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La partida de ajedrez de Carlos XII

La partida de ajedrez de Carlos XII en Bender

Esta historia del problemista y matemático Sam Loyd, narrando los infortunios de Carlos XII en Bender, es ciertamente el más famoso problema anecdótico jamás compuesto. Sam Loyd no tenía más que 18 años cuando realizó esta obra maestra... en una tarde. Este es, al menos, el tiempo que se necesita para resolver los problemas del genial compositor.

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La historia es la siguiente:

Carlos XII, el "León Sueco" (1682-1718), intentó llegar hasta Moscú y fue vencido, más que por los enemigos rusos, por el frío. ¡Como luego le ocurriría a Napoleón y a Hitler! Tras la gran batalla de Poltava (1709) Carlos, perseguido por sus implacables enemigos, los rusos, buscaba refugio en los dominios del sultán de Turquía:

Carlos XII de Suecia: Foto tomada de Wikipedia

En una pequeña isla del Dniéster, en los alrededores cercanos de la ciudad de Bender (actual Bendery o Tighina, Mol- davia), estableció una especie de campo permanente. Estaba acompañado por muchos cientos de suecos y polacos, los últimos restos de dos grandes armadas que su ambición sin límites había sacrifi- cado. Estos habían sido reunidos por un gran número de jenízaros y tártaros, llegados a Bender para servir al valiente rey infortunado, del que la valentía y la audacia eran conocidos en Europa y el oeste de Asia, o enviados por el sultán para vigilar las acciones de sus tumul- tuosas huestes.

Carlos, cuando nuestra historia comien- za, llevaba tres días y medio en Bender, subsistiendo, él mismo y los demás, pidiendo dinero al sultán, que generosa- mente había abierto su bolsa para ayudar al monarca. Pero los turcos, al final, temiendo molestar mucho tiempo a Rusia (con el zar Pedro I a la cabeza) y dudando de los proyectos turbulentos de Carlos, buscaban deshacerse ellos mismos del rey. Y los suecos no desea- ban menos volver a su país natal. Finalmente, después de que Carlos hubiera prometido una y otra vez dejar el imperio otomano, el sultán, colmada su paciencia, envió a algunos oficiales de alto rango y un gran número de tropas con orden de impo- ner a sus comandantes y a Carlos cruzar el Dniéster. Carlos rehusó obedecer las órde- nes y, con un pequeño número de suecos leales, fortificó su campamento, resuelto a aguantar y morir si era necesario. Entre los ocios de Carlos durante su exilio, ninguno era tan fuerte como su pasión por el juego del ajedrez. Como la mayor parte de los comandantes militares, desde Timur el Grande a Napoleón, el héroe del norte mos- traba un profundo afecto por esta guerra simulada. El elegante, valiente y leal polaco, Stanislas Poniatowski, y el general, el brillante y afectuoso sueco, Christian Albert Grothusen, eran sus principales adversa- rios, aunque a él no le importaba jugar oca- sionalmente con algún oficial turco que le frecuentaba. Nosotros hemos sido capaces de verificar el origen de la ridícula aserción de que Carlos, en la estúpida idea de la importancia de los soberanos, tenía la costumbre de perder las partidas jugando prematuramente el rey. La verídica historia probará que era muy buen jugador como para hacer caso de comentarios tan absurdos. La cortina del tiempo se vuelve a levantar y se ve a Carlos y Grothusen jugando una tarde al ajedrez, a finales de enero de 1713. La

mañana había sido empleada en fortale- cer las defensas, alrededor de las cuales 30.000 turcos y tártaros perma- necían apostados. Algunos días antes de sus violentos ataques las tropas mu- sulmanas avisaban al monarca de lo que podía esperar, enviando una nota ocasional por debajo de su tienda y, a veces, a través de ella. La partida estaba muy avanzada y Carlos, jugan

do con las blancas y tocándole

mover, tenía ventaja decisiva: Con la admirable calma que le hizo presentir la presencia del peligro, observó largamente la posición y al final anunció mate en tres jugadas. Apenas estas palabras salieron de su boca, una flecha, atravesando la ventana de la tienda, acabó su camino clavándose en la casilla del caballo blanco, rompiendo la figura en pedazos. Carlos, que estaba ya satisfecho y con cara de triunfo, miró molesto la jugada tan belicosa como inesperada que había puesto fin a la vida de su caballo. Pero Grothusen, aunque se parecía mucho a su maestro en otras cosas, saltó de su silla con espanto. Carlos le censuró con una risa desdeñosa y luego le dijo: ¿Dónde está mi otro caballero, Grothusen? Encontradlo y cal- culad el mate. Es verdaderamente bas- tante bonito como para reembolsar vues- tra molestia. Pero antes de que el ministro pudiera encontrar la pieza, los ojos de Carlos fueron atrapados por la posición, y, rechazando el caballo de manos de Grothusen, observó intensamente la nueva situación. Al fin,

(mate en tres jugadas)

levantó la cabeza con una gran sonrisa.

(mate en cuatro jugadas)

- Realmente no pienso que tengamos necesidad de ese caballo: creo que puedo ofrecéroslo y anunciaros mate en cuatro jugadas. Quién podría creer que, cuando el rey hizo este segundo anuncio, una nueva flecha atravesó la puerta de entrada y llevó irremediablemente el mismo camino que la primera, hacia el tablero real.

El peón blanco de torre compartió la suerte del caballo y cayó al suelo partido en peque- ños fragmentos. Grothusen, oyendo la satí- rica risa de Carlos, no se movió de su asien- to. - Mi palabra tenéis de que los turcos son buenos aliados - dijo el rey. Es difícil que pueda combatir a la vez contra usted y los 30000 paganos, sobre todo si usted emplea armas tan poderosas. Es la primera vez que veo jugar al ajedrez con mosquetón. - Ah, sire - respondió el sueco, en el que el entusiasmo ajedrecista había sido “enfriado” por esta diversión - la suerte está en contra de nosotros hoy. Vuestra Majestad no querrá salir e idear algún método para mantener a distancia a los turcos…

- Esperad un momento, miedoso - dijo Su Majestad complaciente - y dejadme ver si mi

partida no es lo suficientemente buena como para que pueda privarme también del desafortunado peón.

(mate... ¡en 6 jugadas!)

(mate en cinco jugadas.)

- ¡Puedo!, exclamó. Y riendo tan fuerte que hasta se le pudo oír por encima de sus trincheras se oyó: ¡puedo! - Tengo el gran placer de informaros de que os encontráis, aquí y ahora, en un

mate en cinco jugadas.

Carlos no permitió a Grothusen que dejara la estancia antes de resolver el problema. Y éste pudo ser el motivo por el que Grothusen, dos días más tarde, dejó el campamento y se llevó al resto de suecos, que, junto con los turcos, estaban ansiosos por abandonar su vida inactiva y volver a su reino sin rey. En cuanto al rey de Suecia, menos feliz con los turcos que delante del tablero, fue hecho prisionero por los jenízaros el 12 de febrero de 1713, después de una heroica lucha.

Pero…

la leyenda se enriqueció aún más en 1901 cuando el problemista ruso Friedrich Ludwig Amelung descubrió que, si

la primera flecha hubiera destruido la

torre en vez del caballo, Carlos hubiera tenido la ocasión de probar sus grandes habilidades de análisis anunciando

mate... ¡en 6 jugadas!

Historia traducida, probablemente, de un artículo de la revista francesa Europe Echécs. La cual, a su vez, debía estar basada en la original de Sam Loyd -

SOLUCIONES Posición inicial

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Posición sin el caballo:

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Posición sin el caballo y el peón blanco de h2.

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Posición sin la torre.

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