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PrInCIPIOs nECEsArIOs PArA hACEr unA
AtrIbuCIón IntErnA:
Que el actor conozca los efectos de su acción: difícilmente se puede atribuir intencionalidad a alguien por los efectos de un determinado comportamiento si no conocía los efectos que tendría esa acción
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Que el actor posea la capacidad necesaria para realizar esa acción: es poco probable que un profesor haga una atribución interna en el caso de un examen brillantísimo si este examen fue realizado por un alumno que él considera como incapaz de hacerlo.
Dados ya los dos anteriores principios como condiciones previas, el tercer principio funcionará como la principal condición que hará posible la atribución interna: la búsqueda de los efectos no comunes.
Por ejemplo, Juan es un alumno de COU que puede elegir entre estudiar psicología, medicina o arquitectura. Las tres carreras le gustan mucho. Además, las tres pueden ser cursadas en su ciudad de residencia. Pero mientras que si hace psicología o medicina él cree que le será difícil encontrar trabajo, en cambio si hace arquitectura tiene asegurado un puesto en la empresa de su padre. Finalmente Juan elige estudiar arquitectura: ¿a qué atribuiremos su elección? Pensaremos que eligió estudiar arquitectura no porque le guste, ni porque existan estudios de arquitectura en su ciudad, puesto que ambos son efectos comunes a las tres carreras, sino porque tiene perfectamente asegurado un puesto de trabajo, que es el único efecto no común el carácter motivacional del proceso de atribución. Como él mismo dice, «todo ocurre como si el individuo estuviera motivado a alcanzar el control cognitivo de la estructura causal del medio ambiente»







Los modelos de atribución que hemos visto poseen, los tres, un serio problema: que no siempre funcionan así en la vida cotidiana. Más aún, que casi nunca se aplican a la vida cotidiana tal como nos los presentan sus autores. Son «modelos perfectos», que sólo tienen en cuenta los procesos cognitivos, aislados, «en frío», como si de una computadora se tratase, olvidando que los seres humanos somos mucho más que cognición. Las personas tenemos también sentimientos, motivaciones e intereses, y, dado que pertenecemos a grupos, nos gustan más las personas y las cosas de nuestro grupo que las personas y las cosas de otros grupos, sobre todo si compiten con el nuestroo


1) Error fundamental de atribución: que no sería un error sino un sesgo, dado que es un error sistemático en el que caemos todos con demasiada frecuencia. Según Lewin la conducta es función de la personalidad y del ambiente. Pues bien, el psicólogo norteamericano Ross (1977) llamó «error fundamental de atribución» a la tendencia que todos tenemos, de ahí lo de fundamental, a olvidar las variables situacionales y tener en cuenta sólo las personales a la hora de explicar la conducta de los demás


Un ejemplo lo aclarará perfectamente: Iván, alumno de 3.º de ESO hace dos exámenes de Lengua a principios de curso. Y los dos los suspende. ¿A qué atribuirá el profesor estos suspensos? Difícilmente nos equivocaremos si prevemos que, haciendo una atribución interna, dirá el profesor: «O bien Iván es muy torpe o un vago o las dos cosas a la vez.»

¿Nos parece razonable el discurso de este profesor? Sin duda no lo es, porque, si como suele suceder tantas veces a principios de curso, no tiene más información sobre Iván,
2) Sesgo de autoservicio: si para explicar la conducta de los demás solemos utilizar el error fundamental de atribución, para explicar la nuestra solemos utilizar el sesgo de autoservicio a) Autopresentación: intentamos presentar una imagen positiva de nosotros mismos, manejando las impresiones que creamos en los demás. Y una forma de conseguirlo es a través de la autopresentación, que es «el acto de expresarse y comportarse de manera intencionalmente diseñada para crear una impresión favorable o una impresión que corresponda con los ideales de uno mismo» (Myers, 1995, pág. 97)o b) Una consecuencia de la forma en que procesamos la información: el sesgo de autoservicio puede deberse a que recordamos mejor lo que hemos hecho de forma activa y a que recordamos menos lo que simplemente hemos visto hacer a otros. c) Un intento de proteger nuestra autoestima: otra explicación plausible es que estamos motivados a proteger e incluso mejorar nuestra autoestima (Tice, 1991). No somos simples máquinas frías de procesamiento de la información. De hecho, existen muchos estudios que confirman que nuestra maquinaria cognitiva es puesta en funcionamiento por un «motor motivacional» (Kunda, 1990), que persigue confirmar nuestras autoconcepciones (Swann, 1990) y mejorar nuestra autoimagen
