riesgos de que las ciudades fueran invadidas provocaron que el ser humano abandonara la vida urbana y regresara a tener más contacto con la naturaleza; sin embargo, el resurgimiento del comercio y los peligros constantes de invasiones animaron a las personas a vivir dentro de, o muy cerca de los castillos medievales. La defensa de las ciudades demandaba agrupar las construcciones dentro de las murallas y las calles eran casi siempre estrechas e inclinadas, lo que hizo difícil la instalación de drenaje, de tal forma que la inmundicia y los excrementos eran desechados en las calles como sucedía en Atenas y Roma; éstas solamente se limpiaban cuando se tenía prevista la visita de un príncipe o una procesión (Butera, 2014).
Contrastando con esta versión, autores como Mario Fazio (1977) opinan que el urbanismo medieval era orgánico y no producto de la casualidad; existía la fgura del arquitecto municipal que tenía las tareas de asesor en urbanismo y encargado del plano regulador, quien escuchaba continuamente las exigencias de la comunidad. La ciudad se trazaba conforme a las circunstancias del terreno: las calles seguían el relieve natural, las plazas no necesitaban ni de excavaciones ni de nivelaciones; al mismo tiempo, la arquitectura era rigurosamente armonizada. Un ejemplo al respecto es la ciudad de Siena, donde la inclinación de la plaza era natural y las ventanas que daban a ésta debían ser iguales (Fazio, 1977).
Morris aborda el contraste bidimensional entre las formas de crecimiento orgánico y las formas urbanas planeadas. Agrega que una de las falsas ideas más comúnmente extendidas con relación a las ciudades medievales, es la de superpoblación y desorden; también que, con excepción de los espacios públicos destinados al mercado y a la iglesia, existían limitados espacios privados al aire libre. Comenta Morris (1984) que en realidad la ciudad medieval se parecía más a lo que hoy conocemos como una aldea o población rural.
Las plazas, como herencia del antiguo foro, debían ser un recinto cerrado, irregular, con formas y dimensiones de acuerdo con los principales edifcios que las rodeaban (Sitte, 1980). Las calles no eran construidas para un tráfco vehicular, sino para el tránsito humano. Al ser tor-

FiguRA 6. El mercado antiguo y la plaza
Vittorio Emanuelle en Siena, Italia. Fuente: foto del autor.
tuosas y estrechas servían igualmente de defensa contra los vientos invernales en las regiones frías y del sol veraniego en las ciudades de clima cálido, logrando con ello resultados estéticos. La importancia de las calles y plazas fue exaltada por las distintas actividades que se desarrollaban al aire libre, favoreciendo las relaciones humanas y sociales (Fazio, 1977); sin embargo, dado que la ciudad medieval era un mercado, las principales vías que unían el centro con las puertas de la ciudad constituían tanto las extensiones lineales del mercado como las rutas de comunicación, además de que las fachadas que daban a la calle tenían, por tanto, un notable valor comercial (Morris,1984).
En esta sociedad rural, base de la organización política feudal, las ciudades desempeñaban un papel secundario, ya no actuaban más como centros administrativos, y sólo en pequeña escala lo hacían como centros de producción e intercambio. Al desaparecer la diferencia jurídica entre campo y ciudad, lo hace también la diferencia física: las comunidades urbanas más pequeñas se parecen a las aldeas rurales, las cuales se adaptan al ambiente natural y a las posibles ruinas del ambiente edifcado sin respetar reglas y adaptándose a las formas irregulares del terreno, así como a las construcciones romanas; lo anterior debido a la falta de técnicos especialistas, a la inexistencia de una cultura artística organizada y a la urgente necesidad de defensa y supervivencia (Benevolo, 1981). Con esto, Benevolo reitera la opinión de Butera sobre la improvisación de los asentamientos medievales de esta época.
Mario Fazio, por su parte, no está de acuerdo con que el estado higiénico de esas ciudades era tan desastroso como Butera sostiene; él comenta que si las calles eran estrechas, las casas eran generalmente bajas y, por tanto, contaban con buena ventilación y con espacios verdes y huertos como todavía se puede ver hoy en Orvieto (argumenta que se convirtieron en obscuras y malsanas por la sobreelevación, que tenía fnes especulativos, especialmente en la época barroca y en el siglo XIX). Las instalaciones higiénicas eran, sin duda, primitivas, dentro y fuera de las viviendas, pues no tenían tuberías para aguas blancas o negras; sin embargo, hay que recordar que los residuos y excrementos se utilizaban como fertilizantes en los huertos y en los campos, a donde eran transportados; con ello se evitaba la contaminación de los mantos subterráneos y los cursos de agua, que hoy sí se provoca. Esto, complementa Fazio, no signifca que las condiciones higiénicas fueran excelentes, ya que como
establece Butera, en algunas ciudades los escurrimientos de aguas negras pasaban frente a las viviendas; no obstante, insiste en que la salud pública era vigilada, como fue el caso de la Florencia del año 1 200 que contaba con 90 000 habitantes y con 30 hospitales de 1 000 camas (Fazio, 1977).
Respecto a cocinar y calentarse, se adoptó por mucho tiempo un sistema no muy diferente al que usaban en el Paleolítico, es decir, un fuego al centro de la estancia o cercano a un muro: el humo salía por el techo o por una ventana, y si había más pisos arriba, se ventilaba por la corriente de aire de la escalera. También se acostumbraba tener a los animales dentro, ya que calentaban sin contaminar. En forma de burla, Butera agrega que éstos apestaban, pero no más que los seres humanos con los cuales se compartía el espacio (Butera, 2014).
La primera innovación, atribuida a los normandos, que constituye el puente entre la tradicional fogata (sin tiro para el humo que salía por el techo) y la chimenea (con el tiro pegado al muro), fue el hogar interior, utilizado para la calefacción e introducido a fnales del siglo IX en los castillos medievales; era un fuego de leña que se quemaba dentro de una especie de horno de piedra de boca muy larga, con un conducto corto y oblicuo que, atravesando el muro, permitía la salida de los humos. No se sabe cuándo se introdujo la chimenea, pero el ejemplo más antiguo en Inglaterra data del año 1185 (Butera, 2014).
El carbón fue reintroducido por los normandos que explotaron de nuevo los varios yacimientos de este mineral, utilizado en esta época básicamente para la calefacción doméstica (Morris, 1984).
Serra y Coch señalan que los problemas por el aislamiento térmico y la producción de calor mediante un hogar o chimenea pasaron a ser los más importantes en la defnición de la vivienda popular medieval. El problema de la luz también fue importante, tanto la artifcial como la natural, especialmente en las zonas donde los inviernos eran largos.
Al estudiar genéricamente las viviendas medievales, estos autores distinguen básicamente dos tipos principales: la casa de madera y la casa de obra. La primera se originó de la arquitectura popular y la segunda de la arquitectura ciudadana latina: “donde gobierna la Iglesia mediante los monasterios, dominan las construcciones de piedra, mientras que donde prevalecen los feudos laicos, predominan las de madera, de construcción más económica y que permitía resolver el problema del frío con mayor efcacia” (Serra y Coch, 2005: 138).
Las casas de los campesinos en ocasiones eran de madera, pero a menudo se construían con un aplanado de arcilla y paja, materiales que se ad-

FiguRA 7. Las casas corrientes eran construidas incluso por sus mismos propietarios ayudado por un carpintero o un constructor. Casas dentro de la Torre de Londres. Fuente: foto del autor.
herían a una gran cimbra de madera; el techo de paja era taladrado para dejar salir el humo y evitar así que éste invadiera todo el ambiente. Normalmente, las únicas aperturas fueron la puerta y una ventana que cerraban desde el interior con una imposta de madera. En la ciudad, la situación no fue muy diferente: el único espacio caliente de la casa tardomedieval era la puerta de la cocina, que daba directamente hacia la calle y estaba siempre abierta; en los días de lluvia y de viento, la vida se trasladaba a ambientes ciegos, es decir, sin ventanas (Butera, 2014).
Al escasear la materia prima durante los siglos siguientes, la vivienda de madera evolucionó; de ahí que los edifcios de piedra pasaron a ser la arquitectura de estilo o los edifcios importantes. Su gran inercia térmica los caracterizaba: adecuada en época de calor, pero molesta en zonas húmedas y frías, sobre todo en edifcios cuya ocupación era discontinua, ya que existía una acentuada ocupación temporal de los edifcios y de los distintos espacios de un mismo edifcio, por lo que la mayor parte del mobiliario era móvil y transportable (Serra y Coch, 2005). En regiones empobrecidas, el único material de uso era el barro; en el suroeste de Inglaterra se hacían viviendas de barro, yeso y un elemento de relleno como la caña o la paja (Risebero, 1991).
El origen de la mansión señorial se remonta a las casas en Escandinavia, tierra de procedencia de los normandos, donde hubo edifcaciones que contaban con un solo espacio interior con cubierta inclinada. “Los muros estaban hechos de largos maderos de madera de pino, colocados horizontalmente y ensamblados mediante cajeado hecho en las esquinas, al estilo de las cabañas de troncos”. Un mayor nivel de vida hizo que en la alta Edad Media se construyeran casas de dos pisos y de varias habitaciones, éstas sirvieron de patrón a las viviendas señoriales de Francia e Inglaterra, que aunque usualmente eran de madera, las que mejor se conservan son las de piedra, construidas en un estilo sencillo y sin complicaciones (Risebero, 1991: 40).
En la Francia del siglo XII, el señor feudal habitaba dentro del torreón o la torre más alta y maciza, la cual se dividía en pisos con cubiertas de madera. En el primero se encontraba la sala, donde el señor comía y recibía a los huéspedes y vasallos, así también administraba justicia. En el piso superior se encontraba su recámara; en el tercero y cuarto niveles, las recámaras de los hijos e hijas, la servidumbre y cualquier eventual huésped. La sala no era muy diferente de aquellas de la ciudad: con pocos muebles, dividida con cortinas y con ventanas muy altas y estrechas, sin vidrios. Por la noche, se iluminaba con una chimenea y antorchas, velas de cebo y lámparas de aceite, colocadas sobre los muros o colgadas del techo. El piso estaba cubierto de paja triturada en invierno, y de juncos, ramas y flores en verano; las personas se sentaban en el piso sobre pieles extendidas. Las paredes, frías y húmedas, a menudo se cubrían con cortinas de telas recamadas. En el piso superior, en la recámara del señor, la cama tenía un baldaquín con pesadas cortinas a fn de crear un microambiente más cálido, con los pies en dirección a la chimenea, donde el fuego ardía sólo de noche. Esta vida con frío era la norma, ya que los salones eran cruzados por corrientes de aire, a menos que se decidiera quedarse a oscuras, cerrando las ventanas con seguros o pesadas cortinas (Butera, 2014). En los edifcios medievales de cierta importancia, la ocupación era como estar de campamento dentro de la construcción. Fue común cambiarse de edifcios y de espacios dentro del mismo edifcio, por ello la mayor parte del mobiliario era móvil y transportable y la segmentación de los espacios grandes se hacía con elementos muebles. En estos espacios el fuego carecía de conducción de humo,
lo que ennegrecía la parte alta de las estancias, escapando fnalmente por agujeros y grietas en los techos. Para acercar el fuego a los usuarios se desarrollaron ingeniosas soluciones como el “calientamanos”, braceros y calientacamas. Ante este problema, se empezó a considerar la posibilidad de conducir el humo a través de una estructura especial que lo llevara al exterior del edifcio al estilo del típico “escó” catalán, que es el precursor de las campanas de humo actuales; esto obligó a trasladar el fuego del centro de las habitaciones a un costado, apareciendo así la chimenea adosada a los elementos estructurales (Serra y Coch, 2005).
En cuanto a las condiciones lumínicas, estas viviendas resultaban oscuras y lóbregas. Hacia fnales del siglo XIV, empieza a difundirse el uso del vidrio en las ventanas y con ello surge una nueva posibilidad de confort, ya que los espacios interiores oscuros se transforman en sitios luminosos que permiten trabajar al interior. Al mismo tiempo, el vidrio permite detener las fugas de calor y elimina las corrientes de aire; su introducción, sin embargo, será lenta en vista de su elevado costo (Serra y Coch, 2005).
Otro problema paralelo al de la iluminación fue la falta de ventilación, que empeora si consideramos el fuego al interior de la vivienda. La solución adoptada en esta época para evitar este problema fue la chimenea-hogar o la habitación-estufa. En el primer caso se calentaba por medio de radiación, con pérdida de gran parte de la energía que se iba con el humo que salía; la efciencia era muy baja, con un rendimiento de 5%. La solución de la habitación-estufa, utilizada sobre todo por los alemanes, consistió en una gran estufa de cerámica que funcionaba constantemente, difundiendo lentamente el calor, con un rendimiento de hasta 20 %. En este caso era muy importante que las habitaciones fueran herméticas, aunque con ello se organizaban condiciones higiénicas inadecuadas como exceso de humedad y olores (Serra y Coch, 2005).
Mientras en las ciudades medievales el nivel de vida y de los servicios del sistema urbano era cada vez menores, en el mundo árabe-islámico la calidad de la vida urbana mantiene niveles muy cercanos a las ciudades mediorientales y nordafricanas tardorromanas. La organización de los servicios urbanos fundamentales, como el agua y el manejo de los desechos, eran condicionadas por prescripciones provenientes del Corán y de la Sunna, que hacían especial énfasis en la adecuada limpieza de la casa y de la fna, es decir, el claustro interno de la casa y el espacio exterior adyacente a los muros perimetrales de la casa o del edifcio (Butera, 2014).
Los habitantes de las ciudades americanas prehispánicas, por su parte, supieron adaptarse a la naturaleza; el ejemplo más representativo es la gran Tenochtitlán, que se originó en un islote del lago de Texcoco y gradualmente se expandió a base de un sistema revolucionario de agricultura: la chinampa y los canales de riego. Este islote se comunicaba con tierra mediante cuatro calzadas que partían del núcleo de la ciudad hacia los puntos cardinales y que, a la vez, constituían los ejes radiales de la estructura urbana. Algunas de estas calzadas, como la de Tepeyacac, servían también como un sistema de control para retener las aguas dulces de los ríos de la ribera poniente y detener las aguas salobres del lago de Texcoco. Este sistema complejo de calzadas y diques constituía una obra increíble de ingeniería hidráulica, cuyo objetivo era controlar las crecidas de los lagos y evitar las inundaciones (Chanfón, 1994).
Algunas calles eran totalmente de agua, y otras mitad agua y mitad tierra, a lo largo de las cuales se ordenaban las casas de los macehuales y las chinampas (Benítez, 1984). Por las calles de agua circulaban canoas, ya que eran uno de los medios de comunicación más efcientes y difundidos entre la
población (Lombardo de Ruiz, 1973). Las acequias forman un gran cuadro. En la periferia vivían los indígenas en barrios con calles angostas y también en sus chinampas. Las chinampas y casi todas las casas contaban en la parte posterior con acceso a alguna acequia, en donde se efectuaban las actividades cotidianas; en cambio, las puertas principales daban a callecillas angostas de tierra. Las acequias se encontraban atravesadas por infnidad de pequeños puentes de vigas que facilitaban el paso a peatones (Lombardo de Ruiz, 1973). La ciudad se abastecía de agua desde los manantiales de Chapultepec a través de un acueducto que corría por la actual calzada de la Verónica. Mediante el diseño de la chinampa se logró abastecer a una población de entre 200 000 y 300 000 habitantes (Cortés, 2000).
el Renacimiento
A principios del siglo XVI, era evidente que el antiguo sistema medieval se estaba derrumbando y que en su lugar se estaba desarrollando una oligarquía diferente. Si se ganaban algunas libertades, otras se perdían, ya que por doquier los nuevos príncipes del mundo capitalista ascienden al poder y empiezan a dominar la vida política (Risebero, 1991: 109).
El aumento de la población y la difusión de las industrias en las regiones más ricas tuvieron efectos desequilibradores sobre el territorio. El nuevo sistema político produjo un nuevo modelo de vida. Las bases económicas y morales de la ciudad medieval se terminaron. La ciudad ya no era más una empresa de bienestar común para los ciudadanos, sino un coto de poder. El urbanismo ya no se adaptaba a las necesidades del ser humano o a las circunstancias del terreno, sino que buscaba el esplendor, el monumentalismo escenográfco, el máximo provecho del suelo y de las viviendas. Mientras los capitales eran empleados en las zonas de expansión para crear nuevas fuentes de renta inmobiliaria, en las zonas antiguas era descuidado el mantenimiento aun con al aumento de la renta provocado por la aglomeración y que no compensaba la degradación constructiva e higiénica del patrimonio arquitectónico (Fazio, 1977). Los grandes edifcios se convirtieron en expresión inequívoca de la riqueza y del poder de sus dueños, con el mismo esquema de inversiones y de esfuerzos arquitectónicos que, durante el siglo XIII, sólo se habían dedicado a Dios (Risebero, 1991).
Se acentuó la diferencia entre la calidad arquitectónica-constructiva de las viviendas de la clase en el poder y las del resto de la gente del pueblo. Con el surgimiento de estas diferencias entre las distintas clases sociales, se genera un urbanismo cuya función es la defensa de quienes habitan la ciudad: se constituyen las calles derechas y amplias por las cuales puedan circular fácilmente los ejércitos, es decir, el enemigo ya no sólo viene de fuera, sino que habita también dentro de la misma ciudad. En palabras de Esther Higueras (2006), se pasó del orden orgánico al orden geométrico. La búsqueda de la simetría, claridad, racionalismo y escenografía no se podía separar de la necesidad de afrmación y de defensa del poder y de las clases que lo tenían. La especulación edilicia se consolidó y se convirtió en una fuente de renta de las grandes familias. El crecimiento de la población dentro de los límites de la muralla aumentó la densidad, con el consecuente aumento de valor de los inmuebles. Las casas de dos plantas fueron elevadas a cuatro, sin tener en cuenta las necesidades de luz y aire (Fazio, 1977).
Mientras que surgió un esplendor en las grandes villas campestres (recordemos las villas paladianas del Véneto) y en los palacios de las ciudades (sobre todo en los grandes palacios franceses), en los barrios populares la calidad en las condiciones

higiénicas y habitacionales bajó a niveles ínfmos. El baño público cayó en desuso en el siglo XIV. Los palacios, los castillos y las casas de campo no contaban con letrinas internas. En los niveles inferiores, en las casas con hacinamiento, faltaba aire, luz y agua (Fazio, 1977).
Con el uso del vidrio, la vivienda ya no fue más el lugar frío y oscuro en el cual las personas se refugiaban de la noche o de la lluvia y el viento, sino un lugar agradable, luminoso y caliente que se convierte en el centro privilegiado de la vida familiar y de las relaciones (Butera, 2014).
Para que las condiciones de confort térmico y lumínico fueran accesibles a todas las clases sociales pasaron muchos siglos y tendrían que venir cambios tecnológicos que al fnal lograrían una transformación en la manera de vivir. El frío en las viviendas fue todavía protagonista de la vida cotidiana por muchos años, incluso para las clases más pudientes. Este frío implicaba no solamente sufrimiento, sino también miedo por el posible ataque de lobos. El uso de pieles era fundamental para sobrellevar estas temperaturas.
La estufa apareció en el siglo XV en los países más fríos donde la madera era el material de construcción principal. Las causas por la que surgió este invento fueron las que a continuación se describen: la primera fue la cantidad de aire necesario para mantener una chimenea en funcionamiento, incompatible con la necesidad de reducir la infltración de aire frío para mantener caliente el interior. La segunda fue que la madera tenía muy poca inercia térmica, es decir que cuando se apaga el fuego de la chimenea, la temperatura baja rápidamente, y a la mañana siguiente el ambiente está helado. La tercera se relacionaba con la mayor efciencia de la estufa que, al limitar la entrada del aire, lo calentaba, aumentando el bienestar térmico. La cuarta fue la seguridad, ya que un fuego cerrado impedía la salida de cenizas que provocaban incendios.
Las primeras estufas fueron grandes y construidas en piedra, ladrillo o cerámica. Al principio se ubicaban entre la cocina y la recámara, de modo que al cocinar se calentaba el espacio que se habitaba de la vivienda, garantizando una buena temperatura en la noche. A menudo se colocaba en la parte exterior de la vivienda entre dos ambientes, de modo que podía calentar ambos (Butera, 2014).
Para las ciudades americanas, como la Ciudad de México, la conquista española de 1521 originó cambios en la vieja Tenochtitlán: los españoles de-
FiguRA 8. El vidrio en las ventanas de los edifcios cambia radicalmente sus condiciones de uso. Fuente: foto del autor.
cidieron construir la nueva ciudad sobre la destruida, ya que ésta contaba con acequias y muros, es decir, estaba protegida (Chanfón, 1994). Otras ventajas fueron la ubicación estratégica, su prestigio tradicional y su capacidad económica (Kubler, 1982), y el ser la representación de la sustitución del poder político y religioso para la población del territorio mexicano (Infonavit, 1988); además se contaba con agua en abundancia, un buen clima, una importante infraestructura básica de albarradones y canales que comunicaban a las distintas islas, y a éstas con la tierra frme; además, existía una importante población indígena que signifcaba abundante mano de obra (Gamboa de Buen, 1994).
Imaginemos el aspecto de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XVI, los templos indígenas arruinados como pequeños cerros junto a los castillos de piedra con sus fosos... poblada de soldados, comerciantes y artesanos que, de pronto, se volvieron grandes señores (Tovar y de Teresa, 1991: 2). Estos edifcios, construidos de cal y piedra, eran de la misma altura para que no se hicieran sombra uno al otro, siempre con fachadas uniformes, con balcones y ventanas con rejas de hierro y labradas perfectamente, con techos planos y uniformemente alineados. Esta uniformidad era producto de una estricta legislación municipal, en donde se establecía la obligación de los propietarios de respetar el estilo arquitectónico de la calle, construyendo su edifcio con fachada de mampostería y colocando su propia banqueta. Además, las autoridades practicaban un control estricto sobre el uso del suelo, es decir, prohibían el uso de los lotes para otra función distinta a la habitacional. Esta legislación se complementó con un programa de regulación sobre la higiene y los servicios públicos. El municipio era el responsable de la instalación, mantenimiento y uso del agua que se distribuía por medio de conductos que la llevaban a las casas particulares. El desecho de la basura y de las aguas negras estaba prohibido por ley, y los albañales se mantenían con regularidad; también se custodiaban las fuentes de agua con las que se mantenía a la ciudad. Además, la limpieza y cuidado de la ciudad era, por lo general, responsabilidad de los ciudadanos bajo la supervisión de los ofciales. En el siglo XVI, tanto la pavimentación como la limpieza eran responsabilidad de los particulares, aunque se les obligaba a seguir ciertas restricciones municipales, como el mantener los albañales con mantenimiento constante. La instalación y suministro del agua para hombres y animales era responsabilidad del municipio (Kubler, 1982: 81).
La capital conservó el carácter de ciudad abierta procurado por los indígenas, convirtiéndose en la primera metrópoli con esta estructura, sin fortifcaciones. En la América hispánica, ningún asentamiento situado tierra adentro estuvo fortifcado, y se construyeron murallas solamente en los puertos (Kubler, 1982: 81).
Conclusiones
De las cavernas del Paleolítico al siglo XV, se llevaron a cabo pocas innovaciones que mejoraran realmente la calidad del habitar: las velas que han iluminado la oscuridad, los vidrios en las ventanas, las chimeneas y las estufas para calentarse, mejoras que, sin embargo, tuvieron un impacto muy importante en la vida de los seres humanos, especialmente en la de aquellos sometidos a fríos extremos.
Es importante diferenciar las condiciones del habitar de los seres humanos, ya que éstas, a su vez, estuvieron condicionadas por factores socioeconómicos, pues las clases altas siempre contaron con adecuadas condiciones de confort, mientras que la población de bajos recursos tuvo que sufrir de frío, oscuridad, malos olores, humos excesivos y condiciones poco higiénicas, debido en general a la poca importancia que le otorgaron las diferentes culturas a
las cuestiones ambientales, sin aprender de las buenas experiencias en las ciudades mesopotámicas o musulmanas, que demostraron en el diseño de sus ciudades cómo incorporaron mejoras al ambiente.
De acuerdo con lo anterior, no es difícil imaginar cómo se extendieron las enfermedades por el mundo, como la gran peste negra, la más devastadora en la historia de la humanidad, que afectó a Europa en el siglo XIV y que alcanzó su punto máximo entre 1347 y 1352, al matar a un tercio de la población continental. Si bien se piensa que justamente fueron estas condiciones adversas las que dieron origen a los inventos y a la evolución tecnológica, en realidad hablamos de pocas innovaciones en este periodo histórico, que en siglos posteriores, especialmente el XIX y el XX, fueron de gran relevancia.
Mientras los europeos sufrieron para adaptarse al medio ambiente y lograr condiciones de confort adecuadas, en las ciudades musulmanas y latinoamericanas sus pobladores se adaptaron rápidamente al medio. Los aztecas, por ejemplo, lograron construir una gran ciudad sobre cinco lagos (algunos salobres y otros dulces), mediante calzadas y albarradones, así como su abastecimiento a través de la chinampa y el uso adecuado de su entorno, lo cual fue frenado por la conquista española y la fundación de su capital en el mismo lugar, lo que cambiaría sustancialmente la relación de la ciudad con la naturaleza.
Bibliografía
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