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Glamour siempre

Desde los años cincuenta, el Principado de Mónaco atrae al público internacional a la Costa Azul. El verano confiere un encanto especial a este mundo de casinos, historias de la corte y savoir-vivre.

Qué ver en Mónaco

1 MUSEO OCEANOGRÁFICO Ubicado en el acantilado del Principado, este museo nos adentra en el mundo submarino. 2 PAVYLLON El restaurante con estrella Michelin del chef Yannick Alléno en el Hôtel Hermitage apuesta por las creaciones locales y el show cooking 3 CASINO Este edificio de la Belle Époque es el emblema de la ciudad y una obra del arquitecto Charles Garnier, que también proyectó la Ópera de París. 4 PALACIO DEL PRÍNCIPE Entre abril y octubre, una parte de la residencia de los Grimaldi está abierta al público.

Mercado de La Condamine

Jardins du Boulingrins

Jardín Japonés

Palacio del Príncipe

Museo Oeanográfico

unos treinta minutos de la frontera con Italia y del aeropuerto de Niza, a menos de una hora de la Provenza, en el sur de Francia, surge el Principado de Mónaco en el corazón de Europa. La dinastía Grimaldi gobierna aquí desde el siglo XIII; desde 2005, el jefe de Estado es el príncipe Alberto II. El pequeño país de la Costa Azul es, después de la Ciudad del Vaticano, el segundo Estado más pequeño del mundo, con un territorio de solo dos kilómetros cuadrados y una población de unos 39 000 habitantes. Enclavado entre montañas y mar, con un clima mediterráneo, veranos calurosos y ambiente chic, Mónaco es un destino predilecto para el turismo internacional. Especialmente seductor resulta llegar en barco desde Italia o Francia. Mónaco es uno de los miniestados más ricos del mundo y un paraíso fiscal: quienes viven aquí no pagan impuestos sobre la renta. En consecuencia, el número de millonarios es elevado: según estimaciones recientes de la consultora Knight Frank, 27 000 residentes en Mónaco, es decir, dos tercios de la población, poseen un patrimonio neto superior al millón de dólares.

Montecarlo es el mayor de los nueve distritos del Principado. Su punto de referencia es sin duda el suntuoso Casino, toda una institución en el mundo del juego del azar. En el imponente edificio de la Belle Époque —escenario de varias películas de James Bond—, profesionales y novatos prueban suerte por igual hasta que el crupier exclama: «Rien ne va plus ! ». El 1 de abril de 1863, el empresario francés François Blanc compró el casino y fundó la Société des Bains de Mer, con la intención de convertir este lugar, donde no crecían más que olivos y limoneros, en un exclusivo destino de vacaciones y juego. Este concepto triun-

Ópera

Casino fó rápidamente: la élite internacional no tardó en acudir en masa a Montecarlo para celebrar el grand art de vivre

Hoy, la Société des Bains de Mer es el motor del sector turístico de cinco estrellas en Mónaco y posee varios hoteles prestigiosos, como el Paris Monte-Carlo o el Hôtel Hermitage, así como una treintena de restaurantes, cuatro de ellos con un total de siete estrellas Michelin. Cuentan los lugareños que fue en la mítica brasserie Café de Paris, en la plaza central del Casino, donde se inventó la crêpe Suzette flambeada: un aprendiz de cocinero preparaba crêpes rociadas con licor para el príncipe de Gales, futuro rey Eduardo VII, cuando de repente se le incendió la sartén...

El Monte-Carlo Beach, un hotel de lujo de los años treinta muy popular durante la temporada estival, ha reabierto sus puertas y brilla con un nuevo esplendor tras haber sido completamente renovado bajo la dirección de la interiorista India Mahdavi. Escondido en un pinar, este establecimiento, que rezuma alegría de vivir, goza de un emplazamiento privilegiado en la costa. En el restaurante gourmet Elsa, la chef Mélanie Serre prepara platos de temporada con productos cien por cien ecológicos y pescado salvaje. El hotel también cuenta con una piscina olímpica de agua de mar y una playa privada donde suele instalarse a finales de junio el Maona Monte-Carlo, un cabaret de verano al aire libre.

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