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EL FANTASMA DE CANTERVILLE
Cuando el Señor Hiram B. Otis, ministro de Estados Unidos, compró el Castillo Canterville todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque el lugar estaba embrujado. Hasta el mismo Lord Canterville un hombre honrado se creyó en el deber de participarle al Señor Otis cuando discutían las condiciones.
Respetable señor Otis, le dijo, Me enorgullece que tenga tanto interés por adquirir el castillo de Canterville, pero debo advertirle que en el habita desde hace más de 300 años un fantasma fastidioso y que ha provocado muchas tragedias; la última víctima que se conoció fue la Duquesa de Bolton, se estaba arreglando en su habitación hasta que notó unas manos de esqueleto sobre su hombro, del susto enfermó y no se recuperó nunca. Después de ese hecho ningún sirviente quiso quedarse en el castillo, solo el ama de llaves, a la que le pido por favor contrate si concretamos la compra del castillo. El señor Otis respondió: Señor Canterville, le agradezco su advertencia, pero es necesario que sepa que nosotros los norteamericanos somos fanáticos de estas historias, en mi tierra darían mucho dinero por comprar un castillo con un fantasma. Claro que sigo interesado en comprar el castillo y más si hay un fantasma.
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Verá usted Señor Otis, dijo Lord Canterville, en Inglaterra los fantasmas son considerados peligrosos. No se preocupe, a nosotros no nos asustan los fantasmas, dijo el señor Otis. Una vez dicho esto, el señor Otis y Lord Canterville concretaron la venta del castillo, con un fantasma incluido en su precio. Unos días después, el señor Otis viajó a Inglaterra con toda su familia, para estrenar su castillo durante las vacaciones de verano, sin embargo, el clima en Inglaterra en verano no era el mejor. Cuando llegaron al lugar notaron que el cielo estaba nublado y estaba a punto de iniciar una tormenta con truenos y relámpagos incluidos.
Cuando llegaron al antiguo castillo, una anciana, la ama de llaves salió a recibirlos y les dijo: Bienvenidos al Castillo de Canterville.
El señor Otis dijo asombrado: ¡Usted debe ser la única que habita este castillo! Sí señor, dijo el ama de llaves, ningún otro pudo resistir el terror del fantasma en el castillo. No se preocupe, no saldremos corriendo, a nosotros nos encantan los fantasmas, dijo el señor Otis. El señor Otis entró al castillo con su esposa, la señora Otis, detrás de ellos venían Washington, su hijo mayor, la única hija en común con su esposa Virginia, una joven tímida pero hermosa que amaba la pintura y pasear a caballo, tenía un rostro radiante, dulce y brillante como sus impactantes ojos azules; y por último unos gemelos bastante traviesos, Barras y Estrella, eran alborotadores y revoltosos.
Cuando comenzaron a conocer el castillo, la señora Otis notó que había una mancha de sangre en la alfombra de uno de los salones, cerca de la chimenea y dijo: ¿Por qué no limpiaron esta mancha de sangre? Me parece repugnante.
El ama de llaves dijo: Señora esa es la mancha de sangre de la esposa de Simón de Canterville, el fantasma que vive en este castillo y siempre se encarga de hacer que la sangre reaparezca. ¡Imposible de creer! Dijo la señora Otis, esa mancha hay que quitarla con este quitamanchas de marca «Campeón». En ese momento, Washington saco una botella de su bolso y dijo: Permiso madre, yo me encargaré de eliminar esa mancha. Gracias a ese producto la mancha desapareció en unos segundos. Al día siguiente reapareció la mancha en el mismo lugar, lo que asombró al señor Otis porque habían dejado el salón cerrado con llave.
Cuando Washington la vio dijo, vaya esas manchas de sangre británicas si son resistentes. No es eso, dijo el señor Otis, esto debe ser obra del fantasma, sea como sea tenemos que borrarla. Washington volvió a limpiar la mancha por varios días seguidos. Lo que más llamaba la atención es que la mancha no era roja siempre, esta empezó a cambiar de color hacia un tono frambuesa y hasta llego a ser verde esmeralda, incluso la familia, se divertía mucho apostando de qué color sería la mancha del día siguiente.
Una tarde comenzó una tormenta intensa, el viento golpeaba los cristales y hacia un ruido de espanto. Cuando se hizo de noche todos decidieron irse a la cama, pero esa noche el señor Otis escuchó el sonido de unas cadenas arrastrándose y no podía dormir. Decidió abrir la puerta de su habitación y se encontró con el fantasma de Canterville, de ojos negros y cabello gris enmarañado que caía en sus hombros, sus cadenas estaban llenas de moho, el señor Otis lo vio molesto y le dijo: ¡Por amor a Dios! ¿Puede dejar de hacer tanto ruido? Estamos intentando dormir, aunque tome señor fantasma tengo un producto maravilloso que puede ser una solución para eliminar el óxido y el chirrido de sus cadenas.
El fantasma indignado dio media vuelta sin agarrar el bote y se fue corriendo, pero a mitad de camino los traviesos gemelos le tiraron una almohada en la cabeza, mientras gritaban: ¡A la caza del fantasma!
El fantasma huyó entre los muros para llegar a su escondite, allí totalmente cansado comenzó a pensar que hacía mal, por qué esa familia no se asustaba. No puedo creerlo, dijo el fantasma enfadado, con este mismo sonido de cadenas asusté hace poco al señorito Fox y se cayó del susto, con mi disfraz de vampiro Lady Stiffield tuvo un ataque de pánico, y ahora estoy siendo humillado por un hombre que me ofrece un producto para mis cadenas y unos mocosos que me tiran almohadas. El fantasma estaba tan triste, que se encerró en su cuarto por unos días, mientas tanto la familia Otis seguía molesta porque la mancha seguía apareciendo y cada vez con colores más extraños y porque el fantasma no aceptó el bote con el producto.
Simón de Canterville, el fantasma, no quería darse por vencido y planeo una nueva aparición, pero cuando preparaba el disfraz un sonido fuerte despertó a la familia y lo vieron en el suelo aplastado por una armadura de hierro que intentaba colocarse, el señor Otis le dijo: Señor fantasma, no intente hacer cosas que ya no puede por su edad. El fantasma humillado y con dolores por todo su cuerpo, se escabulló por las tuberías dándose muchos golpes, el pobre no salió de su cuarto por muchos días. Sin embargo, aumentaba su odio por la familia Otis, menos por Virginia que era muy buena; este siguió haciendo muchos intentos de asustar a la familia, pero todos terminaron mal. Debido a los últimos sucesos vagaba triste por los pasillos evitando que lo vieran, se quitaba las botas y había probado el producto para las cadenas, dándose cuenta de que funcionaba. Después de intentar asustar a los gemelos y terminar con un cubo de agua en la cabeza se encerró en su habitación, solo salía para pintar la mancha, hasta que un día dejó de preocuparse por hacerlo, por lo que la familia Otis pensó que se había ido. Un día estaba en el sótano observando los árboles, abatido y entristecido, en ese momento entró Virginia y se encontró con el fantasma, se sentó a su lado y le dijo: Te ves muy triste. El fantasma contestó, lo estoy, ya nada tiene sentido. ¿Por qué no te dejamos ser malo? Yo no soy malo, solo hago las cosas que hacen los fantasmas, dijo Simón. Ah ¿sí? ¿Y por qué me gastaste todos mis botes de pintura sin permiso para hacer esa mancha junto a la chimenea todos los días? Mi quitaste casi todos los colores y nunca te dije nada, dijo Virginia. Tienes razón, dijo el fantasma. Virginia se conmovió y le dijo: - ¿Tienes hambre? A lo que el fantasma respondió: No puedo comer, de eso morí. ¿De hambre? ¡Qué barbaridad! Dijo Virginia. Hace 300 años que no cómo ni duermo, dijo el fantasma. ¿Cómo puedo ayudar? Pregunto Virginia. El fantasma le dijo: Llora por mí, reza por mí, tú eres una mujer con inocencia, así podré irme en paz. Virginia acepto y el fantasma se la llevó de la mano y la arrastró por un pasillo, desapareciendo ambos. La familia Otis la busco por todo el castillo, no la encontraron, pero cuando se dieron las 12 campanadas, se abrió la pared y apareció Virginia. ¡Virginia! Dijo la mamá llorando ¿Dónde estabas? Con el fantasma, ya descansa en paz, dijo Virginia, y me dejo un cofre con joyas para agradecerme, solo lloré y recé por él.
Cuando pasaron unos días se organizó el funeral de Simón de Canterville, al que acudió Lord Canterville y estaba muy agradecido, dejando que Virginia se quedara con las joyas. De esta manera, el Castillo de Canterville perdió al fantasma para siempre, pero la familia vivió en tranquilidad.
CHARLES DICKENS
(Portsmouth, Reino Unido, 1812 - Gad's Hill, id., 1870) Escritor británico, máximo exponente de la novela realista decimonónica en Inglaterra, como lo fueron Stendhal, Balzac y Flaubert en Francia y Galdós y Clarín en España. En 1822, con diez años, el pequeño Charles se trasladó con su familia de Kent a Londres, y dos años más tarde su padre fue encarcelado por deudas.
Autodidacta, si se excluyen los dos años y medio que pasó en una escuela privada, consiguió empleo como pasante de abogado en 1827, pero aspiraba ya a ser dramaturgo y periodista. Aprendió taquigrafía y, poco a poco, consiguió ganarse la vida con lo que escribía; empezó redactando crónicas de tribunales para acceder, más tarde, a un puesto de periodista parlamentario y, finalmente, bajo el seudónimo de Boz, publicó una serie de artículos inspirados en la vida cotidiana de Londres (Esbozos por Boz).
El mismo año, casó con Catherine Hogarth, hija del director del Morning Chronicle, el periódico que difundió, entre 1836 y 1837, el folletín de Los papeles póstumos del Club Pickwick, y los posteriores Oliver Twist y Nicholas Nickleby. La publicación por entregas de prácticamente todas sus novelas creó una relación especial con su público, sobre el cual llegó a ejercer una importante influencia, y en sus novelas se pronunció de manera más o menos directa sobre los asuntos de su tiempo. En estos años, evolucionó desde un estilo ligero a la actitud socialmente comprometida de Oliver Twist. Estas primeras novelas le proporcionaron un enorme éxito popular y le dieron cierto renombre entre las clases altas y cultas, por lo que fue recibido con grandes honores en Estados Unidos, en 1842; sin embargo, pronto se desengañó de la sociedad estadounidense, al percibir en ella todos los vicios del Viejo Mundo. Sus críticas, reflejadas en una serie de artículos y en la novela Martin Chuzzlewit, indignaron en Estados Unidos, y la novela supuso el fracaso más sonado de su carrera en el Reino Unido. Sin embargo, recuperó el favor de su público en 1843, con la publicación de Canción de Navidad. Después de unos viajes a Italia, Suiza y Francia, realizó algunas incursiones en el campo teatral y fundó el Daily News, periódico que tendría una corta existencia. Su etapa de madurez se inauguró con Dombey e hijo (1848), novela en la que alcanzó un control casi perfecto de los recursos novelísticos y cuyo argumento planificó hasta el último detalle, con lo que superó la tendencia a la improvisación de sus primeros títulos, en que daba rienda suelta a su proverbial inventiva a la hora de crear situaciones y personajes, responsable en ocasiones de la falta de unidad de la obra.
A pesar de los diez hijos que tuvo en su matrimonio, las crecientes dificultades provocadas por las relaciones extramatrimoniales de Dickens condujeron finalmente al divorcio en 1858, al parecer a causa de su pasión por una joven actriz, Ellen Teman, que debió de ser su amante. Dickens hubo de defenderse del escándalo social realizando una declaración pública en el mismo periódico. En 1858 emprendió un viaje por el Reino Unido e Irlanda, donde leyó públicamente fragmentos de su obra. Tras adquirir la casa donde había transcurrido su infancia, Gad's Hill Place, en 1856, pronto la convirtió en su residencia permanente.
La gira que inició en 1867 por Estados Unidos confirmó su notoriedad mundial, y así, fue aplaudido en largas y agotadoras conferencias, entusiasmó al público con las lecturas de su obra e incluso llegó a ser recibido por la reina Victoria I de Inglaterra poco antes de su muerte, acelerada por las secuelas que un accidente de ferrocarril dejó en su ya quebrantada salud.