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Antipunitivismo 101: iniciemos la conversación
Por Natalia Rodriguez
Bajo el marco de una crisis de violencia de género a nivel global, en el que 10 mujeres en México son asesinadas al día, es imperativo que las familias de las víctimas reciban una reparación del daño con la que se sientan conformes, la cual, normativamente, se lleva a través de la vía penal. Sin embargo, académicos y especialistas en la cultura de la violencia argumentan que a pesar de que la pena puede llegar a reconfortar con justicia a los familiares de las víctimas, el castigo se queda únicamente en el agresor y este no le permite reflexionar sobre sus actos y generar un cambio dentro de este fenómeno psicosocial. Así, introducen el término antipunitivismo. ¿De qué se trata? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Qué intenta lograr? ¿Cómo lo hace? ¿Es realista?: son algunas de las preguntas que intentaremos contestar en los siguientes párrafos.
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La mediatización de los casos de violencia de género y crímenes de odio contra otras minorías, ha planteado nuevamente el reto de repensar en las maneras en las que como sociedad definimos la justicia, así como los efectos en los que estas medidas de castigo repercuten sobre nuestra sociedad. El enfoque antipunitivista tiene sus orígenes en la década de los 70s, con el surgimiento de la criminología crítica y el empoderamiento de colectividades históricamente oprimidas por un sistema penal desigual. Estas contribuciones al estudio de la violencia y la justicia han apuntado que la vía punitiva “no sólo no resolvía las opresiones que estaban en su base, sino que incluso engendraba más violencias y era incompatible con un pensamiento emancipador” (Sierra, 2021). Más que un manual estipulado para resolver las violencias, el antipunitivismo nos alerta sobre la necesidad de complejizar las consecuencias sobre individuos y sociedad de las estrategias contra la violencia que tenemos normalizadas, alternativa que sigue estando en construcción.
Es entonces notorio el actual interés por los movimientos sociales, como el feminismo y la comunidad LGBT+, por buscar alternativas cada vez más punitivas para obtener respuesta a sus demandas, entendiendo que estas contribuirían al bienestar de estas poblaciones. El señalamiento público, el hostigamiento, la estigmatización y las penas carcelarias son algunos de los recursos que se han ido implementando, que más allá de tener un efecto transformador y restaurativo, funcionan como mecanismo de “exilio” social y físico (Pérez, 2019). Haciendo énfasis en el violencia sexual, Rita Segato, antropóloga e investigadora feminista, argumenta que: “El violador es un síntoma de un mal que es social y que nos atraviesa a todos. Es la irrupción, la manifestación de lo que anda en el subconsciente social. El crímen de violación, es decir el acto tipificado por la ley es la punta de un iceberg, en el cual la violación se encuentra en su base y en todos sus estratos, pero solo la ley puede capturar la punta de ese iceberg. La mayor parte de las agresiones sexuales no pueden ser transformadas en crímen porque constituyen el mundo y la forma en la que vivimos” (Lafon, 2017).
Teniendo claro que la cultura del castigo no es la solución, ¿qué alternativas no punitivas nos quedan a la hora de enfrentar la violencia machista? Moira Pérez, doctora en filosofía e investigadora, responde que el camino hacia el antipunitivismo es largo, pero a la vez nos permite un trabajo simultáneo sobre lo inmediato y el largo plazo. Como todos los procesos de transformación social, comienza desde las prácticas individuales y requiere de una constante reflexión que nos permita conversar acerca de lo que nos hace daño, a pedir perdón y a perdonar. “Muchas veces cuando hablamos del abolicionismo penal o del antipunitivismo nos responden con los casos más extremos, pero es importante que veamos más allá de eso: la violencia sucede en muchas escalas, y el ejercicio de impedirlas puede comenzar por las más pequeñas” (Santoro, 2021).
Así como los roles de género impuestos por el patriarcado, deconstruir el hecho de que justicia no es igual a castigo y aterrizar el feminismo antipunitivista puede ser complejo y puede tomar varios años para que el movimiento llegue a este punto. Pero como lo menciona Pérez, las pequeñas acciones y sobre todo el espacio de reflexión nos permiten iniciar esta conversación.