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u n t o de lectura 5

Beethoven y la bruja

No era fácil caminar por el bosque. Los árboles, las raíces y la nieve lo habían convertido en un complicado laberinto vegetal. El único de los tres que avanzaba contento era Brío, que ya había podido salir de la funda y estirar las patas a gusto.

—Falta poco —susurró Allegra a Beethoven, hablando en voz baja por miedo a los soldados.

—¿Qué? —preguntó Beethoven, quien, a pesar de que aún era joven, no oía muy bien.

—Que falta poco... Es ahí delante —volvió a susurrar Allegra.

—Si hablas tan bajo, no puedo oírte —se quejó el músico.

Allegra sonrió y alzó la voz:

—Con ese mal oído tus composiciones tendrán que ser fortísimo —bromeó.

—¿Te estás riendo de que oigo mal? —dijo Beethoven ofendido.

—Es una broma —Allegra intentó quitarle importancia—. Son términos musicales, ¿no? Fortísimo significa que hay que tocar con intensidad.

—¡No me gusta ese tipo de bromas! —gruñó Beethoven.

—No le gusta ese tipo de bromas —recalcó Brío.

—Me apellido Scherzo y eso significa broma en italiano —dijo la bruja—.

Así que es normal que haga bromas.

Allegra se acercó a un árbol en concreto que tenía un nudo a un metro del suelo. Apretó ese nudo y se abrió una puerta en la corteza del árbol. De allí partían unas escaleras que bajaban hacia una gruta.

Beethoven seguía muy enfadado.

—Ya hemos llegado, ¿no? Misión cumplida, ¿no? Pues adiós —y se dio media vuelta y se alejó caminando.

—Allegra, por lo menos dale las gracias —dijo Brío.

La bruja puso los ojos en blanco un segundo. Pero cedió:

—¡Gracias, gracias, gracias, gracias! —exclamó.

Beethoven ni se giró. De hecho, apretó el paso. Sentía un tono burlón en las palabras de Allegra que le enfadaba aún más.

—¡Gracias, gracias, gracias, gracias! ¡Te lo he dicho varias veces! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Y fortísimo!

El compositor se perdió entre los árboles.

—Qué mal humor tiene este hombre... —murmuró Allegra, antes de bajar las escaleras de la gruta.

Primaria

Velázquez y dos vampiros

En una sala de techos altísimos se encontraban dos jóvenes damas, Agustina e Isabel.

Se trataba de una de las estancias más bellas del palacio, no por cómo estaba construida sino por las obras de arte que adornaban sus paredes. Cuadros y más cuadros, no solo de Velázquez sino de los más importantes pintores de aquella época. Allí estaban colgados, entre otros, Apolo vencedor de Pan, de Jacob Jordaens, y Palas Atenea y Aracne, de Pieter Paul Rubens.

Os hemos mencionado a dos damas en concreto y a dos cuadros en concreto porque tienen mucho que ver que nuestra historia. Agustina e Isabel eran «las meninas», es decir, las damas de compañía de la infanta Margarita. Y tanto ellas como esos dos cuadros aparecerán en la famosa obra de Velázquez.

El pintor, por cierto, no estaba en esa sala. Pero sí irrumpieron en tan elegante estancia dos personajes de aspecto estrafalario.

El príncipe György y su escudero Vlod lucían ahora una vestimenta muy diferente. Conservaban sus cantimploras, pero llevaban calzas y jubones de colores chillones, además de unos llamativos sombreros con grandes plumas. Se habían vestido demasiado deprisa: las ropas rojas del príncipe le quedaban muy pequeñas y a su escudero sus ropas verdes le quedaban muy grandes.

Vlod, además, llevaba un laúd en sus manos. Estaba claro que les había quitado las ropas a dos músicos.

—¿No los mordiste, verdad? —preguntó György.

—Nada de morder, beber o sorber. Solo atacar, atar y amordazar. Los dejé desnudos e intactos.

El príncipe respiró aliviado, pero no podía moverse con comodidad debido a lo cortas que le quedaban las mangas.

—Creo que deberíamos intercambiarnos los trajes.

Vlod negó con la cabeza.

—Ya no hay tiempo. Además, el verde me hace más alto. Vos disimulad, mi príncipe. ¿Quién será el aposentador?

György lo miró con desconfianza.

—¿Qué más dará? Tenemos que encontrar a Velázquez.

Vlod se encogió de hombros.

—Ya que estoy aquí, termino el otro trabajo y me gano el resto del dinero.

—De eso nada —se opuso el príncipe—. Te recuerdo que no vas a secuestrar a nadie.

El escudero hizo un gesto con las palmas de las manos hacia abajo, pidiendo tranquilidad.

—Sssh, si no es secuestrar —dijo Vlod—. Lo voy a... exportar. Lo atrapo, lo llevo al límite del reino y lo exporto. ¿De acuerdo?

—No mucho.