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De arias y BaLaDas pop
from Escala de grises
por: Victoria Arcos
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Si se escucha la palabra ópera, muchos piensan en obesas mujeres lanzando alaridos, en teatros con gente de largos vestidos, elegantes fracs, guantes, abrigos y catalejos: nada más alejado de la verdadera magia del espectáculo lírico. La ópera es tan antigua como el teatro mismo, pero se consolidó en lo que conocemos hoy en día, durante el siglo XVII y, desde entonces, ha ido permeando -nos hayamos dado cuenta o no- tanto en el imaginario colectivo, como en la cultura popular. Por ello me gustaría comentar en esta ocasión una de mis óperas favoritas, Payasos de Ruggero Leoncavallo. Pagliacci o Payasos, como indica el propio nombre, es una ópera decimonónica protagonizada por artistas que se ocupan de hacer reír a la audiencia. Canio y Nedda son esposos en la “vida real” y en la teatralidad, excepto que en esta última se convierten en Pagliaccio y Colombina -cuyo amante es Arlequín-. La historia es la misma historia que ha existido, tristemente, en todos los tiempos: la mujer tiene un amante y el esposo, humillado y lleno de celos, decide asesinarla antes que dejarla ir. En el primer acto de esta ópera, el tenor canta un aria que inicia con “Recitar!... Vesti la giubba…”; que se puede traducir como “¡Interpretar…! Ponte el vestuario…”: otra forma de decir que “el show debe continuar”, fingir temple y entereza, antes que derrumbarse y sucumbir ante el dolor. Es uno de los momentos más desgarradores de la obra pues Canio ha descubierto que Nedda está enamorada de otro hombre. La traición ocurre dentro de la obra y fuera de ella también. Si bien la música y la voz dan una clara idea de cómo el corazón de Canio está deshecho, puedo afirmar que Luciano Pavarotti y Jonas Kauffmann aportan una sensibilidad en sus actuaciones que conmueve hasta lo más profundo. ¡Invitación abierta para que, ahora mismo, los busques en Youtube!
Después de escuchar la ópera completa, una conversación informal con un conocedor del tema me hizo caer en la cuenta de que hay otras nostálgicas y dolorosas canciones que repiten, casi de manera idéntica, ese patrón. La primera fue “Payaso” que interpretara Javier Solís en 1965:
En cofre de vulgar hipocresía, ante la gente oculto mi derrota. payaswwwwwo con careta de alegría, pero tengo por dentro el alma rota. En la pista fatal de mi destino una mala mujer cruzó el camino. Soy comparsa que juega con mi vida, pero siento que mi alma está perdida…
Después, “Payasito” que canta Enrique Guzmán: Para ella eres un pobre payasito. La haces sonreír, si triste está escondes tu penar en el fondo de ti para que no te vea llorar. Tienes que sonreír, sonreír, Payasito. piensa bien que su amor, ella a ti, no te dará…
También la versión de José José: Dicen que soy un payaso, que estoy muriendo por ti y tú no me haces ni caso […] Y es que en verdad soy un payaso, pero qué le voy a hacer uno no es lo que quiere sino lo que puede ser… Plus: el video de la canción “Frijoles” de Los Caligaris relata, también, la misma historia; además, este grupo musical argentino está integrado por artistas que proceden de familias circenses.
Como podemos ver, el paralelismo es innegable: un payaso -metafórico o no-; es decir, una persona que se oculta tras una máscara para no descubrir su verdadera identidad, está enamorado de una mujer que no le corresponde; por ello canta a la dolorosa indiferencia y a la
inevitabilidad de su condición de actor. La figura del payaso ha tenido varias connotaciones en las diversas manifestaciones artísticas, del horror a la decadencia. Incluso existe una serie pictórica que emula al payaso triste, pero me parece interesante destacar cómo la misma historia, procedente de una ópera -espectáculo, supuestamente, de élite- se ha colado en todos los hogares y en todos los oídos, aun en los de aquellos que sostienen que desconocen o detestan la ópera. Seguro es que Leoncavallo tomó inspiración de algún relato previo, como lo sugiere la demanda de plagio en su contra por el libreto de Pagliacci; sin embargo, su ópera ha resistido los embates del tiempo y el espacio, y se ha convertido en prueba irrefutable de la universalidad de la música; así como la obertura de El barbero de Sevilla nos recuerda, antes que a Rossini o la lucha de clases, a Bugs Bunny masajeando la cabeza de Elmer Gruñón, o el “Va pensiero…” al
vetusto comercial del SITATYR.