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Introducción

Nosotros los americanos, como la mayoría de las personas en cualquier parte del mundo, nos obsesionamos con crear una imagen de nuestra personalidad en política, deportes, negocios, entretenimiento, medicina, derecho; en una palabra, en cualquier actividad. En realidad, somos bombardeados constantemente por técnicas y creaciones de imágenes. A la postre quedaremos preguntándonos cuánto de la imagen resultante es real y cuánto es ficción. Para que no concluyamos que este dilema es un fenómeno nuevo, un aspecto de la carrera de un dictador vanidoso, es preciso que sepamos la forma en que se creó una imagen, y explicarnos así, al propio tiempo, los motivos previos que lo indujeron a ello.

Por casi quinientos años de historia, el hemisferio occidental ha atraído a inmigrantes-refugiados. Muchos vinieron para mejorar económicamente, como hicieron los sin tierra. Otros vinieron por causa de fuertes convicciones religiosas, para profesar a su antojo o para cambiar la vida religiosa de los nativos. Muchos buscaban posición social que se les denegaba en otra parte. Con el tiempo, cuando las áreas del Nuevo Mundo fueron independientes y los gobiernos del Viejo Mundo repudiados, otros emigraron por razones políticas. Al alborear el siglo XX muchos gobiernos, desde Canadá hasta Chile, habían formulado políticas y legislaciones para atraer inmigrantes. Las razones para desearlos variaban bastante, lo mismo que

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el grado del éxito para atraerlos. De todos los programas de inmigrantes del hemisferio occidental, posiblemente no hubo ninguno igual, en términos de motivación, originalidad y resultados, que los instituidos por el por largo tiempo dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la misma y después de ella. Un contemporáneo cuya autoridad se estima indiscutible en el conocimiento de Trujillo lo calificó de «duro, competente, corrupto, rudo e increíblemente vanidoso». Anteriormente el mismo observador había declarado: «La vanidad del tirano, que numerosas veces dicta el curso de sus acciones, es colosal». En su país una prensa servil contribuyó obedientemente a satisfacer esa vanidad, pero en el extranjero el buen nombre a que él aspiraba resultó difícil de conseguir después que un episodio ampliamente difundido oscureció su imagen.

La masacre haitiana de 1937 pintó a Trujillo como un ogro en la prensa extranjera, que era para él la más importante. El hombre que en el proceso de consolidar su posición en su país se había establecido como eminentemente aceptable en los altos círculos políticos de Washington, repentinamente sufrió un catastrófico desprestigio, a tal punto que, a comienzos de 1938, la pregunta para el vanidoso hombre fuerte era esta: ¿Cómo puede una persona crearse una imagen favorable en el extranjero, reemplazando la de monstruo inhumano con la de generoso humanitario?

Casi inmediatamente las circunstancias en Europa permitieron a Trujillo utilizar a manera de ardid la buena disposición a recibir inmigrantes y refugiados en su país, lo que, difundido, hizo maravillas por su buen nombre. Otras consideraciones, especialmente ventajas económicas potenciales, influyeron en este programa, pero el mayor éxito de sus esquemas de refugiados-inmigrantes se relacionaba con la creación de una imagen favorable. En el lapso de dos décadas, el movimiento sucesivo de españoles republicanos, centroeuropeos —principalmente judíos alemanes y austríacos—, granjeros españoles, húngaros «luchadores por la libertad», granjeros y pescadores japoneses y otros hacia la República Dominicana representó no solo muestra de su persistente recurrencia a este juego humanitario, sino también el relativo éxito que acompañaba el uso y abuso de desventurados extranjeros.

Durante repetidos viajes a la República Dominicana, numerosas personas han ayudado en esta investigación. En primer lugar, nuestro aprecio para el Sr. Pedro Gil Iturbides, director de la Biblioteca Nacional, y para Carmen E. Henríquez, Rosell de la misma institución; al embajador Enrique de Marchena; de la Secretaría de Relaciones Exteriores, al subdirector Safi Chaín Azar, y a Eva Camacho, de la Dirección General de Migración; a Sannosuke Yasunori, director del Servicio de Emigración del Japón; a Mario Álvarez D., director ejecutivo del periódico El Caribe; al Ing. Pedro Pablo Bonilla y a Franklin Polanco, de USIS. También la hospitalidad y ayuda del señor José Atoche y señora son recordadas con cordial aprecio.

En la costa norte de la República Dominicana, donde como dice la calcomanía «Yo estuve en Sosúa», recibimos la hospitalidad y ayuda generosa del Sr. y Sra. Erich Benjamín, Sr. y Sra. Walter Biller, Sr. Josef Eichen, Sr. y Sra. K. Luis Kess, Sr. Otto Kibel y Sr. Félix Koch.

En San Cristóbal, la conversación con el Sr. Ernst Klink nos resultó útil.

En los Estados Unidos, muchas personas, organizaciones y bibliotecas nos suministraron una cooperación indispensable. En la ciudad de Nueva York, agradecemos la recibida del Dr. Maurice B. Hexter, quien fue por largo tiempo presidente de la Asociación de Asentamientos de la República Dominicana (DORSA), y del director ejecutivo del Comité de Distribución Unión Américo-Judío (JDC), Samuel Haber, a través de quienes se consiguieron los registros de la DORSA. Al trabajar con ese material, recibí la cooperación sin restricciones de la Sra. Rose Klepfisz, directora de los archivos de la JDC. También en Nueva York los archivos personales y memorias del profesor E. F. Granell enriquecieron la investigación, lo mismo que la correspondencia sostenida con el Sr. Manolo Pascual.

En Washington, D.C., recibimos la generosa hospitalidad del Lic. Rafael Supervía y la Sra. Guillermina Medrano de Supervía y su ayuda por medio de registros y memorias. Allí también fueron muy útiles el Dr. Javier Malagón Barceló y la Sra. Helena Pereña de Malagón, así como Milton O. Gustafson, jefe de la Rama Diplomática, División Civil de Archivos del Archivo Nacional y Servicios de Registros.

En Filadelfia, el Comité de Servicio de los Amigos Americanos (AFSC) concedió el acceso a los importantísimos registros de sus archivos. Se

dedica un agradecimiento muy especial al archivista Jack Stters de la AFSC y al Sr. Kenneth Bills del Colegio Haverford.

En Jacksonville, Florida, apreciamos por su utilidad las conversaciones con acceso a materiales sostenidas con la Sra. Hana Rosenzweig.

Muchas bibliotecas americanas, algunas visitadas y otras frecuentadas a través de préstamos entre bibliotecas, sumaron una valiosa aportación a este estudio. Muy importantes fueron las reuniones dominicanas en la Universidad de Florida, en Gainesville, y la ayuda extendida allí en repetidas visitas por la Dra. Irene Zimmerman y por el Sr. Peter S. Bushnell de la Colección Latinoamericana.

La rica y muy visitada colección general de la Universidad de Illinois, en Urbana, fue extremadamente útil. La colección de documentos de la Universidad de Colorado, en Bouldet, suministró mucho material valioso, lo mismo que la Biblioteca del Congreso.

En la Universidad de Southern Illinois, en Carbandale, el Sr. Charles Holliday se destacó en los préstamos entre bibliotecas de las siguientes instituciones: Universidad de Chicago, Biblioteca Columbus Memorial de la Unión Panamericana, Biblioteca del Congreso, Bibliotecas del Consorcio de Investigación Universidad de Florida, Universidad de Harvard, Universidad de Illinois, Universidad de Kansas, Universidad de Missouri, Universidad de Carolina del Norte, Biblioteca Pública de St. Louis, Universidad de St. Louis, Universidad de Texas en Austin, Universidad de Washington y Universidad de Yale. Nuestro aprecio a todas ellas por compartir generosamente sus posesiones.

También recibimos la ayuda del profesor Jenaro Artiles, de St. Louis, Missouri, del Sr. Leon Falk, Jr., de Pittsburgh, Pensilvania, y de la Sra. Ida Langman, de Somers Point, New Jersey.

Se extienden palabras especiales de aprecio para la Sociedad Filosófica Americana por la asistencia financiera concedida para uno de los varios viajes a la República Dominicana; al editor Simon G. Hanson, por el permiso de usar mi artículo «The Japanese and the Dominican Republic» (Interamerican Economic Affairs, Vol. 25, No. 3, pp. 23-27), así como a todas aquellas personas, veteranos de la llamada Era de Trujillo, que leyeron críticamente varias partes del manuscrito.

INTRODUCCIÓN