5 minute read

1 La nueva humanidad

La Iglesia (ekklesia) es una comunidad convocada por Jesús para vivir y celebrar la salvación. Es una asamblea religiosa cuya principal misión es anunciar el Evangelio al mundo. Pero, entre el anuncio del Evangelio y la promoción humana existe una íntima conexión. «Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad, el hombre como destinatario del anuncio evangélico, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n.o 62). Hemos visto muchas veces a los misioneros y misioneras que realizan su labor evangelizadora creando, por ejemplo, escuelas y hospitales. Eso se debe a que el Evangelio no se sigue en abstracto, sino en el contexto concreto donde se desarrolla la vida. Como hizo Jesús, «que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).

La Iglesia siempre ha defendido la centralidad del ser humano y su dignidad como ser creado por Dios a su imagen y semejanza. Pero la historia de la humanidad nos muestra que esto no siempre ha sido así. Es más, nuestra historia está plagada de guerras, luchas, esclavitud... Ciertamente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) supuso un hito en el reconocimiento de la dignidad y el valor de la vida humana. Sin embargo, no fue hasta 1963, con la publicación de la encíclica Pacem in terris, del papa Juan XXIII, cuando la Iglesia asumió por primera vez el lenguaje de los derechos humanos.

La Iglesia es una comunidad de índole religiosa, no política; busca el anuncio del Reino de Dios, pero no lo puede hacer al margen de la promoción de los derechos humanos y la defensa de la dignidad de la persona.

1.1. Los derechos humanos, pilares de la humanidad

Los derechos humanos son el reconocimiento de una condición propia e intrínseca del ser humano por el mero hecho de serlo: su dignidad. No se trata de una concesión que le otorga el derecho internacional, ni la Asamblea de las Naciones Unidas, ni cualquier Estado. La dignidad es constitutiva y propia del ser humano. Reconocerlo no es otorgar un derecho, sino aceptarlo como su misma fuente. Al ser humano le asiste su dignidad y esta no depende ni de sus acciones más o menos buenas o moralmente aceptables o reprobables, ni de sus relaciones. Aún cuando estemos hablando del mayor criminal que podamos imaginar, podemos afirmar que se trata de un ser humano digno. El valor que posee el ser humano por el mero hecho de serlo no tiene precio, tiene dignidad.

En la web anayaeducacion.es encontrarás el poema Jesús de Nazaret, escrito por P. Casaldáliga, que te permitirá ahondar en la huella dejada por Jesús. Consulta en anayaeducacion.es los audiovisuales para ampliar información acerca al concepto de «testigo» como seguidor de Cristo resucitado.

Desde la sede de la ONU, en Nueva York, se organiza la cooperación en asuntos de derecho internacional y de derechos humanos, entre otros.

De este reconocimiento de la dignidad humana brota la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyas principales características son:

Universalidad Todo ser humano, independientemente de su origen, raza, condición, sexo o religión, ha de tener acceso a los mismos derechos. Los derechos humanos han de ser respetados por todos los Estados.

Indivisibilidad El reconocimiento de uno de estos derechos ha de suponer, además, el reconocimiento del resto. Si se niega uno de los derechos humanos o no se respeta, se puede poner en peligro la integridad de los mismos.

Inviolabilidad No respetar uno de los derechos humanos supone una afrenta grave contra la dignidad humana.

Irrenunciabilidad e inalienabilidad

Ningún ser humano puede renunciar a sus derechos ni transferirlos a otros seres humanos.

1.2. Claves del humanismo cristiano

La Iglesia afirma y defiende el valor de la dignidad humana como realidad intrínseca del ser humano desde una visión trascendente del mismo. Es decir, afirma que la dignidad humana forma parte de su dimensión trascendental, porque es una criatura de Dios, imagen del Señor, capaz de entablar con él un diálogo íntimo. El ser humano no encuentra en el resto de los seres vivos uno semejante a él. Esta experiencia honda revela que él es diferente y superior a cualquier otro ser, que posee una dignidad especial y en ella radica su valor.

El Renacimiento (a partir del siglo xv) supuso un giro de orden antropológico: el ser humano se convirtió en la medida de todas las cosas. Frente a una concepción teocéntrica, propia del medioevo, se asistió al nacimiento del humanismo.

El humanismo cristiano parte de esta premisa y entiende la centralidad del ser humano desde las siguientes ideas.

• El humanismo cristiano hunde sus raíces en Jesucristo y ve en él al hombre pleno. Jesucristo, en cuanto Dios hecho hombre, asume en su «carne» todo lo humano. Nada le es ajeno, excepto el pecado. Jesucristo —persona divina— representa el modelo integral de realización de la persona humana. De esto se deriva una visión positiva del ser humano. El humanismo cristiano apuesta por el desarrollo integral de la persona.

• El humanismo cristiano es personalista. Frente a una mirada individualista del ser humano —que convierte la subjetividad en el único criterio de verdad— y frente a una concepción colectivista —que lo diluye como un engranaje más de la red social a la que pertenece—, el humanismo cristiano ofrece una visión integral como ser digno, libre y social. Así, principios como bien común, subsidiariedad y solidaridad, y valores como verdad, justicia, igualdad o libertad, son protagonistas de la Doctrina Social de la Iglesia.

• El humanismo cristiano cree en la transformación social, en el destino universal de los bienes, en el pleno desarrollo de la persona, defendiendo que esta tiene derecho al acceso a los bienes materiales, sociales, culturales y espirituales necesarios para el desarrollo de una vida digna.

• El humanismo cristiano propone el amor como el valor más importante para construir un mundo más justo, solidario y fraterno. El amor es el mandamiento nuevo de Jesús dado en la Última Cena (cf. Jn 13,34).

Consulta en anayaeducacion.es los audiovisuales para ampliar información acerca de los derechos humanos.

Vocabulario

Teocentrismo: doctrina que considera a Dios como el centro de toda la actividad y el pensamiento humanos.

Actividades

1 Investiga y realiza una tabla en la que contrapongas la concepción del ser humano que se difundió durante la Edad Media y el Renacimiento. Después, compara ambas visiones con la promulagada por el humanismo cristiano.

1.3. Un humanismo sin Dios

Durante los siglos xix y xx, se desarrolló en el pensamiento occidental un ateísmo concebido como negación de Dios y emancipación del ser humano. En cambio, desde el último tercio del siglo xx hasta hoy, nos encontramos ante un nuevo desafío: los fenómenos de la indiferencia religiosa y de la «increencia» se han revelado como una auténtica negación de Dios y del ser humano. Es decir, ya no se defiende a la persona mediante la negación de Dios: ahora, sencillamente, la cuestión sobre Dios y el ser humano ya no importan.

El humanismo ateo se caracterizó por la negación de Dios y la exaltación del hombre: Dios ha muerto; ahora queremos que viva el superhombre, afirmaba Nietzsche. Este humanismo se caracterizaba por situar en el centro al ser humano. Se sustituyó una moral religiosa por una ética en la que el hombre y la mujer eran la ley suprema. De esta manera, el ser humano quedó relegado a su propia subjetividad. El pensamiento posmoderno defiende la disolución del ser humano, que se enfrenta a la desaparición del sentido último de la vida. Solo le queda abandonarse al deleite efímero que le otorga el propio bienestar y la búsqueda de experiencias placenteras que lo alejen de un sentimiento trágico de la existencia. Sin Dios, el pensamiento también se aleja del ser humano, de la antropología. Solo queda la verdad de la ciencia y de la tecnología, en la que desaparece cualquier referencia al ser humano y a una espiritualidad trascendente. Sin embargo, como afirma Benedicto XVI, sin Dios el hombre y la mujer pierden su grandeza; sin Dios no existe verdadero humanismo.