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El arte de la venganza

María Belgrano

Alexandre enseña en un antiguo monasterio abandonado, dicho recinto pertenecía a las épocas antiguas, ahora es propiedad de los hombres libres. Las paredes deterioradas muestran el paso de la historia; los gritos ahogados han consumido la corteza sólida provocando grietas enormes. Sus pupilos son jóvenes aldeanos, entre ellos se pueden observar rostros lozanos y otros curtidos, pero en la mirada de todos hay infinita inocencia. Para llegar al santuario de Alexandre hay que atravesar un camino sinuoso, calles repletas de escombros, rajaduras en la tierra que necesitan ser brincadas más con el ingenio que con las piernas. Al cruzar la frontera se aprecia un valle; el verde comienza a lucir cuando el sol brilla con impetuosidad. A la distancia las puertas de pierda asemejan un círculo con múltiples grabados de estrellas, cruces, triángulos y otros símbolos exóticos. La voz estridente de Alexandre hace que la piedra cruja, provocando que el polvo intoxique un poco los pulmones, sin embargo el pequeño séquito se muestra tranquilo. Fair es el que domina con mayor soltura la retórica, se dice que su padre, un corsario aventurero, ha creado una pequeña biblioteca de centenares de enciclopedias ilustradas. Fair tiene un semblante casi como el de los viejos, expresiones cansadas por un tiempo no acorde a su edad pero, principalmente, posee la sonoridad de una voz embadurnada; él pregunta a Alexandre sobre el arte de la venganza:

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-Gran maestro, virtuoso es aquél que dentro de la derrota mantiene las pulsiones intactas, ecuánime es el temperamento pero latente el fuego que arde en el espíritu, pues el colérico después de la bofetada se lanza contra quien lo ha ultrajado, sin embargo el tirano lleva consigo siempre una espada, mientras, el vengativo, somete sus puños o afila la lengua. Maestro, dígame, ¿cuándo un hombre malo desenvaina, es mejor calmar con elocuencia aquella afrenta, o acercar el pecho contra la punta de aquél y conservar el honor? Pienso que, si se actúa con la primera instancia, es posible persuadir al tirano y buscar sociedad entre los otros oprimidos, mientras que la segunda busca plenamente la manifestación individual que conlleva a la autoaniquilación. El primero es un adulador, un cobarde, un vivo; el segundo un valiente, un héroe, un muerto. ¿El primero es astuto y el segundo un beodo? ¿Qué debemos elegir maestro?

-Joven impetuoso, veo el brillar en tus ojos. Mi Fair, sigues siendo un niño con fuego. Ambas formas son la misma expresión, en ellas el candor canta, por un lado con la lengua y por el otro con el lamento del corazón que sangra. El arte de la venganza esta en doblegar la voluntad.

En ese momento los discípulos voltearon a verse unos a otros, sus rostros reflejaban perplejidad, algunos cuchicheos mostraban desapruebo. Alexandre, con ligera sonrisa los contempla. Era extraño ver al maestro sonreír, él mismo había dicho que la sonrisa, así como el llanto, son un regalo que, como cualquier don del ser humano, hay que mostrarlo en pocas ocasiones.

-Queridos míos ¿por qué la sorpresa? ¿acaso atento contra los fieles principios que han enmarañado?

Imperó el silencio hasta que Valeria, una joven de bella cabellera dorada, irrumpió:

-Señor, usted nos ha mostrado el peligro que el hombre adoptó al sacrificar la voluntad, la aniquilación de la voluntad de cualquier especie, por muy poco racional

que sea, representa su propia muerte. Sin la voluntad somos roca esculpida en un riachuelo.

-¡Has de querer que siga esculpiendo sobre ti! Habrá más de un hombre que quiera tejer con tus cabellos su Destino, esculpir sobre tu cuerpo su propia estirpe. Tú has de labrar junto a él esa tierra fértil, de lo contrario sólo serás un grano de arena dentro de tu propia cepa. Aunque mis palabras no engendren en especie, pueden hacerlo en múltiples especímenes, es decir, no sólo se fecunda con movimientos biológicos, sino también con ideas, pensamientos y poesías… yo hablo contigo de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad; sin embargo soy yo quien habla y soy yo quien fecunda en ti un extraño ser que no tiene nombre ¿acaso se llama voluntad?

Esa fue la condena de los hombres en aquellos tiempos, esa es la condena de la cual muchos necesitan mamar todavía. Es mejor que dejen de creer todo lo que digo, de lo contrario impulsarán un fuego, propio del hombre vengativo, el cual arde tímidamente como la llama de una vela, culpando al viento de agredirle y apagarla …y así todas las velitas se congregaron y se pronunciaron en contra del viento, sin embargo este voló indiferente y majestuoso, extinguiéndolas a todas por siempre.

-Pero maestro –exclamó Fair- si es el mismo mal el que atañe a mi semejante ¿habré entonces de ser un corrupto por mostrarle mi sentir y mi razón?

-Los tuyos, los semejantes, siempre serán pocos, pues al pretender ser de muchos sólo serás de nadie. La voz de la multitud exclama consignas en un solo coro, en ese momento tu voz ya no es tuya sino la de ellos y, como dijimos, tal voluptuosidad no es más que un voluntarioso espejismo. Te habrás matado a ti mismo.

-¿Dónde se encuentra entonces el arte de la venganza? –Preguntó Sión- Siendo el enemigo una espada que amenaza contra mi voluntad ¿es entonces la lengua un arma que arremete contra mí mismo?

-He ahí la respuesta. Al enemigo hay que buscarlo en el más cercano, siendo así uno mismo el más próximo con respecto a su semejante. El arte de la venganza es para todos la tarea más complicada, la exigencia más pura del sacrificio. Para mostrar la potencialidad es necesario encontrar una fuerza igual o superior a la nuestra para

enfrentarnos y sólo es uno mismo el mayor equilibrio de fuerzas. Hace unos momentos, entre murmullos expiaron sus ideas mirándose unos a otros, intentaron hallar en el otro sus propios pensamientos. La venganza es para valientes, por ello un arte de guerra contra sí mismo. Sólo habiendo superado la barrera del otro habrán de ser artistas, sólo así sus ojos serán dignos de ver en las pupilas del más próximo.

El tirano y el miserable siempre caen bajo la espada que cargan, a ellos no hay que matarles sino dejarlos morir. Sin embargo no me crean, yo sólo soy un mentiroso que crea telarañas y esculpe rocas en un torrente.

En ese momento Fair se levanta, su expresión es casi de dolor, los ojos son tan rojos como alguna vez se pintó el infierno.

-¡Es usted un farsante maestro! en mi pecho se abre una grieta y no quiero que cierre para nunca olvidar este momento. Desprecio entonces lo incrédulo que soy. Lo que en usted he visto de sabio y buen hombre, es ahora una imagen de corrupto decadente. Un predicador del sometimiento, propio de débiles y pedestres. No estoy de acuerdo, no, no lo estoy.

Fair deja al maestro y a sus compañeros para adentrarse en el bosque, su silueta se pierde entre las sombras que inundan el verde para convertirlo en negro.

Al paso de algunos años, en el poblado vecino, donde las costumbres son extrañas y los hombres se congregan llamándose hermanos y camaradas, un ruido intenso alertó los oídos de Valeria; a la distancia se observa como un hombre es llevado a rastras con una cadena. Nos acercamos a contemplar el altercado. El hombre famélico es castigado con azotes y consignas -¡Mátenlo! ¡Quémenlo! ¡Su cabeza! ¡Arrancarle la lengua al impío!- Me acerco a un hombre enardecido para preguntarle sobre el motivo de la condena:

-¿Ese hombre es un bandido?- dijo uno.

-Peor que eso, es un rufián- añadió otro.

-¿Un asesino?- pregunté.

-Es un ser que no merece compasión alguna- añadió una mujer.

-¿Cuál es el crimen que se le imputa?- insistí.

-Blasfemia individualista, ese es su crimen.

En ese momento aparece el verdugo, con un garrote golpea las extremidades del desgraciado; desgarra sus miembros, desfigura su rostro, lo aporrea tanto que después de minutos de tortura lo deja moribundo. La muchedumbre se marcha, la excitación se desvanece y sólo se observan las antorchas a la distancia. Valeria se acerca al hombre maltrecho, yo siento repulsión ante ese cuerpo destrozado. Aquella carne abierta despide un olor asqueroso; el rostro, apenas identificable entre la maraña de cabellos, está tan deformado que escasamente se distinguen características humanas. Lo único que siento es aversión, la cual, por un momento, me hace sentir culpable de no poder manifestar compasión alguna ante ese ser; sin embargo Valeria acaricia la ensangrentada melena, limpia el rojo de la cara al grado de que, en un momento, ese rostro desarticulado parece esbozar algo parecido a una estúpida sonrisa:

-Tener cuidado de hablar con la muchedumbre, ellos, los muchos, sólo sienten simpatía y compasión con los criminales; sólo son capaces de ver en los ojos del diablo ajeno, sólo así encuentran el propio; para ellos sólo hay llanto fácil y sonrisa falsa como regalo… al pueblo no le gusta escuchar, prefiere el griterío y el aullido de hienas hambrientas. Hermanos, desencadenen la más terrible furia contra esos seres que no pueden ver.

Dicho lo anterior el desgraciado desfalleció. Valeria quería que le ofreciéramos sepultura, pero hombre como aquél era mejor dejarlo como alimento de buitres, perros y otras rapiñas.

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