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“La tramontana de Cadaqués”: un cuento peregrino de Gabriel García Márquez, por Natacha Féliz Franco
Natacha Féliz Franco
La tramontana de Cadaqués
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Natacha Féliz Franco
Los vientos de la “tramontana” inspiraron a Gabriel García Márquez (1927-2014) el noveno de los relatos que integran sus Doce cuentos peregrinos (1992) con los cuales quiso mostrar las “cosas extrañas que les suceden a los latinoamericanos en Europa” (p.4). Aunque David Lodge recomienda en El arte de la ficción usar “el presente para describir el lugar como el movimiento del narrador por él” para evitar el “aburrimiento” (p. 104), el escritor colombiano situándose en tiempo pasado (pretérito pluscuamperfecto) logra por medio de descripciones y referencias a lugares que existen o existieron, tanto en la ciudad de Barcelona como en el municipio de Cadaqués, ubicar la historia en un contexto geográfico.
Con tintes autobiográficos como todos los que integran el libro, Márquez utilizó sus apuntes de viajes, que guardó durante muchos años, para construir estos relatos. A través de un narrador homodiegético-testigo, cuenta la historia de un joven caribeño que se resiste a volver a Cadaqués seguro de que moriría por causa de la tramontana, vientos de tierra que pueden superar los más de doscientos kilómetros por hora y que son característicos del noreste de Cataluña y otras regiones europeas.
La primera descripción del espacio físico es un atisbo de lo que pasaría después: “Cadaqués era uno de los pueblos más bellos de la Costa Brava, y también el mejor conservado. Esto se debía en parte a que la carretera de acceso era una cornisa estrecha y retorcida al borde de un abismo sin fondo, donde había que tener el alma muy bien puesta para conducir a más de cincuenta kilómetros por hora” (p.180).
Así nos muestra el pasado y presente arquitectónicos de esta ciudad: “Las casas de siempre eran blancas y bajas, con el estilo tradicional de las aldeas de pescadores del Mediterráneo. Las nuevas eran construidas por arquitectos de renombre que habían respetado la armonía original” (p.180).
El relato inicia en Barcelona en la famosa discoteca Bocaccio que funcionó entre 1967 y 1985, haciendo referencia aquí a unos de los lugares míticos de esta ciudad; once jóvenes suecos prácticamente raptan a un chico que había trabajado como cantante en Cadaqués, a unas dos horas de la capital catalana, y donde el grupo quería continuar la parranda en plena madrugada. El narrador, que llega al lugar luego de presenciar al violinista David Oistrakh en el Palau de la Música, artista y lugar también reales, rememora como quince años atrás él había tomado la misma decisión de no regresar a Cadaqués, creando a partir de este momento una atmósfera psicológica dominada por la tensión y la superstición.
Con esta analepsis (raconto), aparece un segundo personaje, el portero, ubicado en el complejo turístico donde se aloja el narrador testigo con sus hijos; es un viejo marinero, “muy viejo”, y esta referencia reafirma a Cadaqués como un pueblo pesquero (antes había mencionado “aldeas de pescadores”), de gente de mar. “Era uno de los hombres más serviciales que conocí nunca, con la generosidad involuntaria y la ternura áspera de los catalanes” (p.182). Con esta cita, el autor continúa mostrando cómo está conformado el espacio sociocultural de esta comarca.
Para abundar en este sentido, destaca la ubicación del apartamento turístico en una posición peculiar. “Al contrario de lo usual en el Caribe, estaba de frente a la montaña, debido quizás a ese raro gusto de los catalanes rancios que aman el mar pero sin verlo” (p.183). Hay referencias al mar y a las montañas de Cadaqués, en todo el relato. De igual modo, tenemos referencias de su gastronomía: “duros vinos catalanes”, “frutas de la estación y alfajores”, “conejo con caracoles”, “pieza maestra de la huerta catalana”; “frijoles con chorizo”, etcétera. Todo esto considerado por el narrador como “exquisiteces de la cocina gótica”.
Es verano y Cadaqués está llena visitantes; “el calor parecía venir de los desiertos africanos de la acera de enfrente”, que la convierten en una “Babel infernal”, “con turistas de toda Europa que durante tres meses les disputaban su paraíso a los nativos y a los forasteros que habían tenido la suerte de comprar una casa a buen precio cuando todavía era posible” (p.180). Se refuerza aquí el carácter turístico de la ciudad, que sustenta la algarabía de los suecos al principio del relato y su afán por llevarse de rumba al caribeño, del que no sabemos el nombre, para “aplicarle una cura de burro a sus supercherías africanas” (p. 185). El mismo narrador testigo es un turista, y proviene también del Caribe, como hemos visto.
No obstante, en primavera y otoño, “eran las épocas en que Cadaqués resultaba más deseable”, tiempo en que igual los turistas no dejaban de sentir temor por la tramontana: “un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura” (p.181). Este viento se constituye en sí mismo en un personaje del relato, logrando alterar la rutina de lugareños y turistas; tan fascinante es el fenómeno que el narrador menciona como ya algunos escritores la han tomado para sus historias.
Para el portero, la tramontana es “una mujer abominable, pero sin la cual su vida carecería de sentido” (p. 182). Siempre le dejaba algo nefasto: “El año pasado, como tres días después de la segunda tramontana, tuve una crisis de cólicos” (p. 182). Este viejo hombre de mar, sin embargo, no tuvo reparos para salir a rescatar a nuestro narrador testigo cuando junto a sus hijos y ante el “buen tiempo” que vislumbraban por la ventana decidieron romper el encierro impuesto por el fenómeno para ver el mar, teniendo que aferrarse a un poste para no ser arrastrados por el viento. “Lo que más me llamó la atención era que el tiempo seguía siendo de una belleza irrepetible, con un sol de oro y el cielo impávido” (p.183).
El buen tiempo aparente y su confianza caribeña los empujó a realizar esta temeridad, sustentada en que los niños menores de diez años estaban acostumbrados a los terremotos de México y los huracanes del Caribe, y “un viento de más o menos no nos pareció nada para inquietar a nadie” (p.183). Pero, la tramontana sí era temible, los mantuvo recluidos durante tres días dentro del complejo turístico. El narrador describe esta primera sensación ante su llegada: “Se escuchó un silbido que poco a poco se fue haciendo
más agudo e intenso, y se disolvió en un estruendo de temblor de tierra. Entonces empezó el viento. Primero en ráfagas espaciadas cada vez más frecuentes, hasta que una se quedó inmóvil, sin una pausa, sin un alivio, con una intensidad y una sevicia que tenía algo de sobrenatural” (p.183).
Entonces el miércoles “después de la medianoche despertamos todos al mismo tiempo, abrumados por un silencio absoluto que solo podía ser el de la muerte. No se movía una hoja de los árboles por el lado de la montaña” (p. 184). Salen a las calles a celebrar y a rehacer la vida como todos los lugareños; se escucha música en la plaza, y el cielo anuncia el final de los vientos “con todas sus estrellas encendidas”, al igual que “el mar fosforescente”. Hay referencias en este despertar de la ciudad al bar Maritim, de existencia también real, a través de cuyos cristales el narrador vislumbra a “algunos amigos sobrevivientes” (p.185).
Pero, no son estos “tres días de penitencia” los que determinan que el narrador testigo tenga “la determinación irrevocable de no volver jamás”, sino el suicidio del portero que es encontrado por él y sus niños en su habitación. “Estaba colgado del cuello en la viga central, balanceándose todavía con el último soplo de la tramontana” (p.184). No hay referencias a los motivos, y no se dan mayores detalles de este personaje ligado al mar por su oficio de marino, y a la tierra, por la tramontana; y que termina, al parecer, sucumbiendo a su potestad, pues él afirmaba que ante su regreso cada vez se hacía más viejo.
Mientras los habitantes de Cadaqués “empezaban la vida otra vez en la primavera radiante de la tramontana”, el narrador testigo se marcha, para rememorar estos hechos años después, esta vez en un verano, pero en Barcelona. Es en esta ciudad donde le informan que el artista caribeño, horrorizado por la idea de regresar al municipio, muere al lanzarse de la camioneta donde los entusiastas turistas suecos lo transportaban.
La tramontana se adueña del espacio físico, psicológico, y social de la ciudad y los personajes, que están como detenidos en el tiempo y acuartelados desde “la siesta del domingo” hasta el miércoles a la medianoche; incluso no solo habita en la mente del marinero, si no que tiene tomada también la mente del personaje protagonista, el cantante caribeño, que solo aparece al principio y al final, pero que engarza toda la historia. García Márquez escribe un relato muy consciente del espacio, las ciudades donde se desarrolla, y donde cada descripción, cada argumento, sirve para los propósitos de mostrar las implicaciones psicológicas de este fenómeno telúrico, a quien nos muestra en toda su intensidad y sus contradicciones atmosféricas. Todo lo que plantea, todo lo que muestra, y lo que no, sirve a los propósitos de la narración, donde también espacio y tiempo se entrelazan. Como dice Lodge: “Los recursos usados en la ficción son plurales y están conectados entre sí: cada uno de ellos se apoya en todos los demás y contribuye a todos ellos” (p. 98).
Referencias bibliográficas
García Márquez, G. (1992). Doce cuentos peregrinos. Argentina: Editorial Sudamericana
David Lodge, (1998). Traducción de Laura Freixas. El arte de la ficción. España: Ediciones Península.