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REFLEXIONES SOBRE EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 Y UN BRINDIS POR NUESTRO PAÍS

Muchas veces quedamos inmersos en una realidad en la cual las consecuencias exceden o superan a sus causas. Es esto lo que -me parece- se ha producido con el 11 de septiembre de 1973 en Chile, por cuanto desde la década de los setenta del siglo XX, nuestro país ha venido siendo un laboratorio experimental de quienes se arrogaron una verdad plena que los justificaba. Así, unos y otros se han auto ungido como legítimos detentores de una verdad que imponer institucionalmente a todos; pero que los hechos y el tiempo se han encargado de mostrar su error y, más lamentablemente, su horror. Aunque, lamentablemente, antes hemos tenido que transitar por medio de esos desvíos y desvaríos, tironeados por extremos y absolutos que se han impuesto a la sensatez, a la mesura y, porque no también, a la generosidad. Bueno, siempre son seductores los “cantos de sirena” o la actitud agresiva como luces que encantan, seducen y atraen. En especial a los aprisionados en una realidad que los fragiliza, apremia y vulnera.

Pero iniciemos este relato tomando como base ese día de septiembre de ese año. Un día trágico para cualquier persona y pueblo que tiene que padecer una realidad como la que vivimos ese día. Ya sea quienes vieron ahí el momento de la ruptura y el dolor de padecer la derrota. Pero también, un día trágico para los otros que vieron y sintieron lo opuesto. En efecto, ¿cómo pudiéramos definir aquello que padece una familia o una comunidad que termina quebrantada, dividida por décadas, con resabios de una rivalidad que los mantiene enemistados sin encontrar un destino común, con un dolor y desencuentro que heredan las nuevas generaciones, que persisten quienes justifican por la vía de explicar los excesos que padecieron tantos o quienes se valen del drama para justificar la violencia? Simplemente una TRAGEDIA, es decir, una gesta marcada por el dolor de quien lo padeció, por quienes lo infringieron y por todo un país que no puede superar el desencuentro como algo heredado.

¿Qué triste para la vida es terminar siendo la víctima del dolor?, pero también; ¿qué triste es para la misma vida ser el victimario de ese tormento, es decir, transformarse en la bestia como instrumento del martirio? Y peor aún: ¿qué triste si todavía existen quienes justifican, ignoran, ocultan, se jactan o instrumentalizan el tormento causado y padecido por tantos?

Ese día yo tenía 16 años de edad y más de uno como militante de un partido. Un adolescente como tantos de esa época en la cual desde muy temprano en nuestras vidas sentíamos el compromiso de sumarnos a una idea; sea de izquierda o de derecha. Nuestro país era así. De hecho, mi curso en el Liceo Valentín Letelier manifestaba las mismas diferencias, con una parte de alumnos que iba a las marchas convocadas por las fuerzas de gobierno y los otros que acudían a las que llamaban los sectores de oposición. Pero también los amigos del barrio y al interior de nuestras familias y vecinos, en donde cada cual tomaba banderías cada vez más distantes, desafiantes y descuidadas del sentir y del temor de los otros. Pero ahí estábamos todos inmersos en esa caja mascullando rabias y anhelos. En mi caso, y a mi corta edad, ya se hablaba de prepararse para una guerra civil, de la necesidad de recibir instrucción militar, de casas de seguridad y de objetivos militares asignados a cada grupo (a cada célula) para cuando llegue el momento.

Sí, vivíamos en medio de una realidad que había enloquecido, muy agitada y polarizada por una historia que nos había llevado hasta el extremo de vernos como enemigos. Era la lógica del “Patria o muerte” o de la que “el único comunista bueno era el comunista muerto”. Simplemente, chilenos envilecidos llevados a extremos de donde difícilmente pueda surgir el bien o algo mejor. Insisto, una TRAGEDIA. Y ello, aunque haya sido la historia de este país la que nos había puesto en ese trance.

Una historia que se remonta desde la misma independencia, en la cual el poder tuvo que ir cediendo espacios para que nuevos actores políticos tuvieran voz y voto. En efecto, Chile durante todo el siglo XIX y hasta después de la mitad del siglo XX, era un país hegemonizado por los sectores conservadores arraigados en las tradiciones de un catolicismo hacendal. Ahí, los primeros que se hicieron su espacio fueron los sectores liberales, constituidos en gran parte por inmigrantes que hicieron fortuna gracias a su creciente éxito en el comercio, la minería, la banca y en una incipiente industria. Luego los radicales que le dieron protagonismo a una clase media que se empoderó gracias a la educación pública y a un Estado con mayor injerencia en la vida diaria. También, desde la segunda mitad del siglo XIX, la llamada cuestión social comenzó a dar visibilidad política a los sectores populares formados por gente de oficios, mineros y obreros de distintos sectores. Inicialmente, por me- dio de un mutualismo solidario que se quería hacer cargo de su fragilidad existencial; para luego avanzar con su lucha hacia una legislación laboral y social que reconociera su existencia y la necesidad de su valía y dignidad. También las mujeres, quienes sólo a la mitad del siglo XX lograron la edad adulta como ciudadanas. Y un campesinado que seguía anclado en las tradiciones de un cuasi feudalismo que vio en la Reforma Agraria y en la sindicalización campesina un cambio a su vida. Y por último la juventud de esos años sesenta, que al ritmo del rock and roll y de la nueva canción chilena dio forma a una épica estética que denunciaba y aspiraba un destino mejor. De esta forma, nuestra historia articuló el proceso y el contexto político de ese comienzo de la década de los setenta del siglo pasado. Una historia que, aunque no estuvo exento de retrocesos y dolores, también evidenciaba avances que abrieron espacios a tantos que no eran visibles en un país reservado para unos pocos. Así, en Chile fluía un proceso social denso y complejo, en el cual las viejas estructuras atávicas veían temblar sus cimientos. Por un lado la palabra revolución las puso a la defensiva y aunó a quienes se atrincheraron detrás de la propiedad privada y de la posición social; heredada en sus apellidos o conquistada en las actividades comerciales. También la palabra Reforma: reforma en la agricultura, en la educación, en la gestión pública; empezaron a invadir los distintos ámbitos políticos, sociales, económicos y culturales. De esta forma, el país quedó tensionado entre una derecha que mantenía y una izquierda que revolucionaba; y cada vez más alejadas del centro que reformaba. Es decir, dejándonos a todos en medio de un proceso de cambio que nos enfrentaba con toda nuestra historia; y, más aún, en medio de un mundo bipolar dominado por la guerra fría, transformándonos en una pieza clave de “ajedrez” en el tablero de la política internacional

Ahí, el país quedó aprisionado entre dos arrogancias. Por una parte, la de quienes se creían poseedores de una verdad que imponer a todos; y por la otra, la de los que mantenían intacta la convicción de un país que era de ellos y con el miedo de los habitantes de su casa tomada1 por otros. Y así, conducidos por un

1 Al respecto, se recomienda leer el cuento “Casa Tomada” de Julio Cortázar; que me parece resume la decadencia y proceso hegemonizado por esos extremos, fuimos transformados en un instrumento de sus temores y de sus anhelos, hasta jugar un juego siniestro que implicaba hacer de los otros el escarnio y el padecimiento doloroso de las víctimas. Por ello, suelo preguntarme: ¿Cuál habría sido el destino y quienes los que lo iban a sufrir y a padecer si la victoria hubiera sido de los otros? Una pregunta que me parece pertinente cuando recuerdo la desmesura y esa arrogancia germinal de esa época. Una pregunta que me ronda y que me afirma la convicción de que es difícil superar el trauma de nuestra historia (de esta TRAGEDIA como la entendemos en este artículo), si seguimos con la lógica de que la suerte esta de la mano del vencedor, quien tiene el poder para hacer de este país el reflejo de sus particulares anhelos e intereses. Y en ese anhelo, arrastrar a todo el país a su extremo, es decir, más allá de la sensatez, de la mesura, de los cambios paulatinos y de las nuevas estructuras que tienen que consolidar los cambios. Sí, me parece que el Chile que surgió de ese hito de septiembre de 1973 fue el de esa desmesura, sustentada por los triunfadores de esa ocasión, aún a costa del dolor de los vencidos de esa disputa. Por ello, en el momento en el que estamos en este año 2023 (el que también es parte de un proceso mucho más amplio y profundo), quiero brindar por nuestro país, invitando a nuestros lectores a hacerlo pensando en Chile como el país de todos. Un país que debe recobrar la cordura y alejarse de seguir siendo un bien tironeado por quienes se disputan su hegemonía, sin adentrarse en esa historia que -aún sus dolores- iba incorporando a todos como sus hijos legítimos y necesarios para la construcción de una realidad común y compartida. En este contexto, me acuerdo de que luego de los movimientos estudiantiles de 2011, en un importante encuentro de marketing, el sociólogo Eugenio Tironi expuso un tema que trataba de identificar a las personas que subyacían a la realidad convulsionada de esos años. Esa presentación me causó un particular interés, que me sirve para traducir su contenido en este brindis que quiero hacer por “Chile, su paz y su futuro”, a saber: los temores de una aristocracia en retroceso y atemorizada, por extraños que ocupan la realidad que la entienden como propia.

Quiero invitarlos a brindar por Chile: por su paz y su futuro, resumiendo esto en la siguiente frase: “porque ojalá aún sea todavía, que volvamos a SER NOSOTROS”. A raíz de las diversas demandas sociales que han movilizado a la gente en los últimos años, una investigación quiso averiguar en qué tipo de país le gustaría vivir a los chilenos. Para ello, su modelación estableció seis arquetipos de “ciudades” que resumirían las distintas categorías alternativas de un país anhelado.

• Una de esas categorías es la “Ciudad de la Industria”, la cual recoge el valor de los procesos fabriles, de la calidad de los productos que ese país produciría y a los cuales la gente podría acceder.

• Otra es la “Ciudad del Comercio”, la que toma los anhelados descuentos, de los precios a $3.999 o de $99.999 o de cualquier política comercial que afectara la percepción de estar comprando y además barato.

• También la “Ciudad del Ciudadano”, la cual releva los derechos de las personas y de los objetivos sociales como valores de esa ciudad modelo.

• La categoría de la “Ciudad de la Familia”, que pone su foco en la tradición, en la estabilidad y en la permanencia de las cosas que no cambian.

• La “Ciudad de la Fama”, que valora el glamur de las mercancías y de la imagen de marca como símbolo de prestigio.

• Y por último, la “Ciudad de la Inspiración”, aquella que rescata la creatividad, el valor de lo nuevo, el reemplazo permanente del modelo recién salido y que desplaza rápidamente al anterior. Con ello una taxonomía de distintos chiles posibles como países alternativos, en los que a la gente les gustaría vivir.

Aunque todas las hipótesis y opiniones expertas señalaban la “Ciudad del Comercio” como logro de un modelo que ha hecho un enorme esfuerzo político, económico y antropológico por posicionar el éxito individual, la ganancia particular y la privatización de la vida; así como también, la “Ciudad de la Fama” ante la persistente “matraca” publicitaria y propagandística que nos bombardea a diario; la sorpresa fue enorme. Por lejos la prioridad de los chilenos está en la “Ciudad de la Industria” y en la “Ciudad del Ciudadano”; así también en el rechazo categórico a la “Ciudad de la Fama”.

La gente dijo, yo quiero vivir en un país que valora el compromiso con la calidad y con la promesa de lo que me dicen, en lo que producen sus empresas y sus instituciones: quiero vivir en un país en el que yo pueda confiar en el servicio que me brindan o en el producto que compro. Quiero tener referencias claras y categóricas, quiero que mi seguridad no esté en los barrotes que pongo en mis ventanas ni en la cadena de servicios técnicos de dudosa calidad y reputación, o en la garantía extendida como seguridad última. Sencillamente, quiero que las cosas no fallen, quiero que se honre la palabra, quiero subirme al metro y que éste llegue a la hora, que me transporte en condiciones humanas y que simplemente… no falle. No quiero que me humillen como persona olvidada y frágil ante quien me puede obligar a esas degradaciones. Ya no quiero productos fútiles hechos para su pronta renovación. Así también, la gente dijo que quiere vivir en un país que respete el medio ambiente y en el que el interés de Chile vuelva a recuperar su protagonismo. Y también la sorpresa en el otro extremo, la gente expresó su categórico rechazo al hedonismo de un país centrado en la imagen, en la apariencia y en el slogan.

Ante todo ello, esas conclusiones me han resultado muy alentadoras, pues pareciera que aún, debajo de las cenizas de un país y de un pueblo que fue; aún quedan brazas humeantes. En la conciencia de miles de compatriotas que desde su cotidianeidad, desde su habitual existencia y por sobre el individualismo en el que han sido moldeados; vuelve a emerger una aspiración de un Chile distinto. Un Chile que incomoda a esa comodidad modelada desde el consumo, desde la imagen y la ganancia personal a cualquier costo.

Así, ante esa evidencia que me conmueve los invito a hacer este brindis, para expresar la esperanza viva que aún está en miles de compatriotas que quieren a Chile y su prosperidad: chilenos del norte, del centro y del sur, de cordillera a mar y en sus zonas insulares, de izquierda y de derecha, laicos y confesionales, viejos y jóvenes, ricos y pobres. A todos cuya incomodidad los moviliza y los inquieta para imaginar, para esperar o para trabajar por un país distinto en el que todos nos veamos reflejados en sus consideraciones y al cual todos podamos aportar a la superación de sus dolores y a su progreso… Por ello -y con todos ustedes- quiero brindar por Chile, su paz y su futuro. Porque… “ojalá aún sea todavía, que volvamos a SER NOSOTROS”.

POR UNA CRISIS