26 minute read

De las sabanas a las plazas

Por: Víctor José López “El Vito”

Aunque el Arte del Toreo no puede encasillarse con reglas inmutables crece, evoluciona y se robustece como expresión ecléctica. Así ha sido desde que en 1830 Pedro Romero y José Cándido fueron encargados de la dirección de la Escuela de Sevilla, por Fernando VII. La decisión del monarca tuvo inmediatos resultados, inmejorables en el desarrollo de la lidia que justificaron la fundación de la Escuela Taurina. Cundo la muerte el rey Fernando VII provocó el cierre de la Escuela Taurina de Sevilla, ya la semilla estaba en el surco de la fiesta de los toros. En España brotaron cual flores silvestres las capeas, en sustitución de la escuela; y alrededor de los espadas más destacados crecieron focos de aprendizaje. Lo mismo que ocurriría en Venezuela con personajes como José Muñoz “El Loco “y José Peluza “Pelusina”, taurinos autóctonos con librillos muy particulares, hasta que en firmamento de la fiesta venezolana aparecieron con heraldos de las buenas maneras don Antonio Cañero, Juan Belmonte, Rafael El Gallo y los miembros de la dinastía Bienvenida en sus largas estadías entre nosotros.

En Venezuela, el toreo creció en el campo, como expresión agropecuaria de nuestra economía. Fueron las Mangas de Coleo, las capeas criollas. Entre el toro cerrero, el caballo y la faena campera destacaron los toreros que con el tiempo formarían como lo hizo Tomás Lander el grupo de matadores de toros y de novillos venezola-

El maestro Pedro Pineda y su destacado alumno Morenito de Maracay

nos.

Uno de ellos fue un joven arenero, que saltó de las mangas de coleo a los tentaderos de las ganaderías de los hermanos Gómez Núñez, Florencio y Juan Vicente, quien más tarde y gracias al compendio de sus experiencias lograría suficientes conocimientos para fundar la Escuela Taurina de Maracay.

La cantera de Aragua

En 1936 cuando murió Gómez en Maracay, ocurrió el éxodo de los niveles más elevados en su escala social. Se produjo una retracción de las actividades taurinas, y los toros quedaron en manos del estrato más popular de la ciudad. El que despachaba en el abasto o trabajaba como albañil, mesonero en la fonda, el sastre, el barbero, el camionero, el encargado de las mudanzas, los toros en las manos más humildes, apropiándose con todo derecho de pueblo e impidiendo se fueran de la Ciudad Jardín.

Entre los se quedaron había un muchacho que había sido arenero de la plaza de El Calicanto la tarde de su inauguración. Era Pedro Pineda, quien en su desarrollo encontró decidido respaldo de los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez, los hijos del general y los hombres que le dieron inusitado apoyo a la fiesta de los toros en Venezuela. Pineda desarrolló oficio en los tentaderos de las ganaderías de los Gómez, La Soledad y Guayabita, viendo torear a las figuras que contrataban Juan Vicente y Florencio para aquellas históricas temporadas de Maracay. Fue un torero valiente, se le anunciaba como El torero de Aragua. Hizo carrera por los andes venezolanos, se fue a la sierra del Ecuador e hizo campañas por ciudades colombianas como Medellín y Bogotá. Cuando El torero de Aragua sintió que sus facultades físicas le impedirían seguir toreando, decidió dedicarse a instruir a los jóvenes aspirantes, e hizo de la Maestranza la sede de Escuela Taurina, sin pizarra, tizas ni aulas. Sencillamente trazando rayas y dividiendo espacios en la arena del redondel.

Los primeros alumnos que tuvo Pineda fueron los hermanos Óscar y Ricardo Martínez. Óscar, el mayor, fue un torero poderoso, Ricardo, artista y bullidor. Óscar tuvo importancia, trajo a Venezuela con el éxito de sus temporadas en España mensajes de esperanza que entusiasmaron a los jóvenes toreros venezolanos. Más tarde ingresaron a la escuela de Pineda dos muchachos, César Girón y Moreno Sánchez, que

sembraron una candente rivalidad.

Siendo César Girón primerísima figura del toreo en España, sus hermanos Rafael, Curro y Efraín Girón se formaron en la Escuela de Pedro Pineda que puede ufanarse de haber “graduado” el mayor número de toreros que cualquiera de las escuelas taurinas en Venezuela. La lista, que iniciamos con Óscar Martínez, tiene como graduados de gran éxito, entre otros, a los cuatro hermanos Girón, Eduardo Antich, Carlos Saldaña, Sérbulo Azuaje, “Chiquito “Sánchez, Joselito López, Maravilla, Lucio Requena, Adolfo Rojas, Jesús Narváez, El Mito, Rafael Ponzo, Rayito, Luis de Aragua, Pepe Cámara, Morenito de Maracay, Rodríguez Vásquez y El Victoriano…

La influencia de esta escuela fue tan importante que en España llegaron a considerar la expresión de su influencia técnica y artística como una escuela. La escuela venezolana, a pesar que toreros procedentes de otras como Caracas, Valencia, Mérida y San Cristóbal se destacan en ruedos internacionales.

Antes de 1940 no había en Maracay una Escuela Taurina como tal, los muchachos aprendían viendo, escuchando y toreando junto a profesionales que eran contratados, durante sesiones de entrenamiento. Como ocurrió con Ginés Hernández, un banderillero madrileño, padre de Rafael, José y Ángel que llegaron a ser destacados toreros subalternos, pero por su afición se encargaron de instruir en la técnica del toreo a los muchachos de Aragua. Entre los que más destacaron estuvieron Teodoro Tovar, Félix Mujica y Eusebio Rodríguez “El Exquisito”.

Al morir Pedro Pineda el 2 de enero de 1985, la escuela, sin aulas ni pizarrón, quedó en manos del matador de toros Lucio Requena, que había sido su alumno. Hombre de recio carácter fue Requena, muy estricto en su enseñanza y dirección. Eduardo Arcila acompañó en la enseñanza a Requena cuando destacaban alumnos como los hoy matadores de toros Erick Cortés y Leonardo Coronado, y los novilleros Miguel López y El Yoni.

En 1985 el Concejo Municipal de Girardot dio el paso a la creación oficial de la Escuela Taurina Municipal “Don Pedro Pineda”, cuyo primer maestro con remuneración fue Eduardo Arcila, novillero retirado, recientemente jubilado de la institución. Efraín Girón fue, hasta hace dos años el maestro de la escuela.

Tras la jubilación de Arcila y el fallecimiento de Girón, la escuela se mantuvo inactiva por la desidia del concejo municipal y aunque varios nombres de matadores fueron postulados ante la Cámara Municipal. Actualmente está en manos de Celia Gómez “La Carmela”, sin proyectos conocidos ni apoyo oficial.

San Cristóbal impone hegemonía

Aquella hegemonía que tuvo La Cantera de Aragua en el toreo venezolano se disipó, disuelta por el aguarrás de la politización y de la corrupción de la fiesta de los toros en Aragua. Maracay poco a poco perdió su influencia, siendo sustituido en los valores taurinos nacionales por la Escuela Taurina Municipal de San Cristóbal que se impuso en organización y la calidad de sus toreros en acontecimientos sin precedentes en la historia taurina nacional.

Sin los antecedentes históricos de la importancia que tuvieron Caracas, Valencia y Maracay, en lo referido a las escuelas taurinas y formación de profesionales, pero con una impronta histórica mucho más importante que cualquier región venezolana, el Táchira cuenta con plazas, ferias, ganaderías de lidia y temporadas centenarias. Como ocurre en Táriba, Lobatera, San Antonio o la propia San Cristóbal, que registran eventos desde la mitad del Siglo XIX.

Los orígenes de la Escuela Taurina de San Cristóbal son en realidad recientes. Fue Ricardo Castillo “Bombita” quien fundó la primera Escuela Taurina en 1968. Al año de inaugurada la Monumental de Pueblo Nuevo. Lo hizo impulsado por la gran ilusión que despertó el auge de la Feria Internacional de San Sebastián. Se llamó Escuela Taurina “Julio Ruiz”, en homenaje a un destacado novillero venezolano.

La Escuela funcionó hasta los primeros meses de los años 80, destacándose entre sus alumnos Jorge Polanco, German Sánchez, Antonio Gil “El Táriba”, José Hurtado “Chelín”, José Pérez “El Gavilán. Los alumnos pagaban una cuota de 20 bolívares mensuales, los que podían hacerlo. Es decir que nadie pagaba por pertenecer a la escuela. El 1991 el torero Marcos Peña “El Pino” impulsó la instrucción en la plaza hasta marzo de 1996. Fue maestro de su hijo, el hoy matador de toros Marcos Peña “El Pino”. Los aspirantes se inscribían en la Fundación Escuela Taurina de San Cristóbal con partida de nacimiento oficial del 11 de mayo de 1996. Su primer director fue el matador de toros Cesar Faraco, y los primeros alumnos fueron Gregorio Torres “Maravilla y Marcos Peña “El Pino” hoy matadores de toros.

Gerson Guerrero se inscribió en la escuela con estas palabras “Maestro, quiero prepararme

para ser subalterno”. Hoy Gerson es uno de los banderilleros más profesionales y destacado directivo del gremio de toreros. Otros alumnos fueron El Morocho Molina, Pedro Fortul, Fabio Castañeda que cursó instrucción desde los 11 hasta los 16 años cuando ganó una beca para matricularse en la Escuela de Madrid. Hoy es matador de toros: alcanzó la alternativa en la pasada Feria de San Sebastián 2014. Actualmente existe un convenio entre las Escuelas de Madrid y de San Cristóbal del que disfruta el novillero Jesús Enrique Colombo.

Alumno destacado de la “César Faraco” es Antonio Suárez, Médico Cirujano de profesión, que hoy hace campaña en España apoderado por El Gallo de Morón. Al fallecer el maestro Faraco, la Fundación nombró al matador de toros Ramón Álvarez “El Porteño” como su director. Se mantienen los convenios de intercambio y cooperación con la escuela Marcial Lalanda de Madrid y la Academia Taurina Municipal de Aguascalientes, Mexico, institución que en dos oportunidades ha invitado a novilleros de San Cristóbal a los encuentros mundiales de escuelas taurinas donde han asistido Antonio Suarez y Joselito Vásquez, respectivamente.

La Junta Directiva de esta institución, la de mayor rango en Venezuela, ocupa un cargo en la Federación Mundial de Escuelas Taurinas.

Los recursos de la Escuela provienen del festival que se realiza a su beneficio desde enero de 2004. El objetivo más importante de la Escuela “César Faraco” es la formación integral del ciudadano; formación paralela a la enseñanza teórica y práctica del toreo y de la Tauromaquia. Como un ejemplo de lo que señalamos, todos los jueves, de dos a cuatro de la tarde, el doctor Víctor Hugo Mora Contreras se reúne con los alumnos e imparte charlas, conferencias sobre orientación moral y cívica y otros temas que contribuyen a su formación como venezolanos de bien. Hará cosa de un año el doctor Víctor Hugo se retiró de las actividades por cuestiones de salud. Fue maestro de primaria, secundaria, pregrado, postgrado, Rector de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Católica del Táchira. Entrañable amigo del maestro Faraco, y para la escuela taurina fue un verdadero honor haber contado con su apoyo durante 16 años.

Las clases de cultura taurina están a cargo de Pablo Duque, Jackson Ochoa, Manuel Ordoñez y la parte médica la supervisan los cirujanos Ricardo Benvenuto y Mauricio Urdaneta.

Desde la creación de la escuela se implementaron los coloquios taurinos todos los jueves del año a las 20:0 horas, donde diferentes ponentes charlan sobres diversos temas todos relacionados con la tauromaquia: ganaderos, pintores, escultores, literatos, veterinarios, empresarios, locutores, cronistas taurinos, banderilleros, matadores, picadores, novilleros, mulilleros, monosabios, porteros, servicios de plaza y aficionados en general, que han colaborado como ponentes de los diferentes tópicos que abarca la Fiesta.

Cuenta la escuela con una importante biblioteca y colección de videos taurinos para ayudar a la formación de los aspirantes y a la divulgación de la cultura taurina en nuestro estado. Periódicamente es visitada por colegios e instituciones a los que se les da charlas de tauromaquia y demostraciones de toreo de salón y está a cargo de los recorridos turísticos internos y externos que se realizan por las diferentes dependencia de la plaza. En el año 2013 se realizaron 14 clases prácticas y esperamos este año poder realizar un número igual o mayor para mantener viva la ilusión de los alumnos y poder ir seleccionando en base a la práctica.

Está dirigida por una junta que preside Manuel Ordoñez y lo acompañan Rafael Román, Pablo Duque, Martin Ordoñez, Hugo Figueroa, y Hugo Domingo Molina, ganadero y colaborador permanente de la Fundación. Siempre hemos recibido el apoyo de las distintas directivas de la Plaza de Toros de San Cristóbal C.A y los confortables espacios que se asignaron al aula taurina y al patio de la escuela han sido decorados con recursos propios de la escuela.

La desaparición de la Escuela de Caracas

En la ciudad de Caracas hubo importantes antecedentes de Escuelas Taurinas, como ocurrió con a finales del siglo XIX en las Corralejas del Matadero Municipal de San Martín, escuela “para aprendices” que dirigió Santiago Ávila “Cigarrón” en 1890, y la que en el Circo Metropolitano a principios del Siglo XX, sirvió para la formación del primer torero venezolano que tomó la alternativa en Madrid, el caraqueño Eleazar Sananes “Rubito”, quien junto a Julio Mendoza “El Negro”, integró la primera pareja de toreros rivales en la fiesta criolla, y por el calor de su competencia fueron considerados la piedra angular del toreo nacional. Tanto Sananes como El Negro Mendoza adquirieron oficio y conocimientos en las cuadrillas bufas de Charlot, Llapisera y sus botones.

Por aquellos días de los años veinte tuvo mucha influencia en la formación de nuestros toreros la presencia en Caracas de la familia Bienvenida.

“El Papa Negro” alquiló una casa en la ciudad donde vivía con su esposa y sus hijos Manolo y Pepote. Aquí nació Antonio. Los chicos Bienvenida, rebosantes en simpatía y dos de gentes hicieron del patio de su casa una escuela taurina. Algo menos ambicioso de lo que más tarde en el tiempo hicieron en General Mola, allá en Madrid. Esa escuela improvisada puede considerarse un antecedente en la formación de nuestros toreros a la que recordamos como la primera escuela oficial en Caracas. Ubicada en El Prado de María en El Valle, estaba la Escuela Taurina La Morena del Prado, escuela donde aprendió las primeras letras del toreo el maestro Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, un espada que antes que finalizara el decenio de los años cuarenta sería el líder del escalafón taurino español y alcanzaría una rutilante alternativa en Granada, plaza que cautivó y conquistó con sus triunfos y su gran faena al toro “Estornino”, de Félix Moreno Ardanuy, en un cartel que integró con Manolo González. Esa tarde cortó tres orejas y un rabo “el día que se acabaron las gambas en Granada”. El gran rival de Luis Sánchez, Alí Gómez y el novillero de moda para la época, Rafael Cavalieri, Germán Regalado “El Pescao” eran alumnos de La Morena, y sostén de las temporadas de novilladas en Caracas.

Rival de La Morena fue la Escuela del Circo Metropolitano, tan informal como la Escuela de El Valle, sin programa ni proyecto pero con el ejercicio rossiniano del aula abierta, con la explícita demostración tal habría recomendado por la profesora Montessori, en su método de ponerle énfasis en a la actividad dirigida la y observación clínica por parte del profesor. Esta observación tiene la intención de adaptar el entorno de aprendizaje del alumno a su nivel de desarrollo.

El crítico taurino Marcos Vélez y el aficionado Emilio D´Gregorio fueron vida y pasión de este importante capítulo en la formación de nuestros toreros.

En el decenio de los años sesenta existió una Escuela Taurina en el Nuevo Circo dirigida por el maestro Rubio, un aficionado español muy enterado y con mucha capacidad de comunicación. Eran los días cuando los Girón entrenaban en el ruedo de la plaza, lo que ayudó mucho a la formación de los novilleros. Paralelo a la Escuela de Caracas existió un grupo de matadores de toros que impartían clases del toreo de salón, entre ellos Sergio Flores, Joselito Torres, Carlos Saldaña, Sérbulo Azuaje, Sergio Díaz, Rafael Cavalieri, Evelio Yépez. Los novilleros León Rivero, Rafael Rodríguez, Gonzalo De Gregorio. Mario Galavíz y Humberto Alvarez. La formacion de toreros subalternos, en especial de banderilleros, corría a cargo de Antonio Klie y Pedro Delgado “Pedrucho de Caracas”, conserje del Nuevo Circo. Las prácticas se realizaban en la Plaza de Sartenejas, hoy campus de la Universidad Simón Bolívar, en la Plaza de La Macarena, en la Carretera Panamericana cerca de Los Teques en festejos organizados por los hermanos Olivares. También sirvió de escenario la plaza “Hermanos Girón” en El Placer, Las Tejerías de Aragua donde se organizaban temporadas de festejos con aficionados prácticos. Ya en los años setenta crecieron varias escuelas, con actividad en el Parque de Los Caobos. Estaba la de Chucho Hernández, Juan Diego de México y la de un sacerdote, Luis Eduardo Lara, que organizó la Escuela de Caracas. El cura Lara llegó a organizar temporadas de novilladas, en la que destacó Norberto Jorges, un torero de mucha calidad. La escuela funcionó en paralelo con la Escuela Ciudad de Caracas, dirigida por los matadores Sergio Díaz, Luis Arcángel y Joselito Torres y la administración de los aficionados Salvador Camero y Omar Carnevalli.

Valencia, la rectora

En Valencia el toreo se vive en reuniones y sabrosas tertulias desde hace muchos años. En 1942 el Ayuntamiento decretó la Escuela Taurina de Valencia en la plaza Arenas. Los maestros fueron el peruano Manolo Lértora, el español “Carrilito” y José López. En 1955 Manolo Mujica, fundó una escuela con su nombre, la que el mecenazgo del barbero Juan Bello sostuvo por años. En esta escuela los hermanos Pedroza instruían a los banderilleros, y daban clínicas en poblaciones como Puerto Cabello, Montalban y Guacara donde organizaban mojigangas y novilladas.

Tras un letargo de más de un decenio, en 1963 Aurelio Díaz fundó en la plaza Arenas la Escuela Taurina de Valencia, con un grupo de aspirantes de distintas regiones de Venezuela por alumnos. La escuela de Aurelio llegó a la Monumental en 1997, con el nombre de Escuela “Manolo Mujica” en homenaje del primer torero célebre de la ciudad.

Las peñas La Roseta y Los Sauces reunieron a un grupo de aficionados para la organización de la escuela en 1967. Al frente Juan Bello, apoyado por Oswaldo Rodríguez, Omar Sanoja, Carlos Bello, Walo Dao, Gustavo Pedroza, Pedrucho de Caracas y La Lapa Cruxent apoyados ante la ayuntamiento por Conchita Gallo, presidenta del Concejo Municipal. Conchita fue la encarga-

da de la presidencia de la Junta directiva de la Escuela Taurina. Santos Rueda y Salvador Muñóz, como maestros, el matador de toros Simón Mijares “El Duende”. Un gran impulso recibió la Escuela Taurina de Valencia cuando la administración del Alcalde Francisco Cabrera en 1992, cuando designó al gran aficionado César Dao Colina para la Cordinación de los programas y eventos de la Escuela. Dao Colina, auspiciado por la Alcaldía, por varios años organizó lo que se conocía como “antesala de la feria”, celebrando festivales en los clubes sociales de la capital de Carabobo. Se organizan más de 80 espectáculos, entre becerradas, tentaderos y novilladas con la participación de los alumnos de las escuelas taurinas del Cabriales. En la actualidad el gobieno del estado le quitó la plaza de toros al Concejo Municipal, en el afán del régimen socialista de administrarle hasta los sueños al ciudadano. A la espera de saber que va a suceder.

Mérida, una escuela de estudiantes

La Escuela Taurina “Humberto Álvarez” de Mérida se inicio un 17 de mayo de 1967 por iniciativa del maestro Humberto Álvarez con el nombre de “Cesar Faraco”. Humberto, nativo de Barquisimeto, desde muy joven se inicio como alumno de la escuela que dirigía el maestro Pedro Pineda en Maracay. Fue conserje de la plaza Monumental de Mérida por más de 30 años impartiendo clases de toreo y formando toreros como Nerio Ramírez “El Tovareño”, Ángel Sulbarán, Alfredo Parra, Alí Trejo, Leonardo Rivera y Alexander Guillen. Al morir Humberto Álvarez, un grupo de aficionados entre los que se encuentran algunos miembros de la actual directiva, se refundó la escuela el 14 de marzo del 2009 con el nombre de “Humberto Álvarez”.

Actualmente la escuela “Humberto Álvarez” la dirige el torero Fabián Ramírez. La primera matricula se inició con 12 alumnos, y en la actualidad, cuenta con 24 incsritos, auténticos luchadores que entrenan con ilusión y entusiasmo para hacer realidad sus sueños. Todos ellos coinciden a la hora de señalar que sintieron la llamada del mundo del toro desde edades muy tempranas, al ponerse delante de una becerra el día de su comunión. Las aulas están en la plaza de toros “Román Eduardo Sandia” de Mérida y las clases se imparten de lunes a viernes, en horario de la tarde, siendo obligatorio estar inscritos en escuelas y liceos.Desde que se refundó la escuela en el año 2009, ha tenido una amplia actividad taurina donde ya se han efectuado once clases prácticas con vaquillas de casta y ocho novilladas sin caballos, aparte de asistir al campo a las diferentes ganaderías de lidia venezolanas como son las divisas de Los Aranguez en Carora, La Cruz de Hierro, Los Marañones y Campo Pequeño en Mérida, Rancho Grande, Los Ramírez y Bellavista en el Táchira.

La Escuela de Tauromaquia de Mérida tiene como norte impartir enseñanzas teóricas y prácticas a sus alumnos a través de personal cualificado relacionado con diferentes suertes del toreo, ofreciendo una formación cultural, profesional, deportiva y humana que les permita desarrollar una actividad útil a la sociedad cuando abandonen la Escuela. Los alumnos deberán tener entre 8 y 18 años de edad, y demostrar mediante un certificado médico que no padecen ninguna enfermedad ni defecto físico que le impida el desempeño de las actividades que tiene la Escuela como objetivos.

1944 hace 60 años en la Escuela Taurina La Morena de El Prado, en Venezuela César Faraco a su derecha Fabio Castañeda, triunfador Feria de San Sebastián

César Rincón, arco de mil sueños

Por: Víctor Diusabá Rojas

Hay un Antes de Cristo y un Después de Cristo en la historia taurina de Colombia. Por supuesto que lo hay. Incluso, sin temores, se puede decir que hay una fecha exacta, 21 de mayo de 1991. La tarde aquella de ‘Santanerito’, el toro de Baltasar Ibán, del día en que un hombre se va por la Puerta Grande, camino de la calle de Alcalá, aferrado a dos orejas como quien se agarra a la vida. Sí, no hay duda, hay un pliegue que se llama César Rincón.

Y, en consecuencia, hay un César y una era, la de Rincón. Una época en la que los niños de un país flagelado por la violencia, vestida de diversos ropajes, quisieron mirarse en el espejo del valor para querer ser, al mismo tiempo, el fútbol universal de Carlos ‘El Pibe’ Valderrama; el ciclismo alpino y pirenaico de ‘Lucho’ Herrera; y el toreo macizo, de una sola pieza, de César Rincón.

Entonces, como si fueran tres personas distintas y un solo goce verdadero, a los balones de toda la vida y a la ‘cicla’ (cualquier cosa que se mantuviera en pie a costa de lo más parecido a dos ruedas, como a lo mejor le tocó alguna vez al ‘Indio’ Porfirio Remigio), surgieron de la nada, en calles rotas y parques de barrio, capotes y muletas hechas de bayeta, para jugar otros juegos, los del arte al viento, con toros imaginarios que embestían siempre hacia los adentros. Pero si bien existía una fecha que partía en dos la historia, el sueño había comenzado mucho más atrás, en el hogar de ‘Mojicón’, Gonzalo Rincón, un fotógrafo taurino que se ganaba la vida en los callejones, sin saber que la tragedia y la gloria irían de la mano, a lo mejor porque nunca se sabe dónde termina la una y dónde comienza la otra.

De hecho, Colombia solo supo de los entretelones de la epopeya una vez que Rincón volvió al país, en olor de multitudes, tras el formidable 91 de las cuatro puertas gran-

Fotos: Oskar Ruizesparza

des consecutivas en Las Ventas. Entonces, los niños –casi todos sumidos en la pobreza y en el olvido–, supieron que valía la pena intentarlo porque, de hecho, era imposible.

Y es que eso mismo, imposible, era lo que había hecho Rincón. Primero, derrotar su propia talla. En un añejo documental, el niño Julio César Rincón Ramírez parece demasiado enjuto para explorar ese mundo del toro que a lo lejos se ve rocoso. Pero enseguida, y esa es la primera lección, las formas derrotan lo áspero.

Todos ven que el niño lleva ese “algo” que no todos tienen. Una sabia casualidad abre el camino. Un inédito tentadero los cita. “Que venga el crío”, manda con autoridad el maestro Paco Camino, mientras los otros novilleros, ya cuajados, dan un paso atrás. Y el crío sale del burladero, da las gracias y pone la muleta delante de la vaca. Sí, es así, este tiene “algo”.

Los chicos que ahora escuchan la historia se miran al espejo y se miden a sí mismos. Se sienten “Rincones” en potencia. Pero ese es apenas el comienzo del cuento. Hay hadas revoleteando por ahí, aunque ya vendrá el lobo. Por ejemplo, las primeras escaramuzas sacan dolor… y alguna sonrisa. Que lo cuente el propio Rincón:

“Una de las primeras oportunidades resultó ser una novillada en Cali. Conseguí un vestido azul, quisiera decir que plata pero en realidad era hilo blanco. Toreaba con Paco Mena y un muchacho que se hacía llamar ‘El Murciélago’. Novillos de Abraham Domínguez. Me acuerdo mucho que yo mataba un novillo y el ganadero se preguntaba si ese niñito iba a ser capaz, estaba aterrado. El viaje fue en camión desde Bogotá, unas doce horas. Como no podíamos comprar el tiquete en la estación, porque salía más caro, debíamos esperar a tomarlo en la calle. Allí le hacíamos la paradita al chofer y le dábamos una propina. Compramos un puesto, que nos turnábamos con mi padre y mi hermano. Nosotros, más chicos, nos sentamos en la espuerta ¿Y en la espuerta qué había? Pues el vestido azul y las ilusiones”

Segunda lección: si quieres, puedes. Y casi enseguida, la tercera: el mundo es muy estrecho:

“No olvido el día aquel en que una banda de espontáneos se tomó la arena para protestar porque se le habían dado una oportunidad a un novillero que venía de España. Entró uno y lo sacaron. Luego, otro. Y otro más. Y así, hasta el fin. El aspirante no sabía si lidiar al novillo o pegarles pases a quienes querían sabotearlo. Años después ellos mismos lo sacarían a hombros. Era Juan Antonio Ruiz Espartaco”.

Ya, a estas alturas, era para pensárselo. El camino era empedrado. Y lo iba a ser peor. Tres capítulos esperaban en el horizonte, a cuál más doloroso. Primero, la muerte de su madre y su hermana, víctimas de asfixia por cuenta de un incendio en el apartamento que vivían en un barrio humilde de Bogotá. Ahí, en medio de las cenizas, este niño ya hecho hombre por fuerza del dolor y de las circunstancias, juró en silencio no echar el pie atrás, ni en la vida ni ante el toro.

Incluso, frente a otro desafío, el de esa cornada el 4 de noviembre del 90 en Palmira, una ciudad cercana a Cali, que lo puso más allá que de este lado. “¡Se nos va!, ¡se nos va!”, son las voces de los médicos, mientras la sangre escapa y el mundo queda atrás. Una extraña sensación de tranquilidad lo arropa. César pierde casi todos los signos vitales, menos uno: el del valor. Lucha hasta el final y gana. Vuelve, más que en sí, en Rincón.

Una transfusión le ayuda para salvar la vida, pero en esa misma sangre que le da una nueva oportunidad corre la hepatitis C. Al principio, ni se da cuenta, solo sabe que tarde tras tarde la fatiga lo abraza. “No tengo fuerzas ni para quitarme el vestido de torear cuando llego de la plaza”. Los exámenes médicos comprueban la gravedad y lo obligan a dar un paso al costado. Debe irse. Él decide que será solo por un tiempo. Así sucede. No solo vuelve sino que triunfa

y consigue, en el poso de la madurez, ser el maestro, el torero de toreros, el hombre que solo aspiró en la vida a una cosa: que digan de él, cuando va por la calle: ¡Ahí va un torero ¿Qué pasa en el entretanto, con esos ni-

ños que han visto pasar ante sus ojos esa película hecha de realidades? Que algunos quieren ser como él. Y es allí, en Cali, en la misma plaza de aquella tarde de novillero, donde nace una Escuela en la que el rigor y la exigencia son las coordenadas en que se les cita.

“Empezábamos a las siete en punto de la mañana. Si alguien llegaba a las 7:01 era devuelto y, claro está, objeto de alguna sanción”. Ricardo Rivera lo cuenta con orgullo. Su profesor, como lo fue de muchos, Enrique Calvo, “El Cali”, hubiera podido quedarse en invitarlos a ver cómo sujetaba con la mano izquierda la muleta y luego trazaba esos muletazos hondos con que se quedó a vivir en la memoria de los buenos aficionados.

Pero no, detrás, o mejor, por delante del arte, estaba la disciplina espartana. Aquella con que de lunes a viernes, entre la hora de entrada y las doce del mediodía, todos los alumnos pasaban por cada una de las suertes, sin derecho a elegir alguna en especial. Ya habría tiempo de mostrarse el último día de la semana, el de las prácticas.

Y entonces, ahí, con la imagen de Rincón, y de otras figuras, entre ceja y ceja, salían a comerse al novillo toro (que casi nunca era un dije) y, de paso, a los demás compañeros, conscientes de aquel viejo y sabio dicho: jamás tres amigos torean en la misma tarde y en la misma plaza.

Ramiro Cadena, Paco Perlaza, Luis Bolívar, Andrés de los Ríos, Alejandro Gaviria, Ricardo Rivera, entre otros, cosieron sus primeros lances y prometieron muletazos, para heredar una ilusión que Rincón ya había cuajado. Hoy forman parte de la primera línea del toreo nacional. Y con ellos, también, una generación de subalternos que, hoy, como en el caso de Rafael Torres en la vara y Ricardo Santana con capote y banderillas, sacan más de un ¡enhorabuena! de figuras y de viejos maestros. Todos tienen a César Rincón en esas mentes memoriosas que los toreros van construyendo lidia a lidia. Y todos han tenido que pagar, de alguna manera, la absurda comparación que han pretendido hacerles con el maestro. No les importa, son sus hijos. Rincón fue el arco; ellos, las flechas. Y ancho es el mundo.

luis bolivar

ricardo rivera

juan carlos cubas

This article is from: