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La fotografía como acto de desobediencia

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Scarlett Coten. La fotografía como acto de desobediencia.

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Su vocación temprana por la fotografía surgió gracias a los álbumes familiares de su abuela. Imágenes que despertaron la curiosidad a esta fotógrafa francesa afrontar intrépidos proyectos de larga duración por diferentes países, alcanzando con ello una gran repercusión. Uno de ellos, Mectoub, se alzó además con el prestigioso Premio Leica Oscar Barnack 2016, trabajo en el que cuestionaba el rol e imagen de los hombres en países de cultura árabe. Entrevista: David Tijero.

¿Cuáles serían las temáticas principales que abordas en tus proyectos? ¿Cuándo decidiste que sería la fotografía la forma en que ibas a expresar tus inquietudes?

Mi pasión por la fotografía y el cine se remonta a mi infancia, cuando junto a mi abuela materna, descubrí, muy joven, el poder mágico de la fotografía en las páginas de los álbumes familiares. En esos grandes álbumes, cada imagen desencadenaba una historia sobre un pasado que me era desconocido, el de una epopeya familiar, que Louise Coten, fotógrafa aficionada desde 1930, documentó con pasión. Más allá del testimonio de una época, hay en esas fotografías claros signos de una mirada original, libre y lúcida. La modernidad de la mirada de esta mujer, curiosa, abierta, obviamente inspiró mi deseo de ser fotógrafa. Mi primer trabajo fotográfico, en blanco y negro, comenzó en los años 80. Una especie de road movie en torno al universo poético de la infancia y con un carácter profundamente autobiográfico, aunque yo no apareciera en el mismo, fue como un nuevo capítulo añadido al álbum iniciado por Louise y ampliada en la década de 2010 por mi propia hija, “Les preuves du souvenir” I, II y III, muestran la mirada constantemente renovada de tres generaciones sobre su condición de mujeres, jóvenes madres y fotógrafas. Mi inspiración también proviene de largos viajes familiares en los que nos embarcamos en una aventura de un puerto a otro. La emoción de lo desconocido, el espacio abierto de los océanos, los personajes encontrados durante las escalas, las entrevistas emitidas en la radio que acompañaban nuestras travesías, los libros que leíamos, los museos visitados durante las escalas… todo esto está en el origen de lo que luego contribuyó a alimentar mi deseo de ver el mundo, y de fotografiarlo: el cine y la literatura. Mi primer patio de recreo fotográfico es un fin del mundo con un falso aire del Oeste americano, La Camargue, en el Sur de Francia. Un territorio propicio para la fundación de mis obsesiones: lo íntimo como medio de acercamiento al mundo, la

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vulnerabilidad, el deambular, los espacios abiertos, fruto de la imaginación de los hombres frente a su condición, la marca de sus deseos. Con el nuevo milenio, al blanco y negro, metáfora de un tiempo vuelto hacia la interioridad, le sigue el color y la garra del presente. Defino más radicalmente los ejes de mi universo personal: la búsqueda de la identidad, por supuesto, porque la experiencia de lo vivido es inseparable de mi práctica artística, pero más allá, un compromiso con lo que desborda. Una filosofía de apertura basada en la reciprocidad del encuentro y que se fija en los márgenes, en lo que está fuera del marco, fuera de la norma. Una fotografía documental de la desobediencia al servicio de la fragilidad, de la marginalidad.

Mis proyectos exploran los temas de identidad, intimidad, género, particularmente a través del retrato fotográfico. Hablan de historia, del estado de cosas.

Cuestionan el mundo de hoy, dan testimonio de nuestras luchas, nuestras dudas, nuestras aspiraciones y, sobre todo, celebran la apertura, la audacia, la empatía, la tolerancia y la libertad.

En tus retratos vemos una inmensa mayoría de hombres, todo un cambio de roles si nos atenemos a lo que ha sido la Historia del Arte, ¿Te sientes de algún modo pionera en un camino muy poco transitado?

Quizás… es difícil afirmarlo sobre una misma. La conquista de la mirada femenina es reciente, y atreverse a mirar a los hombres es fruto de una larga lucha. Mi determinación de cuestionar la política sistémica de “ver y ser visto” en la Historia del Arte es una decisión que tomé con plena conciencia en 2012. Me pareció, en el contexto particular de las Primaveras Árabes, que una inversión de perspectivas era necesario aquí y ahora. Una de las razones fueron los numerosos trabajos ya realizados en torno a la condición de la mujer en estos territorios, por mujeres y con razón, y otra, imprescindible, posicionarme por la inversión de la mirada en un acto contundente, sin duda precursor en esos países, en esa época. Se trataba de inscribir mi obra en la historia del feminismo continuando lo logrado desde las vanguardias de los años 60 y 70 e ir más allá de la reapropiación de la imagen de la mujer por parte de las mujeres. Invertir los roles y dar una mirada femenina a los hombres me pareció un gran desafío.

Muchos de tus trabajos se han desarrollado en diferentes países africanos bañados por el Mediterráneo, ¿esa elección corresponde a un motivo determinado?

Sucedió un poco por casualidad. Fue una invitación a cruzar al otro lado. En el año 2000 vivía para la aventura. Fotografiaba temas relacionados con la vida nómada: construcciones temporales, chozas efímeras, caravanas arrojadas entre la arena y el mar, me sumerjo del todo en la cultura nómada. Durante tres años compartí la vida de una tribu beduina en el desierto del Sinaí. Pude documentar un Egipto en la serie “ Still alive “ que da cuenta del entusiasmo, humor y modernidad de un pueblo olvidado pero vivo. Esta gozosa y extraordinaria experiencia está en el origen de mi interés por el mundo árabe, lo que me llevó durante los siguientes diez años a viajar desde el norte de África hasta Oriente Medio.

Mectoub es probablemente tu trabajo que más difusión ha conseguido, ¿cómo surgió la idea de hacer algo tan a priori complicado y sobre todo tan audaz?

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En 2012, tras el estallido de la “Primavera Árabe” y la experiencia y el tiempo que había dedicado a observar la sociedad marroquí y egipcia me llevaron a centrarme en las profundas convulsiones de esta región del mundo. Los levantamientos populares expresan los anhelos de emancipación de una generación que demanda más libertad individual, lo que aquí se asemeja a un acto de rebelión. El coraje de esta juventud, que a veces ponía en peligro su vida para vivir libremente sus aspiraciones, motivó mi deseo de apoyar sus demandas, particularmente por la autodeterminación.

Mi elección de cuestionar la identidad masculina se impuso porque era necesario sacudir la imagen tradicional que del hombre en el mundo árabe se retransmitía en los medios de comunicación.

Quería mostrar otra realidad, lejos del tumulto y la agitación. Al poner a estos jóvenes al frente del escenario, en contextos íntimos libres de presiones sociales, mi objetivo era ofrecer una relectura de la visión fragmentaria que tenemos, en Occidente, del hombre árabe. Entonces los invité a mostrarse como son: complejos, múltiples, modernos. Como mujer, asumir el reto de un cara a cara donde se trata de invertir los papeles, de tomar el poder sobre el hombre, a través de la cámara, es aprender el equilibrio entre la seducción y la protección, combinado con el deseo de establecer una verdadera confianza mutua. Mi edad y mi experiencia, sin duda, me han ayudado bastante.

La cultura árabe suele ser algo reacia a dejarse fotografiar, por lo que llama la atención que una mujer extranjera haya logrado abordar a hombres desconocidos y que accedieran a ser fotografiados, ¿cómo conseguiste algo así? Tal vez porque era una mujer, extranjera, de paso, sin raíces ni pertenencia a su propia cultura o religión. Porque esta posición le permite al otro confiar, la posibilidad de contar historias sin tabúes, de ser sincero, sin correr el riesgo de ser estigmatizados. Por mi parte, me acerco a los hombres con los que intuyo una complicidad mutua, aquellos que encarnan, por su actitud, su mirada, un espíritu de libertad. Les explico mi enfoque, les muestro las fotos que ya he tomado. Casi no tuve negativas. Por el contrario, saber que serían vistos los animó a abrirse. Afirmar su identidad, su individualidad es una lucha que consideran importante mostrar al mundo, porque si no son reconocidos en su propio país, en otro lado, pueden encontrar una forma de consideración. Son conscientes de la imagen reduccionista que Occidente puede tener del “hombre árabe” y están encantados de negarlo, a su manera.

Esos retratos de hombres, hechos en un lugar que parece apartado, parecen despojados de esa máscara de dureza e imperturbabilidad que se le supone a un hombre adulto. Se pueden hacer numerosas lecturas de un trabajo así. Una de ellas podría ser que allá donde la masculinidad tóxica impera, también ejerce una violencia hacia los propios hombres.

Sí, así es. Más aún en sociedades en las que, además de ser patriarcales, como sucede absolutamente en todas partes del planeta, la religión juega un papel preponderante en los que se supone que debe ser el hombre.

¿Cómo fueron recibidos estos trabajos en los países donde tomaste las fotografías? Documentar un colectivo invisibilizado como el LGBT o mostrar fotografías en las que los retratados exhiben tatuajes

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probablemente no gustó demasiado en ciertos ámbitos.

Contra todo pronóstico por lo que desde aquí podríamos esperar, Mectoub fue objeto de exposiciones en Fez, Marruecos y luego en Amman, Jordania donde fueron muy bien recibidos.

Mucha gente me agradeció por hacer este trabajo. En Egipto se censuró una conferencia, pero los jóvenes que conocí allí apoyaron este trabajo. En Argelia, el diario “El Watan”, el más leído de Argel, publicó una doble página en su especial de fin de semana en pleno Ramadán y tituló: “El hombre árabe es una mujer como las demás”. ¡Fantástico! Fue en Francia donde me preguntaron por qué fotografiaba hombres árabes y si sentía una atracción particular por ellos... Se me cuestionó una legitimidad que creía evidente en nuestra profesión, la de abordar los temas que nos parecen importantes. No niego la complejidad del tema y soy consciente de los efectos postcolonialistas, de las susceptibilidades o culpas que ha engendrado la Historia, pero el arte es un campo de libertad, donde las fronteras y los tabúes quizás puedan ser superados. En lo que a mí respecta, así lo veo y lo vivo como artista, pero como mujer he sufrido comentarios y cuestionamientos que ninguno de mis colegas masculinos que fotografían mujeres por todo el planeta han tenido.

Una curiosidad en algunos de tus proyectos fotográficos es que para algunos proyectos te has valido de una cámara de plástico, consiguiendo, sin embargo, unos resultados fascinantes con ella, ¿a qué se debe esta llamativa decisión de trabajar con una cámara de este tipo?

Durante casi 20 años trabajé con 24x36 con una 35mm: Una Leica de segunda mano que me acompañó en todos los temas que traté, del retrato al paisaje, de la naturaleza muerta al reportaje. Llegué a una especie de hastío hacia el acto de fotografiar, sumado a ganas de salir de mi zona de confort y confrontarme con otros formatos por lo que me decidí a experimentar. Compré cámaras de plástico, una Holga y una Diana, (de la familia Lomography) muy asequibles, con aspecto de juguete de todos los colores, unos modos muy sencillos: sol, nubes, retrato, paisaje, y flash incorporado. Utilicé negativos 6x6, sin reglas de ningún tipo a la hora de fotografiar. Todo como un juego de niños. Lo experimenté como una liberación: “sin reglas, sin prohibiciones, sin restricciones”. Nos atrevemos a ello y ya veremos después. Además, la aparición de estas cámaras me fue de gran utilidad en un país como Marruecos donde la imagen sigue siendo hoy en día un tabú, para convencer a una población que no se deja fotografiar fácilmente, y menos aún en la playa.

http://www.scarlettcoten.com/

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