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EL GENOCIDIO OLVIDADO DEL SIGLO XIX: Rusia eliminó al 95 % del pueblo Circasiano

El zar Nicolás I nombró en 1833 al general Grigori Zass como comandante de la parte circasiana de la frontera del río Kubán. Sus órdenes: limpiar Circasia de circasianos.

Fernando Prado www.eldebate.com

En 1714, el zar Pedro I formuló un plan para la ocupación e incorporación del Cáucaso al Imperio ruso. Esta área histórica está situada entre el mar Caspio y el mar Negro, y se la considera como la zona fronteriza entre Europa Oriental y Asia Occidental.

Hoy en día, el territorio del Cáucaso comprende las repúblicas de Georgia, Azerbaiyán, Armenia y las repúblicas del Cáucaso Septentrional.

Estas últimas están formadas por las repúblicas y territorios de Daguestán, Ingusetia, Osetia del Norte-Alania, Chechenia, Adigueya, Kabardia-Balkaria, Karacháyevo-Cherkesia, Krasnodar, Abjasia y Stávropol. Excepto Abjasia, todos los territorios pertenecen actualmente a la Federación Rusa. Antiguamente se conocía esta parte del Cáucaso como Circasia, la tierra del pueblo circasiano.

La expansión por el Cáucaso, ideada por Pedro I, fue ejecutada por Catalina II la Grande y sus descendientes, y desde el primer momento se encontraron con el inflexible deseo de independencia y libertad por parte de las diferentes tribus de etnia adigué que conforman el pueblo circasiano.

Estos, inicialmente, practicaban una forma de paganismo chamánico conocido como khabzismo, que ha llegado hasta nuestros días. Cristianizados por los bizantinos en el siglo VI d. C., (Continúa en la pág. 28)

(Viene de la pág. 28) se mantuvieron, junto con Georgia, como un baluarte cristiano frente a la expansión islámica hasta el año 1717.

En esa fecha, el sultán Murad IV inició una agresiva campaña de islamización entre los circasianos. La expansión rusa se iniciaría en la década de 1760 por parte de la emperatriz Catalina II. El sistema ruso consistía en rápidos avances que culminaban con la construcción de un fuerte, que sería el embrión de una nueva ciudad y base y depósito para futuras expediciones.

La resistencia circasiana se data desde el año 1764 y en todo momento fue feroz. Un ejemplo de ello lo tenemos en la Gran Kabarda o principado de Kabardia, cuya población descendió de unos 350.000 habitantes, calculados en 1763, a 37.000 en 1817. En 1808, una comisión militar presentó un informe al zar en el que se planteaba la expulsión de todos los circasianos de sus tierras y su sustitución por campesinos rusos.

El 14 de septiembre de 1829, los imperios otomano y ruso firmaron el Tratado de Adria- nópolis. En uno de los artículos del mencionado tratado, el sultán cedía a Rusia la soberanía de Circasia. Este punto fue impugnado por la confederación de tribus circasianas, que afirmaron haber sido siempre independientes y, por lo tanto, se negaron a reconocer validez alguna al tratado, y mucho menos la soberanía de los rusos sobre ellos. Bastante indignado por la reacción de los circasianos, el zar Nicolás I nombró en 1833 al general Grigori Zass como comandante de la parte circasiana de la frontera del río Kubán. Sus órdenes: limpiar Circasia de circasianos. Con él se iniciará lo que la historia ha denominado el Genocidio Circasiano, el mayor, más numeroso y más desconocido del siglo XIX.

Zass postulaba tratar a los circasianos «como animales salvajes», por lo que organizó campañas para la propagación de epidemias entre ellos con el fin de diezmar su población, al tiempo que llevaba a cabo una sistemática campaña de terror orientada a espantar a los habitantes y obligarlos a abandonar sus tierras. Esta campaña de terror fue absolutamente salvaje, sin ningún tipo de restricción moral o legal, y con libertad absoluta para que la tropa (cosacos del Don y del Kubán) hiciera lo que le placiera. Hubo violaciones en masa de niños delante de sus padres, asesinatos, mutilaciones, torturas, etc. En 1842, Zass fue destituido. Sus métodos se consideraron demasiado salvajes, incluso para los rusos.

Refugiados circasianos

En lugar de los métodos del demoníaco Zass, se llevó a cabo una expulsión a punta de bayoneta seguida de una rusificación del territorio. El ministro de la Guerra, conde Milutin, escribió al respecto: «...la eliminación de los circasianos es un fin en sí mismo» y dio orden al ejército de avanzar. En 1862, Alejandro II aprobó la adopción de las medidas que se considerasen necesarias para eliminar a los circasianos, aunque recomendaba la deportación. Los militares consideraron que el corazón del zar era demasiado tierno y, sobre el terreno, prefirieron aplicar la eliminación física de los sujetos como medida más rápida, barata y duradera. En 1864, desesperados, los líderes circasianos

(Continúa en la pág. 29)

(Viene de la pág. 28) circasianos elevaron una petición a la reina Victoria del Reino Unido solicitando su amparo y ayuda militar. No se sabe si esta petición llegó a la propia reina; desde luego, jamás tuvo contestación.

El 2 de junio de 1864 tuvo lugar la última batalla, cuya derrota marcaría el fin de los circasianos como pueblo independiente.

Declarada la ocupa- ción de Circasia como objetivo cumplido, no por ello se dejó de practicar la política de terror y deportación. Los circasianos fueron expulsados y obligados a pagar los gastos que originaba su propia expulsión más allá de las fronteras del Imperio ruso. Lo que fuera de ellos al otro lado de la frontera no era problema ruso. En absoluto.

Se calcula que, de una población estimada en algo más de cuatro millones de individuos que habitaban el territorio de Circasia en 1840, murieron entre un millón y medio y dos millones –lo que significa que se asesinó al cincuenta por ciento–, y que los deportados fue- ron entre un millón doscientos mil y un millón seiscientos mil. Estos deportados fueron trasladados en condiciones deplorables, siendo sistemáticamente robados y asesinados al menos la mitad de ellos. En total, el genocidio culminó con el asesinato o expulsión de entre el 95 y el 97 % del pueblo circasiano.

La mayoría de los supervivientes expulsados se establecieron en los países musulmanes de la frontera sur del Imperio ruso. Por eso, en la película Lawrence de Arabia vemos cómo un oficial turco, al comprobar el rubio cabello y los ojos azules de Peter O’Toole, le pregunta si es circasiano.

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